La habitación imaginaria de Juan Eduardo Cirlot

La habitación imaginaria de Juan Eduardo Cirlot.
Comisariada por Enric Granell, cuenta con
la colaboración de Victoria y Lourdes Cirlot.
Arts Santa Mònica – Espai Arxiu (planta 00).  Visita gratuita.
Hasta el 15 de enero de 2012

Catálogo: Juan Eduardo Cirlot. L’habitació imaginària.
Ediciones Siruela/Arts Santa Mònica (Madrid, Barcelona, 2011)

Juan Eduardo Cirlot en su habitación de trabajo, en casa de sus padres de la calle Roger de Flor, nº94 (1945).

En el Espai Arxiu del Arts Santa Mònica, muy cerca de la puerta que da acceso al bullicio de las Ramblas en su cercana confluencia con la plaza de Colón, se abre de par en par al visitante La habitación imaginaria, exposición dedicada al particular universo del poeta, compositor, estudioso de los símbolos, ensayista y crítico de arte, Juan Eduardo Cirlot (Barcelona 1916-1973). El conocedor de la obra de Cirlot no necesita mayores presentaciones y disfrutará del recorrido probablemente reafirmando la sensación de hermetismo que emana de una de las personalidades creativas más influyentes y secretas del siglo XX. El no iniciado vivirá un episodio de complejo descubrimiento al encontrarse de lleno con la individualidad, pensamiento personal y universo de un poeta heterodoxo e inclasificable.

En palabras del comisario, Enric Granell, todos los elementos desplegados en la exposición “granos innombrables de la arena del mundo, hacen que la poesía de Juan Eduardo Cirlot sea de una densidad demoníaca que transforma su lectura en viaje. Este mundo irreal, estas presencias espectrales que nos esperan, convierten esta habitación imaginaria en uno de los altos lugares de la poesía”.

La exposición toma como punto de partida el poema “Momento” escrito el 29 de mayo de 1971, última vez que Juan Eduardo Cirlot dedica un poema a su habitación imaginaria:

Mi cuerpo se pasea por mi habitación llena de libros y espadas y con dos
cruces góticas;
sobre mi mesa están “Art of the European Iron Age” y “The Age of
Plantagenets and Valois”, aparte de un resumen de la Ars Magna de
Lulio.

La fotografía de Bronwyn (las fotografías) están en sus carpetas, como tantas
otras cosas que guardo (versos, ideas, citas, fotos).

Si ahora fuera a morir, en esta tarde (son las 6) de finales de mayo de
1971, y lo supiera de antemano,
no me conmovería mucho, ni siquiera a causa del poema “La Quête de
Bronwyn” que está en la imprenta.

En rigor, no creo en la “otra vida”, ni en la reencarnación, ni tengo la
dicha (menos aún) de creer
que se pueda renacer hacia atrás, por ejemplo, en el siglo XI.

Sé que me espera la nada, y como la nada es inexperimentable,
me espera algo no sé dónde ni cómo,
posiblemente ser en cualquier existente como ahora soy ahora en Juan-Eduardo
Cirlot.

Mi cuerpo me estorbaría y desearía la muerte −¡ah, cómo la desearía!−
si pudiera
creer en que el alma es algo en sí que se puede alejar
e ir hacia los bosques donde el triángulo invertido de los ojos y
boca de Rosemary Forsyth
me lanzaría de nuevo a la tierra de los hombres, porque en esta vida no
he sabido o no he podido
trascender la condición humana, y el amor ha sido mi elemento,
aunque fuese un amor hecho de nada, para la nada y donde nunca.

Estoy oyendo Khamma de Debussy, que, sin ser uno de mis músicos favoritos
(éstos son Scriabin, Schönberg y otros)
no deja de ayudarme cuando estoy triste, que es casi siempre.

Mi tristeza proviene de que me acuerdo demasiado de Roma y de mis cam
pañas con Lúculo, Pompeyo o Sila,
y de que recuerdo también el brillo dorado de mis mallas doradas en los
tiempos románicos,
y proviene de que nunca pude encontrar a Bronwyn cuando, entonces, en el
siglo XI,
regresé de la capital de Brabante y fui a Frisia en su busca.

Pero, pensándolo bien, mi tristeza es anterior a todo esto, pues cuando era
en Egipto vendedor de caballos,
ya era un hombre conocido por “el triste”.

Y es que el ángel, en mí, siempre está a punto de rasgar el velo del cuerpo,
y el ángel que no se rebeló y luchó contra Lucifer, pero más tarde
cedió a las hijas de los hombres y devino hombre,
el ángel es el peor de los dragones.

El recorrido expositivo se organiza en tres capítulos.

I. La habitación imaginaria. Destaca la colección de espadas de Cirlot (en especial una gótica del siglo XVI), un autómata poeta del Parque de atracciones del Tibidabo (lugar mágico al que Cirlot dedicó un libro) y referencias a la privilegiada capacidad de sueño del poeta, y la relación de este don del sueño con su poesía.

Retrato de Juan Eduardo Cirlot en su habitación de trabajo, copia fotográfica moderna (Francesc Català -Roca, 1954)

(…) Pero no quiero escribir nada sobre espadas, sino sobre la interpretación o la justificación de las mías. Resulta que mis amigos y conocidos saben mis aficiones a lo extraño, lo oculto: al surrealismo, el simbolismo, la astrología, la alquimia, la morfología y la heráldica… pero en cambio se asombran ante mi reunión de espadas, esos seres vigilantes, silenciosos, quietos en su azul verticalidad negra, en su premeditada seguridad de filo y aguzada punta. (…) Lo más probable es que constituyan  la cristalización de la tensión intermedia, es decir, la fase en la que el lanzamiento hacia una virtud o potestad ya sea ha activado, pero no hasta el extremo de internalizar el objeto y hacerlo innecesario. Si mi progreso espiritual prosigue, llegará, si lo anterior es cierto, un día en que no necesitaré mis espadas, pues mi alma será como un bosque de hierro afilado y dispuesto. (…) La Vanguardia, 11 de noviembre de 1954.

"El juglar", óleo sobre tela, 60 x 82 cm, colección particular (Joan Ponç, 1950)

II. Geografías imaginarias. Encontramos referencias a Egipto, Cartago, Roma, África o Carcassona. Son para Cirlot geografías temporales de historia mítica comunicadas por túneles secretos por los cuales desplazarse a través del tiempo. Cartago es el símbolo de la destrucción total. Roma es su contrapunto; si Cartago es la destruida, Roma es la destructora. África es el lugar del ritual multitudinario, el lugar del redoblar salvaje de los tambores. Carcassona es una de las capitales cátaras hasta su destrucción en 1209; para Cirlot, su triple muralla es símbolo de recinto interior.

El juglar, de Joan Ponç es un retrato de Juan Eduardo Cirlot. La fisonomía del juglar, el tema, el escenario cerrado por la montaña de Montserrat, el fondo con el edificio de la Sagrada Familia de Antonio Gaudí, iluminado por un amarillo ácido, y la fecha –mayo de 1950-, un mes después de que se publicase El arte de Gaudí, así lo indican.

Manuscrito del Libro de Cartago, primera versión, 1946

El mito de Cartago debió formarse en Juan Eduardo Cirlot después de dos lecturas transcendentales, La tierra gastada, de T. S. Eliot, y Salambó, de Gustave Flaubert, sin olvidar tampoco el conocimiento precoz de la Salomé de Richard Strauss. Una tarde de finales de diciembre de 1946, en el Café de la Rambla de Barcelona, Cirlot comenzó a escribir su Libro de Cartago (diario de una tristeza irrazonable). Del libro, que no se publicó nunca, existen dos copias.

III. Mujeres imaginarias. Mujeres que pueblan su obra, nacidas en una pantalla de cine o de recuerdos de tabernas ruidosas, como Susan Lenox, Izé Kranile o Bronwyn o el personaje bíblico Lilith, la primera esposa de Adam, a quien abandonó a la vez que abandonó el jardín del Edén.

Jazz Lilith

Grabado para Lilith (Antoni TÃ pies, 1949)

Con mis ojos escucho, con mis ojos
de menta y de cristal desmesurado.
Con mis ojos de piano en el ocaso,
con mis ojos de tigre y de cerezo.
Con mis ojos escucho los acordes,
los desgarrados sones de la tarde,
los sones del amor y del sollozo,
los muslos que se acercan por el cielo.
Con mis ojos escucho tantas selvas,
tantas selvas de furia y de carbunclos.
Con mis ojos de piano, con mis ojos
de hoguera abandonada en el desierto.
Los acordes se rompen en el canto,
los acordes se quiebran en los árboles,
los muslos se me acercan por el cielo,
los muslos de magnolia y de ceniza.
Con mis ojos escucho los dos muslos,
con mis ojos de menta y de asesino,
con mis ojos de músico extraviado.

Juan Eduardo Cirlot, 1953

Completan la muestra obras de Joan Colom, Joan Ponç, Antoni Tàpies, Joan Josep Tharras, Modest Cuixart, Joan Brossa y dos pantallas de proyección con paisajes fílmicos o fragmentos cinematográficos sobre los que escribió el poeta: El tercer hombre, Juana de Arco, Ben Hur, Hamlet, Cleopatra, Harakiri, El Fugitivo de Amberes, Metrópolis, El señor de la guerra, entre otras.

Gran parte del interesante material de la muestra se ha reunido en un elaborado catálogo editado por el Arts Santa Mònica y Ediciones Siruela.

A San Miguel Arcángel

Con mi traje de sapo y de cristales,
con mi espada comprada a un anticuario,
con mis libros de magia y papel muerto,
con mis odios de torre entre alambradas.

Con mis dedos de humano constituído,
te cito, arcángel roto en pensamientos.

Baja con las palabras del crepúsculo,
baja con amatistas afiladas,
baja con siete montes de cuchillos;
corta mi corazón de sapo y toro.

«A San Miguel Arcángel», Libro de oraciones.  Juan Eduardo Cirlot (Sau al Set, Barcelona, 1952)

Juan Eduardo Cirlot (Barcelona 1916-1973)

Autor de libros de poesía como En la llama (1945), Cordero del abismo (1946), 88 sueños (1951), El palacio de plata (1955), del ciclo poético Bronwyn (1967-1972) y del emblemático Diccionario de símbolos (1958).

Como investigador, teórico y crítico de arte hay que destacar sus obras Diccionario de los ismos (1949), El mundo del objeto a la luz del surrealismo (1953), El ojo en la mitología. Su simbolismo (1954), Tàpies (1960) y El espíritu abstracto desde la Prehistoria a la Edad Media (1966).

Berta Ares

Imágenes: Arts Santa Mònica/Ediciones Siruela

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

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