Sentados cada uno a un lado de la mesa, Carlos y Marta tomaban un café con leche sin apartarse los ojos. Él se sentÃa orgulloso, contento por poder compartir unos minutos con su chica antes de marchar al trabajo. Mientras removÃa el azúcar que habÃa sumergido en la taza, Carlos decidió tener un detalle con ella. Un gesto improvisado, llevado por la necesidad de tocarla, aprovechando la ocasión que se le presentaba de manera fortuita. Con un ligero movimiento del hombro izquierdo hacia adelante, dirigió lentamente el brazo en dirección al rostro de Marta.
Del otro lado de la mesa, Marta pensaba en lo bien que se sentÃa con él, en lo mucho que le querÃa y en la suerte que habÃa tenido al encontrarle después de varias relaciones fracasadas. Le miraba a los ojos y leÃa en exactamente lo mismo. SabÃa que él también estaba por ella. De repente, cuando llevaban un minuto observándose, advirtió el movimiento de Carlos dirigiendo su mano hacia su cara. Las manos. Las que le acariciaron tiernamente esta mañana al despertar, las que se amoldaban perfectamente a su cuerpo. Necesitaba sentirlas y estas demostraciones de cariño en público, haciendo uso del tacto, le enternecÃan.
Carlos sonrió mientras le apartaba a Marta el mechón de cabello que ocultaba su perfil derecho, descubriéndolo y sujetando la brizna de pelo apresándola detrás de su oreja. Ella, achinando los ojos en respuesta al gesto, inclinó dulcemente la cabeza para apoyarse en la mano de Carlos. Tuvo que retirarse un segundo por un ligero malestar, pero logró acomodarse, rozando la mejilla en la palma y lanzándole un beso. AsÃ, permanecieron unos segundos antes de regresar a sus rutinas.
Y de esta manera una simple caricia cubrió, por un instante, la marca del golpe.