José Tolentino | Foto: Editorial Paulinas

José Tolentino: «Lo más humano es lo más divino»

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José Tolentino | Foto: Editorial Paulinas
José Tolentino | Foto: Editorial Paulinas

La mística es ante todo una experiencia humana y por tanto puede vivirse a través de los sentidos. Este es el tema central del hermoso ensayo Hacia una espiritualidad de los sentidos (Fragmenta Editorial, 2016) del teólogo portugués José Tolentino Mendonça. Tolentino también es poeta y eso se nota en la sensibilidad y fina escritura que destila este tratado religioso, una suerte de teología del placer humano.

¿Qué le empuja a escribir sobre la espiritualidad de los sentidos?
Este libro nació de una constatación: hoy vivimos una especie de analfabetismo sensorial. Vivimos en la era de la técnica, estamos sumergidos en el mundo de la información, tenemos acceso a un mayor consumo, experimentamos un exceso de estimulación sensorial y, con todo, tenemos una dificultad enorme para comunicar con aquello que está más próximo a nosotros. Para paliar este analfabetismo sensorial escribí este libro, una especie de pequeña mística del instante, que es precisamente lo que nos ofrecen los sentidos. Los sentidos nos dan un saber flagrante, nos dan aquí lo que es ahora, nos dan la sorpresa del momento en su singularidad más ardiente e inspirada, y eso que es humano también tiene algo de espiritual.

Escribe también sobre el sacramento del instante.
Significa que cuando estamos abiertos a los sentidos, la belleza del mundo viene a nuestro encuentro.

¿No es necesario para la mística un deseo de dios, aunque éste se sienta como un vacío?
La mística forma parte del enigma que somos. Porque nuestra vida continúa siendo una pregunta hasta el fin. Una pregunta que en parte podemos responder, pero que en parte permanecerá como pregunta hasta el final. En esa pregunta está dios, y nuestra relación con él emerge de la interpretación de nuestro propio cuerpo. Es algo que la propia Biblia dice cuando recuerda que no está en el fondo de los seres, en el punto más extremo, inalcanzable, sino como decía el poeta norteamericano Walt Whitman Dios está en las hojas de yerba.

La mística que propone responde a su vez a una sacralización de lo humano.
¡Lo más humano es lo más divino! Nuestra realidad humana, nuestra vida provisional e inacabada, nuestro enigma son los lugares teológicos… Creo que es un engaño reducir la mística y experiencia de lo sagrado al interior de un discurso de las religiones. Lo sagrado es indisociable de lo humano; de lo humano más anónimo, más ordinario, más común, más banal. Me interesa mucho recuperar la dimensión de lo sagrado para la vida cotidiana y entrar en una mística de ojos abiertos, no una mística de interioridad y ojos cerrados. Me interesa una mística capaz de confrontar con la dimensión, también dramática, de la propia existencia humana.

Es poco elitista.
Es una mística para todos. Me gustó mucho la definición de Michel Certau que dice que místico es aquel o aquella que no puede dejar de caminar. En este sentido, la mística no es del todo una experiencia religiosa, es ante todo una experiencia humana. Incluso el ateo puede sentir la dimensión oceánica de la vida, la dimensión misteriosa, que no tiene respuestas para todo.

¿Cuál es el papel del cuerpo humano?
Sabemos que el cuerpo es material pero también es inmaterial. El cuerpo es algo  que podemos medir, pesar, cuantificar, pero el cuerpo es también un no sé qué, infinidad. En este sentido, el cuerpo es la experiencia más próxima que cada uno de nosotros hace del misterio.

Fragmenta Editorial
Fragmenta Editorial

La asocia a los sentidos del gusto, visión, audición olfato y tacto, ¿es una mística hedonista?
La mística ha estado asociada a un proceso de depuración y desmaterialización de la propia vida. Como si el mundo no interesara y el objetivo fuera la fuga, una salida del propio mundo por la vía de la espiritualización. La mística de los sentidos acoge el placer de estar vivo, la alegría de estar en este mundo. Acoge la poesía, la comida, la música, la maravillosa vitalidad de lo creado. En este sentido la mística de los sentidos es también una teología del placer humano. Y eso es importante recuperarlo porque una de las acusaciones que la filosofía occidental hace del cristianismo, por ejemplo Nietzsche, es porque ‘destruía la alegría humana’, como si el hombre no pudiera ser feliz en este mundo. Ahora, no es el placer por el placer, no es hedonista, no es un placer idealizado que ignora el sufrimiento o las grandes injusticias humanas, pero sí abraza la vida en su condición paradoxal donde la alegría tiene que estar siempre presente.

El dolor, el luto, el duelo ¿intensifican el sentir místico?
Me gusta esa palabra, ‘intensificación’. El luto es la intensificación de la experiencia temporal. El luto, el sufrimiento, la condición enigmática del hombre en la historia tiene que ser iluminada también por esta experiencia que en el fondo es una experiencia total. La experiencia de la pérdida es uno de los secretos del cuerpo. La mística está relacionada con esta pregunta. No me interesa ni la mística de la felicidad ni de la infelicidad, sino la mística de acoger la vida en lo que es.

Se sitúa más en la pregunta que en la respuesta.
Mucho más. Para mí las preguntas son siempre más fecundas. Las respuestas siempre son más provisorias. Las preguntas son eternas.

«Mi vida es un instante, una efímera hora, mi vida es sólo un día volandero y fugaz. ¡Tú lo sabes, Dios mío! ¡Para amarte en la tierra no tengo más que hoy!» ¿Por qué cierra su libro con esta cita de Teresa de Lissieux, por cierto, la niña santa que ilumina el final de La leyenda del santo bebedor de Joseph Roth?
Porque Teresa de Lissieux representa una mística de ojos abiertos. Es inocente sin ser ingenua, y para el discurso católico, muchas veces patológicamente dogmático o patológicamente abstracto, ella trae carne, sentimientos y emoción. Y esto me parece fundamental para entender lo que es una mística de los sentidos.

Hablando del discurso católico, ¿no conviene actualizarlo?
Es una pregunta que me hago muchas veces. El espacio del cristianismo también es un espacio de producción verbal, de producción de metáforas, y a veces somos demasiado repetitivos. El discurso religioso requiere también de exploradores, poetas, inventores que se arriesguen a decir las cosas de otra manera, con nuevas palabras. Me incomoda mucho sentir que el discurso religioso del espacio cristiano queda demasiado sonámbulo, queda kitsch, a base de repetir frases hechas y lugares comunes. En este sentido, el papa Francisco, en su forma de comunicar tan directa, ha introducido una disrupción y es inspirador para procurarnos una nueva forma de comunicación dentro del espacio eclesial.

¿Qué libros de la Biblia encuentra más acordes a los días de hoy?
Creo que los libros sapienciales y los poéticos. El libro de Job, que es una teología de protesta, de pregunta. El libro del Eclesiastés y su pesimismo activo. El libro del Cantar de los Cantares, que sitúa la sensualidad como un lugar de encuentro, descubrimiento y celebración de la vida. Y también los Evangelios, el discurso de Jesús, que era un poeta de las parábolas, sigue siendo muy ilustrativo hoy en día. El mundo de hoy necesita nuevas parábolas. Escritores como Kafka mostraban la capacidad de pensar la vida a través de parábolas que nos ofrecen espejos, no unívocos, pero que nos permiten mirarnos en soledad. Las parábolas continúan siendo absolutamente necesarias.

¿A quién se dirige con su libro?
Mi preocupación como teólogo y poeta es hacer un discurso para creyentes y no creyentes. Me interesa alejar el discurso del confinamiento eclesial y abordar el antropológico. Muchos dicen que mi poesía sorprende porque hablo mucho de lo cotidiano y poco de dios. No es una poesía religiosa, no me interesa, muchas veces digo que soy un poeta materialista. Me inspira una tradición grande de poesía que va desde Eliot, San Juan de la Cruz, Pasolini, los poetas de mi tiempo, pero también algún poeta chino de la antigüedad… como poeta me siento omnívoro.

¿Es optimista con respecto al futuro del cristianismo?, ¿puede resistir la globalización?
Optimista siempre, aunque tengo conciencia plena de que el cristianismo se encuentra ante desafíos muy grandes. Y que también en su expresión tiene que transformarse, estar con los tiempos y las problemáticas de la Historia. El cristianismo es también una palabra transformadora y una palabra en transformación. Y sin duda el futuro nos traerá diálogo interreligioso, que no vendrá tanto de la mano de los líderes como de las propias personas, donde cada uno encontrará puntos de contacto entre las diversas tradiciones religiosas. Lo que es seguro es que el cristianismo del futuro será más místico y menos institucional.

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

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