Estos dÃas estamos siendo testigos de una auténtica lucha de poder entre Donald Trump y Nicolás Maduro. Una lucha que puede terminar, lo estamos comprobando en directo, en un baño de sangre. Si los dos personajes persiguen objetivos polÃticos aparentemente antagónicos, ¿por qué llamamos a ambos populistas?
Aquà encontramos ya una de las claves de lectura del nuevo ensayo del filósofo Ferran Sáez Mateu, quien, precisamente, ha ofrecido una conferencia en el CCCB titulada Del ciudadano al pueblo, dentro del ciclo de debates Desde mi ventana. Y es que el populismo es, según sostiene el pensador catalán, un lenguaje, no una ideologÃa ni un programa polÃtico. No se trata sólo de un matiz terminológico, sino que estamos ante el verdadero meollo de la cuestión.
El autor de Populisme, el llenguatge de l’adulació de les masses (editado por Publicaciones de la AbadÃa de Montserrat) nos dice que si el populismo no es una ideologÃa entonces, para combatirlo, no podemos buscar una ideologÃa contraria. No es una lucha entre izquierdas o derechas, o entre conservadores y progresistas. Se trata de un estilo y, por tanto, la única manera de desactivar el populismo (o, al menos, de intentarlo) es encontrar otro estilo que, ahora sÃ, funcione como opuesto, como freno y alternativa.
¿Cómo debe ser, entonces, ese lenguaje capaz de combatir las estrategias narrativas del populismo?
Desde que que se doctorara con una tesis sobre Michel de Montaigne, Ferran Sáez Mateu ha estudiado la relación entre comunicación y democracia. Profesor de Ciencias de la Comunicación y Relaciones Internacionales de la Universitat Ramon Llull, el pensador nos advierte de que la confluencia entre la cultura kitsch y las redes sociales ha provocado que las masas, que dábamos por muertas después de la Segunda Guerra Mundial, hayan vuelto con toda la fuerza.
Pero, este fenómeno, ¿en qué se parece, y en qué se diferencia, de lo que ya describÃa Ortega y Gasset a finales de los años 20? ¿Estamos, en pleno siglo XXI, en una nueva rebelión de las masas? Y, hablando de comunicación, ¿qué papel tiene en todo esto la pérdida de autoridad de la prensa que, desde el siglo XIX, se autodefine como cuarto poder, y que es menospreciada, una y otra vez, por los lÃderes populistas?
Una vez más, Ferran Sáez Mateu, que también ha publicado poesÃa (como Omertà , en 1992) y narrativa (como La nit contra tu, en 2016, y Les ombres errants, en 2012), reclama que nos detengamos en la cuestión del lenguaje. El demos griego, afirma, poco tiene que ver con el populus romano, ni mucho menos, insiste, con el concepto de ciudadanÃa posterior a la Revolución Francesa.
Si son conceptos tan diferentes, si se supone que en la democracia representativa somos ciudadanos, ¿por qué cada vez más polÃticos vuelven a utilizar la palabra pueblo? Y cuando hablan de los enemigos, de las élites o del sistema, ¿de quién hablan exactamente? ¿De Rodrigo Rato? ¿De Cristiano Ronaldo o de Mario Vargas Llosa? ¿O los jueces que, haciéndose un lugar dentro de su propia jerarquÃa, se juegan la carrera, y a veces la vida, persiguiendo la corrupción y el narcotráfico? ¿Es esa falta de concreción el sÃntoma más claro de que los programas polÃticos dependen más de la mercadotecnia que de la transformación, real y efectiva, de la sociedad?
Desde que Ernesto Laclau publicó La razón populista sabemos cómo funciona lo que el teórico argentino llamaba el significante vacÃo. Se trata de un significante que no tiene un significado preciso. Puede llenarse de contenido según quién lo utilice, según las demandas que el polÃtico detecte en la masa. AsÃ, el populismo lo que consigue es articular un conjunto de fuerzas heterogéneas que no pueden ser integradas orgánicamente dentro del sistema de partidos tradicionales. Esta cadena de equivalencias, y la indignación generalizada , cristaliza alrededor de un significante vacÃo que, a su vez, se reduce a un solo nombre. Los enemigos serán, ahora sÃ, la casta. Una casta que conspira contra el pueblo. O contra la gente decente, como prefiere decir Juan Carlos Monedero.
Pero Ferran Sáez Mateu no sólo nos habla de cómo ha evolucionado el populismo, y de los mecanismos que utiliza en la actualidad. Nos ofrece una perspectiva histórica, sÃ, pero lo pone en relación con el uso de las nuevas tecnologÃas, y como éstas han transformado ya nuestra manera de relacionarnos, también polÃticamente.
Esto es lo que podemos leer en su ensayo La superficie, la vida entre pantallas (editado por ED Libros, y también publicado hace pocos meses). Allàaparece la discusión entre lo que podrÃa haber sido la Modernidad, con la emancipación como gran paradigma, y lo que en realidad se ha convertido, una confusión entre el acceso al conocimiento y el conocimiento mismo.
Esta transformación epistemológica tiene consecuencias, insiste Ferran Sáez Mateu. Hoy no nos escandaliza cuando un diario titula que “Las redes sociales denuncian tal cosaâ€. ¿Quién es ese sujeto colectivo llamado redes sociales? ¿Qué tiene de red y qué tiene de social? ¿Se trata de un sujeto equiparable a la noción clásica de opinión pública?
Estos dÃas, además de ver la lucha de poder que tiene como epicentro Venezuela, también estamos observando cómo algunos de los medios de comunicación basados en la viralidad, que hasta hace poco parecÃan sustentarse en un modelo de negocio indestructible, están en plena crisis. Acostumbrados a utilizar el clickbait (esos titulares que son más anzuelo que sÃntesis de contenido), han caÃdo en su propia trampa. Hasta que Facebook, que era su principal entrada de visitas, ha cambiado el algoritmo. Y, como un castillo de arena, plataformas como PlayGround, de golpe, parecen insostenibles. En pocos meses ha pasado de conseguir trece millones de usuarios a obtener tan sólo tres. Sus propietarios ya han anunciando un ERE para echar a la mitad de la plantilla. Más de 70 trabajadores se quedarán sin trabajo. BuzzFeed, otro de los referentes en el sector, también ha hecho público que cierra sus canales en España.
Más allá de si consideramos estos medios virales como un nuevo «sensacionalismo coolâ€, o todo lo contrario, como una buena forma de crear nuevos lectores, los de la generación millennials, lo cierto es que muchos compañeros (algunos de ellos de indiscutible talento) irán a la calle. Y uno no puede dejar de preguntarse dónde están, ahora, los gurús que convencieron a los diarios generalistas, que aún conservaban cierto prestigio, para que imitaran unas estrategias que seguÃan su propia lógica y que, como hemos visto, no tenÃan por qué marcar todo el relato periodÃstico.
Pero, ¿qué relación existe, pues, entre una audiencia viral, que camina por arenas movedizas, y una comunidad que se deja seducir por el populismo? ¿Hemos pasado, ya, de la “argumentación convincenteâ€Â a la “argumentación persuasivaâ€? ¿Por qué la demagogia no es exactamente lo mismo que el populismo? Estas son algunas de las preguntas que Ferran Sáez Mateu intenta responder en sus dos últimos ensayos.
Alexis de Tocqueville, Jean-François Lyotard o Peter Sloterdijk, sin olvidarnos de Montaigne, entre muchos otros, son los nombres que constituyen la constelación desde la que se interroga Ferran Sáez Mateu.
DecÃamos que la correspondencia entre comunicación y polÃtica ha protagonizado, de alguna manera, tanto su vida académica como su trabajo fuera de la Universidad, colaborando regularmente en periódicos como el Ara, o el Avui, donde escribió durante 12 años. Sus ensayos rastrean una especie de cordón umbilical. Encontramos objetos de estudio que se repiten desde ángulos diferentes. Es el caso de Els bons salvatges (L’Arquer, 2008), donde el filósofo contrapone la idea de construir un “hombre nuevoâ€, que recupere la esencia del “hombre naturalâ€, con la perspectiva de la democracia liberal, donde el futuro perfecto, los proyectos quiméricos y las utopÃas se contemplan como una peligrosa falacia.
Si el «buen salvaje†nace como un recurso literario del siglo XVI, y luego Rousseau lo recupera como si fuera un personaje de carne y hueso, es Marx, siempre según Sáez Mateu, quien adopta al buen salvaje como modelo antropológico. ¿Qué vÃnculo se establece entre esa construcción con la tensión actual entre democracia representativa y democracia directa? ¿Hay espacio, entre esa falsa dicotomÃa, para la deliberación colectiva?
Ferran Sáez Mateu se preguntará, también, qué tiene de “nuevoâ€Â la nueva polÃtica. DecÃamos que no es una pregunta que se hace, sólo, desde la gran crisis de 2008, que, entre otras muchas cosas, pone en suspenso la idea de clase media que se habÃa ido consolidando en muchos sectores. El pensador se plantea los mismos interrogantes desde mucho antes del colapso financiero. En 1999 fue reconoció con el premio Josep Vallverdú por su libro El crepuscle de la democrà cia, publicado por Edicions 62. El libro cierra con un epÃlogo en el que crea un artefacto filosófico, y donde es el propio autor quien dialoga con un lector anónimo que él mismo ha inventado.
AllÃ, irónico, Ferran Sáez Mateu ya reconoce que se ve a sà mismo como “un fósil viviente†de aquellos que todavÃa reivindican la noción de ciudadano. Y añade: “El ciudadano no es sujeto de deseo, sino de voluntad polÃticaâ€.
En las mismas páginas, interpelado con tensión por su lector anónimo, el filósofo se lamenta de que nadie haya escrito una verdadera CrÃtica de la democracia, un libro inexistente y necesario, nos dice, que deberÃa utilizar la palabra crÃtica como lo hacÃa Kant. Y es que la crÃtica es, puntualiza, “el establecimiento de unos umbrales, de unos lÃmites, de unas reglas de juegoâ€.
El pensador añadirá durante el diálogo: “Nosotros acordamos dejar de ser el pueblo y dejar de implorar cosas. Optamos por ser ciudadanos que decidÃan sus destinos. Y esto no son transfiguraciones verbales, matices sutiles. Los ciudadanos no son el pueblo, ni implorar es lo mismo que decidirâ€.
A nadie se le escapa que la democracia representativa no funciona como deberÃa funcionar. El lector anónimo de aquel ensayo lo sabe, y acusa al conferenciante por defender lo que él mismo critica. Ferran Sáez Mateu, convertido en autor y personaje de su ensayo, le responde :
—Yo no defiendo lo que critico; critico lo que defiendo.
Al final, este diálogo, que es el epÃlogo de El crepuscle de la democrà cia, se vuelve imposible. El lector anónimo le reprocha que tenga tanta desconfianza en el futuro.
—Lo que tengo es una gran desconfianza en el pasado —le contesta Ferran Sáez Mateu.
Y desde esa desconfianza, desde esa mirada crÃtica, habló a los asistentes del Centre de Cultura Contemporà nia de Barcelona.