…y ella seguÃa queriendo ver el mar, desde que recordaba y tenÃa uso de razón, ver el mar y sentirlo rodeando su cuerpo, siempre habÃa constituido uno de sus máximos objetivos.
A decir verdad, el mar, como muchas personas, lo habÃa visto tan sólo en fotos, en videos, en pelÃculas, en numerosos medios y en numerosas ocasiones, sà claro que sÃ, pero siempre filtrado por una lente, a través de un cristal o plasmado en algún soporte. Pero lo que siempre habÃa ambicionado, era poder verlo en vivo y en directo, lo que ambicionaba era poder mirarlo cara a cara y percibir en sus retinas el oleaje, percibir la espuma que brota en la cresta de sus olas, percibir las ondulaciones que arrancan destellos a cada una de ellas, bien bajo un cielo azul presidido por un justiciero sol, bien en una noche oscura al amparo de la siempre admirable luna llena.
Asà que preparó todo minuciosamente, y el dÃa marcado para ello, un dÃa de verano cuando éste comienza a mostrarnos que es capaz de derretir las piedras, Marta se alzó de la cama dispuesta y en total harmonÃa con el ambiente para acometer la gran ilusión de su vida. Se vistió de lujo para afrontar un viaje de más de trescientos kilómetros, desayunó fuerte y se despidió de sus padres, los cuales se congratularon con la idea de que pudiera ver por fin el mar, y pudiera quitarse de dentro de ella esa espinita que llevaba clavada tantos años.
Una mochila tuvo la culpa de contener algunas ropas, cremas y un gran manojo de ilusiones, las cuales hacÃan que el viaje que habÃa previsto largo y tedioso le fuera a ser leve, además, cuando uno tiene veinte años, no hay montaña lo suficientemente alta o desierto lo suficientemente tórrido como para poder frenar los impulsos hormonales.
Unos besos, unos abrazos y unos bocadillos, pusieron punto y final a la despedida con sus padres, su hermanito pequeño y la abuela paterna que vivÃa con ellos. Y unos cuantos billetes en el bolsillo y la tarjeta de crédito en la cartera, pusieron la primera piedra para pasar unos dÃas de verano junto al mar, como nunca antes los hubiera pasado. El colofón a tales vacaciones serÃa conocer a un chico guapo, con una buena tableta de chocolate en la barriga, para compartir con él esos dÃas.
– ¡Por fin voy a ver el mar! –Gritó en plena calle ante el asombro de propios y extraños, levantando las sonrisas en unos y la indignación en otros.
De cualquier modo, su viaje estaba en marcha y eso era lo único que en estos momentos le interesaba. Sus padres la siguieron con la mirada durante unos momentos y le desearon un buen viaje y un mejor regreso.
Se dirigió hasta la estación de metro que la llevarÃa hasta la del tren que la transportarÃa hasta la ciudad con amplias playas que tendrÃa el honor de ser visitada por ella y acoger sus bien merecidas vacaciones. Apenas hubo de esperar unos minutos sentada en el tren cuando éste comenzó el tÃpico movimiento de vaivén que acompañado de un acompasado clak recordaba a todos los viajeros, que habÃa comenzado su viaje.
Los paisajes comenzaron a desplazarse a través de la ventanilla del tren. Primero perdió de vista las fincas no muy altas del centro de su pueblo, tras ellas, comenzaron a perderse las casonas antiguas que bordeaban el mismo y en pocos segundos comenzaron a sucederse algunos campos, y fincas aisladas… su corazón le palpitaba fuerte y con alegrÃa.
En pocos minutos llegaron a la primera parada del trayecto. Este no tenÃa demasiadas, pero sà las suficientes como para que las mismas se sucedieran con cierta regularidad. Algunos instantes después, el tren comenzó su trayecto, reiniciándolo con el caracterÃstico silbido de aviso. Los campos y tierras yermas comenzaron a sucederse de nuevo. Casi sin previo aviso, un nutrido grupo de construcciones que conformaban un polÃgono industrial, apareció ante sus ojos, pero tal cual apareció, desapareció de su vista con la misma celeridad.
Ese dÃa se habÃa levantado muy pronto y el calor y las emociones del dÃa, a pesar de la baja temperatura del aire acondicionado que reinaba en aquel vagón, la estaban convidando a echarse una cabezadita, un breve sueño reparador, tras el cual, la devolviera como nueva al mundo de la vigilia para continuar su viaje. Sin saber muy bien en qué momento, su consciencia la abandonó durante un tiempo, pero un fuerte vaivén del tren la despertó de repente, haciendo que su corazón se sorprendiera ante el mismo y acelerara su palpitar. Miró a través de la ventanilla. No reconocÃa donde se encontraba, pero sà advirtió que el paisaje habÃa cambiado, ya no eran los mismos cultivos, y el tono amarillento que los habÃa presidido, se habÃa tornado en unos tonos verde intenso que le fueron muy agradables a la vista. ¿Dónde estarÃa? ¿FaltarÃa mucho para llegar?
Sus interrogantes fueron contestados por un ajado cartel que anunciaba la próxima parada. Sacó un mapa de carreteras de la mochila y comprobó con cierta tristeza que aún estaba a mitad de camino, bueno, la verdad era que pasaba un poco de la mitad del camino, pero no importaba demasiado, daba lo mismo que le quedaran 150 o 120 km. De cualquier modo era una buena excusa para proseguir su siestecita, en el mismo punto donde la habÃa dejado, cansada como estaba, seguro que no le costarÃa mucho volver a flirtear con Morfeo. Asà que de nuevo, sin saber exactamente cuándo, su consciencia volvió a abandonarla en aras de un profundo sueño guiado por la ilusión y el cansancio. Su cuerpo estaba relajado, se sintió bien. El ruido ambiente cesó.
Una inmensa nada se abrió ante ella, en la cual pudieron pasar unos minutos, o unas semanas, o quizá unos meses, no sabÃa, su consciencia la saludó de nuevo pero de una forma vaga y extraña. El vaivén que la habÃa adormecido se habÃa tornado un una estanqueidad absoluta, y por todo ruido externo, tan sólo oÃda un sórdido y acompasado ‘bip’, que habÃa sustituido por completo a todos los demás sonidos.
Quiso abrir los ojos pero no pudo, algo húmedo y pesado los oprimÃa con suavidad. Quiso hablar pero tampoco pudo, su garganta la ocupaba un tubo plástico unido a una máquina. Quiso levantar una mano pero otra, la cual reconoció por el tacto, se lo impidió. Durante unos instantes nadie dijo nada, tan sólo en el más absoluto de los silencios, siguió escuchando el monótono ‘bip’ que marcaba sus constantes vitales. Al final, su madre lloró.
El sonido de una puerta cerrándose de golpe puso punto final a los lloros, devolviéndola de nuevo al sÃncrono ‘bip’. Quiso preguntar, pero el tubo en la tráquea le impedÃa articular una sola palabra. Intentó de nuevo levantar la mano, pues se creÃa sola, pero su padre se la agarró.
– ¡Hola cariño! Soy papa. Intenta descansar.
Los ojos de la joven bajo una gruesa capa de vendas impregnada en soluciones, no podÃan ver cuánto habÃa a su alrededor, pero si podÃan llorar. ¿Qué hacÃa allÃ? No entendÃa lo ocurrido, aunque sà podÃa intuirlo.
Un grupo de médicos alertados por la madre, acudieron a la habitación y como si hubieran estado esperando ese momento con impaciencia, hicieron a los familiares a un lado y comenzaron a trabajar sobre la joven, una mano oprimÃa un botón, otra extraÃa con agilidad el tubo, un inyectable, cambios en los goteros. ParecÃa imposible que en tan poco tiempo se pudieran realizar tantas acciones sobre una persona. Trascurridos esos breves minutos en los que tan sólo se escucharon algunas frases inconexas y el sollozo de la madre, el padre que parecÃa más tranquilo recibió instrucciones precisas y los médicos abandonaron la habitación. La joven intentó pero no pudo articular palabra, pues un tranquilizante especialmente fuerte y objetivo, tuvo la culpa de sumirla en un estado de inconsciencia inducida que se prolongó por varias horas, dÃas…
Algunos dÃas después, fueron retirados los vendajes de los ojos de la joven y la aflautada voz de uno de los médicos le ordenó que los abriera. La joven hizo lo ordenado, pero éstos no le devolvieron ninguna de las imágenes que habÃa ante ellos. La alegrÃa veinteañera y ensoñadora de sus ojos, fue substituida por una oscuridad intemporal con la que deberÃa acostumbrarse a convivir durante el resto de sus dÃas. No sabÃa cómo encajarlo. Risas nerviosas eran seguidas por lágrimas como puños. Cientos de sentimientos inundaban su cara y su alma.
Justo al cumplirse quince dÃas desde que ingresara en el hospital, la joven acompañada de sus padres salió del mismo, el cual habÃa devuelto la vida a la chica, pero no pudo restablecer su vista. La joven preguntó a sus padres en qué ciudad se encontraban, y éstos respondieron que en la ciudad donde se disponÃa a pasar esos dÃas de vacaciones junto al mar. La joven sonrió.
– ¡Quiero ver el mar! –Dijo a sus padres.
Éstos sin hacer demasiados comentarios al respecto, decidieron cumplir con la necesidad de su hija, asà prepararon todo lo necesario para acudir al dÃa siguiente al mar.
El hotel donde estaban alojados, contaba con una gran piscina la cual siempre contaba con numerosas personas, siendo la hora del mediodÃa, en la cual se encontraban, la de menor afluencia de bañistas, tiempo éste que aprovechaban los empleados para limpiarla, rellenar las cámaras del bar, o simplemente descansar para poder acometer con fuerzas la cantidad de personas de la tarde.
Una radio que se oÃa de fondo con cierta música hip-hop, cambió de dial dejando en el aire el noticiero que cada hora ponÃa al dÃa a los oyentes.
– Ahora en nuestra crónica local, -comenzó a declamar una harmoniosa voz.- Hemos de comenzar con la noticia que desde hace dieciséis dÃas, está ocupando las portadas de todos los medios de comunicación. El brutal atentado con coche bomba ocurrido en las inmediaciones de la ciudad causando el descarrilamiento de un tren y la explosión de una farmacéutica, nos ha dejado hoy un nuevo saldo de muertos, ascendiendo éstos a treinta y cinco tras morir la joven a la que ayer mismo le fue amputada una pierna, siendo además, más de un centenar los heridos, de los cuales aún se debaten dos de ellos entre la vida y la muerte. Conectamos con nuestros enviados especiales a…
La joven desconectó su realidad de aquella emisión que seguÃa inundando el aire. Ahora ya sabÃa la verdad de lo que le habÃa ocurrido, la verdad que por temor a su reacción estaban intentando retrasar en contarle sus padres. Un grupo de personas que agreden a muerte por su paz, habÃan cortado las alas a la felicidad por la que tanto habÃa luchado desde siempre. Desde lo más profundo de su corazón, los odió con todas sus fuerzas.
Al dÃa siguiente los padres, cargaron de nuevo una mochila con alguna ropa de baño, algunas toallas y toda la ilusión de la que disponÃan y con unos billetes en el bolsillo y su hija de la mano, se dispusieron a tomar un taxi que los llevarÃa al mar. Todos viajaban en silencio.
El dÃa se intuÃa solariego y cálido, motivo éste por el cual pensó que estarÃa bajo un cielo azul, despejado y con un sol redondo y brillante que no volverÃa a ver jamás. El calor la agobiaba y tiró mano a coger su bolso, pero no lo halló a pesar de estar a su lado. No lo veÃa. Lloró. Pero intentó reponerse rápidamente. ¡No querÃa flaquear! Sus padres en silencio observaban todas las acciones que su hija realizaba, incluida la de limpiarse las tÃmidas lágrimas que bajo todos los conceptos intentaba ocultar.
El taxi se detuvo y la familia bajó de él. El calor se dejaba notar con fuerza. A dos pasos de donde los dejó el taxi, la joven se despojó de la ropa quedándose con un atractivo bikini estampado, y rogó a sus padres que la condujeran hasta la orilla, ¡QuerÃa, necesitaba, ver el mar! Los padres se miraron entre sÃ.
La joven se colgó el bonito bolso de un hombro, y asida a los fuertes brazos de sus padres emprendió camino hacia la orilla. Cuando notó sus pies hundiéndose en la arena, se detuvo un momento y agachándose con cierta lentitud, midiendo los actos cotidianos como si nunca los hubiera realizado, se quitó las sandalias y se las entregó a su madre. Con paciencia, posó la planta de sus pies en la arena, la cual se desplazó dejando que el peso de su cuerpo clavara un poco el pie en la misma. Levantó uno de ellos y luego el otro, dejando que los diminutos granitos de arena recorrieran sus empeines, sus dedos, los sentÃa desplazarse por su piel con tal claridad que casi hubiera podido contarlos o distinguir los unos de los otros. Su cara se alegró. Realmente no podÃa ver el mar, pero comenzaba a sentirlo y percibirlo con tal intensidad como si el mismo se estuviera dibujando en su mente.
Despacio, comenzaron a caminar, y una brisa suave, cálida acogedora le rozó la piel con tal delicadeza que ésta advirtió a sus sentidos de la grata sensación casi sensual que estaba experimentando. La brisa recorrÃa su pelo haciendo que éste, ondulante, se meciera de uno a otro lado acariciando su frente y sus mejillas como nunca nada ni nadie la hubo hecho. La sensación le agradó en extremo e instintivamente abrió cuanto pudo los ojos pero sus impersonales pupilas no supieron centrarse en ningún punto. Siguió su camino lentamente, pero sintiendo su entorno como nunca antes lo habÃa alcanzado a sentir.
La planta de sus pies se posó sobre un nuevo tipo de arena, ésta ya no era seca, fina y suelta, sino compacta, frÃa y mojada. Su cuerpo lo recorrió un escalofrÃo que no pudo contener.
Por fin habÃa llegado, debÃa de estar a escasa distancia del agua, y este paso querÃa caminarlo sola. Amablemente se soltó de los brazos de sus padres y titubeando, con miedo, y el corazón palpitándole con más fuerza de la que su pecho podÃa soportar, caminó los pocos pasos que la separaban del agua. En un instante la primera ola diminuta y frágil incidió en sus pies, la sensación fue tan grata y placentera que hizo reposar el ritmo de su corazón. El agua estaba muy frÃa. Sonrió nerviosa ante aquella sensación que nunca se habÃa planteado, pues en las fotos no se perciben temperaturas.
Dio unos pasos más y las primeras olas más grandes y atrevidas comenzaron a conquistar sus rodillas, algunas gotas traviesas le salpicaron sus nalgas y culo. La sensación fue indescriptible. Recordó de nuevos los documentales y las fotos, y en su imaginación se vio envuelta en espuma y fantásticas olas. Algunos pasos más allá el suelo se inclinó con presteza bajo sus pies, y el agua subió rápidamente hasta su barriga. Sintió ahogarse, se sintió mal, no podÃa controlar la situación. Lloró. Lloró ante una situación que pocos dÃas atrás hubiera sido gozosa y ahora era causa de un intenso pavor, pues no podÃa saber si la siguiente ola la sobrepasarÃa, o si el suelo seguirÃa inclinándose más y más bajo sus pies. La angustia hizo presa de ella en segundos.
Caminó lentamente un par de pasos caminando hacia atrás hasta que pensó que podrÃa manejarse con soltura. Abrió los brazos y dejó que el sol bañara su cuerpo por entero, el calor en su rostro lo percibÃa con emoción y gratitud, a la vez que sin saber por qué, la hacÃan sentirse segura.
Sus padres se acercaron donde estaba ella y la rodearon por la cintura con sus brazos. Un momento Ãntimo, sublime, casi mÃstico, los envolvió.
La joven elevó su cabeza hacia el horizonte, y dijo.
– Padre, madre. Unos bárbaros que matan en nombre de su paz, han hecho que nunca pueda alcanzar a conseguir una de las grandes ilusiones de mi corta vida, ver el mar. Han truncado mi vida para siempre, pero lo que nunca nadie podrá arrebatarme, son mis ganas de vivir. Soy joven y fuerte y sabré rehacer mi vida, pero ellos, nunca tendrán una vida digna que poder vivir.
Dedicado a todas las vÃctimas de la barbarie humana y de la locura colectiva que lleva a buscar por medio de la violencia, todo aquello que bien se pudieran conseguir por medio del diálogo y en paz.
Valencia, 9 de febrero de 2009
Juan Benito RodrÃguez Manzanares
Poeta, escritor, articulista, conferenciante.
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