Javier Valenzuela | Foto cedida por el autor

Valenzuela: «En el ‘noir’ la ciudad no es solo decorado»

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Javier Valenzuela | Foto: Fundación Tres Culturas de Sevilla | Cedida por el autor

El magnetismo literario de Tánger es ya de una grandeza antigua y legendaria. Mohamed Chukri definió la ciudad como una «puta vieja y desdentada». Pierre Loti dijo aquello de que Tánger «es una vedette que posa altiva a las puertas de África». El escritor y periodista Javier Valenzuela (Granada, 1954), que ha consagrado parte de su carrera profesional como corresponsal en el norte de África, conoce como pocos los entresijos de esta “ciudad pecadora”, la más internacional de las ciudades de Marruecos. A quienes conocen las querencias norteafricanas de Valenzuela, no les resulta extraño que el escritor elija Tánger como escenario de sus primeras incursiones en el campo de la novela negra. Limones negros (Anantes), segunda entrega de una trilogía que empezó con Tangerina (Martínez Roca), nos adentra de nuevo en Tánger de la mano de Sepúlveda, un sabueso profesor del Instituto Cervantes que ayuda a una capitana de la Guardia Civil en sus indagaciones acerca de una trama de corrupción que, procedente de España, busca oportunidades de negocio al otro lado del estrecho.

Anantes Ediciones

Leyendo Limones negros uno no puede evitar pensar que la ciudad de Tánger es la otra protagonista de esta historia. ¿Esta idea ha estado presente en el proceso de escritura de la novela?
Sí, Tánger es tan protagonista de Limones negros como lo son el profesor Sepúlveda, Adriana Vázquez, el comisario Yedidi, el negocio de la pedofilia o la corrupción española. El género negro siempre ha servido tanto para retratar el lado oscuro de la lucha por el dólar o el euro como las ciudades donde se desarrollan sus historias. Hammett y Chandler nos contaron San Francisco y Los Ángeles; Petros Markaris y Andreu Martín nos hacen viajar ahora por las entrañas de Atenas y Barcelona. En el noir, la ciudad no es solo decorado, es actriz principal. Desconfíen los lectores de una novela negra que pueda transcurrir en cualquier lugar.

¿Cómo nació su interés por la morería? ¿Fue a raíz de su llegada al norte de África como corresponsal de El País?
Bueno, yo nací en Granada, en un barrio situado al pie de la Alhambra. De niño, como no había entonces el turismo masivo de ahora, solía jugar con mis amigos en los bosques y jardines de ese palacio moruno. También leía con fascinación Los cuentos de la Alhambra, de Washington Irving. Supongo que de ahí nació mi interés por la cultura que había construido aquella belleza. Así que cuando comencé mi carrera de corresponsal internacional en El País, los primeros destinos que solicité, y conseguí, fueron Beirut y Rabat. Llevo ya más de treinta años de relación con el mundo árabe y musulmán y he escrito bastantes libros periodísticos sobre el mismo. Ahora, paso largas temporadas en Tánger, donde he situado mis dos primeras novelas.

Para Juan Goytisolo, que es uno de los personajes reales que aparece en la novela, fue vital la exploración del reino de Marruecos. ¿A Javier Valenzuela le sucede algo parecido?
Echo mucho de menos a Juan Goytisolo. No era un escritor encerrado en su torre de marfil, estaba permanentemente comprometido con los combates por la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pienso que fue el último gran intelectual español al estilo de Voltaire o Zola. Él vivía, como es sabido, en Marruecos y allí me tomé con él muchos tés con hierbabuena charlando de todo lo divino y lo humano, indignándonos por las injusticias y riéndonos con las situaciones humorísticas. Por eso me apeteció que algunos párrafos de su Reivindicación del conde don Julián formaran parte de la trama de Limones negros. Pienso como Goytisolo: después de visitar la mayoría de los países árabes, uno descubre que Marruecos, el que tenemos más cerca, es de los más bellos, si no el más bello. Su variedad geográfica, humana y cultural es extraordinaria, así como la conservación de su patrimonio histórico. Por lo demás, su gente es muy amable y divertida si uno sabe tratarla con la dignidad que reclama y merece.

La novela muestra un Tánger al que van llegando las corrientes islámicas más reaccionarias al mismo tiempo que las autoridades del reino ponen todo su empeño en luchar contra el terrorismo de ámbito islámico. ¿Este hecho equipara a Tánger con cualquier otra ciudad europea?
Tánger es una ciudad abierta a los mares, los continentes y los vientos, con un extraordinario pasado internacional. La inmensa mayoría de su población marroquí, incluidos los creyentes, desea que esta ciudad conserve su espíritu plural, tolerante y cosmopolita, su alma liberal, en el viejo buen sentido de la palabra. Los integristas reaccionarios son una minoría muy exigua y están bien vigilados por las autoridades. Los europeos y americanos nos sentimos allí seguros, tanto o más que en Madrid o Barcelona, dos ciudades que ya han sufrido zarpazos yihadistas. Creo que el combate contra el yihadismo, si estuviera bien planteado por los gobernantes occidentales, que no lo está, puede y debe aunarnos a las gentes de los cuatro rincones del Mediterráneo. La islamofobia es tan injusta como contraproducente.

¿Es el Tánger actual un lugar propicio para los negocios de la corrupción made in Spain?
Claro. Tánger vive ahora un renacimiento. Se construyen puertos, paseos, líneas ferroviarias de alta velocidad, bloques de viviendas populares, urbanizaciones turísticas, hoteles de lujo y centros comerciales. Y eso ha atraído en los últimos años a empresas españolas del ladrillo y las obras públicas que habían perdido negocios al norte del Estrecho. Con lo que ello conlleva, por supuesto, de exportación de nuestra corrupción.

¿Abordar el tema de la corrupción desde la ficción es una para usted una manera de canalizar la indignación que produce esta lacra?
Pues sí. Y también de decir las cosas claramente. La ficción se está convirtiendo para muchos periodistas en un modo de contar cosas que no puedes contar en los medios, cosas que sabes que son ciertas, pero que no puedes probar con los testimonios y documentos que establecen las reglas de nuestro oficio. O que los grandes diarios de papel tradicionales no te van a dejar contar porque afectan a sus accionistas o anunciantes. Lo importante es tener claros los códigos: el periodismo debe ser verdadero, la novela realista debe ser verosímil.

En Limones negros se aprecia sin duda ese esfuerzo por resultar verosímil. Vemos como el juez de la Audiencia Nacional encargado de investigar la trama de corrupción se enfrenta a una querella por prevaricación y a la expulsión de la carrera. ¿Son verdaderamente intocables los “Arturos Biescas” de la vida real?
Escribí hace ya diez años en una columna periodística que los grandes tenores de la corrupción política, empresarial y financiera española se irían de rositas, que solo pagarían los secundarios. Fíjese, Rodrigo Rato sigue en libertad. Los capos son intocables, están muy bien relacionados con los gobernantes, los jueces, los grandes medios de comunicación y el Ibex 35. Así que solo los contables de las mafias de corrupción terminan a veces entre rejas.

En la novela hay referencias a los nuevos medios digitales. En ocasiones ha mencionado en sus artículos que el diario El País fue el principal referente de la época dorada del periodismo en España. Afirma que estamos ahora ante una nueva época dorada para la profesión. ¿Son los nuevos medios digitales el equivalente a El País de los buenos tiempos, es decir, los medios en los que todo periodista quisiera trabajar?
Pienso que sí. Los nuevos diarios digitales independientes se han convertido en los instrumentos de defensa de los ciudadanos y los contribuyentes frente a los poderes políticos y económicos que fueron en su día periódicos de papel como el New York Times, el Washington Post, Le Monde o El País. Hoy los periódicos de papel pertenecen a grandes grupos mediáticos en cuyos consejos de administración se sientan grandes empresas industriales o financieras, de modo que no pueden poner en apuros a los que mandan. Fíjese en quién ha destapado el caso Cifuentes, ha sido eldiario.es, no El País o El Mundo. Si yo empezara ahora mi carrera, intentaría trabajar con Nacho Escolar, Jesús Maraña o Miguel Mora, como hace cuarenta años empecé a trabajar con Juan Luis Cebrián. He escrito, en efecto, que con Internet, con los medios digitales y las redes sociales, el periodismo comienza una nueva edad de oro. Me refiero con esto a la libertad, la pluralidad y la independencia de las informaciones y opiniones. Ahora bien, si hablamos de sueldos, está claro que el periodista ha pasado de ser clase media a ser proletariado. Y me temo que esto último va a seguir así por un tiempo.

Decía Raymond Chandler que cuando se encontraba atascado en medio de una historia, cuando no sabía hacia dónde ir, hacía que se produjera un asesinato. En Limones negros vemos algunos asesinatos ¿Cómo surgen los muertos en sus novelas?
(Risas) Se me había olvidado esa cita de Chandler, pero sí, tiene razón. A mí los muertos también me aparecen en la narración sin haberlo planeado previamente. Y creo, como Chandler, que en el verdadero género negro, es decir, no en la novela de intriga policial a lo Agatha Christie, la resolución de los crímenes no es lo importante. Lo importante es hacer viajar al lector por un determinado ambiente social de una determinada ciudad.

Dice que con Limones negros ha querido poner al día el arquetipo de la mujer fatal, representado en la novela por el personaje de Adriana Vázquez. ¿Cómo explica esto?
Siempre me han encantado las mujeres fatales de las películas de Hollywood de los años 1940 y 1950, las encarnadas por Ava Gardner, Jane Greer, Hedy Lamarr, Lauren Bacall o Rita Hayworth. Pienso que eran pioneras de algún modo de la lucha por la libertad y la igualdad de las mujeres. Pero el código moral de la época casi obligaba a que tuvieran un final desdichado, a que pagaran por sus pecados. Por eso he querido actualizar el arquetipo de la femme fatale a través del personaje de Adriana Vázquez, una mujer tan inteligente como hermosa a la que le gusta el sexo y que aspira a ser independiente económica y sentimentalmente de los hombres. En la novela, Adriana se pregunta por qué cosas que son consideradas virtudes en los hombres, como la ambición o la capacidad de seducción, son peyorativas al tratarse de mujeres.

Para acabar, ¿en qué anda metido el profesor Sepúlveda actualmente?
Sepúlveda se está tomando un año sabático. Volverá, inshalá, al final de esta década con una nueva aventura que completará la trilogía cítrica iniciada con Tangerina, que quiere decir mandarina en diversas lenguas, y Limones negros. Entretanto, yo estoy trabajando en una novela negra que transcurre en el Madrid de la Guerra Civil y tiene como protagonistas a un investigador anarquista y una maestra de Mujeres Libres. Espero tenerla acabada este verano y publicarla en 2019. La Guerra Civil sigue siendo un territorio literario ampliamente inexplorado.

Jordi Pacheco

Jordi Pacheco (Girona, 1980). Graduado en Comunicación. Periodista y crítico. Director adjunto en revista 'Foc Nou' y colaborador en diversos medios entre los que destacan 'La Marea', 'El Ciervo' y 'Revista de Letras'.

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