El desierto verde. Eduardo Moga
Editorial Regional de Extremadura (Mérida, 2012)
El desierto suele ser la expresión del vacÃo, la soledad, lo deshabitado para la mayorÃa de los seres humanos; excepto para los pueblos nómadas que lo recorren habitualmente, excepto para pueblos como el Tuareg que ven en el desierto lo lleno, la comunicación y lo habitado. A Eduardo Moga no le hace falta recorrer el Sahara para ver en la naturaleza la oquedad de lo lleno, sin espejismos, pues su escritura es excepcional y explora el mundo con una mirada única, auténtica y sorprendente.
Dice el autor, en el prólogo con el que da entrada a esta edición de El desierto verde (hay una anterior del 2011: artÃstica, artesanal, caligrafiada, editada por Ediciones El Gato Gris), que el libro constituye un homenaje al paisaje extremeño; y podrÃamos concretar aún más, lo hace Eduardo nombrando personas, lugares y caminos, incluso dando las señas de un destino en las estribaciones de la sierra de Gata, al norte de la provincia de Cáceres. Y junto al enclave espacial también se resalta el temporal: el verano, la estación luminosa y árida. Ciertamente, se recorren en El desierto verde un espacio y un tiempo, el autor acota sus recorridos para hacer de la exploración del aquà y el anhelo del ahora la esencia de su escritura. Además, los poemas en prosa (fórmula que ya habÃa usado en anteriores libros suyos como Bajo la piel, los dÃas) le permiten al autor caminar en libertad y profundizar en la creación con naturalidad, sin la retórica de la poesÃa convencional, enfatizando en el eterno presente de lo creado, en la densidad de la realidad, en la desnudez de lo vital.
AsÃ, en este camino por lugares existentes (no como un Quijote por La Mancha, confundiendo o trocando la realidad más cercana en fantasÃa) las circunstancias vitales son también las del poema: el momento de su escritura. Es decir que el hecho mismo de escribir se cuela en el poema:
Mientras escribo el poema, pasa un afilador, con su arpegio secular, y potros que repiquetean en el adoquinado, y un motorista que compensa la pequeñez de su inteligencia con la enormidad de su ruido.
El rigor en la escritura de Eduardo Moga es precisión por la forma y mecanismo para llegar al fondo, conjunción que no permite una lectura indiferente. Desde el hedonismo del placer sexual, hasta la desesperación silenciosa de la naturaleza, su prosa ahonda en el idioma y extrae de cada palabra, de cada frase, todo la fuerza expresiva, todo el esfuerzo creativo que contiene; y escribe estrujando las letras hasta convertirlas, hasta hacerlas materia de sà mismo, encarnación de sà mismo, por completo, en su complejidad. Por otro lado, a pesar de estar escrito en forma narrativa, el poeta no rehúye usar un sinfÃn de recursos semánticos, a priori más propios de la poesÃa, como la paradoja, la antÃtesis, la ironÃa o la hipérbole; todo ello extrañará o sorprenderá al lector desprevenido y fugaz, pero atraerá al lector expectante y paciente.
En El desierto verde la naturaleza como tema literario se aleja por completo del ideario romántico de consolación ante las adversidades, y se aproxima mucho más a un Antonio Machado en Campos de Castilla, donde el paisaje nos desvela el mundo interior del poeta, donde el yo se busca en el entorno como manera de ser en el mundo, como manera también de disolverse:
La piedra entra en mÃ: irradia una luz coriácea, que me conduce al interior muelle de la materia.
Y la luz, al fin, desde el inicio, desde la percepción de la materia a través de los ojos, trabajando un lenguaje que nombra con la mirada en el lÃmite de lo tangible y lo intangible, se convierte en hilo conductor por este desierto, por las llagas limpias -desnudas y existenciales- y el sentido subjetivo de lo hallado. Otro hilo conductor, junto a la luz, es el dolor:
Solo el dolor nos ampara.
Tal vez porque la desolación de vivir, de vivir plenamente, conscientemente, implica no el lamento ante el daño percibido sino la comprensión contradictoria y nihilista de la condición humana y, por tanto, de la inutilidad misma de la creación (poética).
El desierto verde, como cualquier obra de Eduardo Moga, merece una lectura calmada, un dejarse llevar por los pensamientos del poeta a través del paisaje, la luz, la casa, el bosque y alejarse, al antojo de su mano narrativa, hacia el vaciado existencial donde el poeta aboca lenguaje y creación imprescindible. Sin duda, en el convencimiento de una labor intensa y extraordinaria.
AgustÃn Calvo Galán
http://proyectodesvelos.blogspot.com.es