Hensher: «Es nuestro deber poner en duda a la autoridad»

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Son las diez y media de la mañana, la terraza del bar del CCCB está llena de gente; todavía no ha llegado el mal tiempo, todavía se puede disfrutar de una cálida temperatura. Philip Hensher no lo duda, me pide que hagamos la entrevista en la terraza, dentro hace demasiado calor y, además, me dice mirando hacia el cielo, «hace un día estupendo». Esa misma tarde tiene que regresar a Inglaterra, donde es profesor de escritura creativa. Solo dos días en Barcelona y hay que aprovecharlos. La tarde anterior, dialogó con Luis Solano en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona de Barcelona acerca de la importancia de los lugares en su imaginario literario. Hensher es un autor muy inglés, la geografía de su narrativa, y él mismo, lo confirman. Gracias a Libros del Asteroide nos llega, en una extraordinaria traducción de Marta Alcaraz, El rey de los tejones, una novela en la que la pluralidad de tramas y, en consecuencia, la pluralidad de personajes permite al autor trazar un irónico y, a la vez críticamente lúcido, retrato de la sociedad actual.

Foto: Libros del Asteroide
Foto: Libros del Asteroide

Se podría decir que El rey de los tejones está construido a partir de una oposición dialéctica entre aquello que es públicamente desconocido y aquello que es privado y secretamente conocido. ¿Está de acuerdo con esta posible lectura de su obra?
Yo haría una distinción entre aquello que es privado y aquello que es secreto. Lo secreto conforma la vida de todas las personas y, en verdad, no tiene nada de inapropiado. Todos tenemos una vida privada, pero cuando hablamos de secreto nos referimos a un determinado aspecto que no queremos dar a conocer, seguramente por motivos no del todo correctos. Por otro lado, creo que en la diferencia entre lo privado y la vida pública estamos todos inmersos, pero que los límites entre estos dos ambientes están en perpetua negociación. Hay culturas en las cuales los dos espacios están claramente diferenciados, pero en Occidente no es especialmente evidente la distinción entre vida privada y vida pública; por ejemplo, a través de twitter nosotros hacemos públicos elementos de nuestra vida privada, la publicitamos. No se trata, por tanto, de una relación dialéctica, más bien se trata de un análisis de la movilidad de los límites entre estos dos espacios, pues hay un gran desacuerdo entorno al lugar donde tenemos que colocar dichos límites, no tenemos todavía una respuesta a esta cuestión.

En cierta manera, su novela describe una sociedad hipócrita en la que prevalece la apariencia exterior y donde comportamientos y actitudes socialmente no aceptados existen y son conocidos, pero están recluidos dentro de los muros de las casas, escondidos de la mirada pública.
Ésta es, al fin y al cabo, la definición de nuestra civilización; nosotros hablamos de sociedad hipócrita, porque, aunque al final en el baño, todos estamos desnudos, nos vestimos para salir más allá de los muros de casa. Existe un determinado comportamiento que nunca sobrepasa los muros de casa y existe, por otro lado, un comportamiento público. La pregunta acerca de la hipocresía es la pregunta acerca de las expectativas que tienen los personajes sobre los demás. La distinción entre el comportamiento privado y el público no responde tanto a una cuestión de hipocresía, cuanto a la necesidad de enmarcarse dentro de unas reglas, dentro de las expectativas de los demás para ser así creíbles a ellos mismos.

La pequeña ciudad de Hanmouth es descrita por los personajes como un lugar perfecto e idílico para vivir. Sin embargo, el narrador externo muestra al lector una realidad diferente, una pequeña ciudad dividida por el contraste entre los barrios de clase media y los abandonados y aislados barrios de la clase obrera.
Me preocupa que en la sociedad, o al menos en la sociedad británica, la relación entre la clase media y la clase trabajadora esté cada vez más rota, que el vacío entre las dos clases sea cada vez más grande. Los lugares frecuentados, el entretenimiento, la educación o la sanidad son completamente distintos para una clase con respecto a la otra; además, cada vez es más frecuente que las familias de clase media no envíen a sus hijos a colegios donde puedan mezclarse con niños provenientes de la clase trabajadora. Esto no era así hace treinta años así como hasta hace cuarenta o cincuenta años, la clase trabajadora no estaba alejada del mundo de la cultura, del hecho de consumir libros o de visitar museos; ahora, por el contrario, esta es una realidad completamente extraña, muy poco frecuente. La distancia entre las dos clases es creciente, también en cuestiones meramente geográficas; uno de los fenómenos que ha surgido en los últimos años es el de los barrios residenciales cerrados, donde se han trasladado un gran número de habitantes provenientes de la denominada clase media. Son asentamientos que responden más a un sentimiento de ostentación, que no a una necesidad de seguridad; se crea así una separación muy notable entre una clase económica privilegiada y los demás y creo que para la sociedad es muy negativo que la gente no trate de conocer al mayor número de personas posibles, a pesar de las diferencias.

Portada del libro de Hensher
Portada del libro de Hensher

Lejos de la curiosidad morbosa tan frecuente en determinados medios de comunicación, usted narra el secuestro de una niña, China, y su desaparición. ¿Esta idea tiene como origen la voluntad de reescribir algunos casos mediáticos de secuestros y de desapariciones de niños?
La historia del secuestro de China está inspirada en un caso real de una madre que fingió el secuestro de su hija, una niña llamada Shannon Matthews; la madre apareció en los medios como una madre coraje, fomentando un sentimiento de empatía hacia ella. Lo curioso es que todo aquello que la madre explicó acerca del secuestro era falso, nada ocurrió tal y como ella lo contaba, pues ella estaba detrás de todo el montaje. Como novelista siempre me interesa tratar de comprender y descubrir el modo de pensar y de sentir de las personas y resulta difícil imaginar qué puede pensar una madre que esconde a su hijo e inventa un secuestro. La historia de China tiene su origen en este episodio particular, pero no es la reescritura exacta del caso.

Al leer El rey de los tejones, el lector no podrá sino recordar el caso Maddelein, además el narrador, hace un pequeño guiño a este caso tan mediático.
Sinceramente, no creo que en el momento de escribir tuviera particularmente presente el caso Maddelein, más que nada porque creo que fue un caso terriblemente trágico y no consideraba que fuera un hecho para construir una historia. La combinación en el caso de Shannon Matthews del interés por el dinero y el carácter completamente desestructurado de una familia rota me parecía muy potente a nivel narrativo.

La periodista Helen Dunmore escribió hace algún tiempo en The Guardian que usted “nos lleva dentro de casi todas las casas y de casi todos los corazones en Hanmouth, pero se detiene frente a la puerta, tras la cual se encuentra escondida China”.  ¿Cuál es la razón de su carácter?
Sí, puede que podamos hacer una lectura de este tipo. La novela, de hecho, quiere examinar la actitud vouyerística de las personas, pero sobre todo de los periódicos y de los medios de comunicación; sin embargo, debo admitir que la novela es por sí misma vouyeurista, en ella se trata de mirar las vidas, las costumbres y el modo de pensar de los personajes. Por otro lado, creo que habría que hacer una distinción moral entre la curiosidad que impregna la novela y la actitud de otros medios. En el momento de escribir El rey de los tejones, creí que no debía sucumbir a la curiosidad del lector y, al mismo tiempo, creí y creo que no debe pedirse al lector que vea todos los distintos hechos relacionados con el secuestro de China y, en especial, con los abusos que padece la niña. Por este motivo, la narración se interrumpe en determinados momentos y solo se dan a conocer los abusos a través de los eufemismos utilizados por el secuestrador.

Además, no podemos obviar que la narrativa contemporánea, y pienso por ejemplo en Thomas Pynchon, se caracteriza por la presencia de relatos inacabados o, por lo menos, por la presencia de tramas construidas a partir de vacios, a partir de hechos que nunca llegan a narrarse.
No solo es común en la narrativa contemporánea, más bien es común a la vida en general; nunca llegamos a saber qué piensan exactamente las personas que nos rodean, desconocemos hacia dónde se dirigen, qué es lo que buscan… las respuestas que todos nosotros buscamos nunca llegan por completo. En occidente tenemos la obsesión de querer descubrir lo más enigmático, el querer buscar la razón última, queremos acercarnos lo máximo posible a la verdad última de los hechos. Esta búsqueda es narrativamente interesante y, a la vez, es una búsqueda que nunca llega a su fin, siempre permanecemos alejados del punto final.

Leyendo El rey de los tejones, he recordado Happiness, puesto que, más allá de las obvias diferencias, es posible afirmar que tanto el filme de Solondtz como su novela se adentran en el abismo de la desesperación humana y presentan algunos personajes despreciables. ¿Ha visto usted la película?
Me gustan mucho las películas de Todd Solondz, especialmente la primera, Welcome to Dollhouse, y creo que Solondz consigue de forma brillante un hilarante humorismo de forma. Recuerdo en particular la escena de Happiness cuando Bill Maplewood decide no abusar de una de las niñas porque no la considera atractiva; es una escena extremadamente impactante, pero representada con un gran humorismo. Creo que El rey de los tejones, con respecto a Happiness, es menos sombrío y menos desolador, porque al fin y al cabo los personajes tienen una buena actitud con ellos mismos y también con los demás; no debemos juzgarlos demasiado negativamente, sobre todo por la manera en la que comentan el caso de China. Sería una crítica hipócrita, pues en verdad responden a unos sentimientos y a unas actitudes comunes a todos; cuando leemos la noticia de un secuestro, siempre nos sorprendemos, pero siempre terminamos girando la página y seguimos con nuestra vida. Forma parte de la miseria humana, nuestra empatía siempre tiene un límite, pero esto no resulta, diría yo, exageradamente deprimente, pues es la manera que tienen los otros personajes de seguir con sus propias vidas.

Hettie es uno de los personajes más intrigantes y, puede que oscuros de la novela: una adolescente de 13 años que da a sus muñecas nombres tan extraños como, por ejemplo, Niño pornografía. ¿Es acaso Hettie una premonición del mundo adulto?
No, para nada, Hettie no es ninguna premonición, simplemente es una adolescente de catorce años. El personaje me ha hecho reflexionar sobre un tema que antes no había tenido en cuenta. Tengo unos amigos que tienen tres hijos que son adorables; hasta los diez u once años fueron niños encantadores, podías jugar con ellos, mantener una agradable conversación. Cuando el mayor cumplió trece años, de repente se encerró en sí mismo, tenía como rabia, se enfadaba con los padres… Observé este hecho como si se tratase casi de un fenómeno meteorológico que llega en un determinado momento; me interesó observar el cambio que se vive en la adolescencia, hasta dónde pueden llegar los adolescentes y lo reflejé, en cierta medida, a través de los nombres de las muñecas de Hettie. Es una joven con mucha imaginación y no tiene mucho qué hacer en la pequeña ciudad en la que vive; debe buscar la diversión por sí misma y el modo de expresarse. También es cierto que yo, todavía hoy, me siento en cierta medida identificado con los adolescentes, todavía hoy a veces recibo recriminaciones de parte de mis padres por cosas que hago y determinadas actitudes.

Otro personaje que resulta paradójicamente interesante es John Calvin; él representa el control, el deseo de hacer de la sociedad un gran hermano en el que nada pase desapercibido. Para el lector puede producir rechazo pero como ciudadanos aceptamos este control en nuestra sociedad.
Creo que la razón por la cual terminamos aceptando a personas como John Calvin es que resulta particularmente fácil aceptar aquello que pueda decir y pueda decir alguien que muestre una determinada autoridad. El personaje propone un grupo de vigilancia, que nunca llega a existir, ordena una inspección ocular en torno al vecindario, pero nadie lo contradice y nadie se pregunta quién es él para tomar esas decisiones. Es nuestro deber poner en duda a la autoridad, tener un criterio propio para cuestionar a quienes representan la autoridad.

La geografía de su narrativa es predominantemente inglesa, sin embargo, más allá del localismo de ciertos detalles, los lugares trascienden sus fronteras. La realidad social en occidente es bastante homogénea.
Se trata de describir lugares poco identificables, lugares que siempre están en medio de espacios, lugares que se confunden: su descripción puede responder, por un lado, a aquella de las localidades de montaña y, al mismo tiempo, recordar localidades costeras, cerca del mar o del río; por otro lado, pueden tener también características urbanas.

Los lugares y los espacios resultan difícilmente identificables para el lector.
Hanmouth ¿es un pueblo? Aparentemente parece ser demasiado grande para ser un pueblo, ¿es entonces una ciudad? Si así fuera, ¿cuáles son sus límites? Así como el lector se puede plantear estas cuestiones, los personajes tampoco saben definir el lugar: si bien muchos de ellos se conocen entre sí, desconocen cuánto sucede a poca distancia. Este procedimiento es similar al que puede plantearse con respecto a los personajes, pues resulta muy interesante para el escritor indagar sobre cómo las personas aparentan ser y cómo son realmente, cuál es la idea que tienen ellos de sí mismos.

Anna Maria Iglesia es especialista en teoría literaria. En twitter: @AnnaMIglesia

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

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