André Schiffrin: “Hace unos años fui demasiado optimista con el sector editorial”

André Schiffrin, gurú de las editoriales, vaticina  tiempos difíciles
(Una versión de este reportaje ha sido publicada recientemente en la revista Tiempo).

 

Nueva York tenía 330 librerías en los ’70 y ahora tiene 30, incluidas las cadenas. Es uno de los muchos datos recogidos en El dinero y las palabras, último libro de André Schiffrin, publicado en España por Península. Schiffrin es uno de los editores más prestigiosos del mundo. Su nuevo libro es una crónica, en forma de ensayo, de la enfermedad del mundo editorial y las posibles vías para salvar los libros.

Las editoriales

El papel está en crisis y todavía no se ha desarrollado el libro digital. ¿Acaso se lee menos? Schiffrin niega y matiza: “No se lee menos, se lee otra cosa. El sistema editorial, hasta los ’80, perseguía una rentabilidad de un 2%. Ahora se exige un 10% de beneficio. Esto provoca un cambio en los catálogos, puesto que no se asumen los riesgos que se asumían y se publican menos títulos”.

La absorción de editoriales por parte de conglomerados, de los que Schiffrin destaca el grupo Random House, plantea un problema más grave que la posible entrada del libro digital. La rentabilidad de radios, televisiones y periódicos es superior a la de editoriales. Al formar éstas parte de grupos multimedia, los inversores no están conformes con los beneficios clásicos del sector del libro. “En la crisis económica, para ganar mucho dinero, uno no puede ya contentarse con hacer un libro y venderlo: te haces rico comprando y vendiendo editoriales”.

“Todo ha cambiado,” murmura. “Soy un viejo editor del siglo XX, y veo las cosas de otra forma: el editor debe publicar, además de lo que los lectores quieren, lo que deben leer. Muchas grandes obras están entre nosotros por la confianza de criterio de sus editores, y el nuevo modelo lo hace muy complicado”.

Las librerías

El problema se ceba en las librerías. La vida media de un libro en depósito ha bajado vertiginosamente, hasta el punto de que algunas novedades permanecen una semana, e incluso menos, en la mesa de novedades. Schiffrin explica que “cuando era un joven librero, un libro que vendiera dos ejemplares en un año permanecía en los estantes”. Aquel era el reglamento de la Asociación de Libreros.

Pero las grandes superficies, como Barnes & Noble, siguen la pauta de los conglomerados de comunicación: sólo ofrecen lo que vende mucho. Destaca el caso de dos librerías vecinas, una grande y una independiente: “sólo el 4% del catálogo coincidía.” Sin embargo, las pequeñas desaparecen al no poder asumir los costes, y ahí se conjuga el problema del libro con el inmobiliario.

Y hay un nuevo factor: Amazon, la tienda online que envía libros a domicilio y cuenta con un stock enorme. Si David es la pequeña librería y Goliat la gran superficie, “Amazon llega como un Super Goliat”, ilustra este editor.

Juan Soto Ivars y André Schiffrin

Los autores

A un menor riesgo de la editorial y una permanencia corta del libro en librerías, son los autores quienes más deberían preocuparse, dice Schiffrin, y cita el caso de Albert Camus. En francés, se han vendido unos 25 millones de ejemplares de sus obras. En cambio, su primera novela con Gallimard no agotó la primera edición, de 2000 ejemplares. “Actualmente, Random House es reacio a publicar libros cuya venta estime en menos de 60.000 ejemplares”.

Este modelo basado en el éxito rápido hace del todo imposible que un autor novel de la calidad de Camus se haga una carrera. En Francia, sólo hay 900 autores que ganen más de 16.500 euros por el conjunto de su obra.

Soluciones

Una de las soluciones que aporta es la de Noruega. Allí, el Estado surte las bibliotecas públicas con una gran cantidad de libros nuevos, de forma que las editoriales, pequeñas y grandes, tienen asegurada una cuota de venta. ¿Pueden considerarlo injusto los contribuyentes que no leen? Schiffrin alude a las experiencias francesa y noruega: “jamás se ha generado este debate allí, y hay mucha gente que no lee. Se trata de convencer a la gente de que tener ideas en circulación es bueno para todos”.

El libro electrónico

“El libro electrónico no es un mal para el sector. Hay un porcentaje de lectores que lo utilizan, y en general para el best-seller”. Por el momento, éste es el dato. Quizás sea la tendencia. Añade que la música y el libro no reaccionan igual ante la digitalización. “Cuando la gente escucha música sabe qué quiere escuchar, pero el libro es distinto, porque uno no sabe lo que va a leer hasta que no lo está leyendo”.

En España, proclive a la piratería, este formato se percibe más amenazante. Schiffrin dice que existe la sensación entre las nuevas generaciones de que los productos culturales deberían ser gratuitos. “Yo no tengo nada contra la gratuidad, pero todo se paga. Si el libro es gratis, ¿cómo se paga? Es necesario pensar en otras fuentes de ingresos. El caso de la televisión francesa es alentador. Hay un impuesto que se paga por tener el aparato en casa. ¿Por qué no hacer un impuesto sobre el libro electrónico?”.

Pero antes de terminar la entrevista, Schiffrin repite, tajante: “digital o en papel, la catástrofe del sector editorial es el beneficio que se exige a los libros. Antes, el editor tenía pasión por su oficio, no codicia por un negocio”.

Juan Soto Ivars

Juan Soto Ivars

(Águilas, 1985) es escritor y crítico literario. Autor de la novelas "Siberia" (El olivo azul y sigueleyendo, Premio Tormenta Autor Revelación 2012), "La conjetura de Perelman" (Ediciones B, 2011) y "Ajedrez para un detective novato" (Algaida, 2013), con la que obtuvo el Premio Ateneo Joven de Novela; ha editado la antología "Mi madre es un pez" (Libros del Silencio, 2011; con Sergi Bellver), coordinó y participó en la antología de relatos "Sobre tierra plana" (Gens ediciones, 2008) y en la actualidad prepara varios proyectos editoriales. Lleva la sección "España is not Spain" en El Confidencial, y tiene otro espacio propio de entrevistas, ¿Puedo tratarle de usted?, en la revista Primera Línea. Escribe habitualmente en la sección de cultura de la revista Tiempo y participa en multitud de webs de crítica literaria. Dirigió durante dos años El Crítico, boletín de ensayo literario creado por Juan Carlos Suñén.

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