Óscar Urra: «Un lenguaje que no se conforma con sujetarse a la trama»

Nacido en Madrid en 1970, Óscar Urra es Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Enseñanza Secundaria. Trabajó durante tres años en la radio pública como redactor, locutor y guionista de programas. Ha publicado varios cuentos y numerosos trabajos de investigación relacionados con temas literarios. A timba abierta es su primera novela, con la que inaugura la serie protagonizada por el detective Julio Cabria.

La novela negra parece gozar de un excelente momento, tanto autores nórdicos como franceses, italianos e ingleses dan fe de la buena salud del género. ¿En qué lugar cree que está España al respecto?

Yo creo que en España (como en el resto de los países europeos, cuya literatura “negra” conozco menos) hay lectores, autores y editoriales interesadas en el género. Y añadiría que lo que se está haciendo ahora es tratando de incorporar de una vez la novela negra a la “gran literatura”: eso es lo que hace, por ejemplo, mi editorial [“Salto de Página”], que da el mismo tratamiento a cualquier prosa que los editores consideren que tenga calidad, sin atender al género. Por supuesto, de fondo se mantiene el largo, inútil y apasionado debate sobre el propio término “novela negra”, que propicia una entretenida discusión en todas partes, lo cual tal vez sea síntoma de la vitalidad del género.

¿Cómo se sitúa su propuesta?

Me propuse escribir una novela ambientada en mi barrio, Tirso de Molina, en Madrid, empleando los códigos de la novela negra y dispuesto a afrontar lo que eso significa: ni más ni menos que asumir una tradición en la que han participado grandísimos escritores, tanto en castellano como en otras lenguas. Quiero decir que no me habría sentado a escribir una novela si no me creyera, para bien o para mal, en posesión de un estilo y una técnica con ciertas posibilidades y una forma de escribir propia y capaz de aportar algo a la manera de contar historias de detectives. Con esta doble perspectiva muy presente se gestó la novela, que creció durante un verano en una aldea de Orense donde era posible escribir diez horas seguidas sin mirar el reloj o atender un teléfono.

Hay un elemento común en la novela negra: de alguna manera sus protagonistas hacen referencia a la cocina. Sin embargo Cabria considera que “hacer filosofía o estética sobre algo tan prosaico como lo que ingerimos y cómo lo ingerimos se le antojaba una fácil maniobra de distracción del que te acaricia el paladar para robarte la cartera ideológica, o la cartera sin más.” ¿En qué lugar sitúa a Cabria en el género?

Hay teorías que apuntan a que el detective de novela negra se constituye a partir de rasgos de estirpe romántica (aunque aquí habría mucho que hablar: se trata de otro inútil y bello tema de conversación). Uno de los rasgos que el detective compartiría con el héroe romántico es el de la evasión: la configuración de la realidad no le agrada, y entonces Carvahlo o Montalbano se pierden en un delicioso menú en el que se dejan, si es necesario, medio sueldo. Cabria no puede permitirse esos lujos, o si puede, porque le ha ido bien en una timba de póquer, se zampa lo primero que encuentra, pero no busca lo exquisito, primero porque como todo jugador es desconfiado, y sospecha de la encantadora sonrisa del maître: después, porque su evasión no son los manteles, sino los verdes tapetes y la lectura de nuestros clásicos del XVIII.

Un detective “perdedor” que no cree en sí mismo, ¿por qué una antihéroe?

Tal vez Julio Cabria no sea un antihéroe, si entendemos por tal al que quiere ser lo que no es, y no lo consigue. Cabria, como todos los detectives clásicos, es en el fondo un héroe, independientemente de los golpes que se lleve, porque la realidad acaba cediendo a su intuición, su suerte o su insistencia: estos personajes son tipos duros, en el sentido de que no cederán nada de lo que consideren esencial en sus vidas, cosa que no haría un antihéroe. Julio Cabria consigue en pocos días y noches golpear y ser golpeado, saltar por los balcones, ganar y perder al póquer, dejarse llevar por una extraña mujer, eludir balas y meterse en escondrijos urbanos que al resto de los humanos no nos es dado catar (al menos todo junto y en tan poco tiempo). Por otra parte, si se objeta que Cabria no cree en sí mismo (rasgo no precisamente heroico) hay que decir que seguramente sea por liberarse de esa autoexigencia, y así poder actuar con la tranquilidad (digamos emocionalmente “a fondo perdido”) y con intrépida efectividad: esto es, como si creyera en sí mismo.

¿Cómo funciona su proceso creativo?

Desde dentro es difícil saber cómo funciona la propia forma de escribir. (Desde fuera se observa, según algunos testimonios, oscilantes cambios de humor, con predominio de los malos humores). En general, considero que en novela hay que partir de un esquema en el que se van encajando los personajes, hasta formar lo que se llama la trama. Después se empieza a escribir y un día se descubre con estupor que los personajes dicen y hacen cosas que no estaban previstas. De esta manera la novela se va formando siempre en la tensión de lo que uno quiere contar y lo que los personajes van tratando de imponer. Hay, además, desde mi punta de vista, otra tensión fundamental: la que supone la mirada del lector que el escritor lleva dentro. Es decir, al escribir se hacen elecciones porque a uno le gustaría leer la novela de una determinada manera, y trata de escribirla de ese modo. Todo esto, por supuesto, es inconsciente, y en el fondo pura teoría. Lo que sí que es consciente, al menos en mi caso, es la cuestión del estilo, a la que ya me he referido antes. Creo que el escritor debe defender su estilo, y en este empeño debe asumir riesgos, debe buscarle al lenguaje la espalda, el bolsillo o la chistera, con esfuerzo y sentido lúdico, pero pasándolo mal a veces, porque ni el lenguaje ni las estrategias narrativas son siempre fáciles de convocar, y porque la propia tradición literaria (lo que uno ha leído) deja el listón muy alto.

¿Cuándo y cómo supo que lo suyo era contar historias?

En mi colegio de la entonces EGB (el San Javier, de Madrid), no había, cuando yo tenía ocho o nueve años, gimnasio, por lo que la asignatura de educación física había que realizarla en un parque cercano. Algunos días cambiábamos el baby a cuadros por el chándal azul y, en fila y por parejas, cogidos siempre de la mano y guiados por nuestro profesor, iniciábamos toda la clase una bonita marcha hacia al parque (el de la Arganzuela) para dar allí la gimnasia. Para nuestros pequeños pies la excursión no era corta, así que por el camino yo me entretenía en contarle a mi compañero una historia que me iba inventando. Solían ser historias de terror, y un día me di cuenta de que, aunque hubiéramos llegado al parque, el otro no me soltaba la mano hasta que no las terminaba. No creo que, en lo esencial, mi forma de entender el cómo y para qué contar historias haya cambiado mucho desde entonces.

¿Cuáles son sus referentes?

No hay referentes. O hay tantos que no es posible señalar dos o tres. Es, creo, un rasgo muy propio del arte del siglo XXI: el signo de los tiempos. Cuando uno está escribiendo todas las lecturas que ha hecho y el resto de las artes que ha percibido están disponibles y actuando en la labor creativa. Aparecen a la vez mezclados las obras y los autores clásicos, la filosofía, el deporte, la música, la prensa, los cómics o los blogs. Cuando hablo de estas referencias no quiero decir, obviamente, que se puedan citar o que puedan aparecer en una novela, sino que el lenguaje que les es constitutivo se traslada a la narración o presiona sobre ella, a veces en detrimento del lenguaje propio de la novela, que, en mi opinión, debe ser genuinamente literario. (Otro día podemos discutir qué es esto de lo “genuinamente literario”).

¿Qué encontrará el lector en “A timba abierta”?

Consecuentemente con todo lo dicho, en “A timba abierta” el lector o lectora encontrará un lenguaje que no se conforma con sujetarse a la trama, y una historia en la que predomina la aventura como inmaculado vertedero donde se cruzan las desdichadas y heroicas biografías y anatomías de los personajes que la componen. Así que, si le apetece, démonos la mano, y caminemos: hay un hermoso paseo hasta llegar al parque…

Diego Giménez

Diego Giménez, doctor en filosofía y pensamiento (UB) con una tesis sobre "El libro del desasosiego" de Fernando Pessoa, ha realizado diferentes actividades relacionadas con la literatura y el periodismo. Ha trabajado como redactor de LaVanguardia.com y en 2008 cofundó Revista de Letras.

2 Comentarios

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