Dice Erri De Luca (Nápoles, 1950) que él no inventa historias, las recopila. El escritor se ve a sà mismo como el que escarba entre los restos que ha dejado el paisaje. “No son aire, sino sal, lo que queda después del sudorâ€, explica. Y algo asà es lo que hace en Historia de Irene, una novela corta que se adentra en los enigmas del Mediterráneo.
Allà conoce a Irene, una niña sorda de catorce años que está embarazada, y que vive sola en una isla. En ella se concentra todo el misterio de un mar que es tan cruel como fundacional. “Mar adentro, en verano, se cruzan balsas y veleros, los más opuestos destinosâ€.
Irene tiene los “ojos redondos de los pecesâ€. Nada de noche, incluso en invierno, y poco a poco el lector comprende que tiene un vÃnculo especial con los cetáceos del lugar. Allà dará luz a su hijo, acompañada por el cobijo de los animales.
En la isla nadie le saluda. Nadie sabe quién le ha dejado embarazada, ni de dónde viene en realidad. “Quién era su gente. No lo sabe, la recogieron en la playa después de una tormentaâ€.
Memoria y olvido se mezclan en una historia (acompañada por dos relatos breves) que se adentran en un lenguaje indescifrable, el lenguaje del mar. Irene no habla, y sin embargo se comunica con el narrador. “¿Cómo es que entiendo tus frases, Irene, y ni una palabra se despega de tus labios? Asà lo hacen los delfines, me respondeâ€.
Su lenguaje es el silbido de mar. “Toca una armónica con su alientoâ€, leemos.
“Ayer demasiado pronto, mañana demasiado tarde, a cada uno de los dÃas en la isla le correspondÃa la invención del tiempoâ€. Y es que todo se detiene allÃ, en una patria cuya frontera es el agua. También es su fortaleza.
La vida entre los demás habitantes se hace pesada, insoportable. Es estigmatizada, rechazada. Pero el mar siempre le acoge. Todo parece más intuitivo en el agua. Incluso el movimiento. “El mar por debajo de ella es una goma elástica, sus patadas con las piernas unidas son un golpe de aletasâ€, nos cuenta el narrador.
La cuestión sobre quién es realmente Irene es la pregunta sobre nuestra civilización. “Irene conoce las respuestas a cosas que no hacen preguntasâ€.
Y es que el escritor sabe que él tiene la edad de su abuelo y, sin embargo, “ella es más antiguaâ€. Hay algo en la niña que nos conecta con todos los mitos, con lo  que existe de nacimiento en ese Mediterráneo, y que para nosotros se ha convertido, ya, en intraducible.
¿Y si hubiéramos hecho más caso a las leyes del mar para aprender a organizarnos en tierra?
“No hay rastro de oro en mis aguas. El mar, en cambio, lo contiene en grandes cantidades, disuelto y dividido en partes iguales. La mejor distribución de la riqueza: es raro que el comunismo no tomara el mar como ejemplo… Optó por obreros y jornaleros en lugar de pescadoresâ€, escribe el autor, escondido entre los recovecos del narrador de esta nouvelle.
Irene vuelve a silbar. Y nosotros oÃmos, asÃ, el dolor y la alegrÃa de un Mediterráneo del que hemos olvidado su idioma. Vemos balsas y veleros. Y seguimos sin respuesta. Tal vez porque esperamos que las preguntas lleguen desde un lugar que no es el nuestro.
Este artÃculo pertenece a Agua y Cultura, sección patrocinada por la Fundación Aquae.