Julian Barnes (Leicester, 1946)  ha presentado su última novela, La única historia, en el festival Kosmopolis. El autor británico, acompañado por la periodista Anna Guitart, ha reflexionado en el CCCB sobre el sentido del relato, y ha hecho de su lúcida ironÃa un arma de seducción ante un público que habÃa agotado las entradas desde hacÃa más de dos semanas.
El último libro de Barnes supone el número 1000 de la colección Panorama de Narrativas de Anagrama (la novela ha sido publicada en catalán por Angle), y narra el encuentro de Paul, de diecinueve años, con su profesora de tenis, Susan Macleod, una mujer de cuarenta y ocho años, casada y con dos hijas mayores. La habilidad del británico se basa en cómo la reconstrucción de esa historia nos conduce a dos personajes en colisión, pero cuyo conflicto evoluciona por un lugar que el lector no puede intuir en las primeras páginas. El deseo y el sufrimiento se convierten en dos caras de una misma moneda, siempre a punto de caer hacia un lado que luego matizará el paso del tiempo.
“La memoria es muy cercana a la imaginaciónâ€, ha dicho Julian Barnes, y sostiene que los recuerdos más fiables son los que no has pensado, y que, de golpe, regresan. “La única historia de nuestra vida es la que nos explicamos a nosotros mismos. Y es la más sospechosa de todasâ€, ha insistido el autor de El sentido de un final, libro con el que ganó el Booker en 2011.
—Pero no te fÃes demasiado de lo que te cuenta un novelista —ha advertido el escritor.
La única historia, según el propio Barnes, no está basada en cómo una mujer madura instruye a un joven en las artes del amor. “No es una novela francesa. El sistema británico es más complicado. Y es que no podemos ser absueltos como los católicosâ€, ha bromeado.
“Hoy, para los jóvenes es más fácil tener sexo, pero se les rompe el corazón igual que se nos rompÃa a nosotros. No ha cambiado tanto el mundoâ€, ha afirmado Julian Barnes, quien se define a sà mismo como “un pesimista alegreâ€.
“El primer amor es una huella que permanece. O buscaremos siempre algo parecido a lo que entonces sentimos por primera vez, o, por el contrario, si nuestra experiencia fue negativa, siempre estaremos buscando algo que no se le asemeje en nadaâ€, ha explicado el autor de Niveles de vida.
“El amor es un tema maravilloso, después de tantas novelas, puedo seguir diciendo cosas. Nunca se extingueâ€, ha añadido Julian Barnes.
—Pero no te fÃes demasiado de lo que te cuenta un novelista —ha vuelto a advertir el escritor.
Para Barnes escribir es una forma de leer. La ficción, asegura, nos ayuda a reflejar la complejidad del mundo. “No soy un escritor didáctico, no escribo para decirte cómo has de vivirâ€, ha matizado. El lector es un colaborador para el británico, y lo siente al lado, sentado, mientras escribe.
¿Cómo sabe cuándo tiene realmente una novela en marcha? “Cuando la energÃa del tema sobrevive entiendes que tienes que seguir escribiendo. Pero siempre necesitas un poco de duda e incertidumbreâ€, ha respondido el escritor, siempre cómplice con la periodista y el público.
La curiosidad es el auténtico motor de escritura. Julian Barnes ha publicado, también recientemente, el ensayo Con los ojos bien abiertos. Allà reflexiona sobre el trabajo de artistas como Delacroix, Manet, Cézanne, Degas, o Braque. Y sobre el uso del color de su amigo Howard Hodgkin, que falleció en 2017.
Precisamente Barnes ha contado una anécdota junto al pintor de cuando veraneaban, juntos, en el sur de Italia. Hodgkin vio una toalla negra en un escaparate, y entró en la tienda a pedir una igual. El dependiente, amable, le sacó una y otra vez toallas del modelo que reclamaba, pero el artista afirmaba que no eran del mismo color. Sólo cuando convenció al hombre que le diera la que tenÃa en el aparador todos se dieron cuenta de que, en efecto, el negro era muy diferente al resto.
Esa capacidad para mirar desde otro lugar, y, sobre todo, cómo el arte supera el paso de los años, es por lo que Julian Barnes considera que los escritores siempre tienen algo de envidia de los pintores. La conexión entre obra y espectador nunca termina. Es, según explica, lo que le ha pasado en Catalunya cuando ha podido mirar cara a cara a un Pantocrátor realizado hace 800 años. “Me sigue hablando directamente a mÃâ€, dice Barnes. “La prosa, sin embargo, se degrada con el tiempoâ€.
Pero ya lo saben. No nos podemos fiar demasiado de lo que nos cuenta un novelista. Ni siquiera de Julian Barnes.