Cerca de la frontera que separa Francia de España, en el pequeño pueblo de Portbou, se da una mezcla curiosa de idiomas que desconcierta al visitante. Se oyen frases en un francés primario, impregnado del contacto fronterizo con el catalán, un acento que suele llamarse, con cierto desprecio y condescendencia, el “patoisâ€, a la vez que se distingue también un tosco español y un catalán afrancesado, que lleva reminiscencias del provenzal. Ése mélange extraño de lenguas refuerza el sentimiento de no-lugar, de incerteza topográfica en el visitante que llega en el autobús y aterriza en el pueblo como un recién llegado que, al oÃr las voces, no acaba de ubicar su propia situación en el mapa.
Llegamos a Portbou después de hacer autoestop desde Cerveres y de recorrer la sinuosa carretera estrecha que sigue el mar por entre el verde de las viñas. Nuestro destino es la estación de trenes, que resulta estar en lo más alto del municipio. Aunque apenas gozamos de media hora, en el coche, le preguntamos a nuestro amable conductor por la existencia de algún recuerdo a Walter Benjamin que pueda ser fugazmente visitado. Sorprendido e intrigado, éste, se hace repetir el nombre para luego, negar con rotundidad la cabeza. Nos dice que él viene a Portbou a abastecerse de cigarrillos, cuyo precio es infinitamente más barato que en el lado francés de los pirineos. Nos parece lógico, asentimos, y dejamos el tema de Benjamin para pedirle si nos puede dejar en la estación.
El coche resigue la empinada calle principal, escoltada por una fila de árboles a cada lado, hasta llegar arriba. Nos quedamos de pie delante de unas escaleras, cuyo final no es visible desde abajo y que llevan, por lo visto, a la estación de trenes. El francés que tan amablemente nos ha llevado hasta aquà se despide en el estanque y nos deja delante de las escaleras. Son unas escaleras anchas, grises, si se me apura quizás un poco frÃas también, que ascienden hasta el infinito en forma piramidal.
Antes de empezar la ascensión advertimos una placa conmemorativa que informa al visitante de la detención, retención y del traslado a la fonda França de Walter Benjamin, a su llegada desde Francia, pocas horas antes de su muerte por suicidio. De esta manera y en este lugar se truncaba, años atrás, la huÃda del intelectual judÃo hacia Estados Unidos, donde muchos de sus compañeros ya se habÃan exiliado antes, lejos de las garras de las autoridades fascistas europeas.
La ruta que pretendÃa hacer Benjamin antes de llegar a Portbou pasaba por cruzar los Pirineos y huir a Lisboa, donde debÃa tomar un barco hasta América. Ése largo y premeditado periplo se vio sin embargo reducido a su mÃnima expresión en el pequeño pueblo ampurdanés de Portbou. Más tarde, las autoridades del pueblo decidieron, supongo que no sin cierta e inconfesable incomodidad, inmortalizar ese intento fallido de huÃda con un recorrido que consta de unas pocas placas conmemorativas a lo largo del pueblo, algo risible si se compara a los centenares de kilómetros que tenÃa la verdadera ruta del escritor y que quedaron de ésta manera diluidos, reducidos a la quimera.
Aún delante de las escaleras, oÃmos a algunos niños del pueblo que juegan al escondite en una plaza a pocos metros de nosotros, y unas mujeres parlotean alegremente en uno de los bancos de la misma plaza –una de ellas me dirÃa que la fonda França hace tiempo que no existe, sonriendo, despreocupada-. Las placas, esa memoria escondida y desconocida por la gente de la zona contribuyen, a nuestros ojos, a hacer de Portbou un pueblo espectral, remoto, aislado, en el que parece que se haya detenido el tiempo. Las placas, en determinados rincones del pueblo, configuran un curioso laberinto, un curioso recorrido que parece, desde el mismo inicio, inacabado e incompleto.
Miramos escaleras arriba y sentimos algo parecido al vértigo. El peso de ese vértigo recae exactamente en esas escaleras que hemos de subir, que se empeñan en desafiarnos desde la cumbre. Llevamos unos minutos sin decir nada. Pensamos que más arriba, tras la ascensión y del otro lado, encontraremos el tren que nos llevará por fin a Barcelona aunque, pensamos, no tenemos de ello ninguna certeza.
En casa hojeo uno de los proyectos del artista catalán Francesc Abad, quién ha trabajado a fondo la relación vinculante entre el pequeño pueblo en el que acabamos de estar y el pensador alemán. A través de sus propuestas reescribo mi experiencia de unas horas antes; Mauthausen, el turó de l’home, el acto de subir ciento ochenta y seis escalones, la palabra MASSKO repetida una y otra vez, un niño llamado Hurbinek y el vacÃo causado por la desaparición del Hostal França, “más allá solo hay humo y, allà donde hay humo, hay un cambioâ€, que decÃa René Char. Todo ello para decir que Portbou ejerce a la perfección, y des de hace años, su condición de pueblo limÃtrofe; encarna esa mezcla entre olvido y memoria que resulta tan inquietante.
http://www.blockwb.net
http://walterbenjaminportbou.cat/es
 Àlex Reig
* FotografÃa de la estación de Portbou © Bernat Borrà s, reproducida con su autorización (www.trenscat.cat)
Oigan, ese Sebald no era más que un copión!