He ido a «La Platgeta», a comprar una merluza para prepararla al horno. Ahora que le he pillado el truco y me sale más que decente, comienza el hábito. Quizás debería decir que le sale decente al horno, mi trabajo se limita a colocarla en una bandeja y a mirar a cada rato para que no se me pase (se le pase).
Homo Erectus Inclinatus (Ilustración: library.thinkquest.com)
Lo de atribuirnos los méritos de los demás es algo que viene de lejos. O quizás no tanto. Imagino a los cavernícolas descubridores del fuego adorando a su nuevo amigo. ¡Lo adoraban! Porque ellos, tan primitivos, no preparaban la sopa de galápago o el estofado de mamut pensando en lo buenos cocineros que eran. De haber utilizado el lenguaje moderno, jamás se les ocurriría exclamar lo maravilloso que les quedó el puchero de dedo de tiranosaurio. Más bien dirían «¡qué bien lo preparó el fuego!».
El egoísmo nació cuando un Homo Erectus (denominados así porque caminaban erguidos) descubrió la manera de frotar dos ramitas de madera con el fin de encender una hoguera. Al poco tiempo, otro individuo (por aquél entonces ya lo eran) comprendió que, si frotabas dos piedras especiales, resultaba más fácil y se gastaban menos palitos, muy necesarios para hacerlos servir como mondadientes y para jugar al aro (no se había inventado la rueda, pero sí el aro. No pregunten). El caso es que los dos Homo Erectus se enfrascaron en una disputa (defendiendo cada uno su técnica), que consistió en lanzarse los utensilios de trabajo. No hace falta decir quién ganó. Difícil superar el efecto de una pedrada en la cocorota, en comparación con el golpe que pueda producir en la cabeza o en la rodilla una triste ramita. A no ser que te llegue al ojo. Entonces, amigo, estás perdido.
Luego, con la cosa del cristianismo, en lugar de adorar al fuego por los guisos que nos había proporcionado, comenzamos a agradecerselo a un señor que está en las alturas, como si fuera Él quien, dispuesto con un mandil y una olla de acero inoxidable 18/10 con triple fondo difusor, suministrara las viandas. Digo yo que la cosa está justificada cuando se trata de personas que representan a la Iglesia, ya que viven de Él y, sin duda, deben agradecerle el chollo. Pero yo le doy gracias a mi horno Balay, el único que hace posible que no me tenga que comer cruda la merluza al horno, lo que no tendría sentido, ya que entonces no sería merluza al horno si no, quizás, heak tartar, o algo así. También está la otra opción, de la que me acabo de dar cuenta ahora mismo. Con tanto rollo se me ha quemado todo. ¡Mierda de horno!
José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.
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