Dejar constancia de todo aquello susceptible de no entrar en la categorÃa de lo “literarioâ€.
de los mÃnimos detalles del dÃa a dÃa.
de aquello que tendemos a no ver, a olvidar.
del insólito cotidiano.
El mundo maravilloso de Perec lo pueblan los objetos, las palabras y las listas inacabables.
Perec, ese raro divertido, ese hijo de poloneses vÃctimas de la segunda guerra mundial: educado en casa de su tÃa durante toda su infancia, Perec, que emprende las más extrañas empresas literarias, el amante de los gatos… Perec que según Bolaño era el mejor novelista de la segunda mitad del siglo XX, ese anómalo autor que los académicos tienden a relegar a un segundo plano por estar aún demasiado vivo.
Perec es, sin duda, uno de los escritores más carismáticos e interesantes de la literatura contemporánea. Su percepción de la literatura, con frecuencia vinculada a la experimentación o a lo lúdico de la manera más restrictiva, impide a veces ver esa bella relación que guarda con lo humano, con la memoria. La obra de Perec, sin parecerlo, sigue esa máxima de Montaigne según la cual la filosofÃa (o la escritura, en este caso) no es una preparación para la muerte sino para la vida. Perec encuentra en los objetos o en los espacios aquello que le conecta con su pasado, con su condición y con su “yo†más Ãntimo. Y es en este ejercicio de autoconocimiento que descubrimos con agrado al otro Perec.
En su Tentativa de agotar un lugar parisino, toma nota exhaustivamente de todo lo que pasa en la plaza Saint Sulpice durante tres dÃas, en Espèces d’espaces analiza metódicamente todos los espacios abstractos y fÃsicos entre los que, simbólica y fÃsicamente, se encabe toda nuestra vida, en W o el recuerdo de la infancia describe una puerta blanca, antaño puerta de entrada a una peluquerÃa en el barrio de Belleville. Hay en este aspecto una pretensión cientÃfica de abordar de una manera determinista la totalidad de las cosas que suceden a nuestro alrededor, de contener de forma matemática la esencia de las cosas, sus múltiples probabilidades a través del método conceptual descriptivo. Sin embargo, son las cosas como esa puerta blanca, cuya descripción en un libro de Vila-Matas hizo llorar a Bolaño, que daba entrada a la peluquerÃa de la madre de Perec (la misma que se propuso el autor describir durante varias sesiones para descubrir aquello que le unÃa a ella) la que encarna el lado más humano de la literatura perequiana. También las habitaciones en las que dice haber dormido a lo largo de toda su vida, o las confesiones que nos brinda acerca de la importancia de las camas, de nuestro apartamento, de nuestra escalera o de los espacios Ãntimos, únicos e intransferibles. Todo ello con ese francés sutil, como pocas lenguas pueden serlo, que aún no se ha logrado captar en ninguna de sus traducciones al español.
Pero quizá uno de los aspectos más interesantes del mundo de Perec es ese pulso que parece mantener con su propia soledad; y es que entre las páginas de sus libros no puedo dejar de ver a un solitario que dialoga consigo mismo a través de la literatura, combatiendo el silencio que le rodea. Pienso en el Perec que pasa tres dÃas enteros en una discreta mesa del café de Saint Sulpice, o en el que pasa las tardes ante una puerta, como Pla, pensando el adjetivo perfecto, o en el que decide comenzar un libro para recuperar su infancia perdida, o en el que cuenta los autobuses y contempla los hábitos de las palomas por la mañana desde un banco, o en el que imagina el plano de un gran edificio cuya fachada ha desaparecido. Y entonces ya no veo al autor, a Perec, sino al hombre encerrado un su rutina hermética y a la vez familiar, a ese extraño cercano que vive tranquilamente entre las cosas y que luego nos lo cuenta en escritos, medio en broma o en forma de juego, a través de los cuales podemos reconstruir una entrañable biografÃa del ocioso solitario.
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Àlex Reig