Al cabo de tres meses mi madre compró unos billetes para ir a ParÃs. Me apasionaba el ciclismo y vimos en directo la quinta victoria de Miguel Indurain en el Tour de Francia. El viaje duró nueve dÃas que me hicieron entender que todo lo malo termina canalizando en algo bueno. Los recuerdos permanecen y la esencia de los muertos nos acompaña positivamente.
Desde entonces soy un ser optimista, de esos que transmiten alegrÃa a su paso, o eso dice la mayorÃa. Parte de culpa es de los que me precedieron en esta tierra, porque me enseñaron valores a los que me aferro cada dÃa con mucha convicción y pocos miedos. Por eso he disfrutado y compartido los pensamientos de Ugo Cornia en Sobre la felicidad a ultranza, magnÃfico libro que todos deberÃan leer para quitarse complejos y aceptar que la existencia se compone de pequeños momentos y partÃculas que bastan para llenar el vacÃo, nada pesimista, hueco reprimido que nos impide avanzar por la proliferación de obsesiones que nublan nuestro horizonte.
Sobre la felicidad a ultranza no es una novela, sino más bien una autobiografÃa forjada con retales que a menudo preferimos olvidar. Sus páginas consiguen, casi sin querer, una empatÃa con el lector basada en la naturalidad de lo narrado, siendo la muerte su vector principal. Desde el inicio asistimos al drama de fallecimientos cercanos. El óbito de la tÃa marca el pistoletazo de salida de una carrera que evita lo trágico porque de la pena extrae conclusiones útiles para seguir adelante y constatar el crecimiento interior que nos proporciona el transcurrir de los años. La disposición de las luces caseras desde la calle muestra que una vida se ha apagado, no asà el bagaje que los finados nos han dado al acompañarnos mediante vivencias comunes, desde el fin de semana en la segunda y vetusta residencia hasta las confesiones sexuales tras perder la virginidad, maravilla de maravillas que le proporciona una felicidad que debe ser compartida.
El escritor italiano inserta en su texto otra virtud digna de elogio: la ausencia de solemnidad, otro mal que nos atenaza e impide que respiremos con la debida libertad el aire que no sobra, y no me refiero sólo al de la atmósfera. ¿El amor? SÃ, ya lo decÃan los clásicos: Omnia vincit, aunque no desde una perspectiva actual, donde casi percibimos el estigma del culebrón y los seriales que desbaratan nuestro cerebro. Cornia lo tiene claro. No debemos complicarnos nuestras horas en el Planeta. ¿Te gusta la chica? MÃrala, sonrÃe y proponle salir a tomar algo. De este modo pasó tres gloriosos años con una mujer de rostro inigualable que cocinaba unos spaghetti all’amatriciana de aúpa. El único defecto, por no querer entorpecer la magia que ignora lo convencional, fue no proclamarle de manera prÃstina lo que le daba, amalgama que la ruptura no esfumó por la estupenda permanencia de la memoria.