Gilgi, una de nosotras. Irmgard Keun
Traducción de Carles Andreu
Minúscula (Barcelona, 2011)
Una mujer a solas, e inteligente, advierte su soledad y piensa: “¿qué queda de mi? ¿Son las personas conscientes de su infinito poder de influencia? ¡Qué diferencia entre la inmunidad del cuerpo y la del espíritu! El menor debilitamiento, el menor abandono abre las puertas a todo: los pensamientos extraños penetran por vía porosa, los deseos, los gustos y la tristeza ajenos”. Estamos ante un libro interesantísimo, cuidadosamente elaborado, que, en el fondo, podría decirse que es una experiencia de vida donde la protagonista repara sobre el hecho de vivir, y se admira, a la vez que no parece poseer como posible respuesta otra cosa que no sea la de la incertidumbre. Un libro, pues, estrictamente humano, escrito con una contenida sobriedad, lo que le da un grado mayor de significación a sus palabras; un discurso intimista pero a la vez alusivo para todo aquel que sienta el vivir como un grado de consciencia.
Esta mujer que, como tal, posee un acuciante sentido del amor como forma vital, nos dice en otro pasaje: “Lo ajeno se instala en uno que ni siquiera se da cuenta de ello, que no lo sabe, pero que surge durante días, semanas y años por culpa de un sentimiento inflamado y enfermo. Entonces tal vez se pregunta, fatigada, por la incomprensibilidad de unos deseos y unos sentimientos que no han crecido en su interior, se extraña, medita sobre el sentido y la necesidad de una realidad no deseada y con la que no guarda relación alguna”.
A veces, en el panorama de los libros, se pierde el norte de una razón de ser principal y que el buen lector siempre apreciará: la sorpresa, lo que conlleva también la emoción nueva, la descripción preciosa dentro de la misma vieja forma de vivir. Pues bien, tengo para mí que la editorial Minúscula todavía guarda, para ese interesado lector, estos bellos reclamos. Rescata autores en buena medida desconocidos en nuestro panorama literario que son renovadores por su procedencia y su forma de ver (o de sentir) y, en este sentido, no es raro que nos topemos, en ocasiones, con algún nombre verdaderamente deslumbrante cual ha sido el caso reciente de Hans Keilson.
La autora que hoy nos ocupa tiene, para mí, una rara elegancia en el decir, una expresión viva, emotiva en el planteamiento de su discurso personal y entreteje con sus elegidas palabras un discurrir ameno, reflexivo, entre ese cotidiano vivir que nos reclama y subyuga. Es entonces cuando se nos otorga el bien, el viejo placer de la lectura. Compruébenlo por sí mismos.
Ricardo Martínez
www.ricardomartinez-conde.es