Foto: David Lladó | imatges.net

Quitar la máscara a la máscara

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Irrumpe de nuevo en la escena literaria española el maravilloso dúo cómico W. y Lars. Protagonistas ambos de Magma (Spurious), novela de Lars Iyer, reaparecen ahora en Dogma. Esta es la segunda novela de la trilogía de Iyer que, con una excelente traducción  de José Luis Amores, viene publicando la editorial Pálido Fuego.

Esta vez emprenden los dos protagonistas un viaje por el sur de Norteamérica con la finalidad de fundar una nueva religión basada en sus estudios filosóficos y de crear un movimiento intelectual al que bautizan con el nombre “Dogma”. Una pretensión que saben de antemano condenada al fracaso.

En Dogma siguen discutiendo y peleándose cariñosamente W. y Lars como lo hacían en Magma. Ya no se centran en la idea de la muerte de la Literatura a manos de la banalización y del mercado. La nueva novela da un paso adelante en su crítica burlesca –contenida en el anterior libro– de la vida literaria en la actualidad. Pone en solfa la misma fuente de nuestros conocimientos y ofrece una sátira trágico-cómica de la estupidez que rige nuestras vidas. Se satiriza asimismo el exceso de cotidianidad y el desgaste infinito del que con otras palabras habla Robert Musil en El hombre sin atributos: ese esfuerzo tan titánico que supone el del individuo moderno que hace de todo para no hacer nada.

W. le reprocha a Lars que se entregue a cualquier cosa para estar activo. “¡Cualquier cosa para tener algo que hacer!”, dice, recordándole la expresión que este utilizó un día para referirse a su forma de actuar: el desgaste infinito, citando a Blanchot, y eternulidad, citando a Lefebvre.

Pálido Fuego
Pálido Fuego

Como se apunta con acierto en la contraportada de este libro, “Dogma es una obra de arte contemporánea sobre la coreografía absurda que domina nuestras vidas.” Su crítica al capitalismo es inevitablemente implacable. Por la novela, de contenido nietzscheano y escrita en un estilo que me recuerda el de un Thomas Bernhard no dramático, desfilan filósofos y literatos de la talla de Kafka, Blanchot, Rosenzweig, Whitman, Kant, Nietzsche, Conrad, Schelling, Hölderlin, Novalis, Hegel, Marx, Engels, Celan, Walser… Aunque dispone de trama, destacaría de Dogma que es una novela de ideas y no sobre ideas. Avanza a un ritmo trepidante que atrapa.

W. y Lars, personajes tan pesados y odiosos como entrañables, continúan bebiendo y lamentando su idiotez y su condición de fracasados. No obstante, se siguen promocionando a sí mismos, mientras dan conferencias durante su gira. Al mismo tiempo, agradecen en un momento determinado la ausencia de público a sus actos, motivo que les permite deambular de bar en bar y beber hasta olvidarse de sí mismos y del mundo.

W. considera a Lars un idiota, pero su estupidez, reconoce, le beneficia. Sobre la base de su no-pensamiento, dice con ironía, forja él el suyo. “¿Qué habría sido Sócrates sin saber que no sabía nada?”, se lee en los comienzos de Dogma. Avanzada la novela, parece darse una respuesta a esta pregunta, convertida en un dardo que lanza W. contra su amigo para ocultar la propia ignorancia.

“Sócrates sabía que no sabía nada: esa era su sabiduría, y el principio de toda sabiduría, dice W. Pero hay una diferencia entre no saber nada y no saber nada, dice. Hay una diferencia entre saber que no sabes nada como manera de salir de tu ignorancia, y revolcarte en tu ignorancia como un hipopótamo en una ciénaga.”

El segundo caso se corresponde con el de Lars, a quien W. llama Diógenes trastornado, “el doble idiota de Sócrates. Un hombre sin vergüenza, no porque rechace la idea de la decencia humana sino porque no conoce nada mejor. Un hombre al margen de la sociedad, no porque sea un ascético sino porque ésta, la sociedad, lo excluye.” Es la misma situación, claro, en la que en realidad se encuentra también W., por mucho que presuma de lo contrario. Tal vez por eso invita al otro a guardar en ocasiones silencio sobre asuntos fundamentales. Y hay silencios y silencios. No es lo mismo la reserva del sabio que “el silencio atronador del idiota”, característico de ambos protagonistas de la novela.

Dogma, insisto, es una crítica feroz contra la estupidez de los humanos en la sociedad actual. Imposible superar la estupidez si se carece de la facultad para detectarla, parece querer decirnos Lars Iyer a través de este dúo cómico que recuerda al de Beckett en Esperando a Godot, cuando no al de Flaubert en Bouvard y Pécuchet.

Los dos protagonistas viajan en esta novela, al igual que en Magma, con la certeza de la proximidad del fin. Se acerca el fin del mundo y el de ellos mismos, dice W. En una escena memorable del libro hace Lars Iyer una alusión a La carretera de Cormac McCarthy para referirse  a la doble amenaza proveniente del exterior (capitalismo) e interior (estupidez y, quizá, ausencia de alma):

“Pero, ¿qué sol se eleva por encima de nosotros?, pregunta W. mientras apura su segunda pinta. Un sol negro, dice. Un sol de cenizas y oscuridad. Tiene la imagen en la cabeza: el hombre y el niño de La carretera, empujando un carrito de la compra por una autopista vacía. Sólo que, en nuestro caso, serán dos hombres que riñen  por su turno de ir montados en el carro. Dos hombres con cenizas en el pelo, exiliados de sus ciudades y de todas las ciudades.”

La denuncia sarcástica y mordaz de los estragos que provoca el capitalismo abarca también al conjunto de la sociedad civil y a su –en palabras de Gregor von Rezzori– inculpable culpabilidad.  Somos cómplices de la banalización del saber y del naufragio de las humanidades. De la misma manera, también del continuo endeudamiento practicado por el capitalismo y de la destrucción material. Acatamos el mandamiento capitalista del consumo y adoramos el dinero.

“Schuld: la palabra alemana para culpa también significa deuda, explicó W. El capitalismo se sirve del crédito, por consiguiente todos somos culpables.”

Son palabras que pronuncia W. ante una audiencia que bosteza de aburrimiento, se revuelve en los asientos y mira sus relojes. Seis personas nada más, cuya indiferencia se vuelve reflejo de la falsa erudición de Lars y W. y de la quiebra de sus horizontes intelectuales. Ellos dos son pensadores de pacotilla. Llevan siempre consigo libros que ni entienden, ni leen, y en su habitación prefiere W. estar a solas con las obras esenciales. “Beckett junto a su Dante, y cricket en la televisión” se dice con sarcasmo en Dogma. Mientras tanto, ni filosofía, ni literatura. Lo que les preocupa es no encontrar en los bares su marca de ginebra favorita. Saben, como en Magma, que, aspirando a ser Franz Kafka, se han convertido, si acaso, en un simple Max Brod. En un sentido más amplio, son una mera parodia del erudito. “Filósofos de vertedero”, dice W. “Un par de Whitmans idiotas” que deambulan por América con sus “camisas holgadas”.

Se mueven en un mundo de intenciones, especialmente W. Le recrimina al otro su desidia, pero tampoco oculta que él siempre pierde “su cita con el pensamiento”. Incluso celebra esta pérdida. Una vez conscientes los dos de que los demás no pueden esperar nada de ellos, se liberan de toda expectativa, ajena y propia. Se ven entonces salvados en esta “Edad de Mierda” en que “el apocalipsis es inminente, las cosas están llegando a su término, pero ¿entretanto? El pub es siempre un entretanto, dice W. Ahí siempre hay tiempo de sobra, mientras bebes.”

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court (Canarias, 1959) es licenciada en Filosofía y profesora de alemán. Ha escrito relatos publicados en volúmenes colectivos y las novelas 'Decir noche' y 'Dime quién fui'.
Como columnista ha participado en la Cadena Ser, en revistas y en diferentes periódicos de las Islas Canarias. Actualmente colabora regularmente, desde hace años, con una columna semanal en el periódico 'La Provincia-Diario' de Las Palmas.
En 2003 ganó el accésit y al año siguiente el primer premio Mejor labor informativa de Canarias, otorgado por el Instituto Canario de la Mujer.

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