
Hay quien sostiene que cada libro que se escribe debe nacer con el propósito de superar al anterior, como si cada obra que construyamos tuviera que mejorar las páginas que le preceden. Yo no lo creo. Yo creo, más bien, que todos los libros de un autor giran en torno a un mismo eje, y que cada nuevo poema, cada nuevo relato o cada nueva página de una novela son una pieza más que añadimos a un universo que está en el origen de nuestra escritura. Rafael Sánchez Ferlosio ejemplificaba esta idea a través de dos metáforas. Por un lado, habló de una escritura que funcionaba como las capas de una cebolla, en la que cada libro era un libro menos para llegar al centro, o a la trama final. Por otro, nos habló de una escritura que orbitaba alrededor de un mismo eje, como los dientes de un ajo. Reitero mi preferencia por esto último. Considero que un autor maneja unos pocos temas sobre los que hace girar todo lo que escribe. Sin embargo, hay libros que son a la vez cebolla y ajo, libros que mejoran el anterior sin apartarse de esos centros fugitivos sobre los que orbitan. Trazado del natural es uno de ellos. Sin ninguna duda. En él AgustÃn Calvo Galán ha dado lo mejor de su universo literario. Por eso, me parece a mÃ, es un libro magnÃfico. Diré por qué.
En primer lugar, por la estructura del libro. Puede parecer un dato menor, y de hecho lo es, al menos en comparación con otros aciertos. Trazado del natural es un libro que se abre con un poema versal al que le siguen un buen número de poemas en prosa. Cuando el asunto parecÃa zanjado en ese modelo textual, AgustÃn vuelve otra vez al poema en verso para cerrar el libro. Me interesa mucho esa apuesta, ese camino de ida y vuelta que el lector puede percibir desde la estructura, más allá del contenido de los poemas. Digo que me interesa porque me pone en la pista de un poeta que sabe lo que es y lo que logra dar de sà un libro, las posibilidades que tiene, la dimensión que puede proyectar. La apuesta de AgustÃn es la de un autor que decide explorar no sólo el universo del poema, sino del libro que lo acoge. Primer acierto.
Segundo acierto: la disposición de los poemas. He de decir que mi primer contacto con la obra de AgustÃn Calvo Galán comenzó con sus poemas visuales, no con su poesÃa textual, por llamarlo de algún modo. Supongo que quien compone poesÃa visual organiza el mundo como un continuo de imágenes que pueden ser susceptibles de convertirse en una composición plástica, como si todo lo que le rodeara formara parte de un gran poema visual. Alguien con esa predisposición para juzgar asà el espacio no se libera de esa mirada de buenas a primeras. Trazado del natural, aunque no sea un libro de poemas visuales, sà cuenta con una mirada de poeta visual, la de un autor creacionista que concede a la imagen una clave que no se encuentra en el contenido. Me refiero a los espacios en blanco, por ejemplo, o a los versos que se descuelgan al final del poema y nos dejan a la intemperie. Desgajados del mundo, como el sujeto poético que habita estos textos. Es decir, algo que está y no está a la vez. Algo que vemos y poco después comienza a despedirse.

El tercer acierto está ligado a esta última idea. Me explico. Los poemas en prosa de Trazado del natural no tienen tÃtulo. Sin embargo, a todos, o a casi todos, les precede una cita, entresacada de algún libro leÃdo por AgustÃn. Citaré algunas: “El paisaje es una lenta masticación de piedra†(Eduardo Moga), “Ni que decir tiene que él y yo nunca llegamos a encontrarnos†(Isabel Bono), “En la noche hay un balcón / sobre un surtidor invisible†(Rafael Mammos), “Este es mi caso, mi poema de amor a los tranvÃas†(José Ãngel Cilleruelo), “Pero pesa el alivio / desde su hueco†(Juan Vico). Incluso, entre esas citas, hay alguna cita menor, como esta: “y su existencia sea, simplemente, un poema sin tÃtuloâ€, de un tal Ãlex Chico. Que AgustÃn emplee todas esas citas no responde a ningún afán culturalista, ni responde tampoco a ningún alarde literario. El empleo de esas citas responde a algo mucho más simple y más profundo: los poemas en prosa que las siguen son una continuación de esas palabras prestadas. No sé si es algo deliberado o no, pero cuando uno lee las citas y después los poemas se da cuenta de que están extrañamente conectados, no tanto por el contenido, sino por el tono, por el espÃritu del verso. Es, ya digo, extraño, pero sucede. Ese juego es una demostración de algo en lo que creo profundamente, esto: a la literatura sólo se le puede responder con más literatura, con más arte. La escritura que no da pie a que alguien componga otra cosa distinta es una escritura que nace muerta.
Antes mencioné a la voz poética que habitaba estos textos de AgustÃn. En ella identifico el siguiente acierto, el cuarto ya. ¿Quién nos habla en estos poemas? ¿Quién se dirige a nosotros? ¿Quién se juzga a sà mismo de una forma tan despiadadamente crÃtica en ocasiones? Quizás sea un lugar común responder que quien se encuentra detrás es un sujeto escindido. En crÃtica literaria, esto a veces no pasa por ser más que un tópico, algo que queda muy bien decir, aunque nadie sepa exactamente a qué se refiere. Soy consciente de ello, por eso, y aun asÃ, lo digo de nuevo: el sujeto poético que habita estos poemas es un ser múltiple, alguien partido en dos mitades, el que se basa en la realidad para convertirla en una ficción, o el que parte de una ficción para explicar su propia forma de verdad. No hace mucho mantuve una conversación con Raúl Zurita sobre este asunto. Me explicaba que hay una polémica en Latinoamérica en torno a Neruda. Para el autor del Canto General, su voz poética pretende ser la suma de muchas voces que no pueden expresarse, la voz de los muertos. Aquello, según algunos, no está bien visto. Lo juzgan como una muestra de arrogancia. Zurita, sin embargo, le dio la vuelta. Me dijo que lo verdaderamente arrogante serÃa creer que uno habla sólo por sà mismo. Una de las citas que se emplean en Trazado del natural pertenece a César Simón. Dice asÃ: “Tu voz es inmortal porque no es tuyaâ€. AgustÃn, unas páginas después, escribe: “Todos los personajes parecen verdaderos menos yoâ€. En el fondo, hay muchas voces que se parecen a AgustÃn, pero que no lo son Ãntegramente. De la misma manera que hizo Raúl Zurita con su último libro de poemas. Lo tituló Zurita, y sin embargo ninguna de las voces que aparecen allà es la suya. O no exclusivamente la suya. Eso demuestra también Trazado del natural: que uno no es un ser unÃvoco, indivisible, sino muchos seres que se fragmentan a cada instante.
Quinto acierto. El escritor siempre es un extranjero. Quizás sea otro lugar común, pero no por eso, me parece, menos cierto. Creo que esa sensación de extranjerÃa siempre ha estado en los libros de AgustÃn, también en este. Una de las cuestiones que se formula ese extranjero de Trazado del natural es esta: ¿hasta qué punto formo parte del paisaje que me rodea? O dicho de otra forma: ¿puedo disolverme, desintegrarme en lo que veo? Esa es una de las preguntas clave que plantea este libro. Si lo pensamos bien, lo que se esconde detrás no es más que esta duda: ¿El lenguaje nos ayuda a absorber lo que tenemos a nuestro alrededor o es un medio defectuoso que no nos permite identificarnos del todo con lo que nombramos? La escritura en general, y la de AgustÃn en particular, busca provocar ese encuentro. Por eso la suya es una poesÃa indagatoria hasta el extremo, es una reflexión radical abocada al fracaso, porque es casi imposible que ese encuentro suceda en algún momento. Las palabras no sirven. Cito un verso del libro: “Libérame, escritura, de continuar / escribiendoâ€.
Para ser un extranjero se necesita un espacio al que no se pueda pertenecer, igual que un exiliado necesita una frontera para serlo. Aquà sitúo el sexto acierto de este libro, uno de los más conseguidos, a mi modo de ver. El tratamiento que hace AgustÃn del espacio, del territorio, es sencillamente magistral. He de decir que este es un tema que ha ocupado buena parte de mi vida, por eso celebro leer un libro que lo aborde de una manera tan aguda y tan compleja. Que Trazado del natural sitúe al paisaje en un primer plano no convierte a AgustÃn en un autor paisajÃstico, figurativo. No es un simple epÃgono de la literatura bucólica cuando habla de la naturaleza o un urbanita con experiencias insulsas cuando se detiene en la ciudad. AgustÃn hace del paisaje un punto de partida, un foco de discusión. Además, lo lleva a cabo entendiendo algo que me parece fundamental a la hora de escribir. Creo que toda creación debe provocar una realidad disparada. Ese es el término que uso para señalar la verdadera dimensión de una obra de arte. Si el autor ha sido capaz de conectar un espacio con otro, si nos ha trasladado a un territorio desconocido, si ha activado en el lector el nombre de un lugar que no aparece en el poema. O en el cuadro. O en una fotografÃa. Y este libro, para bien, está lleno de realidades disparadas: paseos que se confunden, planos que se superponen, imágenes del rÃo Duero que nos trasportan al Danubio, un “dulce arroyo que / fluye tierra adentro†y que, al mirarlo, nos hace navegar por aguas nerviosas entre los muelles. AgustÃn logra hacer habitar en las cosas más pequeñas un universo extenso, inabarcable. Como si nos dijera que sólo empequeñeciendo las cosas logramos entenderlas. Como si nos dijera también que lo verdaderamente importante no es la realidad, sino nuestra forma de representar la realidad, nuestra manera de enjuiciarla, de fabularla.
Termino con un acierto más. El séptimo, como una invocación bÃblica. Esa representación del lugar o de la realidad tiene a veces nombres concretos. Uno de ellos es Barcelona. AgustÃn Calvo Galán ha escrito, en unos cuantos poemas, una auténtica carta de amor a la ciudad. Como nunca antes lo habÃa hecho, me parece. Imagino que debió sentirse muy cómodo escuchando el pregón de Javier Pérez Andújar, en las fiestas de la Mercè. Digo lo de cómodo porque uno y otro nos demuestran que no hay una única ciudad, sino una suma de ciudades que son nuestras a retazos, con calles y cementerios sobre una colina, con recuerdos de infancia o con experiencias recién llegadas. Todo eso es Barcelona. Y la que aparece en este libro nos llega de una manera intensa, poderosa, magnética. Por eso me encantarÃa, lo digo tal cual lo siento, que incluyeran algunos de estos textos en una futura guÃa de la ciudad.
Olvidemos, ya por último, todo lo que he dicho. Olvidemos los aciertos, las teorÃas ferlosianas en torno a las capas de cebolla y los dientes de ajo. Olvidemos esta ciudad de la memoria o esta realidad disparada. Si la función de un presentador no fuera sólo la de introducir un libro, sino la de animar a que el espectador de una sala lo compre, dirÃa que lo hicieran por un motivo. Sólo por un motivo. Este: porque Trazado del natural habla de todos nosotros, de todos y cada uno de nosotros. Poco importa a qué nos dediquemos, incluso de dónde vengamos. Lo importante es que estamos en él desde la primera página hasta el último poema que cierra el libro.