Jordi Soler (La Portuguesa, México, 1963) vuelve a adentrarse en el recuerdo y en las cicatrices que dejó la guerra civil española. En su tercera novela sobre el asunto, el narrador, el escritor que ofrece una charla sobre los republicanos en Argèles-sur-mer, recibe de manos de una desconocida una foto tras la que se esconde el destino real de su tÃo abuelo Oriol, dado por desaparecido en los Pirineos.
La fiesta del oso (Mondadori) le sirve a Soler para dar por concluida (por el momento) su particular visión de la guerra. Con él charlamos sobre su novela y su trabajo como creador.
Aunque La fiesta del oso pueda entenderse como el final de una trilogÃa, en realidad es algo que no te habÃas planteado, ya que la idea de este libro te vino dada tras la publicación de los otros dos.
Desde luego no habÃa intención de hacer una trilogÃa. De hecho, después de Los rojos de ultramar empecé a escribir una novela que interrumpà para ponerme con La última hora del último dÃa, después la volvà a retomar para interrumpirla otra vez y enredarme con La fiesta del oso. Y ahora estoy por terminar esa otra novela que ha servido como «calentamiento» (en el sentido futbolÃstico) para escribir las otras dos. Con esto quiero decir que se trataba de una urgencia. Estaba con el tema del poeta Artaud en Irlanda, que es de lo que va este libro que tengo en marcha, y de pronto sentÃa la necesidad de regresar a La Portuguesa y después volvÃa a Irlanda para acabar en el Pirineo con La fiesta del oso. Y ahora me da temor afirmar que sean tres, porque es posible que más adelante surja de nuevo la inspiración, ya que estas novelas forman parte de mi propia experiencia vital y familiar.
Lo que narras te toca muy de cerca. Al fin y al cabo, como bien dices, se trata de una parte de tu historia familiar. La publicación de los otros libros provocó que te llegaran informaciones nuevas sobre tu familia.
SÃ, parece inevitable. Incluso en la novela que transcurre en Irlanda hay un cameo de la guerra civil. Como tengo la manÃa de escribir sobre personajes que se parecen a mi familia y los narradores se parecen a mà mismo, la historia cae en una esquina de la obra y me sorprende otra vez el tema. En la nueva lo meteré ya por superstición, para no perder totalmente aquel territorio.
Escribes sobre la falsa memoria histórica, aquello que cuentan, que se dice, se comenta, la «historia oficial», que, como sabemos, no siempre es la real, las cosas van por otro lado. ¿La fiesta del oso te ha servido para cerrar puertas?
La primera intención es escribir una buena novela, pero me ha servido de manera terapeútica para cerrar, como dices, esa puerta. Como el gobierno no hace nada para rescatar la memoria histórica y tomársela en serio, yo, como individuo, lo hago. Es mi manera de resolverlo.
Muchas familias se encuentran en esa situación.
SÃ, y las coincidencias no son tales, todo forma parte de un engranaje, hay cierta lógica. Mi madre tiene casi setenta años. Después de mucho pelear por su pensión de represaliada por la guerra civil, se la acaban de conceder ahora, justo con la aparición del libro. Parece que eran dos fuerzas que venÃan del pasado y, de pronto, explotan casi el mismo dÃa. O sea que yo ya voy resolviendo el asunto de la memoria histórica.
El episodio de la conferencia en la que el narrador recibe una fotografÃa a través de una desconocida, provocando su investigación, ¿es verÃdico?
Hay muchos elementos de ficción, entre ellos este. La novela nace a partir de la foto de la portada, que es la que le da la señora al narrador. En realidad la novela es el pie de foto, la historia creada desde una imagen, anclada a cosas, a episodios familiares, conformando un relato de ficción, lo que no quiere decir que sea mentira.
O la verdad de muchas historias.
También. El narrador plantea que las historias de guerra se parecen, son una vulgaridad. Hay gente que se tiene que ir, familiares que han muerto, personas que viven en el exilio. Las cicatrices de la guerra se parecen y se van repitiendo en cientos de miles de personas.
Hay un tópico sobre la literatura, aquello de que la primera frase es la más importante. El comienzo de La fiesta del oso es arrollador, visceral, el lector se ve inmerso en el infierno del barracón, en Port de la Selva, y a partir de ahà ya le tienes atrapado. Ese primer empuje es fundamental.
Una de las grandes preguntas que me planteo cuando estoy construyendo una novela es cómo voy a lograr que el lector quede atrapado desde las primeras palabras. Juego mucho con los capÃtulos, pero aquà no hay más que una cabeza que piensa y te puedes equivocar, te puedes dejar llevar por lo mucho que te gusta un capÃtulo que a lo mejor no resulta tan efectivo. Como en la literatura hay un orden matemático, una lógica para escribir de manera efectiva la historia, cuando logras dar con ella lo demás viene añadido, sabes perfectamente cuál debe ser el principio. Hay una disposición de las piezas que es perfecta o no. Si escoges la equivocada, la novela no funciona.
¿Y cómo saber si es la correcta?
Cuando la has leÃdo mil quinientas veces. Pienso en lo que estoy escribiendo durante todo el dÃa. Voy en bici, estoy en la ducha, despertando, con esa somnolencia matinal, cuando empiezo a salir al mundo… De repente, recuerdo que en cierta página un personaje que debÃa ir descalzo tiene botas y voy a buscarla y resulta que sÃ, que tiene botas. Es un trabajo absolutamente obsesivo que, en mi caso, dura dos años en los que no pienso en otra cosa. Por supuesto convivo con mi mujer y mis hijos, voy al cine, leo otras historias y llevo una vida aparentemente normal, pero por dentro no hago más que pensar en la novela. Aunque no sea perfecta, sé que ha sido contada de la única forma posible. Y el inicio ha de ser el que es, la cabeza es esa. PodrÃa compararse a la arqueologÃa, vas desenterrando piezas y de pronto encuentras la base del jarrón, ves un hueco que es la órbita ocular de la calavera.
En ese proceso de desenterrar la historia haces una reconstrucción de la vida de Oriol, después de que le hayan dado por muerto. Episódicamente aparecen otros personajes que forman parte de esa vida oculta y que son testigos de los cambios que provoca la transformación de Oriol hasta convertirse en un animal de bosque totalmente desquiciado…
… cuando era un hombre burgués de Sant Gervasi que estaba destinado a ser pianista.
Hay un trabajo profundo con esos personajes para conseguir ensamblarlos en la novela.
Claro, me preocupa que en mis novelas no se vean las costuras. Está muy claro cuando vas escribiendo, porque tienes varias historias que debes hacer coincidir en algún momento. El primer encuentro de estas historias es siempre muy violento, se parece a un seÃsmo, como cuando chocan las placas tectónicas. El trabajo del novelista es limar la zona del choque para dejar una sola superficie, un solo territorio. Esto lo voy viendo muy gráficamente durante la construcción de las novelas. Conforme las he ido escribiendo, he ido aprendiendo que las costuras tectónicas del relato hay que limarlas al final para que las historias vayan creciendo con todo su vigor e Ãmpetu. Si empiezas a limar todo eso a media novela, te cargas la narración.
¿Y utilizas los personajes para limar las costuras?
Claro, una vez que está toda la furia novelÃstica metida a lo bestia, empiezo a hilar fino, parte por parte, con un zurcido invisible que el lector no ve. A lo mejor, si la lee mil quinientas veces, como yo, sà lo percibe. Los novelistas tenemos mucha ventaja, porque disponemos de tiempo para pensar en las cosas. Y una cosa que chirrÃa, al cabo de seis meses, puedes repararla llevándola por otro camino. Es como el carpintero que ensambla piezas, con esos diseños escandinavos, esas sillas preciosas de madera en las que no ves el ensamblaje porque un tipo ha estado limando la superficie durante un tiempo. Hay que pasar el cepillo, sin duda.
¿Te ha obsesionado mucho Oriol, como personaje? Ni siquiera tiene un diálogo, no aparece de manera directa, siempre es a través del resto de personajes o del narrador; sin embargo, es su historia y, por supuesto, lo aprovechas para ofrecer un análisis narrativo sobre la condición humana.
Hay mucho sobre la condición humana y muchos elementos metafóricos. Tuve la tentación de ver a Oriol como la metáfora de lo que pasó con ese proyecto que fue la España republicana, cómo se fue descomponiendo y cómo terminó siendo un cuerpo amputado, tullido, disperso. Existe, como dice el narrador, la tentación de buscar este tipo de metáforas. Al final creo que Oriol la trasciende y pasa a ser, por sà mismo, sin ayuda de la metáfora, un personaje literario. Su final, transformado en oso, en una bestia de la montaña, es la metáfora de la condición humana. Y no es que vayamos a eso, sino que podrÃamos ir.
Queda un poco lejos, pero la historia final de Oriol me recuerda a la pelÃcula de Pedro Olea El bosque del lobo, con José Luis López Vázquez.
No la conozco, pero me interesa mucho. Buscando modelos, están esas personas que entran en contacto con la naturaleza y se transforman, se convierten en parte de ella. El corazón de las tinieblas es una novela que me encanta, ahà ves esta descomposición. Mi novela no tiene que ver nada con Conrad, pero sà que hay un modelo a seguir que es este, el hombre civilizado que regresa a la tierra, transformándose en otra cosa.
Volver a nuestros orÃgenes, de una manera peculiar, pero descubriendo nuestra esencia.
Es la forma positiva de verlo, sÃ.
Con las tres novelas que conforman esta serie sobre la guerra civil, ¿podrÃamos hablar de una unidad narrativa o has empleado tres maneras diferentes de explorar la ficción?
Visto ahora, de aquà hacia atrás, sà hay una trilogÃa tal cual. Y hay tres puntos de vista distintos sobre, básicamente, la misma historia.
¿La próxima será, al fin, la que comentabas al principio, sobre Artaud?
SÃ, será la próxima, seguro, porque ya estoy en el punto, ya no veo la playa. Hay que acabarla ya, porque empieza a pesarme. Llegué a Irlanda hace años con la novela bajo el brazo. He ido regresando en breves perÃodos mientras escribÃa las otras. Me apetece darla por acabada, es una historia de la que estoy enamorado.
José A. Muñoz