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George Orwell en China

El periodista Ben Mauk conversa con Manel Ollé sobre la tecnología utilizada en los campos de reeducación de Xinjiang | Foto: CCCB, Glòria Solsona

La Sala Teatre del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona ha vuelto a acoger una nueva edición del Día Orwell, una iniciativa que, desde 2013, organiza un colectivo que quiere homenajear al escritor y que colabora, entre otras entidades, con el Pen Català y el CCCB.

En la presentación del acto, Miquel Berga, experto en la obra de Eric Arthur Blair, y uno de los impulsores del ciclo, ha recordado la gran paradoja de que Barcelona haya dedicado una plaza al autor de Homenaje a Cataluña justo en el primer espacio publico de la ciudad donde se instaló una cámara de vigilancia.

Y para hablar sobre el uso de la tecnología destinada a controlar a la población —como en los escenarios descritos por Orwell en 1984— ha sido invitado al CCCB el periodista Ben Mauk, una de las pocas personas que ha podido investigar lo que está pasando en la región china de Xinjiang y que, con su trabajo, publicado en The New Yorker, ha recibido reconocimientos como el Jamal Khashoggi Award. En conversación con Manel Ollé, gran conocedor del país asiático, ha explicado la preocupante situación de los uigures, la comunidad musulmana especialmente perseguida desde la llega al poder del presidente Xi Jinping.

Antes de la mesa de debate, los asistentes han podido visionar el documental Undercover: Inside China’s Digital Gulag, un filme, ganador del Premio BAFTA, que muestra a un equipo de investigación infiltrado en la región de Xinjiang para contrastar la magnitud de los abusos de los derechos humanos en China.

De los aproximadamente trece millones de uigures que viven en Xinjiang, el gobierno chino ha encarcelado, sin juicio previo, y de manera arbitraria, a más de un millón de personas. Mauk, que ha podido hablar con diversos testigos en Kazajistán, país fronterizo y al que suelen huir los musulmanes, ha explicado que los familiares nunca llegan a saber exactamente dónde son llevados los detenidos, pero que las imágenes obtenidas por radar demuestran la proliferación de enormes centros de detención. Con el pretexto de ser centros de formación dirigidos a personas sin recursos, la administración aísla y tortura a los miembros de una minoría étnica que se siente desamparada por la comunidad internacional.

Xinjiang se ha convertido, además, en un lugar estratégico para construir un auténtico laboratorio de ingeniería social. Con empresas como Leon Technology, dedicada a suministrar al gobierno todo tipo de dispositivos que usan la inteligencia artificial para el control ciudadano, el territorio es ya un polo de atracción para este tipo de industrias. “Desde el punto de vista chino, toda esta tecnología ayuda al desarrollo de la región”, explica Ben Mauk, aunque lo cierto es que, bajo el argumento de que los uigures apoyan el terrorismo y el separatismo, la administración de Xi Jinping no duda en señalar y perseguir a personas inocentes. Colocan códigos QR en sus casas, registran sus teléfonos móviles y, tal y como narra Mauk, el simple hecho de tener instalada la aplicación de WhatsApp es motivo suficiente para ser encarcelado durante años.

No sólo está en peligro, pues, la identidad cultural y religiosa de los uigures, sino incluso su supervivencia. Después de algunas revueltas, el partido chino no ha dudado en interrumpir internet en la zona, y el multiculturalismo que se vivió en Xinjiang hace algunos años es, ya, una sombra del pasado. Los musulmanes son ciudadanos sin derechos, y sin esperanza, y son muchos lo jóvenes que intentar huir a Kazajistán, donde la comunidad es respetada. Todo ello, tal y como han dicho Ben Mauk y Manel Ollé en el CCCB, es la expresión más literal de una nueva forma de ser chino que está impulsando el gobierno actual. Una forma que se define a cientos de kilómetros de distancia.

“La autonomía en Xinjiang es una ficción”, señala Mauk. Los musulmanes, nos recuerda, tienen que enseñar su carnet en puestos de control, donde muchas veces les piden sus teléfonos móviles para ser estrictamente examinados. El relato oficial —que siempre defiende su estrategia para salvaguardar la seguridad y para promover el progreso social— choca con los cada vez más testigos que, pese a la dificultad para investigar, logran narrar a periodistas como Mauk los meses que han pasado incomunicados en prisión.

El panóptico digital, pues, se ha instalado, y tal como expone Manel Ollé, ya existe un sistema de crédito social en el país que monitoriza los movimientos más íntimos de su población. “Tienen mecanismos para conocer cada aspecto de tu vida”, sostiene Ben Mauk, quien también denuncia la construcción de comisarías que se instalan prácticamente en cada esquina de cada calle de Xinjiang.

Aunque algunos estados como Canadá han condenado la situación, la mayoría de países permanecen en silencio, temiendo que una denuncia pública afecte a la relación comercial con China, quien, además, está apostando para que esa región vuelva a ser una de las principales vías de intercambio con Occidente.

Preguntado por el público sobre si hay movimientos de resistencia interna, Ben Mauk se ha mostrado pesimista. Dice que ha habido altercados, incluso alguna manifestación con heridos, pero que rápidamente son atajadas con gran virulencia. Se sabe que hay un programa de detención masiva, pero “es imposible hablar libremente”, responde el periodista, como si estuviera hablando de una novela de George Orwell, y no de un país que intenta liderar el mundo del siglo XXI.

Ben Mauk y Manel Ollé | Foto: CCCB, Glòria Solsona

Albert Lladó

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, de 'Malpaís' y 'La travesía de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).

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