“Apenas sé por dónde empezarâ€, nos dice el narrador de El lobo de mar, la novela que el estadounidense Jack London escribió en 1904. Esa incertidumbre al comenzar a contar la historia que nos ocupa es especialmente significativa porque el protagonista, Humphrey van Weyden, es un intelectual con grandes dotes para la literatura. Algo se ha truncado. Tal vez la confianza en la palabra no es tan férrea como lo habÃa sido hasta entonces. O tal vez conoce, ahora, todos sus lÃmites. Y la necesidad de que palabra y acción vayan de la mano.
Nos confiesa van Weyden que, cuando todo comienza, se encuentra en la casa de un amigo, de Charley Furuseth, en la que solÃa pasar los fines de semana. Y aquÃ, en el primer párrafo de la novela, como si fuera una casualidad, cita algunas de las lecturas de su colega. “Descansaba en los meses de invierno y leÃa a Nietzsche y a Schopenhauer para dar reposo a su espÃrituâ€, apunta. No volverá a invocar a los filósofos alemanes, pero de alguna manera, ahÃ, está anticipando todo lo que vendrá, cómo un hombre refinado y culto, una vez que naufraga y se ve encerrado en un mundo que desconoce, ha de aferrarse a la voluntad de poder. No se trata tan solo de sobrevivir, como veremos, sino de ir más allá y comprender la doble naturaleza que nos define como humanos, ese juego constante entre lo apolÃneo y lo dionisÃaco, entre lo racional y lo espontáneo.
Humphrey van Weyden, aprovechando la visita a la segunda residencia de su amigo, pretende cruzar la bahÃa de San Francisco. Pero el transbordador en el que viaja choca fatalmente con otro barco, y el crÃtico literario es arrasado por la corriente. Será rescatado mar adentro por la tripulación del Fantasma, una goleta que se dirige al estrecho de Bering para cazar focas. Cree que está a salvo, pero no sabe aún que el capitán, el temido Lobo Larsen, ha convertido su embarcación en una suerte de cárcel.
Aquà empieza una lucha entre dos formas de entender la vida. Larsen es un autodidacta inteligente y cruel, capaz de conversar sobre cualquier tema pero que, de repente, puede dejarse llevar por sus ataques de cólera. Son sus jaquecas su punto débil, el único de una fuerza salvaje que, como tal, es peligrosa e impredecible.
Pese a la brutalidad del encierro, y la dureza de vivir en mar abierto, los diálogos entre van Weyden y Larsen nos descubren las aristas más recónditas del alma. El crÃtico literario le dice al marinero que lee la inmortalidad en su ojos. Éste le contesta que lo que él ve es “la conciencia, la conciencia de la vida que vive, pero nada más, no una vida infinitaâ€.
“¡Con qué claridad discurrÃa y qué bien expresaba sus pensamientosâ€, se sorprende van Weyden. Y se pregunta cómo explicar su idealismo a ese lobo de mar. “¿Cómo expresar con palabras algo sentido, algo parecido a los sonidos que se oyen en sueños, algo que convence aun prescindiendo de las excelencias del lenguaje?â€, insiste.
El crÃtico le pide a Larsen que le diga en qué cree realmente. “La vida es como una espuma, un fermentoâ€, responde. “Una cosa que tiene movimiento y que puede moverse durante un minuto, una hora, un año o cien años, pero que al fin cesará de moverse. El grande se come al pequeño, para poder continuar moviéndose; el fuerte al débil, para conservar la fuerza. El afortunado se come la mayor parte, y se mueve más tiempo, eso es todoâ€, añade, resignado y tajante.
La vida es algo más que una especialización. Una especialización que, a veces, utilizamos como excusa y refugio. Eso parece decirnos Jack London en esta novela. El narrador, una vez más, se anticipa en las primeras páginas a lo que será su transformación como protagonista. “Estaba bien eso de que se especializaran los hombres, meditaba yo. Los conocimientos peculiares del piloto y del capitán bastaban para muchos miles de personas que entendÃan tanto como yo del mar y sus misterios. Por otra parte, en lugar de dedicar mis energÃas al estudio de una multitud de cosas, las concentraba en unas pocas materias particularmente, tales como, por ejemplo, investigar el lugar que Edgar Poe ocupa en la literatura americana…â€.
Cuando es encerrado por Larsen, que le hace trabajar en los puestos más inclementes del Fantasma, su concepción del mundo ha de evolucionar radicalmente. El libro se convierte, asÃ, en un canto a la resistencia, pero también en un afinado análisis de la conducta humana.
El lobo de mar es, también, una novela de aventuras. Y, por lo tanto, el amor funciona como motor de cambio y giro narrativo. En este caso, es la llegada al barco de Maud Brewster, una reconocida escritora que cuenta con la admiración de van Weyden, lo que desencadena la huida de ambos. Y la persecución del capitán.
The Sea Wolf fue llevada al cine en 1941 por Michael Curtiz, con guion de Robert Rossen. El actor Edward G. Robinson interpreta a Lobo Larsen. Alexander Knox da voz y cuerpo a Humphrey Van Weyden, mientras Ida Lupino encarna a Brewster.
Larsen, que en realidad huye de su hermano, los encontrará en una isla desierta, pero esas jaquecas que hemos ido viendo no son más que los sÃntomas de una grave afectación cerebral. Ciego, acabará muriendo bajo una violenta tormenta.
Finalmente Brewster y van Weyden serán rescatados. Antes, y pese a todo lo que les habÃa hecho pasar, dan sepelio a Larsen. “La fuerza no le sujeta a la vida. Es un espÃritu libreâ€, sentencia ella.
Si volvemos a la primera página de la novela, en la que el protagonista cita a Nietzsche, podemos comprobar cómo van Weyden quiere titular el ensayo en el que está trabajando. Se llama La necesidad de la independencia. Una defensa para el artista. Parece evidente que esa independencia, ahora, poco tiene que ver con la especialización del erudito. Jack London ha vuelto a escuchar la llamada de lo salvaje.
Este artÃculo pertenece a Agua y Cultura, sección patrocinada por la Fundación Aquae.