Diálogo con Rafael Chirbes, por Jordi Corominas i Julián

Se habla mucho en estos últimos tiempos de novela de crisis, y muchos son los que han intentado el reto. Pienso, aunque alguno de ellos lo negará, en Isaac Rosa, Alberto  Olmos, Pablo Gutiérrez, Juan Francisco Ferré y se me apuran, en modo delirante pero preciso en ciertos aspectos, Kiko Amat con su Eres el mejor, Cienfuegos. Sin embargo, estos retratos de un mundo en descomposición eran demasiado literarios, con mucho fuego artificial y soluciones en la mayoría de casos algo descabelladas en claro, desde mi humilde opinión, desajuste con la realidad.

En la orilla (Anagrama) no es en su intención inicial una novela de crisis, entre otras cosas porque Rafael Chirbes es un escritor con una admirable coherencia en la secuencia de su literatura, que es una sola obra repartida en muchos libros, unidad que constituye una reflexión sobre la Historia de España desde un tablero que reúne todo tipo de fichas. Hace años escribí en un largo artículo que su prosa sabe hundirse en las heces de la superficie con absoluta sinceridad, plasmando desencanto y una deriva letal en la que circulan generaciones que van enlazándose novela tras novela, una trágica comedia humana o una versión española en la contemporaneidad de la saga Rougon-Macquart de Zola.

La prosa de Chirbes es precisa y poética de manera natural. Estas cualidades, propias del tan denostado y necesario realismo que siempre se transforma, son parte de un estilo que también luce al fijarse en pinceladas que, juntas, configuran una de las partes del lienzo que el novelista valenciano pinta desde Mimoun. Me parece bien que, alcanzada nuestra época, la capte desde su normalidad y recoja sus matices como ha hecho siempre. Si ha escrito la novela de la crisis, yo apuesto por pensarlo, es porque además de destreza con las palabras sabe dotarlas de concepto, sin adornos, sin rizar el rizo, las cosas como son. Mejor que hable el autor. Nos sentamos en una mesa de reuniones en un hotel. Hay botellas de agua por todas partes. No las podemos abrir. No nos pertenecen. Reímos. La sala es inmensa. Enciendo la grabadora.

Rafael Chirbes (foto: Hpschaefer/wikipedia)
Rafael Chirbes (foto: Hpschaefer/wikimedia)

Ahora que comienza a publicarse tanta novela de crisis, En la orilla es un continuum de lo que tú siempre has escrito.

Exacto. No me gustan las etiquetas. Es una novela de todo lo que está pasando, como todas las que he escrito. En En la lucha final salía Roldán diez años antes. Todas mis novelas parten de mi propio malestar, y de ver qué hago yo en el mundo y dónde estoy y afronto mis contradicciones escribiendo. Es una manera de lavarme.

Una expiación.

Una expiación con un proceso de autocastigo que me limpia. Esta es una más de ellas.

Además la ubicación geográfica en tus novelas suele ser mínima, un microcosmos muy concreto.

Sí, porque en La larga marcha o en La caída de Madrid hay personajes que vienen de este mundo. Nunca me plantee crear un espacio mitológico como el de Faulkner. Las cosas pasan como ciclos, dicen. Yo no he escrito un ciclo…

Pero sí que tu obra tiene algo de Comedia Humana, hay muchas conexiones.

Hay guiños, me gusta poner algún detalle de la novela anterior en la novela siguiente, pero lo hago casi para jugar conmigo y con el lector, triquiñuelas mías, bromas privadas con los apellidos y otras cosas por el estilo. Creo que en una literatura donde yo no soy una pieza aparte del mundo. Para analizarme y resolver mis contradicciones me vuelvo al exterior. Hace unos días leí unas líneas en las que se volvía a hablar con una cansinísima historia contra el realismo. Se le acusa de copiar la realidad, de que la imita, de carecer de altura estética. Creo que  sólo la ignorancia o la mala fe pueden dar pie a estas observaciones. Copiar El Escorial es hacer un Escorial al lado. Cuando pasas la cosas a palabras hay una elaboración estética, un punto de vista, una intervención: estás creando una novela. En la orilla viene de la novela. Mi modelo literario no es ni Esteban el carpintero ni Bertomeu el constructor. Son Musil, Proust, Roth…

Miras la calle…

Exacto, la miro armado con eso y construyo.

Tienes unas herramientas.

Eso, todo lo dicho, es muy importante, porque a veces parece que la novela realista surja de la nada, como si fuera algo de autodidactas y ellos tuvieran el don literario. Esta novela no existiría sin Proust, Mann o Döblin…

Hay una tradición, algo que me parece más que lógico.

Ahí voy, a la que uno se acoge y le da el instrumental. Luego siempre dicen que el realismo es una cosa nacional, como castiza. Al decir eso prolongan la estupidez de Benet, que hablaba de Galdós sin leerlo, obviando a uno de los mejores novelistas europeos y mundiales, que sigue tan vigente como Balzac o Eça de Queirós, o más. Benet tergiversa, o ignora, que Galdós era el más cosmopolita y Clarín era el hombre más en contacto con Europa de su tiempo. O Max Aub, que escribió toda su obra en el extranjero. Decir que es una cosa demodée es absurdo. Tenemos a Marsé, Mauvignier, Mailer, Updike, Roth, Carrère…

Al principio te preguntaba por lo de la crisis. Algunas novelas que intentan basarse en ella noto que usan unos mecanismos que quieren huir del realismo puro y duro. Porque con el realismo, a partir de su teórica simpleza, ya adquieres las herramientas y la complejidad para narrar el presente.

Debemos contar lo que está pasando sin necesidad de alegorías. Me entraron muchas dudas con las voces. No quería crear una trama. Creo más en la intensidad de la voz. Si lo hizo Dos Passos, ¿por qué no intentarlo? Al final metí las voces a capón. No veía nada clara esta novela. Ahora, con el libro en la mano, empiezo a leerla y la entiendo mejor.

Todo se alambica con naturalidad, casi crea un flujo de conciencia colectivo, las voces se entremezclan.

Sí. Siempre me ocurre lo mismo, y en eso soy muy proustiano. Me importa mucho el tono de la novela. Mimoun ya era una novela de tono. Siempre me interesa que lo de menos sea la anécdota y que la tensión esté en el lenguaje.

¿Y el conjunto de anécdotas genera la novela?

No, perdona, he dicho anécdota y quería decir trama. La trama me interesa poco. Me pasa en las películas, cuando descubro quién es el asesino ya me he aburrido.

Importa más cómo se cuenta.

Eso intento en mis novelas. No hacer la trampa al lector de ponerle la carnaza de la trama siguiendo el hilo…

Pero aquí juegas.

En el primer capítulo.

Sí, y el lector se pregunta qué pasará, hay intriga…

Y no pasa nada. Pongo el juego pero luego tienes que sostenerlo a puro huevo.

Luego la vida pasa.

A partir de la página cien sabes que se va a suicidar.  Ya sabes que el cadáver es él. ¿Por qué sigues leyendo? La trama ya no importa.

En ese sentido tiene algo de Sunset Boulevard.

Película maravillosa. En la novela quería poner en antena a todos. Se habla de todo y de todos. Lo que menos importa es lo que le pasa a Esteban. Hablan de aceite, putas, coca, dinero, orígenes, de todo. Tenía en la cabeza el Cuento de una barrica de Swift. Un libro donde no cuenta nada.

Pero sin contar nada, cuentas todo, por una cuestión de detalle.

Eso es.

En la orillaEn esta novela percibo más voluntad de mostrar los cambios, como cuando Esteban a sus setenta años sabe cómo ligar por internet o en el fragmento donde dices eso de que se habla de colaboración ciudadana, antes se llamaba delación.

Sí, es como lo de «antes la fidelidad es lo que se premiaba». Antes todos estábamos al mismo nivel. Ahora unos van al supermercado y otros husmean en los contenedores. Y esta dinámica aparece en la novela.

El paradigma de todo esto es el final y el dualismo de lo sólido y lo líquido a partir de las manos, se insiste mucho en ellas.

La metáfora de la carpintería y la desaparición de los viejos trabajos y los antiguos valores. También está la sorpresa del padre, que de repente lees sus diarios y es un hombre muy razonable, amargado por la bilis de haber perdido la guerra, pero aquí el verdadero chisgarabís es el héroe de nuestro tiempo, Francisco.

Tanto Esteban como Francisco son unos desgraciados.

Son las dos caras de mi generación, el que se atrevió y el que no dio el paso. El que dio la patada a quien fuera y el que no lo hizo. Ella en medio. Con sus decisiones.

De todos modos ambos coinciden en que carecen de toda moral. Es el retrato de la agonía de tu generación.

El tema es ese. Las dos caras de mi generación y el fracaso de ambas, uno en un yate y el otro en la carpintería.

Suelo ser más optimista en vida y pesimista en Historia…

Yo soy las dos. (Se ríe).

Tu visión histórica de España es que cada generación ha fracasado.

Y fue así. La de mis padres fue a la guerra y la mía a la del liberalismo por todos los medios. Ahora vivo en un pueblo y ahí permanece todo igual por abajo, son del año cincuenta.

Uno de los centros neurálgicos de la novela es la charla de bar, algo que contrasta con algunas novelas que quieren ser modernas introduciendo informática o tecnología, pero es lo que dices tú, la sociedad en muchos segmentos se articula como hace cinco décadas, al menos en lo elemental.

Bancos, paseos, trabajos. Lo único que tuve claro es que tenía que empezar en un pantano. Toda la trasera del Mediterráneo ha sido un pantano que se ha ido desecando y en algunos sitios ha permanecido. Me parecía que era la otra cara frente al desarrollismo. Por una parte la permanencia y por otra la degradación. Eso era lo único que tenía claro cuando empecé la novela.

Lo sólido y lo líquido. Una vez desecas el pantano sale toda la mierda.

En la novela se dice que cada vez que miran en una charca salen escopetas, coches, metralletas de rusos. Eso puedes leerlo en las hemerotecas.

Y el pantano es una metáfora del país.

El país entero, no sólo Olba, vete a Lloret. Metáfora de algo que viene de lejos y se acaba degradando y al mismo tiempo tragándoselo todo. Hablo de milenios y tumbas de gigantes. Es como el país, se hace y se deshace al mismo tiempo, se lo traga y se corrompe como los asbestos. En Tavernes había un tipo de Fuerza Nueva. Cuando llegó un alcalde comunista se fue y puso la fábrica justo en la frontera del pueblo de al lado para no pagar impuestos en Tavernes. Era de telas asfálticas y las tiraba en el marjal. Lo sé por una historia de familia. Fueron al marjal y así pudieron impermeabilizar una terraza.

Antes hablaba del bar, pero si piensas en Liliana, Esteban y su padre observan el contraste entre un exterior de chismorreo y tirarse flores y el interior, que es la amargura. Aquí remarcas este dualismo más que en otras novelas.

Los comentarios del bar. Tremendos. Quería que estuviera de dentro y fuera lo de la inmigración y los españoles. La novela es una especie de trituradora general.

A veces para reflejar una época, no son necesarias las florituras y es más simple mostrar los datos que la misma cotidianidad te sirve.

Los diálogos en el bar son descabellados, pero es lo que hay. Y sale todo. Que si los moros, los asesinatos, la violencia doméstica, la pederastia…

Y el televisor del bar como hilo musical.

Los cadáveres que salen en televisión, los cretinos que quieren conseguir la fama. Nadie puede permitirse un filete en el mercado, pero esos los dan gratis. Marta Sanz decía que hay partes de la novela donde se percibe esta atmósfera de bodegón barroco.

Es esa cosa absurda de un inglés que llega a España y alucina con los jamones colgando detrás del dueño.

La hija de unos amigos hizo un intercambio con una niña americana. La cosa duró tres días, hasta que la americana tuvo la ocurrencia de abrir la despensa de la casa y vio una pata de cerdo colgada, y corrió a llamar a sus padres diciendo que estaba viviendo entre caníbales. (Nos reímos).

Hay algo de canibalismo en la novela, lo mencionas.

Cuando nos besamos tenemos voluntad de comernos. Eso es de Lucrecio, es muy lucreciana, la novela. ¿Por qué se ha puesto de moda el canibalismo? Fernando Bovaira, de la productora de Crematorio, está haciendo una película que se titula Caníbal y se desarrolla en Granada.

¿Y por qué se ha puesto de moda? ¿Porque nos comemos entre nosotros?

Esta especie de desesperación por comunicarse ya es comerse unos a otros. Nada es estable. Lo único que puedes hacer para tener a una persona es comértela, de otro modo no la tienes.

Hay un contraste brutal entre la exhibición de algunos de los personajes y una especie de malestar congelado que flota a lo largo de la novela. Eso también provoca el canibalismo.

Los mismos hijos de puta desde hace cuarenta años en la misma partida del bar. Se ven en los entierros y en los encierros, por la calle.

La repetición provoca liturgias.

El libro está lleno de ellas. Y tópicos que generan los personajes. Querer abandonar el lugar y volver, cosas así.

Esteban es el gran frustrado.

En sus relaciones sentimentales. Si puede va de putas cada quince días. Es cazador. Un ejercicio solitario. Se busca compañía y tener una excusa para almorzar.

La gran frustración es amorosa.

Pero yo creo que es una mentira, no creo que pueda serle fiel a una mujer tanto tiempo, más sin verla durante años como es su caso. Es querencia al corral. Se lo ha inventado para justificar lo que dice. ¿No te da la impresión que Esteban no es su hijo de su padre?

Podría ser. El hijo de Liliana no es de su marido.

Lo de Liliana lo escribí como homenaje a Manuel Puig. Muy así, de coña. Liliana es buena. También es ingenua, se topa con la realidad y sirve para plantear que la moral es algo que sólo está a la altura y sirve a determinadas capas sociales. Por debajo de esa capa lo que hay es técnico. Con el dinero te humanizas y empiezas a plantearte otras cosas.

La moralidad sale a relucir en los diarios del padre. Hay otro lenguaje, parece el protector de una moralidad que ha desaparecido.

Ha desaparecido y el hijo quizás la añora, cuando casi se tocan las manos y es un poco el símbolo de la derrota de Esteban.

¿Cómo continuaría esta novela? Hablo desde un punto de vista moral.

Se abre un nuevo ciclo. De momento hay más delación. Quedarán los rumanos para hacer de peones camioneros, el resto en la cárcel, después no quedará hilo de cobre y adoptaremos fórmulas casi olvidadas.

¿Y el pantano será un cementerio?

Ya lo es en la novela. Lo tiene todo. Enterraron a los que se escaparon, a los fusilados de la guerra. Está lleno de cualquier cosa, y también están enterrados los protagonistas de mi generación, el pantano se los ha tragado.

Una especie de destino colectivo.

De los que carecen de ambiciones y aspiraciones. Pedrós y Francisco triunfan. Sigue la rueda. Sexo, poder y dinero. Siempre ha sido así. Seis mil años documentados.

Lo demás es observar.

Y que tengamos para aire acondicionado. (Risas).

Jordi Corominas i Julián (@jordicorominas)
http://corominasijulian.blogspot.com

 

Jordi Corominas i Julián

Jordi Corominas i Julián (Barcelona, 1979) ha publicado dos novelas en catalán ('Una dona que sap jugar amb els peus' y 'Colors', editadas por Abadía Editors), una biografía histórica en italiano ('Macrina la Madre', 2005) y el poemario 'Paseos simultáneos' (Ed. Vitrubio, 2010). En 2009 coeditó la antología 'Matar en Barcelona' (Alpha Decay). En 2011 publicó 'Loopoesía(s)' (Descrito Ediciones) y el cuento 'John Wayne' (Sigueleyendo). Es integrante y fundador del proyecto poético-experimental Loopoesia. Como crítico coedita 'Panfleto calidoscopio', y colabora en varios medios, entre los que destaca RNE. En 2012 ha publicado los poemarios 'El gladiador silenciado' (Versos&Reversos), 'Oceanografías' (Vitruvio) y la novela 'José García' (Barataria). En 2013 salió su poemario 'Los lotófagos' y en 2014 aparecerá su suite 'Al aire libre', versos con los que el proyecto Loopoesía cumplirá un lustro de existencia.

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