De lo que acaeció con el rey de Españistán

Hablaba otro día el conde Lucanor con su consejero Patronio de esta guisa:

-Patronio, un hombre sabio me ha solicitado dineros para crear una escuela en la que enseñar y realizar investigaciones, que, según él, no solo servirán para aumentar el conocimiento en general, sino que acabarán por producir ganancias económicas y otros beneficios. Algunos me indican, en cambio, que el gasto sería excesivo en los tiempos que corren y que hay otras necesidades más perentorias. Os ruego que me aconsejéis lo que he de hacer en este caso.

Ilustración que representa al Conde Lucanor y a su criado Patronio (Losada)

-Señor conde -dijo Patronio- para que acertéis mejor, estaría bien que supieseis lo que aconteció con el rey de Españistán.

El conde le preguntó cómo fuera aquello y Patronio le dijo así:

-El monarca de Españistán se sentía preocupado por su pueblo, que, tras una guerra muy cruel, estaba pasando por una situación realmente complicada. El hambre se había apoderado de muchos estómagos y varias enfermedades diezmaban la población del lugar. Un día, uno de sus súbditos le pidió dinero para iniciar una serie de experimentos con los que intentar encontrar una cura para una de las enfermedades que más muertos estaba causando, no solo en Españistán, sino en todo el continente. El rey le agradeció sus buenas intenciones, pero decidió rechazar la solicitud porque era una inversión grande y arriesgada, y, sobre todo, a largo plazo.

El súbdito aceptó humildemente las palabras de su señor, pero no abandonó su propósito. Viajó hacia el norte y allí se entrevistó con otros monarcas hasta que uno de ellos decidió confiar en él. Los primeros años fueron duros porque no hubo resultados palpables, pero contaba con el apoyo de su nuevo rey, así que pudo continuar trabajando en el proyecto de su corazón.

Por fin, un día, aquel hombre sabio encontró una cura para la enfermedad, y, desde entonces, nadie más volvió a morir por su causa en aquel reino del norte. Impresionado por su éxito, el monarca puso más recursos al servicio de su súbdito extranjero con los que este pudo desarrollar una gran labor y enseñar sus conocimientos a otros.

Y vos, señor conde Lucanor, si no queréis acabar como el rey de Españistán, impidiendo el progreso de vuestras tierras por falta de visión, deberíais aceptar la propuesta de vuestro hombre sabio.

El conde tuvo este por buen consejo e hízolo así. Y entendiendo don Juan Manuel que este ejemplo era muy bueno, mandólo escribir en este libro, y compuso estos versos:

Quien el conocimiento desprecia,
paga las consecuencias como gente necia.

Natalia González de la Llana Fernández
www.unesqueletoenelescritorio.blogspot.com

Natalia González de la Llana

Natalia González de la Llana Fernández (Madrid, 1975) es Licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Univ. Complutense, donde obtuvo el Doctorado Europeo. Posee, entre otros posgrados, el Máster en Libros y Literatura para Niños y Jóvenes (UAB) y el Máster en Escritura de Guión para Cine y TV (UAB) . Se dedica a la enseñanza y la investigación en el Dpto. de Románicas de la Univ. de Aquisgrán (Alemania). Además, dirige talleres de escritura creativa y ha publicado la obra de teatro "Dios en la niebla" (2013). Es autora de “Un esqueleto en el escritorio”, Premio RdL al mejor blog internacional 2011.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

«Umbilical», de Luis Luna

Next Story

«Literatura como utopía», de Ingeborg Bachmann

Latest from Crónicas