«Llenad la Tierra»: Buscando la lógica en lo inverosímil

Llenad la Tierra. Juan Carlos Márquez
Menoscuarto (Palencia, 2010)

Si algún observador hubiera podido mirar el rostro de esta lectora del libro de relatos Llenad la tierra de Juan Carlos Márquez, desde la primera dedicatoria hasta la última línea del índice al final del libro, habría visto unos ojos abiertos como platos, la frente plegada de asombro y la boca abierta por la sorpresa. Y aún antes de comenzar la lectura, al contemplar la portada que retrata una sugerente taza de chocolate, que no contiene chocolate sino sangre y asomando a modo de cucharilla del revés, una piruleta en forma de corazón rojo. Toda una metáfora del amor y del dolor que forman un descarnado y absurdo matrimonio en esta serie de relatos presididos por lo inverosímil.

Y el lazo de unión entre ambos es la sorpresa, el giro de lo cotidiano hacia lo inesperado. Se trata de la manipulación de elementos reales, cuya peculiar combinación da lugar a la creación de un universo irreal, extraño, y tanto más irreal y extraño cuantas más raíces tiene en esa realidad cotidiana. Los sucesos relatados no pueden explicarse por las leyes de la razón, pero están rodeados de una realidad tan extremadamente real que produce desasosiego en el lector.

El  mundo imaginado de Juan Carlos Márquez no es fácil de olvidar. Es el padre cuyo corazón cae al suelo, lo recoge, lo guarda en un tarro de cristal y le dice a sus hijos: “a partir de hoy ya no podré quereros más, pero os seguiré tratando bien” (en “El corazón de mi padre”). A partir de ese momento, la generosidad de su comportamiento excede lo que esperamos del amor de padre y resulta realmente molesto. El escritor mira el mundo común de una manera no común, salta la barrera de lo verosímil mediante esa asociación de ideas fantástica. Algo semejante ocurre en “Papá, mírame”, en el que un padre trastoca la realidad del entorno de un bebé con un turbio sentido de la protección, privándole con ello de toda posibilidad de desarrollo natural. Y en “Hacer lo necesario” relata una serie de casos extraordinariamente imaginativos tanto en su origen como en su evolución, casos en los que interviene un hombre afectado por el abandono de su esposa y por su crisis económica, cuya desesperanza le lleva a anunciar sus servicios en el periódico, “Hombre animoso se alquila por horas”, y procura resolver dichos casos.

El lenguaje interviene activamente en estas asociaciones inverosímiles porque permite no sólo reproducir la realidad existente sino imaginarla. Así leemos en “Restos” cómo el yo narrativo acude a comer los restos de comida del contenedor cercano a un hospital, y junto a los muslos de pollo hervido o algún yogur caducado, no tiene reparos en engullir “un seno de capilares pálidos y azules”, o de suspirar por “un hígado cirrótico, macerado durante décadas en licor”. Es de un fuerte realismo, y algo hay del realismo sucio americano, la descripción de lo que contiene la basura, las vendas sonrosadas, la hilera de jeringuillas, y otros elementos cuya descripción descarnada produce una fuerte repulsión. El hambriento termina soñando con nuevos alimentos increíbles y ruega a Dios que el día que los encuentre, haya logrado acabar con su hambre y que no se le haga “viento la boca” porque desearía exponerlos y no comerlos. Un giro coloquial alterado que relaciona este mundo imaginado con el subconsciente.

El protagonista de “Mecánica popular” juega sistemáticamente con la lengua al solicitar en el undécimo taller que visita, un pedido de “elevasoles”, “parabrasas” y “llantas de alienación” y discutir dicho pedido con el empleado, con una lógica argumental aplastante, que de nuevo crea un universo imaginativo en el que se mueve el insatisfecho cliente.

El humor está presente en todos los relatos, en algunos casos es un humor negro, absurdo, como hemos intuido en los anteriores. En otros casos, es divertido observar cómo los futbolistas del relato “Belgrado 1976” son conscientes, desde el principio, del error que están cometiendo. “Vamos a cagarla”, dicen. Efectivamente son objeto de una burla, cuyo único objetivo es que pierdan el partido en campo ajeno, y para ello el narrador construye una trama negra, de complicaciones que exceden lo controlable, y cuyo desenlace es absolutamente inesperado. Una vez más los elementos cotidianos se cargan de inverosimilitud para conseguir un mundo repleto de asociaciones fantásticas.

Juan Carlos Márquez (foto: Menoscuarto)

El absurdo se patentiza en muchas de las argumentaciones de los personajes. Es absurda, en “El orden integral”, la explicación verbalmente coherente de cada una de las situaciones creadas, pero incoherente según nuestro conocimiento del mundo. Tan absurdo como la niña con muletas, del relato “De peceras y trenes”, que acude a clases de ballet, intenta pasear por el césped, pasea a un pastor alemán y por fin cuida un acuario de peces tropicales. La sentencia, casi al final, es contundente: “los peces sólo se mantienen vivos si los miramos, que, por absurdo que pueda parecer, se alimentan de nuestro tiempo”. La actividad frenética del relato se va remansando hasta que la niña cuida el acuario y sus papás proyectan salir a cenar y mirarse como peces.

Son varios los relatos en los que es importante la presencia de los niños. Por una parte, el universo imaginativo está relacionado con los niños como personajes que lo hacen más probable. Por otra parte, precisamente por ser los niños los protagonistas, adquiere mayor dureza la crítica social implícita en cada uno de los relatos.

En la misma línea del absurdo está el hombre que decide pasar el resto de su vida sentado en un sillón en su casa, contando arañas (“Es solo un hombre”), o la niña que jugaba con los ojos de un gran pez mientras sus papás yacen muertos en la bañera como peces descansando en el fondo de un acuario (“La vida discontinua”), o el taxidermista que describe con detalle su trabajo con una piel de bailarina de ballet (“La eternidad”).

El absurdo roza en muchas ocasiones lo hiperbólico. Así ocurre en el personaje cuya hostilidad al agua se va transformando poco a poco hasta llegar a superar todas las plusmarcas de submarinismo, actividad que ocupará a partir de ese momento durante toda su vida (“Las preposiciones de Blint”).

Hay una crítica en contra del inmovilismo social, personificado en individuos concretos, como el matrimonio que observa enternecido al pobre niño Nahuk, que se baña en una lata y sueña con una bañera, y cuando se incorpora desnudo, sus sonrisas se descomponen, sin que el narrador aclare directamente la razón sino que deja la sugiera como respuesta a la pregunta que la pareja hace en inglés al chico, a quien dejan una limosna y salen huyendo nerviosos (“Nahuk”).

La crítica social es profundamente amarga e inquietante en ellos. En “Llegado el momento” contrasta la actuación del personaje, asesino habitual, que tras asesinar a toda una familia, mientras pica su bonobús, impertérrito,  imagina cómo podría haber sido su familia. A lo largo de siete secuencias que comienzan del mismo modo, “aquí donde me ven”, se desarrolla un recordatorio de su vida, de su actividad, de la fantasía acerca de su familia y al final, una extravagante despedida final, un intuido absurdo asesinato global de la humanidad, “no volverán a verme, descansen en paz”. Una vez más recurre al juego de palabras para sugerir esa extraña relación entre la realidad y su mundo imaginado.

La misma insistencia lingüística inicia todos los párrafos del relato “El progreso” con dos palabras: “El ferrocarril. El progreso”, repetidas del derecho y del revés, en una acumulación de secuencias lingüísticas segmentadas, y con curiosas asociaciones: los búfalos que huyen de las llanuras hacia los platós de California para anunciar cigarrillos, los indios que hacen autoestop, etc.  Domina en todo el relato la descripción, apenas hay desarrollo argumental, es la descripción de una realidad incómoda, trastocada, como la realidad que el yo narrativo fantasea a través de la observación de los individuos acodados en una barra de bar (en “Subterfugios”).

Son chocantes todos los relatos, unos por el desarrollo del contenido o el desenlace, otros por los juegos de palabras, otros por la ruptura con lo verosímil, incluso por la modalidad textual. Así el relato “Sopla” es un rápido diálogo, de expresiones cortas y apenas oracionales, sorprendente porque simboliza al ser humano incapaz de hablar por sí mismo, pendiente siempre de las corrientes de opinión; sorprendente sobre todo en el giro argumental final con la aparición del guionista que sale de la tarta de cumpleaños. Es una crítica al ser humano que no tiene opinión, siempre necesita guionista.

Y chocante es también el conjunto en el que se intercalan relatos extensos (“Hacer lo necesario” de diecinueve páginas), con otros breves “Cuántica” de página y media), incluso con microrrelatos (“Amigos” de tres líneas y media). La heterogénea extensión no es impedimento para que las líneas creativas de todos dibujen un extraordinario universo irreal dominado por el humor. El mismo Juan Carlos Márquez reconoce en sus entrevistas que el humor planea sobre su obra porque es un antídoto contra la certidumbre de la muerte.

Si el libro va precedido de una cita de Ángel Zapata con el interrogante “¿Y si el aire se acaba y viene el fin del mundo?”, cerramos esta reflexión con otra de sus afirmaciones: “El cuento puede ser el latido y la expresión de una sociedad viva, adulta y libre”. Y además, sabiendo que la imaginación es más rica que la fantasía porque esta crea el mundo desde dentro de sí mismo, mientras que la imaginación construye, enlaza y asocia ideas de modo original, podemos calificar este libro de relatos con el adjetivo “imaginativo”, y recordar, como afirmaba Poe en Los crímenes de la calle Morgue,  “el hombre ingenioso está siempre lleno de imaginación y el hombre verdaderamente imaginativo nunca es más que un analista”. Esa es precisamente la mayor cualidad de Juan Carlos Márquez para quien la familia es el pilar que sustenta, para bien o para mal, todos los relatos, cuyo título de referencias bíblicas, “creced y multiplicaos, llenad la tierra” descubre la vida y la variedad de sus manifestaciones que nos ha tocado vivir y la consiguiente propuesta de vivirla con humor.

Encarnación García de León
http://garcileon-sinirmaslejos.blogspot.com

Encarnación García de León

Encarnación García de León es doctora en Literatura Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Desarrolla su labor docente como Catedrática de Lengua Castellana y Literatura en la ciudad de Albacete e imparte clases de Literatura actual en la Universidad de Mayores “José Saramago” de la UCLM. Tiene publicados libros como Un espacio propio para la descripción literaria (Octaedro, 2003), La Mancha, un tópico literario (Brosquil ediciones, 2007), Antología de Poemas y Relatos Manchegos (Fundación Asla, 2009). Ha colaborado en obras monográficas colectivas como Los presentes pasados de Antonio Muñoz Molina (Vervuert-Iberoamericana, 2000), Ensayos sobre Rafael Chirbes (Vervuert-Iberoamericana, 2006) y La memoria que no cesa. Perspectivas sobre la Literatura de la Memoria. (Ed. Académica Española, 2013). Tiene además numerosos artículos publicados en Actas de Congresos de la AIH y en revistas como Barcarola, Graó, Revista de Letras, y otras.

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