Freda y Brenda, Brenda y Freda, un poco a lo tanto monta monta tanto Isabel como Fernando. Freda es presuntuosa y cree poseer el don de la razón universal. Su sabidurÃa de mercadillo oculta muchas carencias, una profunda frustración y la inocencia de quien aún confÃa en una luz al final del túnel. Brenda es otro cantar. La pobre ha asumido perfectamente lo monótono de su sinfonÃa y ha adquirido un pragmatismo muy útil para evitar que las heridas de la ruta se agranden. Las dos viven en un cuchitril londinense que podrÃa ubicarse en cualquier localidad del Reino Unido. Duermen en la misma habitación, discuten por cualquier bobada y se aguantan por una especie de destino de hermanamiento que quiere superar el tedio de la repetición programada. Su existencia se centra en la fábrica del señor Paganotti. La inclusión de elementos italianos en la narración da la nota humorÃstica justa a partir de la exageración del tópico. Todos los transalpinos que comparten labores con las protagonistas son machistas, salidos, presumidos y vulgares pese a su intento por tener un toque especial de distinción. Vittorio es el amor deseado por la oronda Freda, Rossi el manoseador oficial de Brenda y el resto divertidos cuerpos cercanos que se mueven al unÃsono por solidaridad y la conciencia de pertenecer a un extraño universo donde la esquizofrenia lingüÃstica y la inercia se funden a partes iguales.
Quizá por eso la idea de organizar una excursión constituye una oportunidad única para albergar tÃmidas esperanzas de un mañana mejor donde las piezas sueltas encajen fuera de lo urbano. En ocasiones los focos no sólo son televisivos. Huir de lo habitual es la excusa perfecta para estrechar lazos e ilusionarse con vÃas de escape que por la elección del enclave, Windsor y su aroma regio, se asemejan más a una metáfora burlona de miseria y continuidad, como si esa jornada especial fuera sólo un miraje incapaz de disipar la pesadilla. Poco importa la visita al castillo y la impaciencia por la unión del grupo. Hay peleas y desencuentros, fugacidades y desapariciones, gritos y expectativas. Los hombres, superada la supuesta desilusión por no viajar en una flamante furgoneta, juegan a fútbol y destrozan su indumentaria a base de balonazos con los barriles repletos de vino atendiendo su turno para embriagar la tarde campestre. Llegan los jinetes y el surrealismo concede un respiro de risa. El humor negro de la autora es canela fina de la mejor calidad. No necesita del efecto porque está basado en situaciones ordinarias a las que dota de hilaridad sacándoles punta sin llegar nunca a lo grotesco, sabiendo además cuando incorporarlas al texto para que resultan más eficaces y sorprendentes para el lector, que tras esa cándida capa detecta un punto extra que provoca carcajadas a mansalva.