Mímesis y simulacro, por José Luis Amores

Tyrone Slothrop es el (uno de los) protagonista(s) de la novela de Thomas Pynchon El arco iris de gravedad. Slothrop, militar norteamericano que trabaja para la inteligencia aliada en Londres durante la Segunda Guerra Mundial, experimenta una erección cada vez que una V-2 alemana se cierne sobre la castigada capital británica (1). De niño fue sometido a experimentos pavlovianos, condicionándose cierta respuesta de sus partes blandas, pudendas, gónadas, pene a la cercanía del Imipolex G, plástico usado en el aislamiento interno de cohetes.

Foto: ferialibrousado.blogspot.com

Recuerdo una Feria del Libro Usado y de Ocasión de hace nueve o diez años, aquí abajo, al principio o final del Continente. Iba yo buscando libros a buen o irrisorio precio. Pero la suerte no me sonreía, pues lo que la gente suele revender al peso no vale ni el esfuerzo de acarrearlo de un lugar a otro; casi sólo la muerte o la mala fortuna propician la salida al mercado ambulante de según qué títulos. Me topé con uno sugerente, Lecturas compulsivas, de Félix de Azúa. Compulsivamente lo adquirí y leí. Después busqué, adquirí, robé y leí varios de los títulos analizados en aquel libro seminal, de fácil y amena lectura. Como la de Slothrop, la sangre del auténtico interesado aumenta su ritmo circulatorio ante objetos susceptibles de deseo, en este caso libros y, también, libros sobre libros.

La de Azúa no era una obra de crítica literaria, al menos así lo veo yo. Tampoco lo era aquella de Bolaño, Entre paréntesis; en la de Javier Marías, Literatura y fantasma, hay un poco de todo. Más críticas son las de Sebald, Pútrida patria, o Coetzee, Mecanismos internos, por citar sólo unas pocas conocidas y de calidad indudable, cada una de ellas por motivos diferentes y diversos. Al lector no avisado puede resultarle difícil distinguir entre mera didáctica y pura crítica, sobre todo cuando se editan libros dedicados a libros como compendios de artículos publicados en prensa generalista e incluso como entradas de blogs, inicialmente, gratuitos. En todo caso, es evidente que ahí ha habido siempre y aún hay una no del todo explorada y explotada área de interés, tanto para expertos como principiantes. Que la dialéctica utilizada en tales ensayos sea más o menos asequible al lector formaría parte, en algunos casos, de una loable estrategia de ablandamiento estético. Nada que objetar a esta práctica que, en definitiva, sólo debe (parece) buscar la diseminación de la literatura utilizando sus mismos medios, más literatura, aunque se la descafeíne por mor de un objetivo situado por encima del propio texto. Pues es raro toparse con ensayos que desmenucen obras ajenas y que, además, consigan contagiar al lector (ese Slothrop) el deseo de búsqueda y profundización, de verticalización, en los autores, obras, corrientes y temáticas en ellos abordadas sin, por otra parte, renunciar a un estilo propio y característico, al uso de todos los recursos, habilidades y pirotecnia de que dispone el ensayista y que, quizá temeroso de un posible rechazo por parte de sus lectores habituales en el terreno de la ficción, sólo despliega en ocasiones como éstas, reservadas a una hipotética grey académica o academicista (es de suponer que entendida y no lerda).

Dicho esto, digamos además que uno, que ha frecuentado garitos literarios de casi toda índole y condición, se sorprende todavía de la candidez genérica y generalizada del lector, que consume, deglute y asume un torbellino de obras inmerso en una espiral de eclecticismo sin parangón en esferas artísticas menos demediadas que la literatura. Se sorprende de la proliferación de saltos mortales tales como, pongamos por caso, de Federico Moccia a David Foster Wallace, de John Connolly a Thomas Pynchon o de Muriel Barbery a Don DeLillo (2). O hay lectores brutalmente listos que sufren epifanías como irlandeses tragando cerveza, o poco alimento de lo consumido es retenido por la mente y, por tanto, no evacuado hacia el olvido. Dicho de otro modo, hay literatura —afortunadamente— cuyo pleno uso y disfrute sólo se alcanza mediante la inmersión en sus raíces, antecedentes, precedentes y motivaciones; que al margen de su preceptivo disfrute estético es susceptible de interpretación más allá del mero revestimiento lúdico con que el autor decidió camuflarla; que el necesario acercamiento a que, como lectores, sometemos sus páginas impide una visión de conjunto que (de)muestre el paisaje total cuya representación pretende; y que persigue un fin superior a sí misma, siendo su evidencia más característica ese extraño desbordamiento de intenciones proporcional a su dificultad de aprehensión. Para seguir vivo hay que acercarse a este tipo de literatura, pero mejor si antes de subir a alguno de sus ochomiles, o durante la ascensión, o después, en la también dura tarea descendente, se va de la mano de algún raro sherpa de tales altas cumbres de las letras. De otra forma, el lector andará más preocupado de sus propios tropiezos y pasará frío, un frío inconcebible, perdiéndose así el magnífico espectáculo que, en otras circunstancias, tal tipo de páginas con total seguridad le depararía.

Admito que a muchos lectores no les guste e incluso les repugne la crítica literaria. Ésta, como genuino subproducto de las obras a que dedica sus atenciones, puede comportarse de dos modos: parasitaria o simbióticamente, cabiendo desviaciones tributarias, panegíricas e incluso deudoras. Nos interesa la segunda de sus manifestaciones, aquella que retroalimenta la obra y lo hace de esa manera singular que aúna conocimiento, análisis y una didáctica no plegada a los habituales cánones discursivos comerciales. Ésta sí sería susceptible de generar interés en el lector puro e irredento a la sintaxis bobalicona mayormente consumida, y aun no viciado por desviaciones académicas, institucionales ni por cuestiones personales/profesionales. Una crítica veraz cuyo fin último fuese desenredar la maraña estética y, posiblemente, argumental en que los autores cuyas obras son diseccionadas decidieron enterrar sus intenciones, para finalmente mostrar su núcleo vital, aquello que siempre estuvo ahí y que no fuimos capaces de apreciar por nosotros mismos. Esta crítica es rara, difícil de encontrar porque su escritura es ardua y complicada. Para el crítico es además peligrosa, ingrata, deficientemente remunerada tanto en términos económicos como de reconocimiento (3). Por eso hay tan pocas, casi ninguna.

Quizá sea ésta una de las causas por las que Juan Francisco Ferré decidió no acudir a una editorial mayor para publicar su Mímesis y simulacro (EDA). Las imposiciones comerciales les afectan demasiado, les resulta imposible sustraerse a los dictados cuantitativos del profit and loos. Ésta es la realidad, o al menos es lo que continuamente nos cuentan los medios, con la televisión a la cabeza de todos ellos. Una realidad que para la literatura ha ido mutando con las manifestaciones sociales y el paso de los lustros. Realidad que devino concepto ontológico, abstraída de sí misma y sujeta a experimentación en sus variados modos (y formatos) de representación, por ejemplo el literario.

No otra cosa que el tratamiento de la realidad en la literatura analiza Ferré en este libro de ensayos, de ahí el título; de ahí esa sobrecubierta que en “realidad” es una magnífica simulación de sobrecubierta que esconde, cómo no, una portada a modo de gélido reflejo de aquélla. Ferré se encarga de enfriar la realidad ya desde el principio, en la presentación (La realidad bajo cero. Una introducción realista) y en las citas (“En lugar de disfrutar de un breve oscurecimiento y luego de una pérdida de favor, como le sucedió en el siglo XVIII a la novela epistolar, la novela realista se convirtió en la norma de la ficción, en lugar de lo que en realidad es: tan sólo una de las muchas mutaciones en la evolución de la novela, y desde luego una menos preocupada en la exploración de nuevas técnicas y formas que en agradar al público y enriquecer a autores y editores. Más que arte, entretenimiento”, Steven Moore; “[la filosofía] debe ser rara porque la realidad es rara”, Graham Harman; “Todo texto que pretenda enunciar la verdad es, también, sobre todo, un producto del lenguaje, un relato, un conjunto de trucos y artificios”, Guy Scarpetta), mientras que ya en el propio texto introductorio lidia con conceptos que comienzan a caldear el ambiente lo que vendrá a continuación: “La batalla de la realidad” (p. 9): no otra cosa se discute y dilucida en sus páginas; en sentido figurado, simulado, se libra.

Pregunta para nota: ¿Qué tienen en común, aparte de su evidente condición de escritores, Sade, Galdós, Estébanez Calderón, Gómez de Avellaneda, Pardo Bazán, Ortega, Joyce, Kafka, García Márquez, Goytisolo, Gopegui, Cercas, Rosa, Coover, DeLillo, Wallace y Pynchon? (El índice onomástico al final del libro es mucho más generoso que yo en la relación de citados y citadas). Todos estos escritores arriesgaron, cada uno en su momento, en la búsqueda de nuevas representaciones de la realidad en literatura. Y puede decirse que del relativo fracaso de los primeros —y sus antecedentes y coetáneos— en mostrar una verdad no ya universal sino siquiera parcialmente aceptable, se obtiene la terrible y fantástica mutación iniciada con Joyce y Kafka y continuada en nuestros días y los todavía por venir.

De una obra de las características de Mímesis y simulacro es difícil ofrecer un conjunto de muestras que consiga caracterizar con fidelidad lo que el lector interesado (recuérdese: Slothrop) encontrará en su interior. Pues además de estar ante uno de los mejores y concienzudos análisis del devenir de lo real en literatura, el autor ha entretejido entre los diferentes ensayos una imagen cabal de su penetrante pensamiento, ya sea mediante la inserción estratégica de citas (p.e.: “El verdadero españolismo consiste en importar los elementos dignos de aclimatarse en nuestro propio suelo y en estudiar cuidadosamente para asimilarlo cuanto fuera se produce que merezca la pena de verlo y aprenderlo”, Clarín en 1879 sobre la ascendencia de Zola en Pardo Bazán, p. 120; o “Una tendence á nouvelles perceptions me hace exigir de todo hombre y de todo libro que sea algo nuevo para mí y muy otro que yo”, José Ortega y Gasset en Ideas sobre Pío Baroja, p. 143; o “Una terminación no conclusiva conviene a una obra que plantea intencionadamente un problema que el autor considera insoluble”, Paul Ricoeur, p. 204; o “La más profunda vocación de la obra de arte en la sociedad de consumo: ‘no ser una mercancía, no ser consumible, ser desagradable como mercancía‘”, Jameson, p. 249), sea mediante conclusiones de una lucidez asombrosa (“El designio de representar lo ‘real’ se realizaría en ellas [determinada narrativa de vanguardia] no desde el atenazado sostén de la verosimilitud, sino desde la vena bufonesca y caricatural, la truculencia grotesca y el desparramamiento satírico, cómico, anti-convencional y anti-académico, más propias de la tradición y la literatura carnavalescas”, p. 199, a propósito de la novela La saga de los Marx, de Juan Goytisolo; o “La novelística de DeLillo [muestra] la posibilidad de una narrativa […] que señale con ironía el modo en que el capitalismo requiere la implantación instantánea de la utopía en los espacios cotidianos, privados o públicos, como mitología de su perfecto funcionamiento y cumplimiento de su promesa de felicidad material […] la máquina capitalista necesita construir entornos afectivos y cognitivos acogedores con objeto de poder extraer de los sujetos una plusvalía de emociones, sentimientos, o deseos […] esta máquina en apariencia puramente abstracta se abastece, sin embargo, de la energía indefinible liberada por la fricción humana diaria con los diversos instrumentos tecnológicos del sistema”, p. 248), sea diciendo a las claras lo que muchos piensan y todos callan (“Todavía hoy, a pesar del esfuerzo que el aparato mediático y cultural está haciendo para que el escritor escriba para hacerse famoso, millonario o sólo popular, aunque sea en su provincia o en su barrio, tres formas de refrendo de su actividad a las que sin duda le resulta muy difícil renunciar, cabe imaginar que algún que otro escritor, que quizá tenga el defecto de haber leído en exceso a Kafka para conocerse mejor, se decida a enfrentarse, sin creerse un héroe cívico por ello, a la esfinge antipática y sibilina del mundo y hablarle de tú a tú en su dialecto jeroglífico, obtuso e inhumano”, p. 230 (4))… Basta, o corro el riesgo de ser acusado de revelación de material sujeto a derecho de autor.

Pienso que, aun siendo insuficientes, los extractos anteriores ofrecen una faceta más, quizá no la definitiva pero sí, desde luego, imperdible, de una exclusiva y brutalmente lúcida forma de ver, comprender y analizar el mundo y su “realidad” que ya conocíamos en parte de la lectura y relectura de Providence, La fiesta del asno, Metamorfosis® y por supuesto del blog La vuelta al mundo. En Mímesis y simulacro hay toneladas de trabajo, erudición, cuidado, amor por la literatura y, at last but not the least, honestidad: porque, como decía más arriba, enfrentar una temática crucial como ésta, arrancando de un punto de partida tan anterior y desprejuiciado para ir desmontando, mediante el puro uso de hechos constatados (escritos) y la inteligencia, los decrépitos arquetipos culturales dominantes en favor de una narrativa abierta a la mutación y no cerrada al mercado; todo ello, digo, pienso, afirmo no es sino un gran ejercicio de honestidad para consigo mismo y, al haber sido hecho público, para con los lectores, al fin y al cabo últimos destinatarios de la, así llamada, literatura.

Termino este texto tan largo con una advertencia, aviso, declaración de intenciones o todo ello al mismo tiempo. Como este libro tan raro de escribir en una época como la actual merece una reflexión más profunda y sus contenidos una divulgación más morosa y detenida que esta tan endeble que acabo de escribir, voy a ir regular, aperiódica y esporádicamente refiriéndome a sus múltiples líneas de trabajo y aspectos concluyentes. ¿Cómo? Con la lectura y referencia sistemática en todo espacio viviente de la obra en ella analizada y diseccionada, en tanto que entroncada en la única vía de investigación inagotable y permanentemente en marcha: la realidad, esa realidad de la calle y la televisión que no son sino imitación y simulación la una de la otra y, ambas, reflejo imperfecto de lo que puede encontrarse en la, así llamada, literatura.

José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com

Notas

(1) Como Mímesis y simulacro se cierne, siendo española y no alemana, llevando buenas intenciones y no malas, sobre la literatura de nuestros días.

(2) Saltos en los que además cabe una alta probabilidad de que el lector no repita experiencia y retorne a sus humildes y cerrados orígenes, desechando toda un abanico de posibilidades, estas sí, abiertas.

(3) De algo parecido hablaron Enrique Vila-Matas y Eduardo Lago el viernes 25 de marzo de 2011 en el festival Kosmopolis. Venían a decir, sobre todo Lago, que el autor, si quiere lectores, debe simplificar las intenciones, el discurso, la estética. De otro modo, corre el riesgo de perder seguidores, de no ganar dinero.

(4) Y no me resisto a incluir aquí otra conclusión de Ferré: “Kafka es quizá el primer escritor en experimentar el sentimiento más moderno ante la escritura: el sentimiento de la vergüenza y la humillación. La vergüenza ante lo que uno escribe y ante el hecho mismo de escribir. Vergüenza que no es sino la sentencia que el cerebro del escritor dicta contra sí mismo atendiendo las demandas del severo tribunal de la sociedad burguesa, industrial o comercial, el orden patriarcal de la familia, para quien la práctica de escribir y la existencia misma de la literatura son no sólo una inutilidad sino una dedicación ridícula. Sólo la riqueza y el éxito alcanzado con productos editoriales legitimarían para la ideología o mentalidad burguesa la vocación de escribir, consagrándole todo el tiempo del mundo (el tiempo perdido y el “tiempo recobrado” de Proust, hermano de sangre de Kafka en tantas cosas, cobran aquí, precisamente, una significación nueva, gracias a la equivalencia tiempo=dinero establecida por la ideología capitalista)”, p.163-164, las negritas son mías.

José Luis Amores

José Luis Amores (Málaga, 1968) es Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Málaga. Especializado en marketing, ha fundado varias compañías que después ha vendido a diversas multinacionales. En la actualidad ejerce su profesión como freelance. Ha sido colaborador de Diario Málaga y de la revista Papel Literario.

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