Lluis Duch | Foto: Fragmenta Editorial

Lluís Duch: «Lo que ha salvado al cristianismo son los herejes»

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Lluis Duch | Foto: Fragmenta Editorial
Lluís Duch | Foto: Fragmenta Editorial

Lluís Duch es uno de los pensadores de base cristiana más lúcidos y humanistas de la vieja Europa. Monje de la Abadía de Montserrat, Doctor en Teología por la Universidad de Tubinga y antropólogo interesado por la marcha de la sociedad desde la perspectiva simbólica es, en el sentido blochiano, un hereje que argumenta contra el sistema. Prolífico como Woddy Allen, al igual que el cineasta neoyorquino arrastra un bagaje intelectual y literario tan potente que no tiene que hacerlo notar, está implícito en sus obras, cultas y accesibles.

Me encuentro con él en el CCCB, poco antes de que participe en el diálogo Adolescencias. Transgresión, riesgo y acogida que esta institución organiza junto con el Sant Pere Claver Institut. Con él converso sobre la adolescencia, pero también sobre su último libro La religión en el siglo XXI, de Ediciones Siruela (2012), un libro audaz, riguroso y crítico con el sistema, de recomendada lectura para todo aquél que quiera conocer un poco mejor la naturaleza siempre ambigua del ser humano. Un buen complemento para esta lectura es este otro título de Duch Religión y Comunicación, publicado el mismo año en la joven y ya imprescindible Fragmenta Editorial.

Recientemente, el dramaturgo Wajdi Mouawad señaló que cada sociedad encuentra la manera de herir a sus jóvenes, ¿comparte su punto de vista?
Yo diría que fundamentalmente sí, y lo afirmo con una razón antropológica: el ser humano es ser humano porque compara. Y las comparaciones entre lo joven y lo viejo terminan en la mayoría de los casos en una posición agresiva. Ante la conciencia de la fuga de la juventud e incluso de la vida existe una especie como de revuelta contra la juventud, y en determinadas sociedades, sobre todo de tipo totalitario, la gerontocracia tiene una importancia capital. Encontramos ejemplos en la antigua URSS o en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos.

Como antropólogo, la cuestión de que el ser humano establece pautas y conceptualizaciones a partir de comparaciones tiene mucho resorte, por ejemplo, el del exhibicionismo. El exhibicionismo es un acto de comparación, tanto por parte del exhibicionista como por parte de los individuos desvalidos. Incluso diría que, religiosamente, el pecado, muy a menudo lo es por comparación, el ponerse en una situación de forzar la exhibición y también de forzar el deseo.

Tomemos como referencia un icono actual. Si Lady Gaga es la estética, ¿cuál es la ética?
Durante los años del franquismo, cuando a Aranguren y García Calvo les arrebataron su cátedra en Madrid, Valverde -que entonces era profesor de estética en la ciudad de Barcelona- presentó la dimisión con la justificación de que sin estética no había ética. Más que ética, a mí lo que me parece es que buena parte de la juventud actual es muy moralista, muy moral; en el sentido de que es muy grupal. La moral –al contrario que la ética- necesariamente tiene que articularse en códigos grupales; y precisamente este ser tan moral provoca no ser ético. Normalmente los seres humanos necesitamos códigos, pero éstos tienen un tiempo y un espacio; son culturales, históricos, y por tanto tienen un nacimiento, una vida y una defunción. Por eso a menudo hablo de la obediencia incorrecta y de la desobediencia correcta. Por ejemplo, me resulta ridículo legislar sobre el aborto; porque esta cuestión se tiene que solucionar caso por caso y no con una normativa.

Entramos en el campo de la desobediencia civil.
Este es un tema que ya plantearon los Dominicos de la Escuela de Salamanca del siglo XVI, con la pregunta de si era lícito matar a un tirano. Desde un punto de vista de la legalidad, es una desobediencia, ¿no? Pero, volviendo a la cuestión de si la sociedad agrede a la juventud, yo diría que sí, y particularmente esta agresión viene propiciada por la misma esencia del totalitarismo. El capitalismo es un ente agresivo, porque justamente es muy moral, pero no es en absoluto ético, lo cual es una perversión importante.

¿Cuál puede ser la reacción a toda esta contingencia?
Lo que sucede con la juventud en el fondo sucede con el ser humano porque todos vivimos bajo el impacto de la provisionalidad. Los jóvenes de aquí, sobre todo los muchachos, están absolutamente desorientados. En el momento actual encuentro alguna analogía con lo que en antropología se llama el final de los imperios, donde suele producirse una caída demográfica fuerte, una disolución del vínculo social, un desencanto ante la articulación de lo religioso y de lo político… Esta situación de desajuste provoca por parte de la parte minoritaria, en este caso la gerontología, una serie de reacciones muy duras, y esta situación provoca que tengan que entrar en escena los mercenarios. Tengo en mente la cuestión del Imperio Romano, que no hace sino repetir una especie de modelo recurrente en todas las sociedades. Yo creo que en Europa la juventud lo tiene muy mal.

La situación no parece optimista…
Claudio Magris en su tesis sobre el mito habsbúrgico interpreta de manera muy aguda la función que tenían la opereta y el vals vienés, que era un “marchemos hacia delante y que pase lo que Dios quiera”. Es un indicio muy importante de la situación, es una especie de presencia del final de una situación de sin salida. Pues yo, aplicando este esquema a la situación actual, diría que esta cuestión de sin salida aún tiene más fuerza ahora que en aquél momento, precisamente porque el desequilibrio demográfico es muy fuerte. Lo veo en los jóvenes de aquí, sobre todo en los muchachos, están absolutamente desencantados. Mis mejores alumnos han tenido que irse. Una situación muy difícil de reajustar.

¿Por qué?
Porque una cuestión que a mi entender es muy significativa del mundo actual es la ruptura casi total del vínculo social, y en eso han tenido una incidencia muy grande los partidos políticos, tanto de la derecha como de la izquierda. No olvidemos que uno de los elementos más importantes en la lucha contra el franquismo fueron las asociaciones de vecinos. Y después los mismos socialistas y el PSUC, que fueron los que en su día promocionaron las asociaciones de vecinos consiguieron, de alguna manera, desarticularlas. Hoy en día, los sindicatos, los partidos políticos, las organizaciones civiles, las asociaciones culturales, incluso las asociaciones deportivas están completamente desarticuladas, no hay vínculo social.

Cuando yo estudiaba antropología urbana… ¡hace 35 años!, recuerdo que uno de los teóricos más importantes, Maurice Duverger, un politólogo francés, afirmaba que si una sociedad como la francesa de los años 50, 60 y 70 -que era una sociedad muy articulada con un vínculo social muy potente- “alcanzaba el 10% de paro, había follón en la calle”. Es evidente que esta sociedad no es aquella, pero la cuestión permite establecer un tipo de analogía. Ahora con un 26 % de paro ¿qué está pasando? Es evidente que esta sociedad no es aquella.

A esto se suma la cuestión de la identidad…
Este es un tema muy vidrioso. Yo evito hablar de identidad y hablo de procesos de identificación, que es algo muy distinto. De la misma manera que no tengo un modelo antropológico apriorista, tampoco tengo un modelo de la identidad apriorística, sino que hablo de procesos, lo cual no significa dejar de lado toda la cuestión de la memoria colectiva y de la tradición. Estamos en uno de los temas más vidriosos de las culturas ibéricas. La tradición como una especie de retorno a la pureza y plenitud de los orígenes.

Kierkegaard dice algo muy significativo, dice que nos podemos preguntar si nosotros somos los contemporáneos de Cristo o Cristo es nuestro contemporáneo. Evidentemente se decide por Cristo es nuestro contemporáneo, lo contrario implicaría que hemos de trasladarnos al pasado. Y la pregunta esencial del cristianismo es quién es Cristo hoy para nosotros.

Ediciones Siruela
Ediciones Siruela

Si no he comprendido mal, hay que ir actualizando el relato. Hablemos de su último libro, La religión en el siglo XXI. Parece que la Iglesia necesita reinventarse.
Este libro, en el fondo, quiere ser una pequeña provocación, pero los provocados no dan señales de vida (ríe). Está bien, no pasa nada, ya estoy acostumbrado, pero bueno… No sé…, lo que digo ahora siempre lo he dicho y tengo que confesar que nunca he tenido problemas, y no porque me haya callado. Cuando cumplí 50 años llegué a la conclusión de que tenía que decir lo que pensaba. Intentar decirlo bien dicho, pero intentar decir lo que pensaba. Y esta norma he intentado mantenerla hasta el momento actual, ahora tengo 77, y pienso continuar así.

Usted afirma que la imagen de Dios de la tradición europea clásica ha muerto. Sin embargo, siguiendo con su lectura, la idolatría muestra que lo sagrado se actualiza. ¿Hacia dónde deriva o podría derivar una nueva imagen de Dios?
Esto que dices de la imagen de Dios…, la cuestión es cuál es el absoluto en el momento actual, esta es la primera pregunta. Y la segunda es, ¿no se está convirtiendo el absoluto o lo absoluto en lo que Paul Tillich –que para mí es uno de los teólogos más importantes y más actuales- articuló sobre lo demoniaco? Él dice que lo demoniaco es algo que acontece, es un acontecimiento que puede ser bueno o deseado, pero este algo se convierte en absoluto. Es decir, cuando algo relativo se convierte en absoluto, para Tillich esto es lo demoniaco…, cuando se establece lo que yo de alguna manera llamo final de trayecto hermenéutico, que es lo que pasa con la imagen cuando se convierte en ídolo.

¿Cómo es ese proceso?
Los seres humanos siempre queremos una referencia a algo que consideramos intangible, es decir, siempre construimos lo sagrado, lo intocable, lo intangible… Y por eso yo parto de la base de que los procesos de desacralización siempre conllevan procesos de reseñalización, de desmitificación y remitificación, etc. Y esto es así a causa de nuestra finitud, porque los seres humanos somos seres finitos, pero con apetencias de lo infinito. Y eso me parece que es visible en la antigua URSS, en el nacionalsocialismo, en el American way of life, en todas partes.

El ser humano no puede prescindir de construir absolutos, o si se quiere decir de otra manera, la idolatría es una presencia casi constante en la vida de los seres humanos. Es decir, el intento de dominar lo indominable, de expresar coactivamente lo inexpresable, de reducir lo indefinido a definido, todas estas formas que tenemos en el fondo, para ejercer el poder. O al menos esto es lo que nos parece, para mí la distinción entre poder y autoridad es muy importante. Ahora ya no, pero muchas veces, años atrás me decían “porque tú eres un anarquista”, y yo decía que sí, que en el fondo hay algo de anarquismo, pero no lo es todo, sino que lo que intento es este juego entre autoridad y poder.

Critica que la religión cristiana pretendió convertirse históricamente en el sistema exclusivo de explicación del mundo relegando las otras religiones a un segundo plano o demonizándolas. ¿Habrá una actitud diferente con el nuevo Papa?
Yo parto de la base de que el cristianismo se ha mantenido -pasando por épocas de un jaleo impresionante: toda la cuestión de los gnosticismos, de las cruzadas…- porque ha habido hombres y mujeres que han dado testimonio. O sea, personas que han demostrado la verdad de lo que anunciaban mediante la veracidad de su vida. Todo lo demás yo creo que es muy accesorio. La verdad no se basa en argumentos o en el poder.
Yo en este sentido soy bastante optimista. En el sentido de que mientras aquí, por ejemplo, en el Raval, hay personas que por pura gratuidad sacrifican sus vidas y su tiempo y energías en favor de los desfavorecidos, mientras esto acontezca, el cristianismo está salvado, porque el cristianismo, y esta sí que es una cuestión importante, no es una religión sacerdotal sino que es una religión profética de tipo sapiencial.

No se percibe así.
Evidentemente desde Constantino se ha intentado explicar el cristianismo desde una visión sacerdotal, como una religión que utilizaba, y utiliza, formas y fórmulas políticas, que cohesionaba la sociedad bajo el Imperio o lo que fuese, el Imperio cristiano o como se llamase. Pero el cristianismo es una religión profética, el cristianismo es una religión de los mártires de la sociedad. Bloch decía que lo mejor de la religión es que provoca herejes, y esto puede parecer una boutade pero es una verdad impresionante. Lo que ha salvado y salva el cristianismo son los herejes, es decir, los que de alguna manera articulan contra el sistema, argumentan contra el sistema. Esto no significa que no se vuelva a una rearticulación que a su vez será necesario volver a destruir. O sea, la tensión entre destrucción y reconstrucción es constante.

¿Se considera hereje?
Bueno, sí… ¿por qué no?, si se entiende por hereje el sentido que yo entiendo, evidentemente. Intentar, porque siempre es un intento, ser coherente con sus propias palabras y con sus propias ideas, y en el sentido en el que yo entiendo la herejía y lo hereje.

Usted es un gran lector, ¿qué novela moderna recomienda y qué parte de la Biblia es la que más le gusta, entendida ésta como obra literaria?
A mí me gusta muchísimo del llamado Nuevo Testamento, el Evangelio de Marcos; y del llamado Antiguo Testamento me gusta sobre todo Isaías. Y libro moderno que recomendaría, es de un autor canadiense judío precisamente, Le monde de Barney de Mordechai Richler, que es un libro sensacional con un gran sentido del humor judío.

Por cierto, la falta de humor sería una de las cosas que yo criticaría con más fuerza de la sociedad actual. Una sociedad que no tenga humor es una sociedad que no puede ser buena, porque significa aceptar todas las barbaridades: el mal, la muerte, sin rechistar. El humor es una revuelta contra la mecanización de la vida, contra la muerte. Trabaja con la contradicción, pero no como lo más negativo sino la contradicción como lo más positivo, porque es expresión de lo inexpresable, o quizá la única expresión posible.

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

8 Comentarios

  1. Copio la definición de «hereje» que da el diccionario de la Academia: «Persona que niega alguno de los dogmas establecidos por una religión». Ahora bien, ¿cuántos y cuáles de esos dogmas negaron, por no salirnos de España, San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús? Si lo que quiere decir este señor es que él no está de acuerdo con esa definición, que es la de lo que generalmente se entiende por «hereje», debiera explicar mejor por qué no está de acuerdo, y qué es exactamente lo que él propone en su lugar, y por qué. En otro caso, simplemente está frivolizando. Y haciéndolo en un tema que para él, monje y doctor en Teología, debiera ser todo menos frívolo. Mal hecho, en mi opinión.

  2. Pues eso, ir a la contra, negar alguno de los dogmas establecidos, siendo coherente con las propias ideas. No frivoliza Duch, desafortunadamente en esta entrevista, por cuestión de tiempo, no pude profundizar en el concepto. Espero hacerlo pronto.Gracias por tu contribución.

  3. De nada. Bien sé lo que son las limitaciones de espacio, y tantas veces también de tiempo, en el periodismo. No pretendía criticar la entrevista, sino señalar algo que me parecía algo interesante, pero aludido demasiado de pasada. En general, pienso que es un error el excesivo prestigio que tiene la actitud «a la contra»: hay oposiciones que son una tontería, como hay continuidades justificadísimas, que profundizan y desarrollan algo que vale la pena. Sólo la suma (complementaria) de las dos actitudes puede llevarnos a alguna parte. El «espíritu que siempre niega», como el Mefistófeles de Goethe se llamaba a sí mismo, no basta para eso.

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