«360» («La ronda»): Arthur Schnitzler, una vez más

Arthur Schnitzler (foto: Ferdinand Schmutzer, 1912)

Arthur Schnitzler es uno de esos autores que, hoy en día, son más recordados por la cantidad de versiones cinematográficas y teatrales que se inspiran en sus trabajos que por sus textos originales, pues además de escribir muy bien fue un gran experimentador (el relato dentro del relato, los puntos de vista de los personajes como narradores, las historias cruzadas…). Puede que el tiempo haya hecho envejecer, a pesar de sus imperecederos descubrimientos, obras como Relato soñado (adaptada por Stanley Kubrick en Eyes Wide Shut, más conocida por ser su última película), pero en el caso de La ronda parece que la vejez nunca llega y que todo el mundo sigue imitándola. La ronda supuso un grave escándalo en la sociedad austriaca de 1900. Se publicó definitivamente en 1903, después de pasar el manuscrito de mano en mano, de ser Schnitzler desposeído de su rango militar y de que se prohibiese su representación. Y todo por unos gruesos guiones horizontales que eludían las escenas de sexo hacia las que todos los personajes se dirigían sin remedio desde el inicio de sus escenas. Seguramente quien decidió atacar la obra de Schnitzler se había olvidado de leerla y actuó de oídas, con todos los inconvenientes que eso tiene y con toda la publicidad que le regaló a su autor. La ronda se había convertido en el secreto mejor guardado y la inexistente carne fresca que aparecía insinuada en sus páginas fue exageradamente magnificada, aunque realmente iba de criticar con mucho estilo el declive de la aristocracia austriaca y el ascenso de una burguesía hipócrita. Fueron esos guiones los que la mataron de éxito, porque en aquellos años tan poquísima insinuación fue demasiado para algunos, y así se convirtió Schnitzler en un mito; tanto que fue él quien pidió que se dejase de representar La ronda para intentar para la tergiversación.

Más de un siglo después de que Schnitzler escribiese La ronda, Peter Morgan escribe el guión de 360, película que no incluye en sus títulos de crédito a Schnitzler; y sin embargo  todo el mundo da por hecho que Morgan se ha inspirado en La ronda. Este extraño hecho se debe a la peculiar estructura de la obra de Schnitzler, donde una serie de historias románticas se van uniendo a través de los personajes como si se dieran el relevo. Es cierto que esta idea original del escritor ha sido mil veces copiada e imitada, y si bien Morgan se inspira en la obra literaria y hace más un homenaje con evidentes guiños que una versión, hubiese sido educado por su parte incluir en los títulos de crédito al escritor que tuvo la idea allá por el 1900. La verdad es que 360 no me suscitó una gran interés al verla; es una película visualmente bien realizada, con unos actores más que correctos y con una historia fríamente calculada que nos deja fríos. También es cierto que noté la herencia de La ronda y que no prestaba atención a la pantalla durante los títulos de crédito. Un tiempo después intenté recordar el título de la película, busqué en www.imdb.com a través de Arthur Schnitzler y cuál fue mi sorpresa cuando efectivamente encontré la película de la que quería hablar pero al lado del nombre del autor austriaco me encontré la palabra que me mosqueó: «uncredited«. No era yo el primero y ni mucho menos el último en darse cuenta de que alguien había querido tomarnos un poco el pelo, pero como los derechos de autor ya han caducado…

Jude Law y Rachel Weisz en un fotograma de «360» (Magnolia Pictures)

Ambas empiezan con una prostituta en busca de un cliente y ambas terminan con la misma prostituta ganándole la ronda al poderoso, en una especie de cierre del ciclo de la vida en el que siempre alguien sale ganando y alguien pierde; pero el sentido original se pierde porque ya no es la sociedad aristocrática la que deja paso a la nueva y cínica burguesía. En la nueva interpretación de La ronda la prostituta gana al mafioso, no hay clases y algunos personajes sobran completamente por estar metidos con calzador. Morgan y Meirelles intentan disimular las costuras añadiendo calculados cruces de personajes y situaciones aparentemente realistas, pero no se dan cuenta de que el gran acierto y descubrimiento de Schnitzler es enseñar las costuras, buscar el extrañamiento y pasarse por el forro el realismo al sustituir a los clásicos personajes por unos tipos despersonalizados que pasan de una historia a la siguiente y que parece que follan para autodestruirse. Lo interesante de La ronda de Schnitzler (como en la versión de Ophüls) es que descubre al lector y/o espectador en su propia alienación. Y extrañamiento es justo lo contrario de lo que podemos sentir viendo 360, cuando es el auténtico quid de la cuestión.

Fotograma de «Le Ronde» (Max Ophüls, 1950)

Ahora que he vuelto a escribir la mitad de lo que ya tenía apuntado para incluir el revelador hecho, me voy a permitir el lujo de seguir hablando de aquella película de 1950, porque la película homónima de Max Ophüls vale su peso en oro, por todo su metraje, aunque merezca especialmente la pena recordar esos segundos en los que vemos al narrador-titiritero cortando un trozo de celuloide para decirle al espectador, con todo el descaro del mundo, que, efectivamente, los personajes follaron pero que tal escena sería censurada si se mostrase, ya fuere de manera más o menos explícita. Schnitzler hizo lo mismo añadiendo unos gruesos guiones horizontales para eludir la escena sexual. El escándalo que se puede llegar a provocar con unos gruesos guiones horizontales… Se ha escrito tanto sobre Ophüls que no voy a empezar ahora a repetir lo mismo una vez más, salvo que se especializó en adaptar novelas junto a otros guionistas y que, por tanto, este artículo podría hacerse interminable si realmente fuese sobre Ophüls y sus colaboradores.

Fotograma de «Le Ronde» (Max Ophüls, 1950)

En La ronda lleva al máximo el espíritu peleón de Schnitzler y añade toda la metanarrativa que puede, buscando ese extrañamiento del que hablaba antes y para dejar claro que La ronda es más un ensayo que otra cosa. En un momento mítico, al final del metraje, un personaje le pregunta al narrador-titiritero interpretado por Anton Walbrook: – Me parece haberle visto antes en algún otro sitio. Y la conversación sigue así: – Me muevo mucho. – ¿Hace mucho que sirve aquí? – Yo no soy el sirviente, estoy aquí por amor al arte. – ¿De qué arte? – El arte del amor. Pues eso, que si no la han visto ya deberían estar buscándola.

Jesús Díaz de Lope

Jesús Díaz de Lope

Nació en septiembre de 1984 de manera esperada, estudió desde chiquito con los salesianos, salió de allí y acabó licenciándose en Sociología, a la que no se dedica. Luego estudió otras cosas y ahora realiza trabajos de lo más variopintos, va complusivamente al cine y tiende a escribir por la noche.

2 Comentarios

  1. Uno de los mejores dramaturgos de su momento, creador de personajes verdaderamente complejos. Lástima que los directores que se han inspirado en sus dramas y novelas no le hayan hecho justicia.

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