Cervantes es un hito de la literatura moderna y murió en la inopia. Que hubiera escrito una de las novelas cumbres en lengua castellana no lo eximió de pasar los últimos dÃas de su vida en la miseria. Esto prueba que el arte no siempre viene acompañado del guiño económico. Por muy buen artista que alguien sea no se le garantiza la tan anhelada estabilidad financiera. De igual forma un magnate tampoco tiene que ser versado en el arte y la cultura para amasar su gran fortuna. Si no miren a Trump. Óiganlo hablar.
No soy marxista pero le doy razón a Marx en algunas cosas: era un borracho empedernido, se dejaba la barba crespa, vivÃa en Inglaterra y detestaba el Derecho como profesión, pero sobre todo, tuvo la audacia de diagnosticar la relación laboral entre obreros y capitalistas –entre empleados y empleadores. DecÃa, más o menos, que el capitalista explota al obrero: se apropia de su trabajo reconociéndole solo una fracción del mismo: lo que él mismo llamó la plusvalÃa. En eso está (casi) todo el cuento del marxismo: en entender que el uno se queda con el trabajo del otro. Fin del misterio.
Pero Marx no se inventó esto, simplemente lo puso en palabras. Ya en épocas de Cervantes –como para no perder el hilo– habÃa artistas que morÃan de hambre mientras editores e imprentas se hacÃan unos buenos pesos con sus libros. Cuenta la anécdota que cuando a un amigo de Cervantes le preguntaron que cómo era posible que el creador de El Quijote no fuera reconocido ($) por su creación literaria él respondió:
“Si la necesidad es la que le ha de obligar a escribir, plaga Dios que nunca tenga abundancia para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundoâ€.
Mendigos que se sacrifican para dejar un mundo lleno de arte.
Lo que el barbuchas mostró en su libro capital es que el que trabaja no es dueño de lo que produce –no al menos en un sistema capitalista. El dueño del producto es el que le paga el sueldo al que lo hace. Desde eso, muchas cosas han cambiado, por supuesto: aparecieron los mundiales de fútbol, la televisión, el Premio Nobel de Literatura, el hombre viajó a la Luna y volvió, se inventaron el posmodernismo, el copyright, la bomba atómica y Twitter. Las máquinas de afeitar ahora son eléctricas. Muchas cosas han cambiado pero pareciera que el diagnóstico del barbas no. Una vez el trabajador –en adelante contratista o empleado– ponga su firma en el contrato, todas sus ideas, su trabajo, pasan a pertenecerle a-la-compañÃa. Pero por lo menos tenemos afeitadas más al ras.
Hoy, un fantasma recorre el mundo del arte: el fantasma de la plusvalÃa. No es que el burgués no exista: se llama dueño de la empresa. No es que el obrero no exista: se llama «periodista freelancer». Digo periodista por decir algo. Pero bien podrÃa ser diseñador, fotógrafo, músico, ingeniero, publicista o cualquier tipo de artista que trabaje en una empresa, una editorial, un estudio o una agencia a razón de un sueldo fijo. El uno le vende sus servicios; el otro se los paga. El uno le manufactura algún producto (fotos, dibujos, reportajes, planos, el mismo Quijote o un jingle musical); el otro se lo compra. El uno se queda con los derechos morales, con la autorÃa del trabajo; el otro los explota económicamente. Pero el uno, por lo menos, se queda con el nombre: como quien dice “pobre pero nunca anónimoâ€.
Que alguien le hablara a Cervantes de derechos de autor era como que a Sancho le hablaran de gigantes: un exabrupto, un absurdo. Pero quién dijo que las incoherencias no son reales ni mueven al mundo. ¿O acaso cederle el trabajo propio a un tercero –con quien nunca compartirÃa el mismo cepillo de dientes– para que lo explote económicamente es muy coherente? Quizás sà y ese es el problema.
Marx está vivo. Cervantes también: su obra sigue siendo imprescindible en la literatura universal. El Quijote es la prueba de que la realidad se alimenta vorazmente de nuestras ficciones. Marx se encargó de mostrar que alguien siempre cobra por esas ficciones. Y no precisamente Cervantes.