Víctor del Árbol | Foto: Ediciones Destino

Del Árbol: «Ser escritor es vivir en la literatura»

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Víctor del Árbol | Foto: Ediciones Destino
Víctor del Árbol | Foto: Ediciones Destino

Desbordado de generosidad y amabilidad en la cercanía del trato. Escritor más allá de su propia obra. Fue seminarista durante cinco años en el seminario de Ntra. Sra. de Montealegre, para más tarde cursar estudios de Historia en la Universidad de Barcelona y trabajar, actualmente, de Mosso d’Esquadra para la Generalitat. Ganó el Premio Tiflos de Novela con El peso de los muertos (2006) y quedó finalista en el premio Fernando de Lara con El abismo de los sueños (2008). Su novela La tristeza del samurái (2011) ha sido traducida a diez idiomas en Europa y Estados Unidos. Recibió Le Prix du Polar Européen (Premio a la mejor novela negra europea) concedido por la prestigiosa revista especializada en este género literario, Le Point, en el marco del Festival de novela negra de Lyon 2012. Hablamos de Víctor del Árbol (Barcelona, 1968), ganador del Premio Nadal con la novela La víspera de casi todo. Esta es su entrevista para Revista de Letras.

¿Qué tal se digiere la cena de un Planeta?
Yo te puedo hablar de cómo se digiere la cena de un premio Nadal. Despacio, atento a cada instante, con una alegría tranquila, muy íntima, sabiendo que estás viviendo uno de esos escasos momentos de magia que de vez en cuando aparecen en nuestras vidas. Apenas recuerdo el menú, solo el nudo en el estómago, y la explosión interna de felicidad. El recuerdo para mis amigos de siempre, para mi familia, ese orgullo que solo dura el instante previo a que todo quede atrás.

¿Primer estímulo que se le pasó algo por la cabeza cuando supo que era el ganador?
Gritar de alegría, pero solo apreté muy fuerte la mano de mi compañera bajo la mesa, y me dije que no debía permitirme que la emoción se me hiciera un nudo en la garganta, que debía permanecer sereno. Luego, horas después, paseaba alrededor del hotel mientras los operarios desmontaban el escenario de los sueños, fumaba y sentía una sensación de desnudez, algo parecido a la noche de reyes cuando era niño.

¿Pensó en algún momento llegar a este premio y ganarlo?
Lo pensé muchas veces, lo deseé, lo imaginé, llegué incluso a verme ahí, desde el atril. Pero nunca creí que sería realidad.

¿Cómo se forja la trayectoria, de Víctor del Árbol en este caso, para alcanzar un premio Planeta?
Como se forjan las cosas con vocación de permanecer, despacio, tratando de encontrar eso que llamamos una voz narrativa, sin ir demasiado lejos en las propias ambiciones, concentrado en cada novela, en cada principio. Al final, acaba resultando cierta aquella frase de Lenon: “la vida es lo que va pasando mientras hacemos planes”.

¿Le dijeron “no” por parte de las editoriales en alguna ocasión?
Muchas, muchísimas, tantas como para convencerme a mí mismo de que nada sería fácil, pero, paradójicamente, cada negativa fue un estímulo para perseverar. Aquellas cartas asépticas, formateadas con una frase amable pero implacable, las conservé años como un recordatorio. Atrás quedaron, pero me queda la certeza de que en este oficio nuestro nada es cierto, todo empieza una y otra vez.

¿Los mejores recuerdos de este trayectoria? ¿Con los que haya aprendido para siempre?
La primera vez que vi publicada una novela, me asombraba pensar que alguien fuera de mi círculo quisiera leerme, una crítica benévola o maldiciente me afectaba, paseaba por las librerías y me buscaba. Luego, con los años me di cuenta de que cada decepción y cada fracaso es una forma de aprendizaje. Aprendí a conocer el medio, a comprender que no todo está en mis manos. Recuerdo un viaje a Madrid para ver al editor. Me había citado a las 13:00 y yo y Lola cogimos el coche desde Barcelona aquella misma noche y nos plantamos en la puerta a las siete de la mañana. Fue maravilloso aquel viaje. Nunca perderé esa ilusión, esa impresión de que cada vez es la primera.

¿Qué hará ahora con su obra? ¿Qué desea traer a ésta?
Seguiré buscando depurar mi voz, intentando acercarme a la sencillez que aleja del ripio pero también de la simpleza. Buscar nuevos horizontes narrativos, nuevas estructuras, experimentar, no conformarme con lo conocido por muy buen resultado que me dé. Quedarse en la zona de confort es perder los alicientes del reto.

Destino
Destino

¿Qué ha aprendido de La víspera de casi todo?
Que toda crueldad puede ser explicada y asumible para el lector sin necesidad de ser evidente, ni gráfico. El lenguaje y la literatura ofrecen suficientes estímulos para no tener que imponer la evidencia de la imagen. El recurso de la lectura es una interacción perfecta con el libro en la que el escritor no debe entrometerse más allá de lo necesario.

¿Qué buscaba con ella? ¿Cuál era la razón última de su escritura?
Algo tan arrogante como respuestas. Respuestas a una cuestión que siempre me sacude: ¿qué somos? ¿Qué parte, la apariencia, la evidencia o el secreto? Y sobre todo ¿quién puedo ser?

¿Y qué debe prevalecer en una buena novela?
La mezcla perfecta entre lo estético y lo ético. El fondo y la forma en una conjunción que estimule todos los sentidos de quien la recibe, y un poco más allá, la seguridad de que algo se mueve, de que uno no es el mismo al empezar un libro que al terminarlo.

¿Cuándo dice todo una novela?
Nunca. Siempre queda la imposibilidad de la palabra, pero es lo único que tenemos y en su defecto, la ficción encuentra su virtud: Construimos falacias que explican la realidad mejor que los propios hechos.

¿Cómo cree que se describe mejor la psicología de un personaje?
Desde el análisis de sus acciones. La introspección es importante, el dialogo interior aporta profundidad, pero del mismo modo que sabemos más de alguien cuando le observamos sin que él o ella lo sepan, tal vale para los personajes: les vemos escuchar música, fumar, dormir, mirar sin saberse escrutados. Y ahí podemos descubrirles sin máscaras.

¿Cuál es el ritmo idóneo de una trama en la novela?
Una tensión continua y que vaya in crescendo, pero sin caer en la trampa de los artificios o los trucos. El ritmo viene de las palabras que elegimos y de la estructura de las frases, no necesariamente de la acción. El ritmo lo puede marcar un diálogo o una descripción, una musicalidad que avanza sin forzarse.

¿Por qué es usted escritor? ¿Cómo definiría usted a un escritor?
Soy escritor porque en la palabra encuentro una forma justificativa de mis emociones. Las entiendo mejor, ergo me entiendo a mí mismo y a mi entorno, cuando les doy la forma concreta e inaplazable del discurso escrito. Creo que un escritor es aquel que concibe la realidad desde un punto de vista subjetivo marcado por la emoción. Como un orfebre, el escritor desgrana esa visión emocional del mundo tratando de encajar las piezas con paciencia, palabra a palabra para terminar dibujando estados de ánimo.

¿Qué considera imprescindible en la novela?
Una voz narrativa original, no ya en los contenidos sino en la forma de posar la mirada sobre las cosas. Una novela tiene que hablar del universo de quien escribe, pero con un matiz fundamental: tiene que tener vocación altruista, no umbilical. Concebimos la novela como diálogo, no como monólogo. Así, es importante que la historia que se cuenta (los hechos) y la forma en que lo hacemos (las percepciones) sean capaces de interpelar a quien las lee.

¿Cómo entendería su vida, su biografía y sus circunstancias sin la literatura?
Como una vida imposible, porque ser escritor es vivir en la literatura, es ver las emociones y la macrorealidad a través de las palabras. Probablemente hubiera sido cualquier otra cosa, pero sería un poco más ciego, más mudo y más sordo. Ello significa que sería básicamente un hombre inacabado.

¿Qué disciplina requiere esta vocación, este oficio de la literatura?
Dos, en mi opinión. La primera, la libertad. Parece simple, pero no lo es. La libertad es la máxima virtud del ser humano y consiste en elegir siempre una opción a partir de una reflexión previa. La verdadera libertad no es impulso o capricho, ni siquiera es instinto. Está intrínsecamente ligada a eso que llamamos “bondad” Hacemos lo que nos parece mejor, bueno. Elegir la libertad como disciplina significa cuestionarse continuamente lo que escribimos, por qué lo hacemos y si es realmente lo que queremos hacer. Escapar de modismos, no sujetarse a la crítica o la oportunidad, elegir con tacto el contar y los recursos. En cada página, en cada palabra.

¿Y la segunda?
La segunda disciplina es la paciencia. Es importante dominar el impulso para transformarlo en algo creativo. Con paciencia aprendemos que la literatura no es profesión sino oficio en el sentido de lo manufacturado, lo artesanal y lo exclusivo. La paciencia nos enseña a no conformarnos con cualquier imagen o descripción, con cualquier solución técnica. No nos detenemos hasta que aquello que damos por definitivo se ciñe lo máximo posible a nuestra voluntad. Creo que Borges estaría bastante de acuerdo.

Gonzalo Gragera

Sevilla, 1991. Escritor y lector. Estudios de Derecho en la Universidad de Sevilla. Autor de los poemarios 'Génesis' en la editorial Jirones de Azul y 'La vida y algo más' en la editorial La Isla de Siltolá. Ha colaborado en diversas revistas de poesía y periódicos como ‘La Isla de Siltolá’, ‘Estación Poesía’ o ‘El Correo de Andalucía’, entre otros. Actualmente, es colaborador en 'La Mañana' de Cope Sevilla y en la revista cultural ‘Nueva Revista’.

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