Isaki Lacuesta ha regresado, doce años después, a la Isla de San Fernando y a los mismos personajes que protagonizaron La leyenda del tiempo, los hermanos Isra y CheÃto. Entre dos aguas, reconocida con la Concha de Oro en el Festival Internacional de San Sebastián, es una pelÃcula con la que el director juega de nuevo con los lÃmites de lo representable, poniendo en tensión los conceptos de ficción, verdad y documento.
Isra, ya transformado en personaje, sale de la cárcel, donde ha entrado por traficar con drogas. En la playa de la CaserÃa, lugar que es refugio y mito, se reencontrará con CheÃto, que trabaja en la Marina. El recuerdo de la violenta y temprana muerte del padre muestra las cicatrices del paso del tiempo, pero también la búsqueda de la propia identidad.
El director catalán desnuda la pelÃcula de falsos esteticismos para ir transformando cada gesto, y cada objeto, en potenciales sÃmbolos. Comienza el filme con el nacimiento de la hija menor de Isra, mientras éste observa el parto antes de que sea enmanillado y conducido de nuevo a prisión. Ya fuera de la cárcel, el combate consistirá en adaptarse a los vaivenes de la precariedad, laboral y emocional, intentando no renunciar a la libertad personal. En una zona donde el paro azota con toda la crueldad, el personaje además ha de aprender a convivir con el dolor que le produce aún el asesinato de su padre. El tatuaje que quiere hacerse en la espalda, en el que asoma la muerte, se convierte asà en la huella de una ausencia imborrable. El deseo de venganza, y la tentación de la autodestrucción, tendrá que ser superado por la defensa, casi agónica, de segundas oportunidades.
Una comunidad religiosa ofrece a Isra un bautismo de fe, en las mismas aguas que han regado siempre su vida, para que ahora sea él quien nazca otra vez, convertido en un hombre nuevo. En el último momento, el personaje rechaza la oferta. Vuelve al puente que cruza la playa, y desde lo alto, se vuelve a lanzar al mar. Sabe que es peligroso, y que alguien ha muerto al chocar contra el cemento del dique. Pero ése es su auténtico bautismo, su ritual, personal e Ãntimo, con el que es capaz de quitarse la pústula y sus máscaras.
El agua es, pues, protagonista de este filme de Isaki Lacuesta. Lo es en el baño cotidiano de las niñas pequeñas, que son el contrafuerte que le permite a Isra seguir teniendo esperanza, pero también en el juego con el hermano y los amigos, que se reúnen en la playa para nadar como lo hacÃan en la adolescencia. También en una piscina de plástico, donde todos pueden reunirse y confesar sus flirteos con los diferentes abismos. La música de fondo, los tambores de una romerÃa, nos recuerdan la importancia de crear las propias liturgias.
Hay, como hemos apuntado, una pregunta abierta sobre la identidad. La vemos en el ondear de la bandera española que CheÃto honora cada vez que ha de salir de misión, pero también en la preparación para el examen que tiene que hacer el amigo musulmán para obtener la ciudadanÃa. En la construcción de una comunidad siempre hay alguien que vigila desde arriba. Y el camello de la zona lo hace desde un apartamento, que funciona como panóptico, y desde el que se observan casi todos los rincones de la playa.
Bautismo, tatuaje, bandera. Pero aún hay más signos cargados de significado. Una escalera y una azotea. Con una escalera muy parecida Isra subió, hace más de una década, a la azotea en la que acribillaron a su padre. Con una escalera muy parecida sube, ahora, al nicho en el que reposa su cuerpo. Escuchamos de fondo el quejÃo que, de alguna manera u otra, recorre toda la pelÃcula. Deja unas flores. En agua. Y baja al árbol de la vida. En la corteza aún pueden verse todos sus rastros y vitolas.
Este artÃculo pertenece a Agua y Cultura, sección patrocinada por la Fundación Aquae.