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Los marcianos somos nosotros

Diez novelas de ciencia ficción que han establecido un imaginario sobre el Planeta Rojo, y que dialogan en la exposición que el CCCB le dedica a Marte como metáfora, mito y posible alternativa | Foto: Proyecto Nüwa, SONet / Abiboo Studio

Metáfora, mito, o espejo. Posible alternativa cuando hayamos acabado definitivamente con nuestro planeta. La aproximación a Marte ha ido transformándose a lo largo de las épocas, pero siempre ha existido una fascinación por ese Espejo rojo al que ahora el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona le dedica una muestra, bajo el comisariado de Juan Insua. Un recorrido que incorpora la mirada de creadores y científicos, y que arranca en el mundo antiguo, se detiene en las revistas pulp —que tanto hicieron por difundir la ciencia ficción— para, en último lugar, analizar la emergencia climática y el concepto de Antropoceno.

¿Qué teorías sobre el universo han ido desarrollándose desde Mesopotamia o Grecia? ¿Cómo, después, los astrónomos e ingenieros han ayudado a los escritores a construir un imaginario que acabó extendiéndose al cine? ¿Podemos hablar de un futuro habitable en un paisaje que comparte tantas cosas con la Tierra?

Y la mirada del otro. La posibilidad de comunicarnos con los marcianos —seres extraños y posiblemente peligrosos— ha sido una pregunta sobre la alteridad que, desde finales de la Segunda Guerra Mundial, ha encarnado las paranoias contra todo lo desconocido, contra todo lo que atacara la inercia de las sociedades capitalistas. El comunismo, el feminismo, o cualquier atisbo de cambiar los modos de relacionarnos, individual o socialmente, protagonizaron —de una forma más o menos velada a través de personajes verdosos— los autocines de las periferias urbanas de Estados Unidos durante la década de los años cincuenta.

Pero antes, y también después, Marte ya era motivo principal de novelas que se preocuparon por términos como la colonización, la multiculturalidad o el ecologismo. La exposición del CCCB nos invita a leer los siguientes libros, tal vez los más destacados del género:

La guerra de los mundos (1898), H. G. Wells

Es, sin duda, la más célebre de las invasiones marcianas. Y fija, de alguna manera, ese imaginario que presenta a los marcianos como entes de inteligencia superior, una inteligencia, sin embargo, que no podrá superior las bacterias terrestres.

Foto: David Saunders Collection

El encuentro con los marcianos es, necesariamente, violento. Una delegación de los humanos, que incluye al astrónomo Ogilvy, se acerca con una bandera blanca, pero los seres llegados de Marte lo queman todo a través de un rayo de calor. El relato bélico, entonces, se recrudece, y tras decenas de batallas, los humanos planean vivir bajo tierra para, de este modo, crear un movimiento efectivo de resistencia. No será necesario, finalmente. Los marcianos no tienen inmunidad ante la contaminación bacteriana del planeta, y ésa es la salvación de todos los que ya habían dado la derrota como definitiva.

De la novela de H. G. Wells se han hecho múltiples adaptaciones, tanto en el cine como en los videojuegos, el cómic o las series de televisión. Pero seguramente la más conocida, por el impacto que tuvo en directo en los ciudadanos, fue la adaptación radiofónica que llevó a cabo el actor y director Orson Welles el domingo 30 de octubre de 1938. El programa, convertido en un falso noticiario que narraba la invasión marciana, duró cincuenta y nueve minutos, y sólo al final el actor recordó (lo había dicho al principio) que se trataba de una broma de la noche de Halloween. Los oyentes que sintonizaron la emisión y no escucharon la introducción o el final, entraron en pánico, llegando a bloquear, con sus llamadas, las comisarías de policía y la redacción de los principales periódicos.

Edison conquista Marte (1898), Garrett P. Serviss

La venganza a una invasión así, como la que había imaginado H. G. Wells poco antes, no se hizo esperar. ¿Cómo los humanos podían ser menos inteligentes que los marcianos si, a finales del siglo XIX, el hombre ya había imaginado y producido algunos de los grandes inventos que inauguraban la modernidad? Tal vez por eso Garrett P. Serviss quiso continuar la historia, con una visión muy diferente de la jugada, creando un nuevo héroe, nada más y nada menos que el mismísimo Edison, alguien capaz de crear una poderosa arma de rayos con la que pretende alcanzar el malvado planeta rojo. La mayor parte de naciones del mundo se unen en un ejército indestructible. Una guerra sin tregua que logrará aniquilar la civilización marciana. La apología de la guerra sólo ha hecho que empezar.

Estrella Roja (1908), Bogdánov

Una aproximación radicalmente distinta es la que hace el escritor ruso, que escribe una suerte de utopía futurista ambientada en Marte y que, en vez de poner el acento en la anhelo de venganza y en el uso de la fuerza militar, se inventa un mundo marcado por un feminismo que después recogerá parte de la ciencia ficción contemporánea. El planeta rojo imaginado por Bogdánov es el lugar perfecto para desarrollar la cibernética y, de este modo, construir una sociedad más avanzada científicamente.

Una princesa de Marte (1917), Edgar Rice Burroughs

Ilustración de Frank E. Schoonover

El escritor norteamericano se hizo célebre —además de por ser el autor de Tarzán— por sus historias ambientadas en Barsoom (Marte), en una serie de once entregas con títulos como El ajedrez vivo de Marte, El cerebro supremo de Marte, Los hombres sintéticos de Marte o, entre otros, Llana de Gathol. Una princesa de Marte es la primera novela de ese mundo protagonizado por el personaje ficticio John Carter. Como tantas de estas novelas, primero fue publicada en una revista pulp (All-Story Magazine) y, viendo la repercusión que tuvo, acabó convirtiéndose en libro. La singularidad de Burroughs —que también escribió series localizadas en Venus o la Luna— es que los armas sofisticadas dejan paso a las batallas con espadas, dando pie, incluso, a un subgénero propio que se popularizó durante el siglo XX. George Lucas admitiría, décadas después, que se inspiró en estas historias para concebir Star Wars.

Aelita (1923), Alekséi Tolstói

Versión cinematográfica de Yakov Protazanov

Otro ejemplo ruso. De hecho, en este caso la historia empieza directamente en la Unión Soviética. El ingeniero Sergeyevich diseña y construye un revolucionario cohete de detonación, y viaja a Marte junto a Alekséi Gusev, un soldado retirado. Una vez allí, se encuentra con un país habitado que, como en la Tierra, está cruelmente dividido entre clases sociales muy diferentes. Los trabajadores, fuertemente oprimidos por las élites, viven en corredores subterráneos cerca de sus máquinas. La princesa Aelita advierte a Sergeyevich que el planeta está en peligro ya que que los casquetes polares no se derriten como antes. El planeta está  aun paso de la catástrofe ambiental. Hay un levantamiento popular, pero es aplastado por el poder. Y los rusos logran escapar. Desde la Tierra intentan, desesperadamente, continuar el contacto con sus nuevos aliados a través de la radio.

Crónicas marcianas (1950), Ray Bradbury

“No soy nadie. Soy yo; eso es todo. Pero, sea lo que sea, soy aquello que soy… y no puedes evitarlo”, leemos en la exposición del CCCB, un fragmento de Ray Bradbury que se acerca a la literatura marciana para, en vez de acudir a la épica, hacerlo desde la elegía. De hecho, la muestra organizada por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona explica que es otro Bradbury (el editor Walter Bradbury) quien convence al escritor para que reúna y conecte los relatos que ha ido publicando en revistas como Planet Stories o Captain Future. Así nace uno de los textos literarios más conocidos sobre Marte, y con un estilo que poco o nada tiene que ver con las anteriores novelas sobre el planeta rojo. En sus páginas, aborda, siempre desde una poética muy personal, el impulso autodestructivo del hombre, el racismo, y la necesidad de relacionarse de una manera más sostenible con la naturaleza.

Las arenas de Marte (1951), Arthur C. Clarke

A.C. Clarke

Otro de los clásicos de la ciencia ficción. Aunque también encontramos una preocupación por la tecnología, lo que hace el escritor británico es centrarse en el vínculo entre los personajes, poniendo especial atención en su nivel de conciencia en un mundo que es totalmente nuevo para ellos. También hay una pregunta abierta sobre la posibilidad de una vida alternativa en Marte.

Es precisamente un escritor de novelas de ciencia ficción, Martin Gibson, quien se embarca hacia Marte en el viaje inaugural de la nave Ares. Aunque es el único pasajero de lo que quiere ser una línea regular entre el planeta rojo y la Tierra, le acompaña la tripulación, formada por el capitán Norden, el oficial Hilton, el doctor Scott, y el físico Mackay, y el estudiante Jimmy Spencer. Gibson descubrirá luego que no tenía toda la información, y que el misterioso Proyecto Aurora —del que ha oído hablar— esconde muchos secretos. Una estación de investigación botánica se dedica a cultivar plantas que, para producir oxígeno, necesita energía nuclear. Aunque no menciona el concepto, estamos, ya, ante un intento de terraformación de Marte.

Marte rojo (1992), Marte verde (1993) y Marte azul (1996), Kim Stanley Robinson

Y la terraformación ha sido uno de los grandes temas de la Trilogía marciana de Kim Stanley Robinson, autor fundamental para entender la ciencia ficción contemporánea, y que ha servido de inspiración, también, para dividir los espacios que configuran la muestra del CCCB (las salas respetan los colores de esa bandera marciana formada por el rojo, el verde y el azul).

El escritor estadounidense ha participado en el ciclo de debates que dialogan a partir de la muestra y, en conversación con José Luis de Vicente, ha explicado que inicia su trilogía en 1992, cuando la globalización ya está en marcha, y cuando los mandatos de Thatcher y Reagan ya han consolidado una visión neoliberal de la economía y de la relación con los recursos naturales. El vínculo entre los tiempos geológicos y políticos siempre le ha preocupado, y por eso utiliza la ciencia ficción como una posibilidad para hacer predicciones sobre el futuro pero, al mismo tiempo, como una metáfora del presente.

Marte es el escenario perfecto para Kim Stanley Robinson porque es un lugar real y, a la vez, porque está vacío. A través de lo que se denomina terraformación puede —en su caso, siempre desde la conjetura narrativa— hacer que sea un planeta habitado por humanos en busca de una vida mejor. “Es un espejo rojo desde donde imaginar una civilización más sostenible y más igualitaria”, ha dicho, rememorando su proceso creativo. Un lugar, entonces, que puede devenir revolucionario sin la necesidad de utilizar la violencia.

Después de todo el debate sobre el Antropoceno —un término utilizado a partir del 2000, y que defiende que la influencia del comportamiento humano sobre la Tierra ha constituido una nueva era geológica—, Stanley Robinson considera que lo prioritario es el cuidado de la biosfera. “Solo tenemos un planeta, Marte no puede ser un plan B”, concluye el escritor.


"Cuando abrí los ojos me encontré rodeado de un paisaje extraño y sobrenatural. Sabía que estaba en Marte. Ni una sola vez me pregunté si me hallaba despierto y lúcido. No estaba dormido, no necesitaba pellizcarme, mi subconsciente me decía tan sencillamente que estaba en Marte como a cualquiera le dice que está sobre la Tierra. Nadie pone en duda ese hecho. Tampoco yo lo hacía. Me encontré tendido sobre una vegetación amarillenta, semejante al musgo, que se extendía alrededor de mí en todas direcciones, más allá de donde la vista podía llegar. Parecía estar tendido en una depresión circular y profunda, a lo largo de cuyo borde podía distinguir las irregularidades de unas colinas bajas.

Era mediodía, el sol caía a plomo sobre mí y su calor era bastante intenso sobre mi cuerpo desnudo, pero aun así no era más intenso de lo que habría sido realmente en una situación similar en el desierto de Arizona. Aquí y allá había afloramientos de roca silícica que brillaban a la luz del sol, y algo a mi izquierda, tal vez a cien metros, se veía una estructura baja de paredes de unos dos metros de alto. No había agua a la vista ni parecía haber otra vegetación que no fuera el musgo. Como estaba algo sediento decidí hacer una pequeña exploración.

Al incorporarme de un salto recibí mi primera sorpresa marciana, ya que el mismo esfuerzo necesario en la Tierra para pararme, me elevó por los aires, en Marte, hasta una altura de cerca de tres metros. Descendí suavemente sobre el suelo, de todas formas sin choque ni sacudida apreciables. Entonces comenzaron una serie de evoluciones que aún en ese momento me parecieron en extremo ridículas. Descubrí que tenía que aprender a caminar, ya que el esfuerzo muscular que me permitía moverme en la Tierra, me jugaba extrañas travesuras en Marte. En lugar de avanzar en forma digna y cuerda, mis intentos por caminar terminaban en una serie de saltos que me hacían llegar fácilmente a un metro del suelo a cada paso para caer a tierra de narices o de espalda luego del segundo o tercer salto. Mis músculos, perfectamente armónicos y acostumbrados a la fuerza de gravedad de la Tierra, me jugaron una mala pasada en mi primer intento de hacer frente a la menor fuerza de gravedad y presión atmosférica de Marte.

Estaba decidido, sin embargo, a explorar aquella construcción baja que parecía ser la única evidencia de civilización a la vista, y así se me ocurrió el original plan de volver a los primeros principios de la locomoción: el gateo."

(Fragmento de Una princesa de Marte, de E.R. Burroughs)

Albert Lladó

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, de 'Malpaís' y 'La travesía de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).

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