Ginés Cutillas | Foto cedida por el autor

Cutillas: «El tiempo del proceso creativo marca el género»

Ginés Cutillas | Foto: Ana Pujols

Ginés S. Cutillas nos propone en Mil rusos muertos, una revisión a Una habitación propia de Virginia Woolf desde un nuevo punto de vista: el del creador actual en busca del tiempo necesario para escribir, donde se intenta desmontar la idea de que las pretensiones y frustraciones del creador son diferentes según su sexo.

En Una habitación propia, Virginia Woolf decía que una mujer debe tener un espacio propio y dinero para poder escribir. ¿De qué modo has utilizado esta premisa y cómo se adapta al siglo XXI?
Efectivamente, Woolf decía que una mujer debe tener un espacio propio, a ser posible con una puerta que la aísle del mundo, y dinero para cubrir las necesidades mínimas que no la distraigan del proceso creativo. Actualmente, tras la crisis económica iniciada por la caída del banco de inversiones Lehman Brothers en 2008, varías generaciones de creadores, sobre toda la mía, que nos pilló en ese punto en el que nuestros padres afianzaron su futuro por medio de ascensos o consolidaciones en sus carreras profesionales, nos hemos visto perjudicados al tener que trabajar más tiempo por menos dinero, en el mejor de los casos que encontráramos trabajo y no tuviéramos que irnos al extranjero. Esto ha hecho que aquellos creadores que no venimos de una familia pudiente, hayamos tenido que disminuir nuestro tiempo de creación para proporcionárselo al trabajo-yugo de turno. Básicamente, una las variables que defendía Woolf hace 90 años para las mujeres —coincidiendo además con otra crisis económica que acabó en el Crack del 29 de Nueva York—, que era el espacio, hoy día ha cambiado para los creadores actuales, ya sin distinción de sexo, y ha pasado a ser tiempo.

¿Crees que es posible vivir de la literatura? Mencionas la cuestión del tiempo como la variable más importante y cómo puede llegar a condicionar los géneros que se escriben.
Es la gran apuesta del libro: vivir de lo que nos gusta hacer. Está claro que a no ser que consigas escribir un best seller lo vas a tener complicado para vivir directamente de la literatura, pero siempre hay mundos concéntricos alrededor de la actividad principal que puedes desarrollar. En mi caso, dar conferencias, cursos, columnas de opinión, ser jurado de premios… Volviendo al binomio enfrentado de espacio-tiempo que hemos mencionado, Woolf sostiene en Una habitación propia que Jane Austen sólo podía escribir novela porque estaba condicionada a su espacio de creación: el salón común familiar donde era constantemente interrumpida. Afirma que cualquier otro tipo de género más elevado, según ella el teatro o la poesía, hubiera resultado imposible de escribir en ese entorno porque necesitan de mayor recogimiento. En mi caso, la pulsión de escribir la intentaba satisfacer con pequeños textos que podía empezar y acabar en el intervalo de tiempo que podía dedicarles: microrrelatos cuando podía juntar unas horas, relatos si disfrutaba de una semana de vacaciones. No fue hasta que trabajé de funcionario y tuve todas las tardes libres durante cuatro años, que me atreví con la novela. Vemos entonces que al igual que en la época de Woolf es el espacio lo que condiciona el género al que el creador se puede enfrentar, actualmente es el tiempo que puedes dedicar al proceso creativo, lo que te marca el género.

El ensayo sigue dos líneas argumentativas, una se centra en si existe algo llamado “literatura femenina” y la otra, en cómo te las ingeniaste para dedicarte completamente a la literatura. ¿Puedes hablarnos de ellas y de cómo se entrecruzan?
La idea del libro comienza cuando me encargan dar una conferencia sobre Microrrelato y mujer. Como mi intención era vivir de trabajos cercanos a la literatura, acepté sin pensarlo mucho, pero cuanto más investigaba, en lugar de llegar a conclusiones se me planteaban cada vez más preguntas. Así, mientras en el libro de Woolf se intenta contestar preguntas del tipo «Â¿qué efecto tiene la pobreza sobre la novela?», «Â¿qué condiciones son necesarias a la creación de las obras de arte?», «Â¿por qué atraen las mujeres mucho más el interés de los hombres que los hombres el de las mujeres?» o «Â¿por qué son pobres las mujeres?», aquí se intenta dar respuesta a otras de carácter, digamos más pragmático: ¿qué es realmente la literatura femenina?, ¿escribimos de manera diferente los hombres y las mujeres?, ¿poseen las escritoras una estética propia, quizás un estilo único?, ¿puede un hombre imitar una voz femenina y viceversa?, ¿existen temas exclusivamente femeninos y temas exclusivamente masculinos?, es más, cuando hablamos de la escritura de mujeres, ¿estamos incluyendo a todas las mujeres, independientemente del color de su piel y clase social, o sólo a las mujeres blancas de clase media-alta? Concluyendo, ¿existe en la actualidad una literatura de hombres y otra de mujeres? Y si así fuera, ¿serían excluyentes entre ellas?

El punto de partida de Una habitación propia fue, como en tu caso, una conferencia.
Sí. A Woolf le encargaron una conferencia similar en 1928, que acabó titulándose «Novela y mujer». Una habitación propia, publicada al año siguiente, no es más que el proceso de investigación que realizó la autora para impartir su charla. No era difícil pues establecer similitudes entre ambas obras. Me di cuenta de que la obra de Woolf era la escaleta perfecta para apoyar mi investigación casi un siglo después y ver qué había cambiado en todo este tiempo, además de relatar el proceso interno para abandonar mi trabajo-yugo y dedicarme por completo a la literatura.

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¿Crees que existe una literatura femenina? ¿El libro pretende generar un diálogo a propósito de este tema o más bien pone el acento en la polémica? ¿Cómo se ha recibido por parte de las mujeres?
Particularmente creo que no, al menos eso es la conclusión a la que se llega en el libro, y no porque lo diga yo de forma subjetiva, sino por todas las opiniones contrastadas entre autoras, siempre mujeres, que nos llevan a ese punto. El libro propone al lector que se plantee una serie de preguntas, que se enfrente a ellas. Verá que no es fácil ser taxativo con ninguna de las opiniones, que siempre hay alguien desde una posición superior que podrá rebatirlas. Mil rusos muertos no pretende ser polémico, ni mucho menos, sino abrir un espacio de debate entre nichos de lectores aparentemente disjuntos. De la misma manera que no me gusta distinguir entre el sexo de los autores —»Una obra de arte no tiene sexo», dice Siri Hustvedt—, intento no hacer distinciones entre lectores y lectoras. La obra es única y debería ser interpretada de la misma manera por ambos sexos. Quizá habría que distinguir mejor entre lectores avanzados y lectores planos o con prejuicios. Los primeros serán capaces de ver el espacio de debate que se abre, y todos los planos de lectura que plantea la obra, donde la historia que realmente importa es el proceso personal para abandonar el trabajo-yugo y quizá menos el proceso de investigación que ilustra; los segundos, los lectores planos o con prejuicios, se quedarán con la anécdota burda y harán énfasis en aquellas declaraciones que no apostillen lo mismo que ellos piensan, sin darse cuenta de que en ningún momento se asevera nada, sino que se enfrentan posiciones de diversas autoras, y que el papel que yo tomo es el de mero abogado del diablo.

Tengo entendido que defines Mil rusos muertos como un ensayo-ficción. ¿En qué consiste exactamente?
Consiste en que el autor elige un tema vinculado de alguna manera con su vida personal o laboral y lo desarrolla desde la experiencia, planteando a priori unas dudas y conjeturas que intentará resolver a lo largo de la obra. Hasta aquí podríamos estar hablando del género del ensayo. La diferencia radica en que el autor no deja de opinar de manera subjetiva, utilizándose a sí mismo como personaje para hacer avanzar la trama con el fin de llegar a un resultado objetivo, siempre desde un prisma literario. Si equiparamos el arte de rellenar los huecos de la autoficción con el ensayo, vemos que el ensayista, también rellena a su manera los espacios que él mismo crea al intentar responder las preguntas y conjeturas, que por necesidad ha de plantear al principio de su obra. Si combinamos ambas pretensiones, la de rellenar los espacios ficcionales que crea la autoficción y los espacios de conjetura que crea el ensayo, desembarcamos en la nueva manera de relatar que pretende el ensayo-ficción: utilizar dicho henchimiento de huecos para hacer que avancen a la par la trama del hilo ficcional extraída de la propia existencia y la investigación sobre el tema que se esté tratando. Debemos elegir una de las dos tramas como escaleta base sobre la que encajar la segunda, resultando ser catalizadoras la una de la otra en pos de una resolución tanto vital como técnica.

¿Lo consideras un género nuevo?
Más que un género nuevo, yo diría que es otra forma de contar las cosas, y tampoco es tan nueva, pues encontramos ejemplos en la obra epistolar Obermann (1804), en la que Étienne Pivert de Senancour se encarga de relatarnos de forma introspectiva, despojándose incluso de las ropas, la vida del buen salvaje a los pies de los Alpes, utilizándose a sí mismo como material de ficción para su experimento social. La relación con Walden (1854) de Thoreau es inmediata: medio siglo después, el autor americano repite la experiencia y se construye una cabaña a orillas del lago que da nombre a la obra. Allí permanece dos años, dos meses y dos días, apuntado las respuestas a las preguntas que cree le harán a su vuelta, cuando por fin decida regresar a la sociedad. Una vez más, el autor se sirve de sí mismo como material para su propia obra. Pero también obras inclasificables en su día, como la propia habitación propia de Woolf, o más actualmente Teoría King Kong (2007) de Virginie Despentes, Anatomía de un instante (2009) de Cercas o Los cuerpos partidos (2019) de Álex Chico.

Por último, ¿a qué se debe el título?
El título es fruto de una anécdota ocurrida hace quince años. En mi época de funcionario compartía despacho con un cordobés muy culto que un día apareció enfadado porque le habían intentado engañar en el banco. Ofendido como estaba, exclamó algo que apunté sabiendo que algún día lo utilizaría: «Â¡A mí, que he leído a más de mil rusos muertos!». La locución es perfecta para reflejar la generación sobrecualificada a la que se hace referencia en el libro, y que sólo encuentra frustración en los trabajos precarios que esta sociedad les ofrece.

Verónica Nieto

Verónica Nieto (1978), nacida en Córdoba (Argentina) y afincada en Barcelona, es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona. Es autora de 'La camarera de Artaud', galardonada con el I Premio de Novela Villa del Libro 2010, reeditada en 2018 (Trampa Ediciones) y traducida al italiano (Valigie Rosse, 2015); de los cuentos 'Tangos en prosa' (Agilice Digital, 2014), y de las novelas 'Kapatov o el deseo' (Balduque, 2015) y 'Qué haces en esta ciudad' (Ril Editores, 2019). Participó en la antología de cuentos 'Barcelona-Buenos Aires, Once mil kilómetros' (Trampa Ediciones, 2019/Baltasara Editora, 2019). Edita y coordina la revista de humanidades 'La Maleta de Portbou' (Galaxia Gutenberg). También escribe en 'Rumiar la biblioteca', un blog de lecturas e impresiones literarias.

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