Félix de Azúa | Foto: Carolina Cebrino

Félix de Azúa: «Somos los primitivos de una nueva era»

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Félix de Azúa | Foto: Carolina Cebrino
Félix de Azúa | Foto: Carolina Cebrino

Félix de Azúa (Barcelona, 1944) es la más reciente incorporación a la Real Academia Española, ocupando el sillón de la hache mayúscula, vacante desde el fallecimiento de Martín de Riquer en 2013. Tan solo unas semanas antes, se publicaba su última novela, Génesis (Literatura Random House, 2015), el tercer volumen de sus falsas autobiografías. En su paso por Sevilla nos citamos en un ya caluroso día del mes de abril a primera hora de la tarde, con demasiadas preguntas para tanto calor y con muy poco tiempo. Finalmente, la generosidad y la paciencia con la que responde a cada intromisión que hago en su novela, nos hace olvidarnos de todo factor externo, y el libro nos sirve de excusa para hablar de lo divino y lo humano, pretextos para abordar una visión del hombre y la mujer en su sentido más amplio y profundo. Entonces, uno entiende que para ser moderno, punta de lanza de su tiempo, sigue necesitando el subirse a los hombros de un gigante.

En Génesis, su última novela, tienen lugar hasta tres historias y maneras de contar diferentes que acaban confluyendo en una sola. ¿Cómo ha sido su proceso de creación?
En cuanto a las maneras de contar, lo primero es que las autobiografías, ésta es ya la tercera que escribo, son todas falsas. No son biografías de mí yo, sino que es un yo general en el que quisiera incluir a cuanta más gente mejor para poder ser la historia de todo el mundo. Por lo tanto, la voz narrativa no me corresponde a mí, es, efectivamente, una voz narrativa que no soy yo ni mucho menos. En esta novela hay dos historias que van avanzando entre bolillos, se van entrelazando, y yo espero del lector que tenga un poco de paciencia y que las vaya siguiendo, y al final se dará cuenta de que estoy contándole la misma historia desde dos puntos de vista, un punto de vista mítico y un punto de vista realista o incluso de culebrón venezolano. En cuanto a la tercera, es simplemente la conclusión a la que se llega por un giro narrativo, que en cierto modo está anunciando la cuarta novela, aunque de eso me di cuenta al final, una vez la había acabado. Me di cuenta de que había una voz narrativa que no podía dejar con vida, tenía que matarla. Así que supongo que este verano empezaré la autobiografía de la muerte.

¿Y con qué objetivos iba entrelazando, tal y como acaba de explicar, esas dos historias diferentes?
Como te digo, las dos historias son la misma, pero eso sólo se sabe al final. Desde un punto de vista más analítico o más externo, en realidad estoy comparando los dos elementos que han formado nuestra cultura. Por una parte, la tradición hebrea, es decir, La Biblia y el Antiguo Testamento, el mito de nuestros orígenes; y por otra parte, el mundo politeísta, el mundo pagano, el mundo grecolatino que es totalmente distinto y, sin embargo, llevamos ambos metidos dentro. Por un lado, tenemos impresionada en nuestra memoria la culpa originaria, la historia de Caín; y por otro lado, llevamos por dentro el politeísmo y el paganismo. Esas dos fuerzas al confluir en un mismo punto, al tenerlas juntas, generan unos cortocircuitos tremendos. Por ejemplo, estamos aquí en Sevilla, donde la Semana Santa no puede ser más sintética, estando llena de paganismo y cristianismo, y eso la hace una experiencia casi esquizofrénica.

La parte politeísta de Génesis es esa que toma aires de culebrón venezolano, ¿verdad?
Sí, exactamente. En esa parte aparecen figuras que son alegóricas del relato bíblico. Hay una serpiente tentadora, hay un fratricidio, hay un Caín y Abel. De alguna forma, se va creando una relación especular con la otra historia que comienza a anunciar en lo que se van a convertir.

La otra parte, la inspirada en la tradición hebrea, tiene un claro referente en Las Sagradas Escrituras pero, ¿hasta qué punto responde también a un proceso de recreación propio?
Claro, se trata de un Génesis inventado. Las líneas maestras sí se toman del referente que existe. Es decir, se parte de que hay un acto de creación del mundo, que es en seis días, que son dos los primeros protagonistas, Adán y Eva, que tienen dos hijos primeros y que uno de ellos es el que comete el asesinato. Es decir, que sí es cierto que todo eso está en La Biblia, pero el resto de cosas que componen esa historia pertenecen a un acto de creación por parte del autor. Todo lo demás me lo he inventado yo, pero siempre con un cierto rigor, porque, de hecho, estoy siguiendo, aunque eso el lector no lo sabrá nunca hasta ahora, la versión del Génesis que hizo Hegel. En esa interpretación Adán y Eva no son expulsados del paraíso, sino que se van para construir un paraíso, no quieren un paraíso regalado, sino que quieren construirlo. Y ese es el inicio, por decirlo así, del pensamiento técnico. Digamos que Adán y Eva comienzan ese proceso de tecnificación del planeta para construir el paraíso humano en la tierra.

Literaturas Random
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El tema del fratricidio que parte de esa historia del Génesis se postula en su libro como característica para entender la conciencia humana. En algún punto, se ironiza con que ello se evidencia de una forma más clara en el carácter español. ¿Hasta qué punto es así y hacia dónde apunta esa ironía?
Vamos a ver, por partes. La maldición de Caín es, como todos los mitos originarios, una maldición que cae sobre nosotros. Nosotros somos los hijos de Caín. La herencia de Caín es, por supuesto, el fratricidio, sólo los humanos podemos cometer esas atrocidades, los simios no lo hacen. Pero simultáneamente al recibir con el primer asesinato la culpa, se le da la posibilidad de corregirla. Mucha gente cree que no es culpable, se toma la inocencia como punto de partida, y no hay nada más peligroso que te pueda suceder que creerte inocente. Los que se creen inocentes son los que culpan de todo al otro, los nazis a los judíos, los catalanes a los españoles, aquellos que dicen que toda la culpa de lo malo que hay es responsabilidad de unas personas y que ellos son inocentes. Esos son los peores. La gente que no es tan perversa, normalmente admite su culpa, y gracias a admitir su culpa se convierten en personas responsables. La culpa actúa de una manera muy clara. Si tú sales a la calle y ves a un tío pegándole a un perro, inmediatamente te sientes culpable, como perteneciente al género humano, e intentas que ese tío no siga pegando a ese perro. La culpa es lo que te lleva a querer poner remedio al dolor, al sufrimiento, a la maldad. Por eso, la parte buena de nuestra cultura es esta acción típica de la civilización occidental de intentar arreglar las cosas e intentar remediar los problemas. Pero también está la cultura del que se cree inocente, y desde esa perspectiva se cometen las mayores barbaridades.

Relacionando lo que me cuenta con los cauces de expresión literaria, ¿hasta qué punto ese reconocimiento de la culpa tiene que ver y es necesario para el desarrollo de un género como la novela y su visión poliédrica de la realidad?
Pues mira, hasta ahora es una cuestión que no me había planteado. Pero ahora que lo dices, está claro que eso que planteas está en la novela psicológica, en Flaubert, y en la novela de introspección, que yo diría que tiene su monumento mayor en Proust y en En busca del tiempo perdido. En esa obra, todos los que hemos tenido la suerte de leerla, evidenciamos que esa búsqueda del tiempo pasado no es otra cosa que la búsqueda del paraíso, porque todos los paraísos son paraísos perdidos. Y Flaubert no hace otra cosa que lo que hacen Adán y Eva, reconstruir un paraíso pero hecho para nosotros. Ese paraíso de Flaubert tampoco es un paraíso regalado, no es un paraíso con el que te encuentras, dado por Dios, sino que es el paraíso que hay que construir. Es lo que hace Proust, es lo que hace la novela introspectiva, trata de construir un paraíso estrictamente humano.

De los tres ejes narrativos que forman esta novela, el tercero, como decíamos antes, cohesiona el libro. Su voz narradora toma características de lo testimonial y lo autobiográfico, ¿por qué se sirve de estos cauces de expresión?
En cierto modo, toda la novela es un invento, y mis autobiografías son falsas porque lo que busco es lo que tienen de común las personas, no lo que tienen de distinto o de original. En esta novela, las cosas que pueden parecer más irreales son experiencias que sucedieron. Por ejemplo, la familia vasca de la novela es real, la he conocido, la he querido y he formado parte de esa familia. Es decir, las cosas que parecen pura fantasía son reales, y las cosas que parecen reales son pura fantasía. Es en el final, y digamos que debido a que es un final de síntesis, en el momento en que se unen las dos historias y aparece esa voz narrativa de características autobiográficas. Cuando lo escribí, me di cuenta de que me quedaba una cuarta autobiografía que escribir, que a lo mejor aún me da tiempo de escribir, y que es la muerte de esa voz narrativa, claro. He explicado el origen; he explicado lo que hace, que se dedicaba a la literatura, a la pintura y a las artes; he explicado su conciencia; y ahora supongo que me toca explicar cómo se acaba todo esto.

Una tendencia, que no es actual pero que sí tiene significativos ejemplos en la actualidad literaria tanto en nuestro país como fuera de él, es la búsqueda en lo autobiográfico de la voz capaz de cohesionar y dar sentido a la experiencia que estamos viviendo. Con asiduidad esa voz se dirige al espacio de lo íntimo y familiar. ¿Qué opinión te merece este planteamiento?
No me creo ni una sola palabra. Creo que la avalancha de autobiografías, que es verdad que la hay, algunas de una categoría extraordinaria -mis modelos han sido la autobiografía de Bernhard o Coetzee-, son falsas también. Esa tendencia viene impulsada porque hay una desconfianza hacia la ficción perfectamente comprensible, pero que esta también perfectamente equivocada. La ficción ha de ser necesariamente distinta de la experiencia personal, sobre todo porque la ficción está escrita con palabras y lo importante de los libros que tienen una pretensión artística son las palabras. Si tengo que hablar de mi caso personal, todas estas autobiografías están escritas con el único propósito de hacer literatura y que no tengan relación con la vida real entrecomillas, si es que existe tal cosa como una vida real, cosa que más bien dudo.

A lo largo del libro aparecen reflexiones asociadas al mundo del arte, unas caracterizándolo como una especie de paraíso terrenal, otras como un impulso de perpetuación de la vida frente a la muerte. ¿Qué pensamiento es el que vertebra estas ideas?
La reconstrucción del paraíso tiene dos aspectos. Uno es el aspecto técnico. Adán y Eva desde muy pronto comienzan a construirse herramientas, una azada, un cuchillo, y comienzan la construcción técnica del mundo, y esa construcción llega hasta el día de hoy, un mundo hipertécnico que es pura herencia de Adán y Eva. Pero no ha resultado ser el paraíso, y ellos querían construir uno. El paraíso de ese lugar tecnificado es eso que llamamos obras de arte. Ese es el paraíso, que como todo paraíso es un paraíso perdido. Creo que lo que siempre vamos buscando en el arte es el verdadero paraíso que hemos construido, y por eso damos la importancia a la música, a la pintura, a la literatura, al conjunto de las artes.

De alguna forma, en la recta final del libro se plantea cierta incompatibilidad, o al menos una contradicción, entre ese paraíso expresado por las obras de arte y lo mundano. El narrador llega a expresar cierta duda entre qué ha sido lo importante, la dedicación al arte o la realidad que le ha acontecido.
Sí, desde luego, porque digamos que esa es una posición moral muy típica. Lo que quiero entender que dice el personaje es que se ha dedicado al mundo de las artes y las letras porque es el único refugio para todos aquellos que han perdido el paraíso. Prácticamente todos hemos conocido algún tipo de paraíso, en algunos es la infancia, en otros algún momento de su vida, en otros es un amor. Todos hemos conocido lo que puede ser un paraíso, y todos lo hemos perdido. El refugio de aquellos que tienen la conciencia angustiosa de que han perdido un paraíso es esta reconstrucción que llamamos arte o artes.

No obstante, además de estas cuestiones, también aparece reflejada en la novela una inquietud por el papel de la religión en la historia de las personas.
La religión es una de las tres patas del ser humano desde el inicio de los tiempos. Una pata es la religión, otra pata es el arte y la otra pata es lo que llamamos ciencia, y que antes se llamaba filosofía. La pata de la religión la tenemos rota. La pata del arte está también bastante estropeadita. Y la pata de la ciencia no sirve para nada porque no podemos avanzar sobre una sola pata. Lo he dicho muchas veces, la pata de la ciencia es inútil porque ahora necesitas una vida entera para llegar a conocer el cromosoma de una mosca. No es como cuando la ciencia, con Galileo con Newton, te permitía conocer el universo. Se nos han roto las patas, y eso quiere decir que se ha terminado una era, que la civilización occidental seguramente está dando paso a otra civilización, no sabemos cuál, y que nosotros somos primitivos de esta nueva era. Creemos ser los más modernos del último momento, siguiendo la mitología del progreso típica de Occidente y de la burguesía occidental, pero en realidad no sabemos nada, somos toscos y primitivos. Se nota en nuestra vida común y corriente, y sobre todo en nuestras rutinas. Basta coger un USB e intentar meterlo en el ordenador, tardas un cuarto de hora, y piensas cómo puede estar tan mal hecho algo tan sencillo.

Los temas que hemos ido comentando hasta ahora son preocupaciones que también están presentes en otras de tus obras. ¿Qué lugar ocupa este libro en el conjunto de tu obra?
Este libro forma parte de esas autobiografías, como te comentaba antes, que son tentativas de ordenar lo que he conocido. Yo he tenido muchísima suerte, y cuando has tenido la suerte de vivir tantos años, metido en un núcleo muy determinado en donde te enteras de muchísimas cosas, cuando te vas aproximando ya a la puerta de salida, creo que es el momento en el que hay que dejar algún testimonio, compartir lo que has visto. Estas autobiografías no son otra cosa que eso, son casi testamentarias.

Daniel López

Daniel López García (Sevilla, 1980) es periodista y escritor. Licenciado en Comunicación Audiovisual y Máster en Literatura General y Comparada por la Universidad de Sevilla, actualmente, trabaja en su proyecto de tesis en estudios comparados de literatura dentro del programa de Literatura Española y Teoría de la Literatura también de la Universidad de Sevilla. Su proyecto está centrado en el estudio comparado de la literatura dramática de mitad del siglo XX en EEUU y el teatro español actual. Ha participado en varios congresos internacionales de literatura como ponente y ejerce la crítica literaria en diversos medios. Es miembro del colectivo de escritores Cinco en breve.

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