Amador Vega | Foto: Fragmenta

Amador Vega: «Ramon Llull es libre porque no tiene miedo»

El filósofo catalán es el comisario de la exposición 'La máquina de pensar', dedicada al pensador que creó el 'Ars combinatoria'

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Amador Vega | Foto: Fragmenta
Amador Vega | Foto: Fragmenta

Es una de las exposiciones más esperadas. El Centre de Cultura Contemporània de Barcelona acoge La máquina de pensar, una muestra que, coincidiendo con la conmemoración del 700 aniversario de la muerte de Ramon Llull, quiere reivindicar su Ars combinatoria como un precedente de las nuevas tecnologías. El comisario de la propuesta, el pensador Amador Vega, nos habla de los múltiples territorios a los que se acercó el que es considerado el primer gran filósofo de Europa.

Antes de su primera visión, Ramon Llull, que ya ha cumplido los 30 años, no ha tenido ninguna formación intelectual. Pero sí hay cultivado la poesía

Efectivamente, cultivaba la poesía antes de su transformación. Su formación científica es otra cosa. Es mucho más compleja, y llega después. Que fuera autodidacta no quiere decir que no estudiase. Estudió muchísimo. Después de las primeras visiones, peregrina durante dos años. Cuando vuelve, pasa por Barcelona y habla con San Raimundo de Peñafort, que era un gran canonista, y el general de los dominicos. Regresa a Mallorca, allí adquiere una formación alternativa y, entre otras cosas, aprende el árabe. Pero él tenía relaciones con la corte de Jaime II en Montpellier, y la ciudad francesa era un centro intelectual muy activo. Su universidad era muy importante en el campo de las Ciencias Naturales, la Medicina y el Derecho.

Lo que sí había conocido en su juventud era el “arte de descubrir”, necesario para componer sus poemas. De alguna manera eso le acompañará siempre. Afirma que sin amor no hay conocimiento.

Para él, el amor y el conocimiento van juntos. Literalmente, nos dice: “El amor sin la ciencia es defectuoso. La ciencia sin el amor es defectuosa”. Al principio, se refiere al amor hacia la mujer. Pero luego amará a Dios con la misma intensidad. Llull es una persona apasionada. Y el amor a Dios requiere conocimiento. Contra más conoces, más amas. Y al revés.

El Ars magna ha de ser una gramática universal. Necesita un nuevo lenguaje. Y para ello construye un método.

Él hace servir letras porque cree que así, además de tener una función nemotécnica, el otro aceptará más fácilmente el diálogo. No usa el nombre de su Dios, sino los atributos que también son aceptados por el que no es cristiano.

Usted ha trabajado la relación entre abstracción y espiritualidad en artistas como Mark Rothko.

El mundo de la abstracción nos permite ponernos en contacto a partir de figuras o conceptos sin hacer explícito el contenido. Es una vía de diálogo.

De alguna manera, esos arquetipos son las ideas platónicas: el Bien, la Sabiduría o la Verdad.

Llull construye su gramática universal a partir de los atributos de Dios que, con muy pocas diferencias, compartían judíos, musulmanes y cristianos. Los arquetipos explican la presencia de Dios en el mundo. Todo es una analogía. Hay un sistema de correspondencias clarísimo. El que está arriba encuentra su reflejo en el que está abajo. Por eso él creía que en las piedras y en los animales también encontramos la realidad superior.

Sin embargo, sus diagramas circulares escapan de la simplicidad del orden platónico, que es vertical, y del aristotélico, que es horizontal.

Sí, el neoplatonismo del que bebe Llull incorpora ambas dimensiones.

Y, cuando se encuentra lo vertical y lo horizontal, vemos el símbolo de la cruz. Dalí o Tàpies han leído a Llull desde allí.

Una cruz es un cruce. Un punto de encuentro, donde coinciden los opuestos. Es un símbolo universal, incluso anterior al cristianismo. Lo encontramos, por ejemplo, en algunas cuevas maniqueas. Tàpies era un gran lector de Llull. Hizo un libro-objeto a partir de su obra. Y Dalí llega a Llull gracias a Francesc Pujols, ese filósofo tan desconocido y tan genial.

Hay otros símbolos que coinciden en muchas culturas, como la rueda y el árbol.

De hecho los tres símbolos (cruz, rueda y árbol) quieren representar el orden de la creación. Todos ayudan a hacer las combinaciones.

También utiliza la escalera como símbolo. Wittgenstein, muchos siglos después, recuperará la metáfora en su Tractatus para hablarnos de su propuesta de sentido.

La escalera une dos mundos: lo invisible y lo visible, el Cielo y la Tierra, el aquí y el más allá… Es un sistema, otra vez, de semejanzas.

Pese que quiere convencer a los no cristianos, fomenta el diálogo interreligioso. De hecho, en el Libro del gentil y de los tres sabios, el lector no sabrá nunca a qué sabio (o corriente religiosa) ha escogido el protagonista.

Cree que ha de convencer a través de la razón, sin forzar al otro. En eso es absolutamente novedoso. Llull considera que el hombre ha sido creado dignamente. Y dignamente quiere decir que ha de poder utilizar la inteligencia para comprenderlo todo.

Llull afirma que “sin diferencia no puede haber ni concordancia ni contrariedad”. El idioma es otro de sus “entremundos”.

La primera lengua que habla filosofía en Europa es el catalán. Y es gracias a Llull.

En una época donde no era nada fácil, Llull decide viajar en el sentido más amplio. Usted ha reflexionado sobre la idea de viaje en Libro de Horas de Beirut, donde había ido precisamente a dar un seminario sobre el filósofo.

El mundo del Líbano es interreligioso, y por eso están muy interesados en las aproximaciones que hace Llull, que también estuvo en Asia Menor. Uno viaja con la mochila que tiene, pero hay que intentar no llevarla demasiado cargada. Si la llevas a tope, ¿de qué la llenas?

Une, también, mística y razón. La teología de la época no acepta eso de que “todo filósofo puede ser un buen mecánico”.

Yo creo que la Academia aún hoy en día mira con desconfianza al que viene de afuera. Llull habla de una manera diferente, y eso le causa muchos problemas.

Después, una vez muerto, Nicolás de Cusa o Giordano Bruno se interesan por la “máquina” de Llull, pero se fijan sólo en el “instrumento”.

La exposición habla de eso. Llull no quiso crear una “máquina de pensar”, pero fue recibido así. No podemos mostrarnos ciegos a esa recepción. Borges lo sabe muy bien, y por eso le interesa el poder creativo que genera.

La muestra también señala a Llull como un  precursor de la idea de Red. Es curioso que el mítico discurso de Steve Jobs en Standford, en 2005, lo dedicara a la necesidad de “conectar todos los puntos”.

Seguro que Jobs era un lulista sin saberlo (ríe). Llull es un gran mediador. Pone en relación lenguas, pueblos, discursos, física, medicina, filosofía, geometría… Llull es un coetáneo.

Pero, hoy, la relación entre arte y ciencia (algo que Llull fomentó) es casi inexistente en las escuelas.

Sigue siendo uno de los déficits de nuestra Educación, sí.

Todo lo que hace Llull es por amor a Dios. Pero no renuncia a la libertad. Todo lo contrario.

Ramon Llull es un hombre libre porque no tiene miedo. No tiene miedo a la verdad. Incluso, estaría dispuesto a abandonar su creencia si eso le ayudara a alcanzar la verdad. Para él los dogmas no son un impedimento. Casi nunca cita la Biblia, el Corán o la Torá. Y conocía muy bien los textos. Con la fe no es suficiente. La dignidad no está en ser Dios, sino en ser hombre.

'La máquina de pensar' | Fotos: CCCB
‘La máquina de pensar’ | Fotos: CCCB

Albert Lladó

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, de 'Malpaís' y 'La travesía de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).

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