Llevo meses leyendo los Ensayos (El Acantilado, 2007) de Michel de Montaigne (1533- 1592), traducidos por Jordi Bayod Brau. Es una lectura de fondo, pero no como quien se pone música para hacer otras cosas, música a la que no prestamos atención y que no molesta, sino como libro que, por su extensión y profundidad, exigen una lectura lenta pero continuada, atenta pero que evite cualquier sÃntoma de extenuación. Leo a Montaigne entendiendo como me habla de hoy, de mà y de hoy, de nosotros y desde su época, desde aquella Francia que se desangraba en guerras de religión, en la que el Estado era débil y la ejemplaridad de sus gobernantes brillaba por su ausencia; frente a ellos se levantaba el puritanismo soberbio de los hugonotes, que pugnaban contra la corrupción moral de la iglesia tanto como
contra el poder del rey. Montaigne, católico convencido pero no intransigente, lo miraba todo con la distancia de quien es capaz de tener perspectiva, opinión propia y no se deja llevar por ningún prejuicio. Leo a Montaigne porque opina con conocimiento sobre una infinidad de asuntos y también porque nos habla honestamente de él mismo, desde su humanismo armonioso y libre, en una época de grandes incertidumbres, en un tiempo que también es hoy; y nos habla de él mismo como intelectual excepcional que, a su vez, recupera a los clásicos latinos y griegos como base sobre la que desarrollar su propio pensamiento y el pensamiento polÃtico y cultural europeo. Y pienso en todo lo irrecuperable, como la enseñanza y el estudio de nuestras lenguas clásicas –que no muertas– relegadas a la insignificancia en los planes educativos de media Europa. Leo a Montaigne, la inmensidad de sus Ensayos que, es sabido, inauguraron una nueva modalidad literaria en occidente: la reflexión personal como ensayo.
Por aquellas casualidades que las novedades editoriales propician, mi lectura de fondo ha coincidido con otras dos, en este caso de dos libros de actualidad, de rabiosa actualidad si se me permite el lugar común, de rabiosa actualidad pues, como no han dejado de estar nunca los Ensayos de Montaigne. La primera –por orden de lectura y no de importancia- es la última novela de Enrique Vila-Matas, Kassel no invita a la lógica (Seix Barral, 2014) y la segunda es la AntologÃa poética (1994 – 2014) El corazón, la nada (Amargord, 2014) de otro barcelonés: Eduardo Moga. Pues bien, casualidad o no, para mi sorpresa en ambas obras se cita a Montaigne.
En Kassel no invita a la lógica secita una de las anécdotas que Montaigne incluye en sus Ensayos sobre un canónigo de Poitiers que no salió de su habitación en treinta años. La cita como mcguffin es una de las estrategias literarias sobre las que Vila-Matas sostiene y va desarrollando un relato cargado de sentido del humor y frescura para encarar desde el contraste el complejo y, a veces, enervante entorno del arte contemporáneo, y, por extensión, también sobre la realidad que nos rodea y que se desarrolla de una manera inopinada. O, tal vez, lo que desarrolla la obra de Vila-Matas sea lo inopinado de nuestro propio comportamiento. Felizmente, a menudo lo absurdo y lo inesperado toma forma en las obras de Vila-Matas como una manera de acercar sus novelas a la vida misma: que siempre transcurre sin la lógica que uno podrÃa esperar en una novela al uso.
En El corazón, la nada Eduardo Moga –que, por cierto, acaba de publicar otro libro en la recién nacida editorial Libros en su tinta, con el tÃtulo de Dices– aprovecha la celebración del vigésimo aniversario de la aparición de su primer libro, Ãngel mortal (1994), para realizar una selección de su obra, presentándonos lo que él mismo considera mejor o más representativo, y donde podremos trazar una de las posibles lÃneas que desarrolla el discurso poético de su extensa y fructÃfera trayectoria creativa; el libro cuenta además con un prólogo de Jordi Doce que profundiza y disecciona anatómicamente la poesÃa del barcelonés. Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención de este libro antológico es el epÃlogo que firma el mismo Eduardo Moga, con el subtÃtulo de Una poética y algo de historia, un suculento texto, conciso, profundo y honesto sobre su quehacer en la poesÃa, donde se cita a Montaigne precisamente para hablar de la alegrÃa como la manera más serena de afrontar todas las vicisitudes que nos depara el destino.
Otra de las coincidencias destacables y de fondo es la conciencia de la escritura: la obra literaria que es o puede ser, más que ficción o representación, vida misma es un asunto sobre el que también tratan los tres autores. Si para Montaigne sus Ensayos son una entidad en igualdad de condiciones con su propio ser:
«AquÃ, mi libro y yo marchamos acordes y al mismo paso»; para Eduardo Moga la poesÃa puede o debe dar sentido a la vida: «En cuanto a la posibilidad de que la poesÃa nos ofrece de otorgar un sentido cabal a esta realidad sin sentido que es la existencia, se me antoja también indudable. Es, siempre, una percepción subjetiva, pero no por ello menos inobjetable que una categorÃa objetiva, o que un axioma«.
AsÃ, el sentido de la escritura frente al sinsentido de la vida, frente a esa ilógica de la existencia a la que el arte contemporáneo y la literatura nos predispone, es también el tema de la narración que Vila-Matas construye a propósito de la Documenta de Kassel.
No es, por tanto, una casualidad encontrar citas aquà y allá de la obra de Montaigne, pues desde el siglo XVI sus Ensayos iluminan nuestro contradictorio tiempo, y siguen proporcionando conocimiento sobre la naturaleza humana, sentido a la cultura occidental y base sobre la que novelistas, ensayistas y poetas siguen creando su discurso personal y colectivo.