Del color de la leche. Nell Leyshon
Prólogo de Valeria Luiselli
Traducción de Mariano Peyrou
Sexto Piso (Madrid/México, 2013)
Cómo decirlo sin que parezca extraño, muchas veces leemos sin prestar demasiada atención a lo que leemos, algunas nos dedicamos a diseccionar un ensayo palabra por palabra como si se tratara de una operación quirúrgica, en otras nos gusta formar parte de la acción de una novela participando cual detective inmerso en la resolución de un importante caso de asesinato o váyase usted a saber qué cosa peliaguda, pero muchas de ellas, bien por el carácter del relato, bien por la desenvoltura del mismo, los textos pasan sin pena ni gloria por nuestro intelecto como una banda de palabras a paso militar, uno, dos, tres, cuatro –barrido de trompeta y vuelta a empezar– uno, dos, tres, cuatro, destinados a desvanecerse en el horizonte de nuestra memoria.
No es necesario parafrasear a BatjÃn ni copiar y pegar un fragmento clásico de Harold Bloom para explicar que los distintos géneros de la literatura tienen sus propias caracterÃsticas y sus propios modos de recepción, dilema indisoluble de la Literatura Comparada, asà que seré más lacónico, soez incluso, pero transparente. La novela. Desengañémonos de una vez por todas, la naturaleza de los números es la que es: las estadÃsticas de compra y venta no certifican que se lea más, sino que sólo se compra más. El consumo. Números. Pero volvamos a la novela, género por excelencia dentro de los hábitos de lectura del gran público. ¿Quién no ha regalado una novela que jamás habrÃamos leÃdo? ¿O quizás una que nunca leeremos aunque nos picó la curiosidad al instante de leer la contraportada o ver esa atractiva faja que elevaba al autor hasta el Olimpo nada menos? Tiraré la primera piedra pero antes les enseñaré mi mano para que comprueben el tamaño del meteorito: todos, más tarde o más temprano, hemos tragado basura literaria; algunos a veces la hemos engullido, y ya se sabe, los desechos siempre buscan escapatoria, un lugar en el que exiliarse. Éste no deberÃa ser otro que, si las cuentas no me fallan, el olvido más absoluto. Bien, por alguna extraña razón que aún no logro formarme cabalmente en la sesera, los excrementos siempre han de estar presentes. Si no, me pregunto: ¿de qué habrÃa servido entonces la percepción de la realidad de Nicolás de Cusa? ¿O de qué esa escritura en piedra tejida a golpe de antinomias por un Miguel Ãngel que parecÃa devorarse a sà mismo? ¿Y la teorÃa de la sensibilidad de Rousseau, el espÃritu de Hegel o incluso el dichoso imperativo de Kant contra el que luchan los tiempos modernos intentando despojarlo de su atributo categórico? Resulta evidente que el contraste es el único método para valorar la excelencia de las obras realizadas por el hombre en el mundo. Y la novela no es distinta en este sentido. Aunque bien es verdad que gracias a esta particularidad, muchos de nosotros dejamos hace tiempo de leer tanta narrativa y empezamos a ser más selectivos con los relatos. Tiro la segunda piedra y abro la mano. Este es mi caso particular.
Es, por tanto, dentro de esa amalgama de textos recortados, escritos al copia-y-pega, parrafadas infumables donde la letra pesa y no vuela en el paladar, es, como digo, dentro de esa mala literatura donde uno se topa con algunas joyas rescatables. Y ahora ya no podrán pararme, porque me he enamorado de una en concreto. Me refiero a una novela. Se titula Del color de la leche y está escrita por Nell Leyshon, una dramaturga inglesa multipremiada y desconocida en castellano. ¿Que de quién es la culpa de dárnosla a conocer? De Sexto Piso, de quién si no, y permÃtanme que lo diga con orgullo, porque desde la irrupción en Como amigo de Forrest Gander y pasando por Todos los perros son azules de Rodrigo de Souza Leâo, estamos asistiendo a una serie formidable de nueva narrativa que no se encuentra con facilidad en librerÃas y que unos pocos hemos sabido reconocer a tiempo. De ahà el enamoramiento.
En este caso, Leyshon nos sitúa en la Inglaterra rural de 1830, acaso un pretexto para contar la historia de Mary, su protagonista, porque de no ser asÃ, el relato, bien es cierto, se podrÃa llevar a escena en cualquier tiempo y lugar. Mary es la menor de cuatro hermanas que viven bajo el férreo yugo paterno junto a su madre y su abuelo. Se encargan de la cosecha del grano, de ordeñar vacas, de tener preparada el agua caliente para el té, comen mendrugos duros de pan y un poco de queso. Su vida cambia por la inmediata necesidad de que alguien se encargue de la mujer del vicario del condado, enferma terminal. A partir de ahà el relato de la vida de Mary cambia por completo. El acceso a los libros, el descubrimiento de un mundo totalmente nuevo, la rotundidad de la vida en toda su expresión hacen mella en la pequeña Mary, una muchacha de cabellos blancos como la leche y una pierna defectuosa que lleva a su padre a maldecirla continuamente. Hasta aquà el marco de la historia que Leyshon nos propone. Aparentemente más de lo mismo. Sin embargo la historia no es el objeto de esta novela, de hecho no se menciona ni una localización, únicamente el vaivén de los personajes, el trajÃn de las jornadas, algunos diálogos sueltos de una potencia en ocasiones cortante y el pálpito de las inquietudes en un entorno campestre. Lo más reseñable de este breve relato es el afán de abstracción de la autora por reproducir el lenguaje y el pensamiento de una niña de quince años. Habrán adivinado que es la propia Mary –eme, a, erre, i griega– quien escribe. No sabemos por qué ni tampoco para qué, pero ufana en su empeño decide hacerlo. Para empezar, no tenemos mayúsculas en ningún momento, las frases son cortas, secas, de una sencillez puramente infantil, y poco a poco, a medida que la protagonista se inmiscuye en los libros, el primero es la Biblia, no podÃa ser otro en un ambiente tal, la letra toma forma: aparecen las comas, los signos de puntuación, oraciones subordinadas… Asistimos al aprendizaje en primera persona de una niña humilde que arrastra la eterna condena de haber nacido mujer, y encima coja. Una angustia que pone los pelos de punta incluso hoy, pero Mary –eme, a, erre, i griega– es una chica fuerte, es una mujer que puede con todo. Quizás por eso desarrolla un carácter escéptico ante toda trascendencia, por eso mismo a lo mejor se muestra tan repelente y repelida por todos. Pero como la vida finalmente se impone y los actos son los que determinan el destino de los hombres, Mary tendrá que lidiar tan duro como pueda para subsistir. Y lo más hermoso es, llegados a este punto, ver cómo las personas fuertes también flaquean, también se debilitan por la acción en entredicho de sus allegados, de comprobar cómo el amor sin sentido es ausencia de amor, de cómo la vida es insufrible sin afectos sinceros y desprovistos de interés, de cómo todo aquello puede desequilibrar para siempre la vida de un alma pura y sin maldad. Es una ironÃa del Cándido de Voltaire, maldita sea. Tanto es el dolor que uno puede sentir entre sus páginas a través de esa candidez infantil, que al final el desenlace se desplaza a un segundo plano. Qué importa si el malo muere o el bueno se queda con la chica si por el camino hemos destrozado una vida humana. Esa es la pregunta que Leyshon debió hacerse cuando escribió este magnÃfico texto. Un auténtico prodigio de fragmentación literaria. Y el final. El final sabe y huele. Es como la famosa fotografÃa de Francis Bacon con las piezas de ternera, como esa célebre frase de Esquilo acerca de la sangre que no volveré a repetir. Asà que si quieren empezar a ser selectivos con sus menús literarios, éste puede ser un buen comienzo. Porque quién sabe si la leche y la sangre no son la misma cosa.
Mario S. Arsenal
@Mario_Colleoni
La exposición de la novela, es tan maravillosa e interesante que siento necesidad de desgranar renglón por revlon, la historia de Mary. Gracias por recomendarlo, siempre procuro leer estos comentarios, son interesantes. Sexto Piso pública cosas muy buenas…..gracias nuevamente .
hace tiempo que no habia leido una exposición de una novela, tan bien escrita, que te va llevando poco a poco hacia el interior de la vida de Mary, la protagonista .
que sentimientos tan bien expresados, dan ganas de empezar a leer la novela . Que bonitas las palabras que hablan del final del libro, me parecen excepcionales. por supuesto que voy a leerlo, pero muy en gran parte será por el articulo de MARIO S ARSENAL. Muchas gracias.
Acabo de leer la novela Del color de la leche, y lo hice sin saber absolutamente nada de la autora ni del libro; lo leà porque me lo regaló una amiga muy querida que, por cierto, tampoco lo habÃa leÃdo, simplemente le llamó la atención. La novela me encantó desde el principio, me atrapó y poco a poco me fue gustando más y más. Es una narración increÃble, diferente; una historia desgarradora y hermosa a la vez. El final, bueno, me movió todo, me desgarró, me dejó petrificada. La recomiendo ampliamente. Es un libro bellÃsimo y los comentarios de Mario Arsenal, los justos para esta novela. Una muy buena crÃtica para un gran libro.
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