Viola Di Grado: «Las palabras son una de las cosas en las que tengo más fe»

Viola Di Grado (foto © Chus Sánchez)

Cuando Setenta acrílico treinta lana salió al mercado de la mano de la editorial barcelonesa Alpha Decay, obtuvo reacciones encontradas: parte de la crítica la consideró un fenómeno puramente mediático y de baja calidad literaria mientras que la otra, la acogió con los brazos abiertos, en un gesto -por lo mismo- vaciado de cualquier significado, como sucede con la mayoría de las novedades reseñadas en medios hegemónicos, en las que el dosier de prensa pasa directamente a la letra impresa. En el primer caso, había más prejuicios que valoraciones literarias objetivas; se quiso identificar a Viola Di Grado con ciertas corrientes del hype literario español, especialmente con la que concierne a los “jóvenes narradores”, con las que poco o nada tenía que ver, por lo que la recepción de su obra se vio afectada por las simpatías o antipatías que esas falsas asociaciones despertaban en algunos lectores. La estética cercana a lo gótico que rodea la figura de su autora (que suele fotografiarse con orejas de gato o vestida completamente de negro) sirvió, a su vez, para radicalizar esos posicionamientos y contribuir aún más en generar prejuicios negativos. Curiosamente, eso daba cuenta precisamente de algo que viene haciéndose cada vez más evidente: la manera en que parece primar la figura mediática del escritor por encima de su obra, que es, en última instancia, el soporte intrascendente sobre el que proyectar todo tipo de relatos y construcciones publicitarias, hasta el punto en el que el autor es juzgado únicamente por su figura y no por lo que produce.

Setenta acrílico treinta lana apuntaba maneras interesantes y el nacimiento de una nueva voz original y personal. Planteaba el problema de la incomunicación y lo hacía a través de ingeniosos juegos con el lenguaje y de un mundo expresivo propio.

Háblanos un poco de ti, ¿cómo es un día normal en tu rutina?

Por la mañana me levanto, me visto, cojo el portátil y me voy a alguna parte; no importa cuál. Vivo cerca de un bosque, un sitio del todo silencioso, lleno de ardillas y pájaros extraños; comparto casa con doce personas, la mayoría de ellos rusos y polacos que, por lo general, son bastante discretos. No puedo escribir en mi habitación, esté donde esté. Me gusta escribir en sitios en los que haya mucha gente o muchos pájaros, o lo que sea, porque necesito que haya ruido de cualquier tipo a mi alrededor. Eso me hace sentir rodeada de movimiento; no puedo soportar el estatismo. Odio el silencio porque deja que oiga demasiado fuerte mis pensamientos, y si algo quiero es que mi escritura sea justamente una lucha entre esos pensamientos y el ruido de todo lo que me rodea.

Por supuesto odio cualquier idea de “rutina”, por lo que suelo sorprenderme a mí misma haciendo cosas que no había decidido en un principio: por ejemplo, si decido ir a pasear (algo que me encanta) tal vez acabe escribiendo en el ticket de la compra de alguna tienda, o en la servilleta de un bar. Si por el contrario decido llevarme el portátil a una cafetería (algo que suelo hacer muy a menudo), no es extraño que acabe paseando por el bosque. En realidad acabo siempre haciendo algo totalmente distinto de lo que me he propuesto hacer al salir de casa.

También encuentro cierto placer en visitar cualquier tipo de exposiciones, especialmente las más extrañas, e ir al cine. Me gusta mucho ver películas y hacer fotos: siempre llevo mi cámara encima. También suelo recoger lo que encuentro por el suelo: objetos perdidos, muñecas, medallas, bufandas, guantes, cartas, lo que sea. Los colecciono y luego los uso en collages que realizó con otros materiales como el papel reciclado o trozos de ropa.

En todo lo que hago me siento como una exploradora, o como una astronauta, porque no me siento parte de este planeta.

Acerca de esto que acabas de comentar, decía Jesús Lizano en una entrevista reciente algo parecido. Supongo que es una buena respuesta ante esa necesidad tan extendida en la era de la información de querer saber todo sobre lo que nos rodea, aquello de lo que en realidad no formamos parte, porque no es extraño y no tenemos ningún poder sobre ello.

Sí, tiene que ver sobre todo con el sentimiento de sentirse extraño y tomar nota de todo aquello que nos parece extraño. Yo personalmente encuentro la mayoría de las cosas potencialmente extrañas. También tiene que ver con lo que experimento al tratar con otras personas: como si se tomaran por supuesto ciertas convenciones o patrones de conducta en los que definitivamente no creo y a los que no quiero subyugarme.

En ese sentido, ¿piensas que es mejor estar en un sitio extraño para así poder tomar nota de aquello que, de estar en un sitio familiar, se nos pasaría por alto?

No, no; me siento extraña en el mundo y por eso experimento el sentimiento de lo extraño donde quiera que esté. Ahora mismo en Italia. Claro que cuando estoy en un sitio extraño el sentimiento es mucho más intenso. Cualquier viaje es excitante para mí: “el viaje en sí ya es estar en casa”, que decía Basho.

Allí en Italia debes sentir una gran diferencia con respecto al clima en Inglaterra.

Claro. Estoy en Sicilia y aquí todo es sol, algo que repercute directamente en mi estado de ánimo, aunque sinceramente, detesto bastante el sol.

Prefieres acaso el tiempo de Leeds? Mientras leía la novela pensé que el tiempo era, sin duda, uno de los protagonistas del libro.

Lo es. De hecho es el más fuerte porque al fin y al cabo es el único que termina ganando a los demás.

¿Te consideras una persona solitaria?

Soy una eremita en cierto modo, y sueño con vivir en algún sitio desértico en Islandia, con un montón de conejos, o en la gruta de cualquier montaña china. Así que sí, probablemente me pueda considerar una persona solitaria. Esa es una de las razones por las que me gusta Islandia: encarna a la perfección la idea de soledad sin ninguna pretensión de ser un sitio en el que vivir. Es la expresión geográfica de mi soledad. Por otro lado, creo que los novelistas se sienten siempre más solos que otra gente.

Supongo que a esto también podría añadirse la música de Björk o grupos como Sigur Rós, en los que de alguna manera también hay esa obsesión por los espacios desérticos.

No, no me gustan Sigur Rós ni las bandas en general.

Viola Di Grado (foto © Chus Sánchez)

¿Qué significa para ti el acto de escribir?

Escribir es una necesidad biológica para mí. Si no escribo me siento enferma. Pero cuando no escribo en realidad es como si la escritura filtrase la manera en la que vivo: mientras no escribo, mi cabeza elabora en términos de escritura lo que hago. Así que podría decirse que no hay un solo momento de mi vida en el que no esté escribiendo.

Has mencionado que para ti la escritura es como la vida, que pasa casi al mismo tiempo, ¿como describirías tu relación con las palabras? ¿Te consideras una escritora flaubertiana, en el sentido en que necesitas encontrar siempre “le mot juste”? ¿Es esta la razón por la cual te gusta jugar con las palabras y crear-les nuevos significados, porque no encuentras en el lenguaje corriente aquello que realmente se ajusta a lo que quieres decir?

Creo mucho en las palabras; son una de las cosas en las que tengo más fe. Creo que las palabras tienen el don de mostrarnos el mundo tal como es y esto es una de las cosas que más me interesan. Mis palabras expresan esa búsqueda. Por ejemplo, a través del cambio de los sentidos, intento poner en evidencia los lugares comunes y las convenciones en el acto, y por lo tanto, expresar su falsedad, construyendo un realidad alternativa mucho más vinculada a la actual.

Otra de las cosas que quisiera preguntarte es acerca de tu lector ideal y de si lo tienes en cuenta al escribir.

No tengo un lector ideal, pero puedo decirte que la mayoría de la gente que me manda mails están por encima de la cuarentena.

También si eres consciente de los riesgos que puede asumir una novela como la tuya al guardar cierto parentesco, o al poder ser fácilmente confundible, con una novela adolescente, con las convenciones del género: enajenamiento, incomprensión, incomunicación, personajes weirdos, etc. ¿Es realmente esa una frontera tenue, la que separa tu libro de otros así?

No veo el cómo una novela como la mía podría acercarse a una novela para adolescentes. No solamente Camelia no es una adolescente (tiene 21 años), sino que no hay nada en ella que pudiese formar parte de una novela adolescente. La novela habla del lenguaje y de la comunicación, en un sentido que nunca tiene en cuenta los problemas específicos de comunicación de los adolescentes. Respecto a lo de personajes extraños, o a lo de historias bizarras de amor, ¿por qué las historias de amor raras tendrían que ver únicamente con los adolescentes? Ocurre lo mismo con el tema de la depresión y de la incomprensión. Los sentimientos que Camelia pueda experimentar respecto a la incomprensión no tienen nada que ver con el tema de la edad: al contrario, es evidente que en la novela ella no comparte ninguno de los valores que caracterizan a los adolescentes. Cuando Camelia se hace daño físico, es una metáfora de su acercamiento físico con Wen, que empieza cuando ella le pinta caracteres chinos en la piel. Cuando falla la aproximación, el lenguaje se vuelve sobre sí mismo, y Camelia se lo escribe a sí misma con un cuchillo. El cortarse es la versión masoquista del reverso de la comunicación, cuando ésta falla.

En algunas reseñas  de tu libro aquí en España, se ha señalado, desde ciertos sectores y de forma un tanto despectiva, tu preferencia por las escenas escatológicas y sexuales, como si éstas fueran solamente un modo de llamar la atención. ¿Como explicas estas reacciones?

Estoy lejos de interesarme por ningún escándalo. Los escándalos tienen que ver con los tabúes y creo que el sexo aún es tabú en Europa. Como escritora, obviamente, tengo que ir más allá de todas estas cosas. Todo lo que escribo, incluyendo las escenas de sexo, es estrictamente funcional. El despertar de Camelia en la vida, desde el momento en que es rechazada en el plano emocional, tiene que producirse en la dimensión sensorial: es a través de su cuerpo que es capaz de revivir. Y el cuerpo es piel, huesos, músculos, placer sexual, menstruación y todo lo demás. Lo corporal actúa aquí como sustituto de lo sentimental.

¿Cómo organizas la ejecución de la novela? Cuáles fueron los pasos para escribir Setanta Acrilico…?

Trabajo en una novela como si se tratase de una escultura: modificando constantemente su cuerpo entero; constantemente moviéndome atrás y adelante.

¿Estás trabajando en algo actualmente?

Sí, estoy trabajando en una nueva novela y en algunos relatos cortos para antologías y revistas y en una charla sobre Lacan.

¿Y de qué tratará esa nueva novela?

Es aún algo bastante caótico, pero puedo decirte que en ella el uso de la palabra es tan extraño como en la anterior, aunque de otra manera.

Àlex Reig

Àlex Reig

Àlex Reig (Barcelona, 1989). Es poeta y vive en Barcelona.

2 Comentarios

  1. Después de leerme «Setenta Acrílico Treinta Lana » me quedé como si la autora me hubiera rajado de arriba abajo, me hubiera arrancado las vísceras y se las hubiera comido con insolencia frente a mi. Te deja devastado y descolocado, pero permanece en tu cabeza mucho después de haberlo leído

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

«Poesía, Ontología y Tragedia en Fernando Pessoa», de Pablo J. Pérez López

Next Story

«Pensar el siglo XX», de Tony Judt (con Timothy Snyder)

Latest from Entrevistas