Josan Hatero: «Me interesa inventar una realidad propia»

Josan Hatero (Barcelona, 1970) no se prodiga mucho, pero cuando lo hace sorprende. Han pasado siete años desde su anterior libro, Tu parte del trato. Durante este tiempo, ha dado forma a un libro sencillamente complejo en el que ofrece unas singulares tipologías de amantes: La piel afilada (Alfaguara). Un ejercicio creativo en el que encontramos la esencia del cuento, la capacidad inventiva de Hatero y un profundo conocimiento del lenguaje que le permite hilvanar y dar forma a un sinfín de clases de personas que aman. Su juego, acompañado de las ilustraciones de Montse Bernal, representa el reencuentro con un tipo al que echábamos de menos.

Topicazo: Hay tantos tipos de amantes como de personas.

O más. Depende de con quién estés, te adaptas a la pareja y vas cambiando, incluso con el paso del tiempo tus registros van aumentando.

¿No te arriesgabas con un libro de estas características?

Para mi no es riesgo, cuando se trata de una idea que realmente me apetece hacer. Hombre, si la gente se lo empezara a tomar como un libro de autoayuda, que es lo más odioso del mundo, y fuera con el libro buscando lo que le conviene o lo que no, a modo de horóscopo, sería terrible. Pero es un artefacto lúdico en el que he tratado de recuperar el placer de la lectura y la complicidad con el lector, sin necesidad de tener que recurrir a un argumento o a la creación de personajes. Simplemente, enganchar por el puro placer de la literatura, por la intensidad de las frases y la construcción.

Lo que diferencia a La piel afilada de otros libros es que para un cuento o una novela, tienes que adaptar el lenguaje a la historia que quieres narrar. Aquí no hay nada de eso, porque no hay historia. Busqué que el lenguaje y la historia fueran la misma cosa. Eso era lo que ambicionaba.

No hay historia, pero de cada uno de los tipos de amante se podría hacer una.

Sí, al fin y al cabo, soy un fabulador y eso es lo que me sale.

Y has intercalado una serie de testimonios, muy naturales, que se pueden leer como pequeños relatos.

Cuando empecé a escribir el libro, se trataba de ofrecer  tipologías de amantes, pero me di cuenta de que la lectura era bastante intensa y se necesitaba un respiro, como en Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, buscaba darle al lector una pausa. Así que recurrí a utilizar el recurso de monólogo confesional, con las experiencias de los amantes en primera persona.

Esos testimonios ficticios son de personas jóvenes desengañadas, no sólo con el amor, sino con otros aspectos de la vida. Es un reflejo de la sociedad actual.

Cuando se está en pareja, el amor absorbe mucho, el mundo es idílico y esa perspectiva no es real. Me interesaban mostrar a los amantes por separado. He tardado siete años largos en escribirlo y la idea de los monólogos se me ocurrió hace unos cinco. Hablé con seis o siete amigos que, en aquél momento, estaban solteros y sin pareja, y les hice un pequeño cuestionario. Sin ser absolutamente fiel a lo que me contaron, cogi ideas, frases, ritmos al hablar, las coletillas que surgen de manera natural. Así construí esos textos. Me hicieron falta más, por lo que tuve que inventar algunos. Lo que muestro es la sociedad real actual, los cambios que han surgido, a través de pequeñas historias.

Hay unas lecturas previas mencionadas al principio del libro, que te inspiraron.

Sí, son más los libros que los autores, Las ciudades invisibles, que te comentaba antes, El libro de los seres imaginarios, que es el libro más atípico de Borges, y la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters.

La frase de Philip Roth es casi un testimonio más («Todas las mañanas me retuerzo en la cama, como en una pesadilla, pensando en lo muchísimo que no quiero a nadie»).

Al principio puse la primera que aparece de Rufus Wainwright, porque me gustaba mucho la canción («Pretty things, so what if I like pretty things. Pretty lies, so what if I like pretty lies») y el carácter de ficción y de artefacto lúdico que te decía. «Me gustan las mentiras, ¿y qué si me gustan?. Es ficción, no te lo tomes en serio». Ese sería parte del mensaje. Me gusta Philip Roth, su crudeza, la manera de abordar las relaciones humanas, no tiene complejos en desnudarse. Leí El profesor del deseo el verano pasado y pense que debía incluir esa cita por lo que tú dices, es otro personaje más. Además las dos citas, la de Roth y la de Wainwright, representarían las dos partes del libro: la de los amantes y la de los monólogos.

¿La piel afilada podría considerarse como un libro de experimentación en busca de nuevas formas narrativas para desarrollarlas en un futuro?

Mi primer libro lo escribí hace unos diecisiete años. El lenguaje era más seco, lacónico, mucho más directo. Con el tiempo he ido evolucionando y ahora me apetecía jugar con el texto, retorcerlo. Eso me ha permitido abarcar diferentes registros, jugar con la tipografía, las repeticiones. Quizás por eso he tardado tanto tiempo en acabarlo. Cuando tienes un argumento, sabes que debes llegar de un punto a otro, lo de enmedio lo cuestionas, lo dudas, que es lo divertido, describir el camino, no saber cómo llegar, pero tienes algo a lo que agarrarte. En este caso, no sabía a qué asirme y lo hice en el lenguaje. No sé si lo volveré a hacer en el futuro. Ahora me apetece escribir una novela, algo más crudo y más enfermizo respecto a las relaciones.

¿Más?

Más retorcido, sí, me apetece mucho.

Pero si las relaciones que planteas en La piel afilada ya son estigmáticas, son sangrantes…

Algunas, no todas. Pero ya es la idea. Amantes afilados que te van tallando y te convierten en lo que eres. Ese proceso de esculpirte es doloroso, por supuesto. Pero también es gratificante.

El trabajo gráfico de Montse Bernal es muy interesante. Le da la dimensión de libro-objeto, un valor añadido por lo que muchos autores y editores están apostando. Parece que la tendencia es la de ofrecer ese complemento en la edición para desmarcarse de lo que pueda ofrecer el libro electrónico.

Estoy de acuerdo. Sabía que el libro tenía que ser ilustrado. Pero, sinceramente, pensé que ninguna editorial querría hacerlo por el coste que representa. Al entregarlo a Alfaguara, la propia editorial propuso que tuviera ilustraciones. Conocía a Montse y me encanta su trabajo. La propuse, vieron su trabajo, y se enamoraron de su estilo. Tiene una sensibilidad, un mundo propio brutal, que encaja perfectamente con este libro. Le supo dar el toque adecuado. Cuando leyó los textos me dijo, literalmente, que era «un bombón de proyecto». El resultado me parece perfecto.

¿Cómo trabajaste con ella?

Le di plena libertad. No quise darle coordenadas.  Leyó el libro, lo entendió y trabajó sobre él con su sensibilidad, jugando con las dos tintas, roja y negra, le dio un aire delicado pero no excesívamente femenino.

Creo que es muy importante la ordenación que has establecido para cada tipo de amante. ¿Cuál fue el proceso que te llevó a darle un orden concreto a las tipologías?

Es algo que preocupa con los libros de relatos. Siempre he dicho que no me gusta escribir colecciones de relatos, me gusta que los libros tengan un sentido. Me lo pienso muchísimo. Incluso me hago esquemas, pero no te sabría explicar el criterio, es algo que siento, un ritmo interno. Es como cuando escribes una frase y te das cuenta de que no tiene ritmo, no suena bien. Algo como un sentido musical.

Repasando los tipos de amantes que propones, hay algunos más o menos conocidos, pero otros en los que has ido a tu libre albedrío, creando tipologías insospechadas. Además de los tres libros que citabas antes, ¿te han inspirado otras obras, al buscar posibles maneras de gestionar las relaciones?

Inconscientemente no. Hay alguno, como el de Bartleby, que es obvio. En el tipo «Suicidas» me inspiré un poco en Anna Karenina, que es una novela maravillosa. Quería meter juegos literarios, como el de «Dinosaurios», evidente, también aparece una referencia a Jane Austen, mi autora de cabecera… Los homenajes son evidentes. Quizás se pueda encontrar alguna referencia de la que no me he dado cuenta, pero las que aparecen de manera evidente, están muy pensadas.

Hablabas antes del concepto «autoayuda». Habrá gente que se acerque a La piel afilada por tratarse de una obra literaria, pero otros podrían adentrarse en él para descubrir cosas sobre sí mismos o sobre sus parejas.

Hay lectores que me han dicho haber descubierto cosas, algo encuentro muy satisfactorio. Habrá quién piense que pretendo ser ambicioso, pero no escribo para hacer una obra de puro entretenimiento. Quiero llegar a la gente y que reflexione, que se conmueva de alguna manera. Si alguien puede conmoverse con el libro y hacerlo suyo, habré cumplido mi objetivo. Sin embargo, no creo que nadie lo utilice para saber cómo son los demás, aunque cada uno es libre de darle la interpretación que quiera.

No sé si lo has hecho de manera consciente, pero hay algo que conlleva una habilidad especial al escribir. He leído alguna de las tipologías utilizando diferentes tonos. El resultado es que la interpretación ha resultado diferente, dependiendo incluso del estado de ánimo.

Escribo apoyándome en el lector. Y no me gusta dar las cosas mascadas. Mis textos son abiertos para que puedan darse diferentes interpretaciones. No me interesa fotografiar la realidad. Cuando hablamos de ficción, lo que interesa es que el autor invente una realidad propia y el lector juegue a meterse en ella, porque si no es así, el lector no la disfruta.

No quiero olvidar la parte animal, ese «bestiario de amantes» del subtítulo.

Sí, me he querido acercar como si fueran especies, mostrándolas como en un documental, con la mirada de un biólogo naturalista. Ningún periodista me ha preguntado sobre esto. Es un juego que el lector atento va a disfrutar, y que permite que no lo confunda con una guía.

Hubiera resultado más  fácil crear tipologías directamente «animales»: El oso, el caballo, la mantis… Pero lo planteas desde la metáfora, el juego de palabras…

Es que no se trata únicamente de las relaciones, sino también de la identidad. Los temas universales que nos afectan a todos son el amor y la muerte. Y hay algo animal en la vida, el deseo sexual es un rasgo animal. Utilizamos el amor para describirnos a nosotros mismos.

Hay mucha referencia a la rutina.

Sí, rompemos con la rutina para volver a empezar, y si volvemos a empezar el amor será para siempre. No soy sociólogo pero, sin duda, la rutina es el gran mal de las relaciones. Tenemos tantas puertas para abrir que al final acabamos aburriéndonos. En las revistas, los sexólogos no hacen más que aconsejar que hay que acabar con la rutina. Pero es esencial en los seres humanos, es natural.  Cuando estás con amigos, repites siempre los mismos chistes, los mismos comportamientos, los mismos roles. Lo que hay que hacer es aceptarla y jugar con ella. Y no fomento la rutina. Lo que digo es que no se puede evitar. Hay que hablar de ello cuando afecta a la relación.

José A. Muñoz

José A. Muñoz

José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.

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