José Ignacio Valenzuela: el genio creativo que despierta a América

José Ignacio Valenzuela (foto © Rod Pinto-Hoffmann)

José Ignacio Valenzuela, conocido por el apodo de “Chascas” (por su cabello), es un escritor y guionista chileno, de teatro, cine y televisión, y tiene en su haber varios cuentos y novelas. Inició su carrera muy joven, participando en talleres literarios y, luego, como guionista en teleseries; lo anterior, sólo por citar algunas de sus notables actividades. Además, ha demostrado un enérgico talento, trabajando sin detenerse y compartiendo con generosidad sus conocimientos, mediante docencia y diversos artículos en diarios y revistas. Ha sido un escritor muy original, que no sólo ha ido utilizando las herramientas propias de la academia, sino que también se ha involucrado íntimamente con la realidad humana y sus procesos contemporáneos, sin disociar estas experiencias con la contemplación de las riquezas de sus propios pensamientos y emociones, placeres y angustias, sus búsquedas y reflexiones psicológicas, sin evadir, en momento alguno, las preguntas acerca de la identidad o el ser, o las conclusiones de sabiduría que le han presentado tan arduas labores.

Se puede afirmar, sin riesgo de equivocarse, que este autor es valiente y nada le importa la crítica o la sumatoria de juicios que, con o sin contundencia, han llegado a sus oídos, por sus incursiones en diferentes escenarios, especialmente transformando los paradigmas que existen con tan eclécticas creaciones. De hecho, estas mismas ideas las explicó en su conferencia «Aproximaciones a la escritura massmediática», en el contexto del Spanish Matters Colloquium, en la University of Puget Sound, en la ciudad de Tacoma, estado de Washington, en Estados Unidos (el 12 de abril de 2012); concibe el uso de referentes literarios para la televisión y el de referentes audiovisuales para la aplicación en la literatura. Esta dialéctica exquisita es lo que Valenzuela comprende como un sustrato, donde se vislumbran tres ejes principales: “la flexibilidad” -en la proyección de las mismas obras-, “la posesión de un hábito muy vivo” que le permite adaptar el propio saber y sus fundamentos a la peculiaridad de casos siempre nuevos y, en sentido inverso, la perspicacia de recibir el material que produce lo casual y “la captación cultural” -esto es, tomar en cuenta la mayor cantidad de información como sea posible, desde una conversación en la calle o en el supermercado, el recorte de la publicidad de una revista, una estadística inusitada, una historia del noticiero, un descubrimiento científico, hasta la última edición de Hamlet con ilustraciones-; siendo absolutamente todo ello susceptible de ser estructurado creativamente.

En efecto, quienes acceden a conocer las obras de Valenzuela, conciben las consecuencias de lo que se señalaba: los argumentos e imágenes son percibidos a fuerza de las mismas impresiones eclécticas con las que fueron concebidos, conformando un resultado innovador y atractivo. En otras palabras, cuando una persona lee uno de sus libros, a veces, tiene la sensación de estar viendo una película, o al ver una serie de televisión de su autoría, e incluso, una película, parece ser que existe la sensación de estar leyendo un libro. En definitiva, esta sería, en alguna medida, la visión metodológica por la que se subsanaría -según el mismo Valenzuela-, “el conflicto mayor de ser un escritor profundamente involucrado con los Medios de Comunicación”.

Cualquier análisis preliminar, -y que la metáfora acompañe-, nos dirá que frente a la compleja columna vertebral de la literatura creativa actual, el libro por sí solo no es suficiente como un instrumento capaz de generar un movimiento, debido al lugar predominante que ha ganado la imagen. Ahora bien, con independencia de tal hipótesis de trabajo, no hay que olvidar a los antiguos en esta reflexión, pues las ideas y conceptos son los que tienden a permanecer en el tiempo. Claro, y como ha quedado de manifiesto, las ideas de Valenzuela han sido exitosas, pues han permitido la entrada a un mundo que contiene en sí a otros mundos con infinitas y complejas redes interconectadas, semejantes a las neuronas (y coherente, en alguna orientación, con la máxima –y los estudios sobre las redes sociales- del profesor James Fowler (de la University of California, en la ciudad de San Diego, Estado de California, en Estados Unidos), que dice: “Para saber quiénes somos, tenemos que comprender cómo estamos conectados”); la conquista del público es ostensible, en la prosa, en las salas de cine y en las salas de estar de tantos hogares, con teleseries de buena calidad, en un juego poderoso donde el objetivo último no es cerrar los ojos -salvo para vislumbrar el misterio que hay en el interior del ser humano-, sino más bien abrirlos para experimentar un ejercicio de libertad absolutamente radical.

¿Qué se puede decir del oficio de escritor de José Ignacio Valenzuela, a modo de apuntes? Pues mucho. Sólo para cerrar la esfera de los aspectos aquí expuestos, se dirá que en su estilo cuenta muchas veces vidas parecidas a la de cualquier ser humano y tranquiliza por ello, y al igual que Miguel Eyquem de Montaigne, revela el universo sin abandonar la realidad; se trata de una observación aguda que hace partícipes a sus lectores en otras existencias, del otro en cuanto que otro (señal antropológica), y que tampoco desconoce la mitología y la leyenda -como los sagaces hijos de la Filosofía-, tanto así, que comparte esos principios e historias y los integra con las últimas tecnologías (un buen ejemplo, es su libro Hacia el fin del mundo, donde su protagonista, Ángela, es usuaria de Facebook y Twitter y en el ámbito de sus aventuras posee y se beneficia de objetos como un Iphone y un Ipod), y, en último término, él atempera las inherentes certidumbres en una búsqueda impetuosa y de característica minuciosa.

Póster promocional de "La casa de al lado" (TVN)

Tampoco hay que olvidar los enfoques epistemológicos que ofrece el autor para ocuparse de la sociedad y sus circunstancias, y los criterios con los que va definiendo los conceptos que se manejan sobre verdades y creencias. Los significados que expone en sus obras tienen un giro singular: intentan ser refractarios a la cretinización que se presenta, o premeditadamente se coloca en la agenda de los medios masivos, asunto que otorga una tensión importante en los contenidos y todo este conocimiento elaborado con rigor muchas veces deriva en claridades tan elocuentes que, cualquier persona, sin importar las latitudes, puede sentirse identificada, cualquiera puede opinar y decir: ¡eso está ocurriendo en mi país!, ¡eso está sucediendo en mi familia!, ¡eso está sucediendo en mi vida y debo cambiarlo para bien! El ejemplo más ilustrativo es quizá la teleserie La casa de al lado, donde la desconfianza en el espíritu humano y la confianza en lo material y en el poder, la falta de certezas y las mentiras, la verdad y la sospecha, el miedo al otro, las carencias afectivas, la polaridad de lo perverso y lo bondadoso (o, si se desea, lo dionisíaco y lo apolíneo), se hacen insoportables y combativas con toda la gama de valores humanos, o como sucede en el libro La mujer infinita (basada en la vida de la fotógrafa italiana Assunta Adelaide Luigia Modotti), donde está presente este alcance estético, dialéctico y práctico -pues hay hechos fidedignos, por los que se da curso a dichos enfoques-, es decir, se enuncia aquello que el sofista quiere ocultar y un personaje del pasado vuelve por la prosa al presente para colocar de nuevo las preguntas no resueltas, los misterios, las pasiones, las perspectivas políticas y una voz cantante para los que padecen sufrimientos y no tienen siquiera ocasión de clamar justicia.

Este autor es un apasionado por la literatura y un feroz lector (recuerda a Roberto Bolaño por eso) y asimismo, con aquellas intenciones, asiste a sus mismos lectores en la antiquísima tarea de interpretar el sentido de la existencia propia y de quienes les rodean para acceder a situaciones sociales distintas y encontrar -en la ingente cantidad de diferencias físicas, psíquicas y culturales, éticas, de tradiciones y costumbres- la dignidad ontológica de la naturaleza humana; en fin, Valenzuela enriquece la vida de quienes disfrutan sus obras con la sustancia de otras existencias, con la magia que se precisa, con una labor fortísima en los aspectos del mundo emocional, y con una racionalidad bien puesta, tan bien puesta, que dialogar con él es un verdadero honor.

José Ignacio Valenzuela (foto © Rod Pinto-Hoffmann)

A modo de ejercicio, ¿puede hacer una presentación de su persona?

No hay mucho que contar de mí: escribo, escribo y escribo desde que tengo uso de razón. Soy bastante obsesivo con mi trabajo, exigente, casi autodestructivo. Me encanta explorar diferentes géneros, mezclarlos y ver qué ocurre, y jugar con las palabras. Para eso trato de aislarme mucho, concentrarme en mis procesos, lo que me deja siempre bastante fuera del ámbito social. La verdad, lo hecho ya no me importa mucho. Lo que sí me importa –y mucho-, es el próximo libro o trabajo que haré. ¡En eso siempre concentro mis energías!

¿Cuál o cuáles fueron los primeros libros que usted leyó y cómo llegó a ellos?

Vengo de una familia de integrantes muy lectores. En todas las casas que deambulé, cuando era un niño, había grandes bibliotecas, de techo a suelo, repletas de libros que me intrigaban. Yo veía a los adultos pasarse libros, recomendarse sus últimas lecturas, reírse o sufrir al dar vuelta las páginas. Y claro, hice lo que todo niño hace: imitar a los grandes; así fue como llegué a mis primeros libros. Y la adicción fue inmediata.

¿Qué impresiones intelectuales y emocionales suscitaron esas primeras lecturas en su persona?

En un primer momento, aquellas primeras lecturas me paralizaron, porque nunca me había imaginado que se podía acceder a un sector diferente de la realidad con sólo dar vuelta una página. Bastaba ese simple gesto para despertar, y poner en marcha un mundo nuevo que parecía haber sido creado sólo para mí. Eso me maravilló y asustó al mismo tiempo, porque advertí de inmediato la adicción que eso significaba. Y por otro lado me significó una suerte de desafío a superar, ya que yo quería ser como esos escritores que leía. Quería ser capaz de plasmar el mundo, usando sólo palabras. Quería inventar personajes que fueran inolvidables. Y me sentía tan, tan lejos de ser capaz de cumplir esos sueños.

¿Cuáles son los autores y autoras que admira?, ¿por qué?

Admiro con particular emoción a Gabriel García Márquez. Me parece de lo mejor que existe. La manera que él tiene para narrar hasta la anécdota más absurda e inverosímil, convierte en arte las palabras. También admiro sin contemplaciones a Julio Cortázar, y su maestría para armar un cuento, que te deja temblando más allá del punto final. En la actualidad, sigo y leo al francés Michel Houellebecq, porque ninguno es como él. Es feroz y fascinante y me intriga sobremanera la particular forma que tiene de ver el mundo, desde la desesperanza total, y el desprecio por todo lo que lo rodea. También disfruto al mexicano Guillermo Fadanelli, que me parece que ostenta una de las mejores prosas contemporáneas.

¿Cuáles son las obras de la Literatura Universal, que le han permitido encontrar belleza y sentido existencial?

Recuerdo mi primer acercamiento a la belleza de las palabras, a través de El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, cuando todavía era muy chico y entendía a medias lo que el autor me quería contar. Sin embargo, gozaba con el sonido de las frases, con los diálogos del personaje, y me hacía vislumbrar que algo, algo importante que no captaba del todo, se escondía debajo de los párrafos. Reconozco que la belleza y el sentido existencial los encuentro siempre en la poesía de Walt Whitman, Pablo Neruda, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, que leo y releo cuando necesito alegrar el alma. Creo que cuando se combina una prosa sublime con una visión particular del mundo, se genera una belleza de la cual es imposible escapar.

¿Cómo es su proceso de exploración intelectual y emocional, cuando lee con profundidad una novela o un cuento?, ¿tiene búsquedas específicas?

La verdad, soy bastante básico cuando leo. Trato de dejar a un lado la teoría, e incluso mis propios conocimientos como profesor o estudioso, para enfrentarme al texto desde la entretención pura. Me gusta que me cuenten un cuento. Y cuando estoy en eso, no quiero ni analizarlo, ni establecer paralelismos, ni tampoco situarlo en un contexto histórico. No soy de los que leen con un lápiz en la mano. Eso se da en una relectura, tal vez. Pero mi exploración a la hora de enfrentarme a una página escrita es desde la simpleza máxima, desde el asombro, y desde la diversión. Leer un buen libro es como encontrarse con un buen amigo: uno no pierde tiempo en recovecos mentales, sino que pasa directamente a la acción entretenida.

¿Cuál es su propio concepto de belleza?

Aquello que me quita la respiración por una fracción de segundo, y me provoca envidia instantánea; esa es mi receta infalible, para encontrar y reconocer la belleza alrededor.

En su visión, ¿cuáles son las herramientas esenciales para convertirse en un autor de excelencia?

El día que tan siquiera sospeche cuáles son esas herramientas, las aplicaré primero en mi persona; veré si funcionan. Y si la respuesta es positiva, entonces las compartiré con el resto.

¿Qué desafíos, placeres y angustias identifica en el proceso creativo?

La verdad, en general, lo paso mal escribiendo. Todavía no soy capaz de sentir placer durante mi proceso creativo. Por el contrario, siempre es una experiencia algo traumática, forzada, en donde me siento yendo a contra natura y metiéndome en territorios que no me merecen y me quedan grandes. Tengo una buena brújula, eso sí: mi estómago. Siempre dejo que sea la tripa la que guíe mi camino y proceso. Ella no me miente y me hace saber de inmediato cuando algo no vale la pena o, por el contrario, cuando estoy siguiendo la ruta correcta. Mi mayor desafío es ser capaz de escribir un texto que, tres meses más tarde, me siga gustando y entusiasmando como el día en que lo tecleé.

¿Cómo podría definir el universo antropológico presente en sus novelas?

No creo tener muy claro sobre qué he escrito a lo largo de mi vida, porque no le doy mucha vuelta a lo que ya he hecho. En general, creo que mi universo antropológico está compuesto, en gran medida, por un puñado de personajes que buscan definir una identidad. Tal vez porque yo mismo me hago siempre la pregunta de “qué me hace ser lo que soy”; sucede que le traspaso esa misma obsesión a los seres que invento. Ellos se pasean por el mundo buscando un lugar donde sentirse cómodos, o luchando contra las etiquetas, o sufriendo en carne propia lo que es verse y ser distinto. Claro que tampoco he escrito tanto como para poder hablar de un universo como tal. A lo mejor en muchos años más, cuando mire hacia atrás y pueda tener una panorámica más clara del camino que recorrí como escritor, sea capaz de contestar mejor esta pregunta.

"Amor a domicilio", primera telenovela escrita por José Ignacio Valenzuela (Canal 13)

¿Cómo fue que usted se involucró con los guiones para series de televisión?

Presenté una idea a Canal 13, hace muchos años. Eran veinte líneas, escritas a mano, que después se convirtieron en Amor a domicilio, mi primera telenovela. Les gustó la idea, me pidieron escribir un capítulo, trabajo que hice esa misma noche, y lo llevé al día siguiente. La teleserie se convirtió en un éxito, después me llamaron desde México, y de pronto, me vi haciendo equilibrio sobre una bola de nieve que sólo crecía y crecía y me llevaba cada vez más lejos. Y yo, feliz.

En consecuencia, ¿cuál es su visión sapiencial del camino que ha tenido su prosa, en las series de ficción, las teleseries y los libros?

Si tuviera que destacar alguna visión que se ha ido afinando y precisando con el paso del tiempo, y que ha ido ganando importancia en mi prosa en la medida que aprendo y sé más, creo que sería que cada vez miro más hacia adentro y no hacia fuera para dar origen a una nueva historia. Antes, en mis primeros pasos como escritor, buscaba grandes anécdotas o sucesos para dar origen a un cuento (ya fuera televisivo, literario o incluso cinematográfico). Hoy en día ya casi no me importan las acciones, o las escenografías, o incluso las situaciones. Lo que me atrae son los estados de ánimo de los personajes, los vínculos invisibles que los unen, los pequeños gestos y sus heridas internas. Creo que en esos elementos invisibles están los grandes motores que hacen visibles las historias más poderosas y, especialmente, con las que nos sentimos identificados.

Tengo entendido que usted emplea las redes sociales (Facebook, Twitter). ¿Algunos personajes de sus libros nacen de personas con las que se comunica?

Soy un asiduo participante de las redes sociales. Me parecen fascinantes y, al menos a mí, muy estimulantes. Ha sido mi perfecta solución para romper esa soledad impuesta que exige la escritura. De alguna manera estoy solo frente a mi computador y tengo a mis lectores, amigos, familiares, sentados conmigo en versión virtual. La mejor manera que he conseguido de obtener un feedback instantáneo de lo que la audiencia piensa de mis proyectos televisivos ha sido Twitter. Sin filtro, y de manera directa, recibo halagos, insultos, reclamos y aplausos por las escenas y capítulos que están en pantalla. Lo mismo con los libros. Hasta ahora no he usado, sin embargo, el mundo de las redes sociales para mi literatura. Las historias y los personajes siguen surgiendo de mis propias obsesiones y fantasmas, esos que no me dejan tranquilo ni a sol ni a sombra.

¿Comparte la visión que señala que Internet es un espacio donde las personas tienen ocasión de ser quienes quieren ser o exponen, justamente, lo que más les duele?

Yo creo que la gente, gracias a Internet, pone de manifiesto lo que no se ve, lo que esconde, la máscara con la que salimos todos los días a la calle. Es la voz de la verdad. Y me parece muy interesante, además, porque de alguna manera las redes sociales tienen a todo el mundo escribiendo en titulares. Y escribir en titulares obliga a la síntesis, que es la máxima aspiración de un escritor: decir mucho con pocas palabras. De alguna manera el concepto del “retuiteo”, en Twitter, me recuerda el ejercicio literario de los “cadáveres exquisitos”, que consistían en que un poeta escribía el primer verso de un poema que continuaba otro, y otro, y otro escritor. De esa manera se daba origen a un ejercicio colectivo que buscaba la coherencia dentro de la diversidad. La literatura de los 140 caracteres me recuerda esa estética y, por lo mismo, puede alcanzar grandes vuelos. Y si a eso le sumamos que no hay filtro ni mucha reflexión, de pronto se pueden conseguir grandes verdades, dolorosas verdades, dando vueltas por ahí.

¿Concibe usted alguna forma en que un libro extraordinario pueda convertirse en una posibilidad real de sanación psíquica o emocional para una persona?

No sólo un libro puede convertirse en una posibilidad de sanación. El arte en general tiene esa capacidad, ya que pone en contacto al alma -o a aquello que es invisible a los ojos, como decía Antoine de Saint-Exupéry-, con algo que va más allá del ser humano. Pensar en lo que no existe, reflexionar en lo que no se ve, hace que uno deje de preocuparse del propio ombligo. Es en ese momento donde uno siente que el escritor, o el artista, le está hablando a uno, sólo a uno, como si conociera lo que nos sucede y supiera cuál es la solución que andamos buscando. En mi caso, ese sentimiento de sanación dura poco. Basta que termine de leer, o de apreciar la obra artística, para que sienta que ya todo acabó y surjan nuevos dolores o conflictos emocionales que resolver.

¿Qué vínculo sutil existe entre su identidad y las identidades que usted va creando para los personajes de sus novelas y telenovelas?

Al final, uno siempre termina hablando de uno mismo, aunque se esté creando un personaje totalmente opuesto. Eso lo aprendí investigando y, más tarde escribiendo, una historia sobre la fotógrafa italiana Tina Modotti. Pensé, erróneamente, que sería fácil escribir acerca de alguien tan diferente a mí. No compartíamos ni el género, ni la época, ni la profesión, ni el destino trágico, ni el talento desbordante que ella poseía. Sin embargo, se creó un vínculo de autor-personaje muy concreto y, sin darme cuenta, terminé traspasándole a ella gran parte de mi propia historia para completar el personaje. Y en mi caso eso siempre sucede. Tal vez porque, en el fondo y como decía antes, cada vez que invento miro hacia adentro en lugar de mirar hacia fuera. Me rasco mis propias heridas y, a partir de esos dolores, creo situaciones nuevas. Aunque la materia prima de esa creación siempre es lo que me duele, me molesta o incomoda.

¿Puede entregar un mensaje para los jóvenes que quieren convertirse en buenos lectores y en buenos escritores?

Leer, leer y seguir leyendo. Darle una probada al libro y, si no gustó, dejarlo a un lado y seguir con otro. Hay poco tiempo para perder en libros que no nos provocaron nada, y hay muchos libros para seguir intentando. Abrirse al mundo de las artes: comprender que ver una buena película es como leer un buen libro, y viceversa. Ser capaz de encontrar el cuento que encierra una fotografía, o un cuadro. Rescatar las letras que andan flotando a nuestro alrededor, y que van escribiendo una historia a medida que uno aprende a descubrirlas. Cuando se asume el mundo entero como una gran obra artística en movimiento, se lee, se escribe y se vive desde la intensidad total. Y así me gusta vivir a mí.

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José Ignacio Valenzuela (foto © Rod Pinto-Hoffmann)

José Ignacio Valenzuela Güiraldes nació en Santiago de Chile, el  29 de abril de 1972. Cursó estudios primarios y secundarios en la Alianza Francesa, por lo que aprendió a leer y a escribir en francés antes que en español. Luego estudió las carreras de Literatura y Estética en la Universidad Católica y ha desarrollado su profesión como escritor y guionista de cine y televisión en Chile, México, Puerto Rico y Estados Unidos.

Ha escrito los siguientes libros: Qué pasó con Sofía Alcántara (Chile, 1996), El caso de la actriz a la que nadie quería (Puerto Rico, 2007), El filo de tu piel (México, 2009), La mujer infinita (México, 2010), El caso del crucero llamado Neptuno (México, 2011), Hacia el fin del mundo (México, 2011), La raíz del mal (México, 2012) y las colecciones de cuentos Con la noche encima (Chile, 1999) y Salida de emergencia (Puerto Rico, 2012).

Para la televisión ha escrito más de diecisiete telenovelas, entre las cuales destacan Amor a domicilio (Chile, 1995), Marparaíso (Chile, 1998), Marea brava (México, 1999), Sabor a ti (Chile, 2000), Lo que es el amor (México, 2001), Lola (Chile, 2007), Don Amor (Chile, 2008), Cuenta conmigo (Chile, 2009), La familia de al lado (Chile, 2010), La casa de al lado (USA, 2011) y Dama y obrero (Chile, 2012). En el 2005, fue nominado a un Emmy (Suncoast Chapter) por su autoría de la serie Amores (Puerto Rico, 2004), y en 1999 ganó en Francia el premio Prix du Gran Jury, como guionista.

Además, ha escrito el guión de las siguientes películas: Corazón de Melón (México, 2003), Manuela y Manuel (Puerto Rico, 2007), La sangre iluminada (México, 2008), Las estrellas del estuario (Puerto Rico, 2008) y Miente (Puerto Rico, 2009), -que fue seleccionada como la representante de Puerto Rico en los premios Oscar de 2011-.

En la actualidad divide su tiempo entre sus labores de escritor, la docencia, y las numerosas conferencias y seminarios que imparte en diferentes países de Latinoamérica. Es posible consultar más información en www.chascas.com.

Eduard Von Europa

2 Comentarios

  1. HOY TE ESCUCHE POR LA RADIO Y AUNQUE LA FUGA DEL CHAPO ES LA NOTICIA CREEME QUE ME IMPACTASTE MAS TU CON LOS COMENTARIOS DE TUS LIBROS, TENGO UN HIJO A QUIEN RECIEN DESCUBRIO LA LECTURA Y LE IMPACTAN LAS PALABRAS Y SU SIGNIFICADO SE RECREA CON EL DICCIONARIO Y SUS SIGNIFICADOS Y COO ME GUSTARIA TRANSMITIRLE LO MUCHO QUE TE ESCUCHE SOBRE LA PREPARACION DE TU ABUELA SOBRE LA CREATIVIDA DE MOMENTO TE BUSQUE Y ENCONTRE ESTA PAGINA AGRADECERE SI PUDIESES DECIRLE ALGUN COMENTARIO, EL SE LLAMA DIONISIO GRACIAS Y LEERE TUS LIBROS

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