«Escribir el milenio en ropa de trabajo»

Libro de los esbozos (Books of sketches)
Jack Kerouac
Ed. Bruguera. 1º ed. 2008. 448 págs.

Alejandra Ligero
alejandraligero@gmail.com

«Escribir el milenio en ropa de trabajo»

Kerouac hizo una verdadera declaración de intenciones, un manifiesto enérgico y desaforado del conjunto de su obra. Para ésto, no sólo su contenido hace patente todo su imaginario e ideario, sino que la misma «forma» participa de la coherencia integral de toda su producción. El ejemplo más conciso es este libro de esbozos (Books of Sketches) que comprende la recopilación de los bosquejos que Kerouac escribió en papeles y libretas que llevaba en sus bolsillos desde diciembre del 52 a la primavera del 54.

Realmente estos bocetos funcionan como tal, atraviesan la frontera de la literalidad para convertirse en criaturas pictóricas que dibujan una realidad antes de su entera comprensión. Toda la estructura, todos los recursos, están utilizados en favor de este singular fenómeno, los saltos, la grafía, el uso de mayúsculas, los cortes abruptos de linea e incluso de palabras, términos en caló, onomatopeyas, modismos, lineas enteras de puntos o asteríscos, diminutos dibujos que se han conservado de las libertas originales, en definitiva una oralidad que consigue verificar no sólo el carácter pictórico y salvaje sino también el musical. A la manera de sus admirados jazzistas (entre ellos el más influyente Charlie Parker) consigue soplar locas improvisaciones que lograran estremecer al público que atiende a esta suerte de jam-session literaria. Veriginoso, estimulante, mordaz y certero, toda una revolución.

Los esbozos nos cuentan una américa sucia y desorientada que Jack Kerouac recorrió durante estos años, Denver, Nueva York y México son los áridos paisajes que veremos desde aquí. Todo un desfile de sus polimórficos habitantes vienen a ilustrar su territorio: obreros que compartieron con el autor tiempo de trabajo, niños, amas de casa, vagabundos y borrachos. Todos trazados con certeras pinceladas, componen un retrato, una época y también el punto de sus partida de las reflexiones.

No sólo veremos expuesta a Ámerica, sus vicios y sus aciertos, sino también al propio Kerouac, que nos deja ver sus frustraciones (durante los años en los que redactó los esbozos su On the road estaba siendo rechazada en las editoriales), sus expectativas, sus dudas, su forma de entender la vida y la literatura, a veces una misma cosa, e incluso su acercamiento al misticismo o las poéticas orientales y el budismo. Kerouac pensaba una forma personal de budismo mahayana, buscaba una revelación, una trascendencia por alcanzar, y para ello se servía de esa brutal espontaneidad, de la velocidad y la libertad descartando toda prisión (léxica, gramatical, filosófica). Esta escritura espontánea, oral, automática le acercan a la escritura automática de William Carlos Williams o al trance en el que Yeats decía escribir. Es una búsqueda despiadada de lo que hay más allá, de lo que podemos alcanzar todavía.

Los bocetos de Kerouac son un viaje alucinado y necesario, la prueba de que la Generación Beat es, ahora más que nunca, imprescindible para seguir viviendo. Es una reafirmación, un fraseo de trompeta y pluma que nos lanza contra la vida con el único requisito de unos ojos más honestos y un corazón más libre.

2 Comentarios

  1. Yo entré en la literatura por «On the road», y siempre le estaré agradecido a Kerouak por dejarme la puerta abierta. Tanto es así que este verano me fui en peregrinación hasta la City Lights. El resultado fue este texto:
    La City Lights tiene tres pisos. En el sótano, que es como una caverna, está -como ha de ser- la filosofía y por allí todos andamos a tientas (tiene, de hecho, algo de cuarto oscuro), y en las alturas, obviamente, reina la gloria in excelsis de la generación beat al completo. Subí, baje, me detuve en las escaleras, arrancándoles gemidos a las viejas tablas desgastadas del suelo, buscando algo auténtico tras las cortinas o las puertas que no llevaban a ningún sitio… o quizás sí, al bar Vesuvio, que está al lado, a donde se va a comulgar el alcohol de los poetas muertos.
    No oí ningún «Aullido», ni sentí los pasos de Kerouac a mis espaldas… pero no todo fue silencio. Un pollo tuvo la culpa de que aquella procesión degenerara en un pequeño parricidio poético. Un pollo que no paró de picotearme las puntas de los zapatos hasta que le retorcí el cuello y me lo metí en el bolsillo de la americana:

    The chickens
    are circling and
    blotting out the
    day. The sun is
    bright, but the
    chickens are in
    the way. Yes,
    the sky is dark
    with chickens,
    dense with them.
    They turn and
    then they turn
    again. These
    are the chickens
    you let loose
    one at time
    and small-
    various breeds.
    Now they have
    come home
    to roost -all
    the same kind
    at the same speed.

    Este poema es de Kay Ryan. Se encuentra en «The Niagara River», editado por Grove Press en 2005.

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