Los cafés históricos. Antonio Bonet Correa
Cátedra (Madrid, 2012)
No siempre la labor del escritor se desarrolló (o aún se desarrolla) en el ámbito cerrado de una habitación en silencio y a unas horas determinadas. Se pueden citar casos concretos en los que el café, el lugar público a unas horas públicas, han sido el recinto elegido por el autor para engendrar su obra; a veces a partir de la materia propia, la imaginación, y otras amparado en lo que el entorno que, desde allÃ, le depara cada dÃa.
Es paradigmático, en España, el caso de César González Ruano, en Madrid, o el de Torrente Ballester en su café de Salamanca, escenario que servÃa a éste para jugar con su contertulio, por ejemplo, tratando de adivinar la profesión del visitante según sus modales o su talante.
Supongo que será un comportamiento que tenga que ver muy directamente con el carácter propio y, sin duda, con el tipo de “discurso†que cada autor define en su obra, y que luego servirá, en buena medida, para su identificación o adscripción.
Otras veces el café es, más que lugar de ubicación individual, lugar de encuentro, dando lugar a las famosas tertulias, a veces llenas de arrebato de acuerdo al tema tratado o la pasión que se ponga en la discusión. Cuando es asÃ, se recurre a la necesidad del código social, a la defensa del grupo, más justificado si cabe cuando los contertulios son foráneos o inmigrantes. Se cuenta, por ejemplo, el contraste advertido en “México, ciudad que tenÃa cafés silenciosos y recatadosâ€, y el cambio producido cuando tales cafés “se vieron poblados de refugiados españoles. La invasión fue irremediable: “lo primero que han hecho mis compatriotas -escribe Juan Rejano– es llenarlos de ruido y de humoâ€.
Cabe señalar también, claro está, los afamados cafés parisinos, de larga y fecunda tradición literaria y polÃtica, y los nombres ilustres, desde Sartre a Robbe-Grillet. Al fin, pues, el café como escenario donde “lo importante es el contenedor y el espÃritu y carácter que se le ha infundido –según nos dice Gilbert Costes-. Quizás el secreto de la inmutabilidad de los grandes cafés parisinos y de algunas ciudades de provincia depende de que tengan una personalidad definitiva, de que son el lugar fundamental de la sociabilidadâ€.
Entiéndase, por último, que el café ha de unirse también, indefectiblemente, a la bohemia y al arte. Aquà tomarÃamos, como referente, ParÃs y Montparnasse. Y, ya queda dicho, no podrÃa, en justicia, desvincularse este escenario público de la polÃtica; de cualquiera de las artes en realidad. Tal es la naturaleza (y simbologÃa, adquirida con el tiempo) de un lugar destinado al diálogo y, como tal, germen de la cultura, de toda cultura.
Ricardo MartÃnez
www.ricardomartinez-conde.es