José Carlos Somoza: «Un libro tiene que ser lo que el libro quiera contar»

Desde que en 1994 publicara su novela iniciática Planos, José Carlos Somoza (La Habana, Cuba – 1959) ha establecido un pacto con los lectores y consigo mismo: el de no dejar de sorprender. No fue hasta 6 años más tarde, con La caverna de la ideas, que obtuvo el reconocimiento pleno de la crítica y de un público cada vez más entregado. A partir de entonces, la solidez de sus propuestas y el bagaje que conlleva la experiencia le ha hecho merecededor de un respeto pocas veces otorgado a autores de ficción, digamos, comercial.

José Carlos Somoza (Foto © Amaya Aznar)

Sus intrigas, que nada tienen que envidiar a las de los autores anglosajones, navegan entre las inquietantes parábolas que surgen ante la condición humana y los frutos con los que alimentamos nuestro intelecto. Con El cebo (Plaza & Janés) da un nuevo salto narrativo en el que adquiere protagonismo el psinoma, un avance de la ciencia que permite identificar a los individuos a través de una interpretación numérica de nuestro comportamiento. Un ADN psicológico muy práctico para «cazar» a asesinos en serie haciendo uso de «cebos», agentes especiales expertos en conductas humanas entrenados con el propósito de provocar el deseo de los criminales. La protagonista de este apasionante thriller, Diana Blanco, es una de estas profesionales y se verá sometida a un arriesgado caso con el que se pondrán a prueba sus límites al ser su hermana la próxima víctima de un homicida conocido como «El Espectador».

A los que te seguimos desde hace años, nos has pillado con el pie cambiado. El cebo es una novela de misterio, género en el que ya has trabajado de manera habitual, pero marcas ciertas diferencias con lo anterior.

Todas mis novelas son distintas, unas de otras. En esta ocasión no he tratado de hacer un experimento, aunque el tema principal se distancia de la pauta del thriller al uso, lo que podría hacer pensar en eso. Como te decía, mantiene distancias con La llave del abismo o, si me apuras, con Zig Zag, en la que se especulaba con cosas un poco más abstrusas. Aquí, en El cebo, hablamos de que los deseos, la psique, lo que somos y nuestra psicología, puede ser expresado con fórmulas, puede ser conocido y, por lo tanto, reproducido. Es algo no tan alejado de lo que estamos viviendo en cuanto a manipulación psicológica, etc.

No es un experimento, pero te sales de las normas a las que nos tenías acostumbrados. Estamos ante un libro más teatral, algo que tiene su por qué, incluso en la manera en la que abordas las escenas.

Sí, como ya bien sabes, concedo mucha importancia a que la forma se adapte al fondo. El libro tiene que ser lo que el libro quiere contar y no al revés. No puedo adoptar un tema determinado a la forma que quiero. La forma siempre viene detrás de lo que quiero explicar. Y en este caso, se trataba del mundo de la representación, más que del teatro. El cómo representamos ante los demás. Se trataría del teatro humano, partiendo de la famosa frase en la que se dice que el mundo es un teatro y los hombres y mujeres que en él vivimos estamos interpretando. A fin de cuentas, ¿de qué manera representamos un papel ante los demás? Esa es la temática de El cebo y tenía que contarla desde un punto de vista teatral, donde entraran y salieran personajes.

Y en este teatro de la vida, todos vamos cubiertos con diferentes máscaras.

Totalmente cierto. Y es una manera sana de vivir. Se dice muchas veces que no podemos decir lo que pensamos porque hay mucha gente que se oculta detrás de esa excusa. «Â¡Voy a serte sincero!». A veces eso es mucho más insano que el disimular o el reaccionar de acuerdo a cada ambiente o situación. Los seres humanos tenemos que tratarnos bien, con respeto. Y muchas veces, detrás de ese «voy a serte sincero» se esconden deseos de hacer daño. Pero, por otro lado, la sinceridad con uno mismo es fundamental. También hablo de eso en la novela. La protagonista vive de la mentira, de fingir, de los papeles que interpreta para atraer a los delincuentes. Al mismo tiempo, necesita ser sincera consigo misma, reconocer que tiene una serie de sentimientos que debe respetar. Es la contradicción en la que se desarrolla el libro.

Tu trayectoria está marcada por los aspectos psicológicos que están presentes en las novelas, de tu relación con esta rama de la ciencia como profesional… Y hay un juego interesante en el que explotas esa faceta con la protagonista, que, como has sugerido, recurre a la mentira para conocer la verdad.

Sí, y de hecho, a veces utiliza la verdad para mentir. Es un personaje que me ha encantado representar. Tanto, que le he dado la voz narradora en buena parte de la historia. Es mi forma de ver la cuestión haciendo uso de la interpretación, la profesionalidad de los cebos representados en el personaje de Diana Blanco, que está considerada como la mejor del grupo. Eso se refleja en una persona que, al mismo tiempo, no es de fiar. Diría que el lector debe estar prevenido. Diana Blanco oculta cosas a sus compañeros, pero también a quienes la siguen leyendo la novela.

Has dicho en alguna ocasión que los lugares, los espacios físicos en los que se mueven tus personajes, te llegan cuando ya estás en plena faena. En El cebo, redundando en la idea del teatro, tienen una trascendencia vital. La narradora los contempla como parte de esa escenografía en la que se mueve. Siendo un concepto tan fundamental para el libro, ¿tuviste clara desde el principio esa conexión con el decorado?

Bueno, empecé El cebo con la idea de que resultaba interesante reflejar cómo alguien puede convertirse en el deseo de otro. Ese es el punto de partida. Cuando pienso en la manera de representar el deseo ajeno, advierto que la palabra «representar» tiene mucho de teatral y me doy cuenta de que ese era el camino. Debe estar el teatro y, por supuesto, Shakespeare, implicado en todo este asunto. De alguna manera, esa representación me llevó a escribir de lo que es la función de teatro en la vida. Es un ámbito artístico que, sin saber el motivo, tenemos algo apartado de nuestra necesidad cultural, cuando antes era fundamental para saber lo que somos, cómo somos y nuestro destino. Hoy, el teatro permanece en un segundo plano. Sin embargo, me parece fascinante la manera en que se demuestra que podemos ser otros en el escenario de la vida, pudiendo atraer al «espectador» que, a fin de cuentas, es el apodo del asesino de mi novela, con este tipo de, recurriendo a un punto de vista aristotélico, catarsis. Es lo que más he perseguido, ha sido mi fuente de inspiración.

No es la primera vez que te introduces en el mundo de Shakespeare. Te sirvió de herramienta para la obra teatral Miguel Will. En tus anotaciones a la novela dejas clara la huella que ha dejado el Bardo y lo complejo que resulta hacer algo diferente tomando algo de él. Aquí nos haces partícipes en el juego de descubrir lo que se esconde detrás de las obras de Shakespeare.

Quería transmitir al lector que no se trataba de un simple misterio en el momento presente. En realidad no buscamos saber quién es el asesino, sino quiénes somos cada uno de nosotros. ¡Y quién fue Shakespeare, en cierto sentido! Un autor capaz, pese a la época y circunstancias en las que tuvo que vivir, con ese mundo tan pequeño como el que vió, de penetrar en el carácter de cada uno de sus personajes. Quería contar también esa historia, darle una explicación a ese gran enigma que, a fin de cuentas, no es más que el misterio de la creación literaria. Y eso sin transformarla en una novela histórica, género en el que siempre me ha parecido que se habla a través de otros que ya han muerto, sino adentrándome en misterios que se extienden desde el pasado hasta el día de hoy, sin haberlos sabido comprender. En ellos encontramos la explicación de muchas de las cosas que nos suceden.

La novela está ambientada en un futuro no muy lejano en el que la tecnología parece no avanzar más y se vuelve a recurrir a lo humano, a los «cebos». ¿Crees que llegará la hora en que se recupere lo primario?

Ese momento está muy cerca. Vivimos un momento en el que los avances tecnológicos han llegado a un tope. No podemos esperar más de ellos. Y, desde luego, lo que no podemos esperar nunca son respuestas. Recibiremos de la tecnología servicios, utilidades, quizás comodidad. Para esas cosas nos es útil y sirve para eso en El cebo, con los hogares domóticos. Confiar en ella y hacer del mundo criminal un CSI, una ciencia forense hipertecnológica, es un camino sin salida. Lo que importa al final, a lo que se dirige todo, es a nosotros mismos. En este caso habrás advertido que no es un regreso en el que se deje al margen la propia tecnología. A fin de cuentas, el psinoma es el conocimiento a través de unos ordenadores que han logrado detallar nuestras conductas, especificarlas, cuantificarlas… Pero la dirección del enfoque es diferente. No hablo de mejores aparatos ni de superación de los procesadores. Hablo del conocimiento de la persona a través de la ciencia que, esta sí, puede que no tenga fin y avance hasta allí donde llegue el ser humano. La ciencia existe desde que a alguien se le ocurrió rozar dos piedras e inventar el fuego y nos ha acompañado siempre para tratar de descubrir algunos por qué. Ese es el regreso que propongo, cubrir una de las preguntas. ¿Cuál? Por qué somos como somos y por qué deseamos lo que deseamos.

¿La naturaleza humana no puede abarcarse más que con la racionalidad del pensamiento, dejando en un segundo plano esa tecnología? En el caso de la psicopatía parece más que evidente. Es un juego psicológico, como en el caso de los negociadores en los robos o secuestros.

Sí, pero fíjate que ofrezco  una visión más amplia de lo habitual. En el cuerpo de policía, actualmente, el uso de los cebos está plenamente aceptado en casos de asesinos en serie, en los que conocemos las pautas y podemos controlar la ubicación y las características de la víctima. Sí, como dices, es un juego en el que se intenta comprender el papel teatral que juega cada uno para identificar la situación y actuar en consecuencia haciendo una representación. Da igual que el objetivo sea un asesino, un terrorista, un grupo organizado… Se conocen los deseos y pueden ser interpretados en un papel como si fuera un texto o el código genético. De esta manera, es posible atraer a toda clase de individuos.

Algo que ayuda mucho a delimitar el aire teatral de la novela es el hecho de que el espacio en el que se mueven los personajes es reducido. Así como en la mayoría de tus historias haces viajar a los protagonistas por medio mundo, en El cebo apenas se mueven de Madrid.

Cierto. Y es más, te diría que cada capítulo representa una escena y los personajes actuan en un único decorado. La localización espacial es muy clara, como la temporal, que se desarrolla en un intervalo muy ceñido. Como te decía al principio, rindo la forma al fondo, así de sencillo.

Sin olvidar que cada capítulo, además, tiene relación con una obra determinada de Shakespeare.

Exacto.

William Shakespeare

Otra de tus habilidades narrativas, la metaliteratura.

Sí, en La llave del abismo hablé de Lovecraft, en Clara en la penumbra me apoyé en el Arte, en Zig Zag abordo la física cuántica… y en casi todo lo que escribo interviene la cultura. No creo que hagamos cosas sobre la nada. Hacemos los libros sobre otros libros. Por lo tanto, no hay que lamentarlo con la típica frase «no hay nada nuevo bajo el sol». No es deseable que haya algo nuevo, porque lo nuevo está fuera de nuestra tradición cultural e, inevitablemente, nace condenado al fracaso. Las grandes obras se construyen partiendo de otras grandes obras y nuestros pensamientos surgen escalonadamente. Hay que trabajar con el soporte que ya tienes para construir otra cosa.

¿Y qué te impulsa a encender la luz y escribir sobre un soporte determinado?

No quiero descubrirlo (risas).

Quieres mantener el secreto.

No, no quiero descubrirlas yo mismo (risas). Me da un poco de miedo, porque pienso que si lo descubro después no sabré encontrar el camino. Es algo tan íntimo como si me preguntaras por qué amo a determinada persona. Nunca sabes por qué y, en la mayoría de ocasiones, es preferible no saberlo. Simplemente la amo, simplemente  surge la idea. Y es así. Me gusta desconocer el origen y prefiero tener esas ideas y que me gobiernen como lo hicieron al construir El cebo. Sí que tengo clara la idea primigenia de esta novela que, como comentaba antes, era saber cómo sería que alguien quiera convertirse en el deseo de otra persona y de qué manera lograrlo. Y no necesariamente porque la ame. La idea me atormentó durante mucho tiempo hasta que decidí escribir sobre ella. Pero si me preguntas como nació esa idea, la verdad es que no podría responderte.

Bueno, quizás leyendo a Shakespeare.

Tal vez, en casi todas sus obras hay manipuladores. Quizás no vayas desencaminado. Y en la propia vida estamos sometidos a una manipulación constante. Dejando al margen la tecnología, el mundo que reflejo en El cebo es actual. La publicidad, los medios de comunicación, la política… O internet, que lo que hace es devolverte lo que buscas, conoce tus gustos. Me llama mucho la atención porque no hay un ser humano detrás. La mayor parte de las veces son programas, configuraciones estadísticas frías y neutras. Vivimos en un mundo de cebos.

José A. Muñoz

José A. Muñoz

José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.

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