Salvo la luz… «Lisboa», de Javier Morales Ortiz

Lisboa. Javier Morales Ortiz
Editora Regional de Extremadura (Mérida, 2011)

Lisboa, así se títula el segundo libro de relatos de Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968), publicado, como La despedida, por la Editora Regional de Extremadura. Se trata de un pequeño volumen que contiene cinco cuentos, no muy extensos, donde el autor placentino vuelve a demostrarnos su talento para la narrativa corta.  Un género, no está de más recordarlo, que guarda en ocasiones más similitudes con la poesía (estructura, recursos literarios…) que con la novela. Y un género del que es difícil despegarse de sus maestros, con Chéjov o Carver a la cabeza. Por eso no es tan frecuente encontrarnos con libros que hagan justicia al género al que pertenecen. Lisboa, por el contrario, es una obra que se hace merecedora de esa consideración. Es, ante todo, un libro de cuentos.

Más allá de un análisis individual de cada relato, optaré por señalar algunas caracterísiticas generales que los unifican. En primer lugar nos detendremos en la tipología de personajes, su manera de ser o de actuar, su forma de relacionarse con lo que les rodea. Son cuentos, como ocurría en los relatos de La despedida, que se edifican sobre personajes y cuya piedra angular son las historias que giran alrededor de ellos. Lo que nos cuentan o nos eluden contar. Algo que les une es que casi todos ellos tienen la habilidad para resumir su vida en unas cuantas líneas, en un pequeño párrafo (Laura y William Faulkner, del primer relato, o Ingrid, del cuarto, son un buen ejemplo). No se trata de una narración pormenorizada de detalles, sino de personajes que tienen la decepcionante capacidad para resumir hasta el extremo su paso por el mundo, como si no tuvieran mucho que explicarnos. Personajes incompletos, todos ellos, que parecen haberse extraviado en un momento del camino y se hubieran quedado a medias. Los relatos de Lisboa fijan su mirada en una pequeña fisura, en una grieta que les aparece de súbito, y que de alguna forma les varía su centro de gravedad. Normalmente, es otro personaje el que les sirve para poner en marcha ese cambio. Le ocurre a Laura con William Faulkner (“Todo lo que sé de William Faulkner”), a Jorge con Tana (“Reiki”), a Ingrid con Jaime (“Queen”) o a Hannah con Amaya (“Lisboa”). Ese otro sirve de contrapunto al primero. No es un juego de contrarios, sino, más bien, un ejercicio de duplicidad. La irrupción en sus vidas hace que todo cobre un sentido nuevo, aunque ni ellos mismos sean capaces de percibir esos cambios. “Era la primera rendija que se abría en mucho tiempo y no iba a desaprovecharla”, leemos en el relato “Reiki”. Esa es, básicamente, la idea. Una pequeña “rendija” a la que aferrarse y en la que identifican una última oportunidad para reconducir sus vidas. Se trata de personajes desencantados, a la espera de algo. Han visto cumplidas buena parte de sus expectativas y, sin embargo, se reconocen insatisfechos. Parece que esa grieta es insignificante, minúscula, aunque el lector la percibe como un abismo, un hueco profundo y vertiginoso que, una vez abierto, es imposible clausurar (el descenso a una mina, en el primer relato, o los episodios de vértigo del segundo, servirían perfectamente como metáfora).

Javier Morales Ortiz (foto: afinidadesnarrativas.blogspot.com)

No es casual, por eso, que el tema principal de algunos de estos relatos sean las crisis matrimoniales y lo difícil, casi imposible, que resulta encajar dos piezas complementarias y a la vez distantes. No obstante, no se trata simplemente de parejas que no funcionan, sino de poner de manifiesto la dificultad para comunicarse. De alguna manera, son personajes aislados, desplazados, disfuncionales. También, como dijimos, desengañados. Siempre frágiles. Los relatos son, en cierta forma, una crónica de su inadaptación y del desasosiego que les provoca. Personajes que arrastran como un lastre una contradicción: son conformistas, aunque no son capaces de conformarse. Una contradicción y una condena: al fin y al cabo es la vida que eligieron, aunque no fuera como la imaginaron al principio. De ahí que los cuentos de Lisboa se centren en esos avisos, casi diríamos síntomas, que marcan un alto en el camino y les sirven como advertencia. Son, en definitiva, y por cerrar este capítulo, personajes cuyo peor enemigo no está fuera, sino dentro de sí (¿No le debemos a Vila-Matas aquello de que nuestra condena es que nos acabamos pareciendo demasiado a nosotros mismos?).

Más allá de los personajes, convendría detenerse en el estilo. Antes comentábamos que el cuento es un género más cercano, a veces, a la poesía que a la novela. Lisboa es un ejemplo de eso mismo, si atendemos a dos aspectos: en primer lugar, importa tanto o más lo que no se nos cuenta (elipsis) que lo que leemos; en segundo lugar, los recursos literarios empleados. La elipsis se hace evidente cuando nos enfrentamos, por ejemplo, a finales abruptos, abiertos, que conducen al lector a una segunda fase donde debe completarlo por su cuenta. Respecto a los recursos literarios destaca, por encima de todo, el empleo del símil. Más concretamente el uso frecuente de la expresión “como si”, a la que recurre en múltiples ocasiones. Javier Morales es un autor que destaca por las descripciones detallistas y el empleo de la comparación le sirve para sobredimensionar lo descrito, conectándolo con otras imágenes afines y proporcionando al lector una idea más cabal y exhaustiva de lo que está leyendo. Como si quisiera ensanchar la realidad, duplicándola y también, claro está, poetizándola. No se trata simplemente de enumerar, sino de elegir aquellos adjetivos que mejor encajen con lo que nos cuenta. Es un estilo contenido, no proclive a tediosas descripciones. Al contrario, son pinceladas exactas que generan en el lector una imagen precisa de la escena. Lo mismo ocurre con el empleo del diálogo, por donde suele avanzar la acción del relato. O con el tiempo verbal elegido o la persona gramatical empleada. Consiste, en fin, en unir forma y fondo, lenguaje e historia, sin que ninguno de los dos se resienta.

El último aspecto que podríamos abordar hace referencia a la cuestión metaliteraria. Ecos de Gonzalo Calcedo, de Ángel Campos Pámpano, de John Cheever, quizás también de Richard Ford y seguramente de Chéjov, aunque esto último no sea novedad alguna. Sin embargo, si hay una presencia que sobresale es la de Raymond Carver. Existe una afinidad muy estrecha entre estos cuentos y los del escritor norteamericano, especialmente en las elipsis y en los finales. El autor, no obstante, no esconde ese magisterio. Un ejemplo es el empleo del nombre Rosas Amarillas para designar a una supuesta urbanización de las afueras de Madrid. Un homenaje curioso, incluso diría apropiado, si uno recuerda el cuento homónimo de Carver. Metaliteratura también hay, por cierto, en la vuelta a ese espacio ficticio, La Comarca, lugar principal del primer libro de Javier Morales, y que vuelve a aparecer en el último relato.

Cerramos con la cita que abre el libro: “salvo la luz no hay nada”. Lo escribió el poeta Ángel Campos Pámpano, extremeño afincado en Lisboa y desaparecido recientemente. Cuando uno termina de leer Lisboa se pregunta si esos personajes consiguen salir de esa grieta, renovados, o si, por el contrario, esa sima se vuelve cada vez más profunda e insoslayable. Si esas advertencias les refuerzan o continúan alejados de la luz, como si no hubiera ocurrido nada. No obstante, si la literatura no es más que un espejo de la vida, y creo que eso es ante todo, puede que Lisboa obligue al lector a reconducir esas preguntas. En último término, somos nosotros, los lectores, los que debemos darnos una respuesta.

Álex Chico
Granada, abril de 2012
Blog Isla de Elca

Álex Chico

Álex Chico (Plasencia, 1980). Es profesor y director de la revista cultural 'Quimera'. Ha publicado novelas de ensayo ficción, poemarios y cuadernos de notas. 'Los cuerpos partidos' es su última novela.

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