Más allá de las generalizaciones, de los prejuicios y de las cortinas de humo, hablamos con Fernando Figueroa, doctor en Historia del Arte y experto en el tema, que se ha encargado de la introducción de la reedición con un tÃtulo bello y clarificador: “Cuando los túneles de la memoria rebosan colorâ€.
El ministro se acoge a la consideración de violencia simbólica que conlleva el grafiti para integrarlo dentro de un conjunto de manifestaciones incÃvicas. Algún estudioso entendÃa que el grafiti era la expresión más mÃnima de la violencia, incluso podrÃa verse como una manera ingeniosa y civilizada de eludir el enfrentamiento fÃsico, tan bárbaro. En todo caso, su visión se comparte en ciertos sectores polÃticos y sociales, ajenos a la calle y al conocimiento integral de nuestra sociedad y nuestra cultura. Incluso, esa visión parece incidir en ampliar el monopolio de la violencia atribuido al Estado o de legitimar el control por la Administración pública.
Pónganos más ejemplos.
Ya el señor Luis MarÃa Linde, actual gobernador del Banco de España, llegó por lo poco a coquetear en 2009 con la insinuación de que era un “terrorismo de baja intensidad†o “terrorismo simbólicoâ€, para que ante tal exageración nos diese por aceptar su tesis de que detrás de un grafiti hay un deseo implÃcito de destrucción y que era necesario intervenir a saco contra el grafiti por el bien paÃs. Sencillamente, absurdo. No todo el grafiti puede considerarse vandálico. Vandalismo es una palabra excesiva cuando vemos un poema o un corazón pintado sobre una pared, una pieza mural compuesta con esmero en un muro común, una pintada denunciando a un camello o un corrupto, o reclamando la atención o asistencia del poderoso. Es un despropósito establecer de partida su criminalización, apelando a que su naturaleza es incÃvica per se, cuando el grafiti en su pluralidad de funciones, desde la irreverencia hasta la poesÃa, tiene una vocación social y abierta en su enunciado en el espacio público.
Hay un intento de criminalizar un medio y de justificar ante los ciudadanos la ineludible e imperiosa necesidad del arbitrio y la intervención de los poderes públicos en el espacio urbano para conseguir vivir de un modo armonioso. Desde este planteamiento la expedición de un permiso, se figura como una especie de “bula civil†que exime habitualmente del pecado o convierte en virtud todo aquello que vemos en la calle. Nadie se escandaliza por ver forrada de publicidad la estación de metro de Sol o los vagones del tren, o hasta ver convertido su nombre en soporte de publicidad, pero ya una simple pintadita excita y pone nerviosa a cierta gente. En otros casos, se nos hace creer que el paso por una inspección le otorga garantÃas sanitarias y de seguridad de sus contenidos; con el sombrÃo recuerdo de los tiempos de la censura. ¿Pero en lo artÃstico esto tiene sentido, aunque se aprecie como un producto de consumo? ¿No resulta aún más absurdo en algo que se presupone “vandálicoâ€? En el fondo de todo eso, el materialismo social y la necesidad de nutrirse económicamente obliga a la fiscalización de las producciones culturales que se ejercen en la calle y a la ausencia de espontaneidad, entrando asà en la discriminación social de unas actividades positivas, a causa de su regulación y pago de tasas, y otras negativas, no reguladas oficialmente y que son “insolidariamente†gratuitas y sospechosas de “baja†calidad. Si es imposición, no es sólo imposición, es además la prueba de que todos podemos contribuir a la composición social. El más miserable de los hombres podrÃa escribir su propia nota en la partitura del dÃa a dÃa de su ciudad con dignidad.
Pieza de Mitch en letras 3D "estilo salvaje" (Foto: Henry Chalfant / Capitán Swing)
Otro argumento es el económico, los costes de limpieza. Pero los datos son a menudo tendenciosos. En este coste se contabiliza todo tipo de pintada o de acción gráfica, sin distinguir. Aunque lo peor es la magnificación de la cifras, incentivadas por la conversión de la supuesta “gran necesidad†en negocio subcontratista. En verdad, no se limpia tanto y la limpieza se concentra al fin y al cabo en la pintada polÃtica. Incluso, los picos altos de los ciclos de limpieza se acoplan extraordinariamente al calendario electoral.
¿Podemos hablar de cortina de humo?
La sobredimensión del grafiti como problema social se produce porque es muy visible y fácilmente identificable por el ciudadano de a pie; no como otras actividades más “invisiblesâ€. Asà se configura su ataque como una herramienta polÃtica oportuna u oportunista, que no tocará ninguna fibra sensible del entramado social, a menudo asociada a las cortinas de humo, las campañas de imagen que buscan dar la impresión de que el poder hace cosas de gran volumen e importantes por sus ciudadanos, los protege, los cuida; o se presta al negocio de los clientelismos polÃticos. Si el grafiti es una violencia simbólica, la actitud antigrafiti no deja de mostrarse como una “polÃtica simbólicaâ€, pero, ojo, capaz de traspasar lo simbólico si oculta tras de sà la pretensión de tomar la lucha antigrafiti como un pretexto para aumentar el control o la potestad reguladora sobre el espacio público y toda clase de medios de comunicación, hacia algo que podrÃa ser una lectura pervertida de la democracia, al modo de un “totalitarismo democrático†basado en aquel lema absolutista tan peliagudo y peligroso para las garantÃas constitucionales o los derechos humanos de la “tolerancia cero†o esa perniciosa idea de “mi libertad empieza allà donde se limita la del otroâ€.
Cuando apareció el fenómeno en el Madrid de los 80, en los barrios habÃa opiniones de todo tipo, pero habÃa las suficientes circunstancias para que se hubiese permitido un desarrollo cÃvico y cualitativo del grafiti. HabÃa hasta gente que borraba lo feo, pero respetaba lo que se habÃa pintado con arte. Sin embargo, se ha ido criminalizando y potenciando la visión sospechosa, negativa del fenómeno, incluso de un determinado estilo gráfico, estigmatizando hasta la censura social a sus autores, constriñendo su presencia a ciertos barrios o al extrarradio y, con ello, excitando el lado marginal, segregado, rebelde y vandálico, gracias a la persecución sistemática, desproporcionada y sin distingos.
Lo paradójico es que las autoridades denuncien esta actividad y que, al mismo tiempo, museos públicos expongan este tipo de obras o, incluso, que centros cÃvicos ofrezcan talleres donde formar a jóvenes en el mundo del grafiti.
Es una contradicción que muestra el doble discurso, el doble rasero, la mascarada que quiebra la fe en el sistema. Incluso, que estamos en una fase de transición hacia una condena absoluta del grafiti, tras unos tiempos de libertad o aspiración a la libertad. No se puede estar exigiendo democracia, participación, alabar la excelencia y el espÃritu emprendedor, y, al tiempo, coartar el impulso creativo, domeñar la participación espontánea, condicionar el ejercicio de la autonomÃa y la autorrealización que se ejemplifica en el Graffiti o el Arte Urbano, o al menos hasta que en los años 90 la presión hizo que aquello se fracturase y se subrayase con orgullo una senda vandálica o activista, entre el delito y la subversión, la rebeldÃa y la revolución.
Tal es la situación que los propios protagonistas tienen la impresión de que sin persecución no existe el Graffiti, de que no se puede actuar inadecuadamente o alegalmente, sino que se debe actuar ilegalmente y se necesita del castigo para existir como fenómeno. La escalada en la búsqueda de sensaciones y la asunción del discurso ilegal, incluso, de la asunción del placer de evitar el castigo como primera motivación antes que la satisfacción de ejecutar un buen grafiti ha sido directamente proporcional al clima de persecución y de criminalización, incluso, de falta de memoria histórica del Graffiti como movimiento.
Grafiti de la protesta ciudadana del 19 de junio de 2011 (foto: graffitiesprotesta.blogspot.com.es)
Con el 15M se han visto algunas pintadas que recordaban a las del Mayo del 68. ¿Cómo ve el mundo del arte urbano actualmente? ¿Existe un resurgimiento?
Defiende que el arte callejero “constituye un exponente cuantitativo y cualitativo del desarrollo de nuestras macro sociedades urbanasâ€. ¿Cree que, en general, la sociedad lo ve asÃ? ¿Y los historiadores del arte?
Por tanto, es un fenómeno indisociable de la civilización. Lo genera ella misma y se ubica en la esfera de la marginalidad cultural, pero ello no significa que sea un medio ajeno y menos, puesto al servicio del mal. Forma parte de aquello propio de la esfera popular, del contrapeso de lo oficial, de las válvulas de escape de las tensiones generadas por las leyes y la presión social. Un excelente medio de autoafirmación, de manifestación espontánea, de contacto y de replica que encuentra siempre su hueco, adaptándose a las circunstancias.
Desde Revista de Letras queremos impulsar el debate respecto a cómo debemos responder ante la forma de expresión (¿artÃstica? ¿violenta?) que representa el grafiti. Os pedimos vuestra participación, partiendo del respeto hacia personas e instituciones, mediante comentarios a la entrevista o, en twitter, utilizando el hashtag #arteoviolencia. ¡Gracias a todos!
Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros tÃtulos, de 'MalpaÃs' y 'La travesÃa de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).
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Mientras más dejemos que nos anulen ,más nos convertirán en lo que ELLOS quieren…
El poder necesita desprestigiar, obsesivamente, cualquier expresión artÃstica de todo aquel que pueda poner en cuestión su autoridad.
El arte es libertad, y los artistas libres de expresar lo que quieran. Pero claro, si la violencia es peligrosa para la sociedad, la libertad es el demonio de los soberanos.
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El poder necesita desprestigiar, obsesivamente, cualquier expresión artÃstica de todo aquel que pueda poner en cuestión su autoridad.
También ayudan las polÃticas económicas que desincentivan su difusión, por supuesto. Pero los ataques sutiles suelen ser los mas efectivos. Acusando de violentos a los que hablan sobre lo que “deberÃa†ser silenciado o pintan lo que no interesa que se vea, se aseguran de que su pensamiento sea el único.
La acusación es vandalismo y sociopatÃa porque el ser humando teme, sobre todo, a la exclusión social y a la violencia. Sin embargo, se me ocurren otras muchas otras formas de violencia. No menos perversas por menos explÃcitas (bien al contrario). Como andar pidiéndole a la gente que comprenda, que aguante, que arrime el hombro, que se sacrifique mas y mas. O hacerle corresponsable de haber llevado un continente a la ruina.
El arte es libertad, y los artistas libres de expresar lo que quieran. Pero claro, si la violencia es peligrosa para la sociedad, la libertad es el demonio de los soberanos.
Miss Plumtree