Billy Tully, ex-boxeador, ex-promesa, vio cómo su vida se torcÃa cuando dejó los combates; desde que le abandonó su esposa, malvive en hoteles de tres al cuarto y saca el dinero para su supervivencia de trabajos ocasionales. A pesar de haber entrado en el circuito profesional, a sus veintinueve años siente que está acabado, aunque mantiene la esperanza -la ilusión- de poder reactivar su carrera no tanto para recuperarse deportivamente como para restablecer todo aquello que le acompañó en sus años de éxito. Pero el alcohol y la mala vida han dejado su huella hasta tal punto que ni siquiera es capaz de convencerse que el remedo de entrenamiento al que se somete en una mierda de gimnasio suburbial sirva para algo más que para mantener viva la ilusión del regreso al ring. De hecho, la intención de mejorar económicamente, de dejar de beber, de volver a entrenar duro, siempre se ve «afectada» por circunstancias ineludibles, como si fueran fruto de una conspiración lo suficientemente poderosa como para llevarse por delante cualquier propósito de enmienda; ese fatum al que no se puede combatir en el cuadrilátero, sin embargo, es el que acaba noqueándole dÃa tras dÃa. Ernie Munger, un joven de diecinueve años a quien se le notan cualidades innatas para el boxeo y que, a diferencia de Tully, se encuentra en pleno viaje de ida, prueba en un gimnasio y despierta el interés de algunos avispados mánagers, atentos a cualquier oportunidad de hacer negocio con el primer pardillo con una buena izquierda que caiga en sus manos. Ernie puede ser uno de ellos si se le saben organizar algunos combates y se le ata corto en el gimnasio: ¿quién no cambiarÃa el poste de una gasolinera de mala muerte por la gloria del cuadrilátero? Rubén Luna es el tercer miembro del triángulo protagonista, el que cierra la figura, el que le da sentido: antiguamente vinculado al ring, cuando termina su jornada como estibador se dedica a la búsqueda de promesas, esperando alcanzar como secundario tanto el reconocimiento del que no disfrutó como protagonista como, por qué no, una situación económica más desahogada. Independientemente de su posición de salida, los tres, o aquellos a quienes representan, depositan en el boxeo la misma aspiración: un golpe de suerte. La búsqueda de este golpe de suerte es, en esencia, la trama de Fat City (Fat City, 1969), una de las novelas emblemáticas de la literatura de boxeo con la que la nueva editorial Underwood comienza su primer asalto.
Las urgencias de la vida no se detienen ante nada, no saben de vocaciones ni de aspiraciones. ¿Qué les mantiene en pie, entonces? ¿Por qué siguen luchando? Porque creen que el destino les tiene reservado un golpe favorable; de hecho, a veces la vida no les parece sino una sucesión de golpes favorables, lo malo es que, a pesar de su incipiente apariencia, ninguno es el definitivo; pero no cabe preocuparse demasiado, será el próximo, seguro; solamente es necesario librarse de esa fatalidad sin lÃmite, insistente, terca, responsable de todos los males.
Envolviendo una trama cuya intriga es mÃnima -los antecedentes de los personajes, el desarrollo de la acción y el trayecto lector a través de otras obras relativas a la temática boxÃstica, sin olvidar el cine, dejan pocas posibilidades para la sorpresa-, Gardner echa mano de su oficio en las descripciones de las diversas tesituras a las que enfrenta a sus protagonistas y, sobre todo, en el manejo del ritmo de cada escena; por ejemplo, ralentiza y dilata las escenas con los mánagers y acelera cuando relata un combate, como si quisiera pasar por alto esa circunstancia y dar solamente la información precisa para seguir la historia que le interesa, la que no se desarrolla en el ring, y dejando claro que el verdadero boxeo es el que se practica fuera del cuadrilátero.
A diferencia de otros autores del sub-género, para quienes la descripción de la sordidez se realiza siempre a través de la economÃa de estilo, de un método elemental y cortante, Gardner se recrea mediante la utilización de descripciones detalladas y en un tono culto y depurado -que el traductor convierte en un castellano académico- que trasciende las plantillas y los clichés del género para, como todas las buenas novelas, poder ser considerada gran literatura sin etiquetas.