El lugar de la palabra. Elisa MartÃn Ortega
Ediciones Cálamo (Palencia, 2013)
Haciendo nuestras las palabras de la autora, “En la poesÃa las palabras expresan, liberadas, todo su serâ€, podemos afirmar que este exhaustivo, luminoso y sensible ensayo, El lugar de la palabra, sobre la relación de la Cábala y algunos poetas contemporáneos –José Ãngel Valente, Jorge Luis Borges, Juan Gelman y Clarisse Nikoïdski-, y que lleva por subtÃtulo precisamente “Ensayo sobre Cábala y poesÃa contemporáneaâ€, es una ejemplar reflexión sobre el lenguaje como totalidad, el exilio, la muerte y otros interesantÃsimos temas comunes a ambos, que parte de una singular y certera selección de textos jasÃdicos, reflexiones y poemas. Elisa MartÃn Ortega ha puesto su brillantez exegética y la profundidad y sabidurÃa de sus conocimientos al alcance de todos cuantos estén interesados en la lectura de la poesÃa contemporánea a la luz de la trascendencia, pues tanto su carga lÃrica como su honestidad teórica van parejas a la claridad y a un hermoso y exquisito dominio del lenguaje.
¿Por qué Cábala y poesÃa contemporánea? Porque Elisa MartÃn Ortega (Valladolid, 1980) es investigadora de la lengua, la literatura y la cultura de los judÃos sefardÃes, y de las relaciones entre la cultura judÃa y la literatura hispánica, y porque además es poeta. De la conjunción de ambos intereses ha germinado este tratado sobre mÃstica judÃa y poética en el que se fundan tanto las similitudes temáticas como la propia poética, con el denominador común a todos ellos del amor a la palabra como sede de la identidad humana, del pensamiento y de la creatividad. Pues “el máximo anhelo de la poesÃa es ese idioma absoluto del que habla Derrida†(p. 169) del mismo modo que la Torá como libro se convirtió, a falta de un templo que representara al pueblo judÃo, en “el lugar itinerante donde la Divinidad podÃa revelarse†(p. 134).
La palabra, pues, acaba convirtiéndose, para los poetas y para los mÃsticos judÃos, en un lugar. Un lugar, el territorio de búsqueda de la verdad, de la esencia de lo humano, “la herramienta por excelencia de la creación†(p. 67). La penetración en el lenguaje es asà la fuente de la poesÃa y de la hermenéutica cabalÃstica, que aunque sienta inapresable el misterio de lo divino considera que los sÃmbolos permiten una aproximación a Dios.
Porque, se pregunta la autora, ¿y si la literatura fuera algo más que un conjunto de historias inventadas para el divertimento?, ¿y si la poesÃa, como señaló Goethe, es “viva y momentánea revelación de lo inescrutableâ€? Del mismo modo, los textos cabalÃsticos pueden leerse también como bellÃsimas creaciones “con hermosas e insospechadas metáforas†y con un sorprendente cuidado de la expresión poética y de la retórica. Pues, más allá de su sentido, más allá de su significado, poesÃa y Cábala comparten el lenguaje, como método de reflexión poética la primera, como modo de penetrar en lo divino la segunda. Para ambos se exige, junto con el conocimiento de la tradición, la creación de algo nuevo. La invitación a innovar propia del jasidismo, la obligación de ser creativo, tiene su exacto paralelismo en la poesÃa, que rescata a las palabras “de la comunicación cotidiana /… / para otorgarles un espacio distinto, renovado†(p. 50) y a las que se demanda vivir en el lÃmite sin dejar de ser comprensibles. Ambos son, sobre todo, espacios de verdad. Como dirÃa Rilke, si una obra de arte no parte de la necesidad, si en ella no hay honestidad artÃstica, desemboca irremediablemente en una obra fallida.
El lugar de la palabra está habitado por la sabidurÃa y la excelencia de sus reflexiones sobre la labor poética: el nacimiento del impulso poético, los extraños e insospechados caminos de la creatividad, la crÃtica literaria y la lectura de poesÃa como escritura poética; la capacidad de la poesÃa para nombrar lo que parece innombrable regresando a la infancia como fundadora de la sensibilidad del lenguaje; el exilio como amputación y fuente de creatividad y sus conexiones mÃsticas; la vindicación del significante en poesÃa; el lenguaje y la muerte.
Y ya en el ámbito de la exégesis judÃa, el lenguaje como territorio donde reside el misterio de lo divino pues, como afirma la autora, la vÃa hacia los secretos pasa por una inmersión en las profundidades de la gramática y la fonética, la grafÃa y la etimologÃa. En esta tercera parte del ensayo, “Una mÃstica del lenguajeâ€, adquiere su máximo esplendor la teorÃa de Elisa MartÃn Ortega, la de que, tanto en poesÃa como en la Cábala, las palabras “expresan, liberadas, todo su serâ€, y cada una de esas palabras posee luz propia, al contrario que en la narración. El mensaje por el mensaje de Jakobson que definirÃa la función poética de la lengua, es decir, cuando la lengua es capaz de mirarse a sà misma, tiene su correspondencia en el judaÃsmo. Una y otro se resisten a aceptar la arbitrariedad del signo lingüÃstico, pues el significante ocupa un lugar esencial en poesÃa -“Si el nombre es arquetipo de la cosa / en las letras de rosa está la rosaâ€, Borges- tanto como en el trabajo del cabalista, que ve en las letras de la lengua hebrea la materia que acerca al hombre a Dios.
Esta preocupación por el significante, común a todos ellos, fue también una constante de otros poetas como AnÃbal Núñez, que consideró en sus textos ensayÃsticos que la selección de los signos en poesÃa estaba más regida por el emparentamiento fonético que por los dictados del contenido. También como hizo este poeta, Gelman desmenuza los significantes en algunos de sus poemas en busca de una homofonÃa que fuera sÃmbolo de los misterios del lenguaje, de su capacidad de generar sentido por semejanza de formas. Pues el poeta verdadero sabe que trabajar con los significantes es abrir el corazón de la lengua en busca del secreto de la inspiración, que acaso sea el lugar donde lo inefable habita a la espera de una palabra que lo exprese.
Pero asà como los poetas se preguntan por los motivos del sufrimiento e imperfección propios de nuestro mundo y tratan de sumirse en el espanto de esta realidad dolorida para dar nombre y memoria a cuanto es común a los hombres, y quizá solo alentados por el deseo de escrutar ese exilio -Gelman, Nikoïdski-, que es también interior -Valente, Borges-, pues para el poeta no hay respuestas válidas que lo justifiquen, la cábala lo explica a través del mito del ParaÃso perdido y la teorÃa del tsimtsum según la cual Dios, para poder crear el mundo, debió convertirse él mismo en un desterrado, lo que explicarÃa tanto la imperfección del universo como el sufrimiento humano -Valente: “El acto creador supone un movimiento exÃlico, una retracción, una distancia†(p. 152)-. La segunda parte del ensayo, “Voces del exilioâ€, contiene una hermosa y desgarradora reflexión sobre los distintos exilios que el pueblo judÃo ha sufrido a lo largo de la historia. Un padecimiento que Elisa MartÃn Ortega escruta a través de los poemas de Gelman y de la poeta en lengua sefardà Clarisse Nikoïdski, y se pregunta: “¿De qué modo la separación, el desarraigo, el sentirse eternamente extranjero en la tierra es fuente de creatividad?†(p. 149). La respuesta a esta cuestión cristaliza en lo que se ha llamado “poética del exilioâ€, una constante de los poetas exiliados, cuyo dolor queda imbricado a una poesÃa a menudo subversiva, extrema y dolorida como su propio interior, alejada de estereotipos y convenciones, exiliada de sÃ, pendiente de esa ajenidad propia de su humana condición de permanente destierro.
Pero si hay algo en lo que verdad se diferencian estos poetas de los textos cabalÃsticos es en el tratamiento de la muerte, que en los poetas reseñados no admite consuelo y en cuya reflexión se halla “la última clave del quehacer de los poetas†(p. 269). Pero nuevamente la voz del verso trata de vencer toda derrota con el amor y con la memoria, que hace posible que los muertos amados parezcan vivir en el lenguaje: “Solo el que ha muerto es nuestro, solo es nuestro lo que perdimos /…/ No hay otros paraÃsos que los paraÃsos perdidos†(Borges).
Elisa MartÃn Ortega, en fin, ha demostrado sobradamente con este libro su singular capacidad para ahondar en los entresijos de la poesÃa, construyendo una hermosa poética personal –el esplendor y el encanto de su prosa, sus luminosas metáforas, su lúcida sensibilidad pueden llegar a estremecer- que tiende la mano a la mÃstica judÃa como generadora de instrumentos criptógráficos válidos para el poeta, para acabar revelando los misterios de la palabra, esa epifanÃa que, como escribió Gelman, da nombre a seres que tardarán siglos en ser.
Yolanda Izard
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Elisa Martin, como las grandes poetas, de la literatura , es una mujer , de la edad de Oro de las letras.
MuchÃsimas gracias, por todo.
Elisa, te queremos.