Sobre la felicidad a ultranza. Ugo Cornia
Traducción de Julio Carrobles
Editorial Periférica (Cáceres, 2011)
El lunes 29 de mayo de 1995 murió mi abuela. Fue una gran mujer que me inculcó ideales desde pequeñito. Sin ella mi castellano seria peor y mi mente probablemente no tendrÃa tanta mala leche. Era aragonesa, de genes luchadores y ojos preciosos. Sentà mucho su pérdida y durante más de tres meses vagué, deprimido, sin entender a mis dieciséis años el porqué me la quitaban cuando aún podÃa dar tanto a los demás.
Al cabo de tres meses mi madre compró unos billetes para ir a ParÃs. Me apasionaba el ciclismo y vimos en directo la quinta victoria de Miguel Indurain en el Tour de Francia. El viaje duró nueve dÃas que me hicieron entender que todo lo malo termina canalizando en algo bueno. Los recuerdos permanecen y la esencia de los muertos nos acompaña positivamente.
Desde entonces soy un ser optimista, de esos que transmiten alegrÃa a su paso, o eso dice la mayorÃa. Parte de culpa es de los que me precedieron en esta tierra, porque me enseñaron valores a los que me aferro cada dÃa con mucha convicción y pocos miedos. Por eso he disfrutado y compartido los pensamientos de Ugo Cornia en Sobre la felicidad a ultranza, magnÃfico libro que todos deberÃan leer para quitarse complejos y aceptar que la existencia se compone de pequeños momentos y partÃculas que bastan para llenar el vacÃo, nada pesimista, hueco reprimido que nos impide avanzar por la proliferación de obsesiones que nublan nuestro horizonte.
Estamos demasiado acostumbrados a la espectacularidad, como si fuera la única piedra filosofal a la que agarrarse para sentir felicidad. Lo excepcional parece un reducto imposible de palpar. No sé si la culpa es de Hollywood, pero las epifanÃas de la normalidad cada vez son más desdeñadas. Los pequeños actos de la cotidianidad son un bálsamo impagable, y en ellos se basa el escritor transalpino para armar una obra que desde el clan, la familia, alcanza de lleno lo universal.
Sobre la felicidad a ultranza no es una novela, sino más bien una autobiografÃa forjada con retales que a menudo preferimos olvidar. Sus páginas consiguen, casi sin querer, una empatÃa con el lector basada en la naturalidad de lo narrado, siendo la muerte su vector principal. Desde el inicio asistimos al drama de fallecimientos cercanos. El óbito de la tÃa marca el pistoletazo de salida de una carrera que evita lo trágico porque de la pena extrae conclusiones útiles para seguir adelante y constatar el crecimiento interior que nos proporciona el transcurrir de los años. La disposición de las luces caseras desde la calle muestra que una vida se ha apagado, no asà el bagaje que los finados nos han dado al acompañarnos mediante vivencias comunes, desde el fin de semana en la segunda y vetusta residencia hasta las confesiones sexuales tras perder la virginidad, maravilla de maravillas que le proporciona una felicidad que debe ser compartida.
Tenemos demasiado sentimiento de culpa cristiano. Cornia se permite, lo que para los defensores de la tradición será una ofensa, jugar con la urna que contiene las cenizas de su madre y hasta apoyarse en el cadáver de su padre mientras lee el periódico y atiende el sinfÃn de pésames propios del momento. Relativiza el adiós de los seres queridos y transforma el dolor adoptando la sana visión de quien no renuncia a sorprenderse con los avatares del destino, conduciendo su coche para disfrutar al toparse con una curva conocida al tiempo que reflexiona sobre la utilidad de una nueva carretera que le permitirá ahorrarse diez minutos de recorrido cada dÃa, economÃa del reloj válida porque a través de su acumulación durante meses permite ganar instantes para otros menesteres.
El escritor italiano inserta en su texto otra virtud digna de elogio: la ausencia de solemnidad, otro mal que nos atenaza e impide que respiremos con la debida libertad el aire que no sobra, y no me refiero sólo al de la atmósfera. ¿El amor? SÃ, ya lo decÃan los clásicos: Omnia vincit, aunque no desde una perspectiva actual, donde casi percibimos el estigma del culebrón y los seriales que desbaratan nuestro cerebro. Cornia lo tiene claro. No debemos complicarnos nuestras horas en el Planeta. ¿Te gusta la chica? MÃrala, sonrÃe y proponle salir a tomar algo. De este modo pasó tres gloriosos años con una mujer de rostro inigualable que cocinaba unos spaghetti all’amatriciana de aúpa. El único defecto, por no querer entorpecer la magia que ignora lo convencional, fue no proclamarle de manera prÃstina lo que le daba, amalgama que la ruptura no esfumó por la estupenda permanencia de la memoria.
Hay una cierta lÃnea italiana que se remonta a Horacio. El poeta de la era de Augusto describe en una de sus composiciones el breve lapso en que él y su amigo Virgilio llegan a Brindisi con Augusto, Mecenas y compañÃa. Dan patadas a un balón y tras el esfuerzo fÃsico hacen la siesta apoyados en el tronco de un árbol. La Antigüedad nos brinda ejemplos de esta exaltación vital, aunque quizá deberÃamos trasladarnos a 1957 para entender la filosofÃa de Sobre la felicidad a ultranza. Más que Woody Allen, con quien se ha comparado el pensamiento de Cornia, deberÃamos movernos con Federico Fellini. Nos situamos cerca de Roma, en una insana periferia. Cabiria, una prostituta de poca monta, ha visto truncado su sueño matrimonial. El prometido le ha robado todas sus pertenencias y la ha dejado tirada, al borde del precipicio. La desdichada sale a la carretera. Es negra noche y una ligera bruma inunda el espacio. De repente, irrumpen varios niños con guitarras y bicicletas. Cantan, la siguen y finalmente una de las chiquillas se dirige a Cabiria. Buona sera. Giulietta Masina sonrÃe, la música desgrana intensidad y aparecen los tÃtulos de crédito. La canción que acompaña la escena es del maestro Nino Rota y se titula E la vita continua. El final de Le notti di Cabiria resume el mensaje de este libro inolvidable. Nos darán palos, recibiremos hostias por doquier porque asà lo exige el guión, pero siempre tendremos fuerzas para levantarnos porque la vida es una experiencia maravillosa de la que podemos extraer positividad hasta en sus aspectos más turbios. Eso, y no otra cosa, se llama poesÃa de lo cotidiano, vehÃculo del que nunca deberÃamos bajarnos si lo que deseamos es vivir sin la eterna amargura que a tantos corroe.
Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com