Ngugi wa Thiong'o | CCCB, Miquel Taverna

Ngugi wa Thiong’o, África en la resistencia

El autor de 'Sueños en tiempos de guerra' explica en Kosmopolis su lucha contra lo que él llama "feudalismo lingüístico"

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Ngugi wa Thiong’o | CCCB, Miquel Taverna

Ngũgĩ wa Thiong’o (Kenia, 1938) es una de las grandes voces de África en la resistencia. Lucha contra lo que él llama el feudalismo lingüístico, que tiene su origen en el imperialismo colonial. “La lengua fue el vehículo más importante mediante el cual el poder fascinó y atrapó el alma“, reflexiona en uno de sus libros, “la bala era el medio de subyugación física y la lengua el de la subyugación intelectual”. África, explica, vive bajo el dominio de una política de divide y vencerás construida desde la marginación de las lenguas vermiculares y la imposición de las imperialistas. Marxista hasta la médula, encuentra en el campesino y el trabajador a los guardianes del tesoro lingüístico. Detrás de todo, hay una lucha por las ideas.

“Tengamos claro cuál es el idioma del poder. Para sobrevivir hay que hablarlo. Pero eso no implica abandonar el propio”, contesta el escritor y activista a la pregunta de una mujer que lamenta la poca visibilidad y consideración que todavía hoy tienen los africanos. La pregunta tiene lugar durante su conferencia África, escritura y emancipación, dentro del programa continuo de Kosmopolis del CCCB. Minutos antes, la cola para escucharle igualaba a las del cine en hora punta.

“Además sois muy visibles”, continúa, “en Viena hay pocos negros, aquí en Barcelona sois visibles. Pero comprendamos que cada sociedad tiene sus complejidades, que hay que hablar el idioma del poder sin abandonar el propio. Siempre lo digo, nuestros idiomas son muy importantes y hay que defenderlos, no para aislarnos, sino para estar conectados, para ser más fuertes. Nuestra lengua materna es nuestra memoria, nuestro conocimiento, nuestra identidad. Cuando sientes que tienes una identidad clara, la otra también la vives mejor”. “Incluso si somos una familia pequeña”, dice, “no hay que establecer un ranking de idiomas, no hay un lenguaje mejor o peor, el problema es que se establecen jerarquías; es lo que yo llamo feudalismo lingüístico”. Y remata: “El plurilingüismo es oxígeno, el monolingüismo es dióxido de carbono”.

Rayo Verde

NgÅ©gÄ© wa Thiong’o nació en un pequeño pueblo de Kenia donde se habla el gikuyu, hijo de un masái polígamo y de una campesina trabajadora e inteligente. Su libro Sueños en tiempos de guerra. Memorias de infancia (Editorial Rayo Verde) es el extraordinario retrato autobiográfico de su niñez en este entorno rural, en un país que entonces sincretiza ritos ancestrales y modernos, que arrastra un subyugante proceso colonial frente al que lucha el movimiento insurgente Mau Mau, donde militan no pocos amigos y familiares de NgÅ©gÄ©. En ese ambiente creció él, un niño sin zapatos que caminaba veinte kilómetros para ir a la escuela, con veintitantos hermanos de cuatro madres diferentes. Un niño que se inicia en el mundo adulto a través de un rito de circuncisión ancestral, que ancla su imaginación, en tiempos de dolorosa guerra, en los libros, y muy especialmente en La isla del Tesoro, de Stevenson. La realidad siempre es compleja.

En 1977 decidió empezar a utilizar su idioma materno, el gikuyu, como vehículo de escritura para su teatro, novelas y cuentos e inició un proceso de reflexión que recoge en Descolonizar la mente (Debolsillo, Penguin Random House). “Europa como continente ha ocupado prácticamente todo el planeta, eso es una realidad histórica. Imponiendo su lengua, la burguesía europea se ha adueñado de los talentos y genios de los lugares colonizados como antes lo habían hecho de sus economías, tesoros y tierras. Las autoridades coloniales invaden, dicen que traerán democracia, progreso, modernidad, desarrollo pero se lo llevan todo”. “Las lenguas marginadas no tienen por qué enriquecer a las imperialistas” explica a la audiencia, “yo llegué a hacerlo, ponía alguna palabra o proverbio de mi idioma materno para dejar constancia del africanismo de la historia o del personaje. Pero luego comencé a escribir en mi idioma y me quedé liberado, entonces lo sentí auténtico. Lo tengo claro, quiero conectarme al mundo con el lenguaje en el que siento que soy”.

El mundo será diferente, dicen, el día que le otorguen el Premio Nobel, para el que no le faltan nominaciones desde hace más de diez años. Su trayectoria literaria lo merece y sería una justa recompensa a África y a su lengua marginada. Una lengua fuertemente vinculada a la tradición oral. Ngũgĩ comparte con los asistentes el recuerdo que guarda de su hermana Wabia, entrañable personaje de su libro de memorias, ejemplo de rapsoda africana que lleva con ella la tradición oral: “Era fantástica, era ciega y no podía caminar, no podía salir de casa, pero tenía unas orejas que lo captaban todo: el sonido, los relatos y la luz”.

Ngũgĩ vive en San Diego, California, y arrastra todavía los efectos del jet lag. Varias instituciones han colaborado para hacer posible su visita de casi una semana a Barcelona: el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, las editoriales Pengüin Random House y Raig Verd (Rayo Verde), Casa África y PEN Català.

PEN Internacional fue, precisamente, una de las instituciones que luchó por sacarle de la prisión de máxima seguridad en la que le encerraron en 1977, sin juicio previo, por la representación de una de sus obras de teatro crítica al poder por la desigualdad y las injusticias sociales. Durante el año en prisión no dejó de escribir, lo hizo sobre el soporte que tuvo a mano: el papel higiénico. Allí dejó escritas sus memorias carcelarias, que más tarde serían publicadas.

Al día siguiente de la charla, CCCB Debates organiza un seminario en el que reúne en torno al escritor a medio centenar de profesionales: traductores, editores, periodistas culturales y africanistas. Una práctica que viene realizando desde 2015, cuando la agenda del ponente lo permite. De esta manera, explican los organizadores “además de trasladar al debate público de forma accesible, discusiones y problemas relevantes pero a menudo complejos, el seminario nos permite escuchar al ponente en otro registro, más académico o especializado, así como extender su pensamiento y crear lazos con comunidades locales”.

Es un día lluvioso. Ngũgĩ llega a la sala situada en el Mirador. Observa al exterior a través de uno de los grandes ventanales, se deja asombrar por el paisaje urbano del Raval. Su caminar y su observar son lentos, propios de un hombre que roza los ochenta años. A su edad sigue escribiendo y es profesor emérito de Literatura Inglesa y Comparada de la Universidad de California en Irvine.

Le acompañan en el seminario la escritora y traductora Simona Škrabec y la lingüista Alícia Fuentes. Desde le público, también participa activamente Carles Torner, premio de poesía y actual director del PEN Internacional. Surge una pregunta: en Barcelona se hablan alrededor de doscientas lenguas, ¿cómo activar esta riqueza? Ngũgĩ desarrolla un discurso de ecología lingüística. “Sé sobre vuestra propia lengua por mi propia experiencia”, arranca, “uno está conectado a su lengua materna, sea cual sea ésta. Cuando hablamos de una lengua, no nos referimos solo a su belleza, sino también al conocimiento que conlleva. Cuando hay un dominio, hay también una invasión a este conocimiento, además de una evidente sustracción de la identidad. Ser consciente de ello no es poco”. “No sólo los minerales, el conocimiento es también un tesoro. Eso también nos lo quitaron y colonizaron las instituciones, es lo que yo llamo la bomba cultural”, “es importante lo que las lenguas dicen sobre el mundo, son el oxígeno de las culturas”.

Ngugi wa Thiong’o

“Hay millones de personas que no pueden leer libros en sus propios idiomas maternos”, subraya Simona Škrabec, autora del informe Culture’s Oxygen The PEN Report 2017 . “Por eso”, destaca Ngũgĩ, “la terminología es importante; no debe hablarse tanto de lenguas mayoritarias o minoritarias, sino de lenguas dominantes y lenguas marginadas. La lengua es un instrumento de supremacía”. “Tampoco es cierto”, dice, “que haya lenguas globales y otras que son lenguas locales. Todas las lenguas son locales y globales”. Otro mito que se apura a tirar es el de tribu. “¡Todavía se habla de tribus en África incluso cuando se refieren a pueblos formados por 40 millones de habitantes!”, se lamenta, “¡por favor, llamad a la gente por el nombre por el que ellos se llaman a sí mismos, si se hacen llamar pueblo yoruba, llamémosle pueblo yoruba… y dejemos de creer que los problemas en África se justifican por conflictos tribales!”.

Otro de los temas que se pusieron de relieve, como no podía ser de otra manera, es el de la traducción. “Es también fundamental que las lenguas africanas tengan contacto entre ellas, que se traduzcan entre ellas. La traducción es clave”. “El suajili es una de las pocas lenguas que está rompiendo fronteras. Realmente se está extendiendo. Hay muchas publicaciones, incluso periódicos. Se está produciendo mucha traducción del inglés al suajili; ahora falta que se haga a la inversa, del suajili al inglés”. Y sentencia: “Detrás de todo esto lo que hay es una lucha por las ideas”.

Su hablar es sereno, su pensamiento es concluyente: “Hay que aprender el lenguaje del poder. Y saber que las lenguas generan jerarquías. En un contexto multilingüe hay lenguas que marginan y lenguas que son marginadas. En Cataluña el catalán es un lenguaje de poder, también el suajili en África. Pero os diré una cosa, para mí, cuantas más lenguas existan, más feliz soy yo”.

Como el día anterior, el escritor africano recibe numerosos ejemplares de libros para autografiar. Con cada libro se detiene los minutos necesarios hasta encontrar la dedicatoria adecuada. No es un hombre de fórmulas fáciles. Su vida tampoco lo ha sido. En 1986, unos guardias de seguridad impidieron que un comando le asesinara en su hotel. Ese año se publicó su novela Matigari. Creyendo que el protagonista de la novela era una persona real, el dictador Daniel Arap Moi emitió una orden de arresto contra él, al ver que se trataba de un personaje de ficción, decidió arrestar la novela.

Un pequeño grupo de personas comemos con él tras el seminario. “Llamadme Gugui, así es como suena mi nombre”, nos pide. La conversación es animada. Hablamos de política, Obama le gustaba y además tiene un buen nivel cultural al hablar, dice, “pero no se le podía pedir que se comportara como un presidente de África, sino de los Estados Unidos, y Estados Unidos es un imperio”. Hablamos también de sus libros traducidos al español y al catalán. No le importa especialmente que la traducción no sea directa del original. Algún día lo serán. Igualmente llevan su lucha de ideas y bienvenidas sean siempre las traducciones y las lenguas.

Cambio de tercio la conversación. Gugui, le pregunto, ¿cómo y dónde conoció a su mujer? Su rostro muestra sorpresa, también felicidad pero hay señales de tristeza. Él vivió en el exilio durante toda la dictadura de Moi, de 1982 a 2002. Cuando tras veintidós años volvió a Kenia con su mujer, ambos fueron atacados en su apartamento por hombres armados. A ella la violaron, a él le marcaron la cara con cigarrillos ardiendo. Por eso me contesta: “No hablaré del drama, pero me gustará hablar de cómo la conocí. Nos encontramos en la estación de Nueva York” (ovación general), “iba hacia la Universidad de Yale cuando escuché a una mujer hablando gikuyu; me enamoré inmediatamente de ella, ¡eso fue lo que me gustó!”. (Ríe.)

Es un hombre de resistencia, donde las palabras y sus significados importan, por eso, cuando por fin nos quedamos solos los dos le pregunto, Gugi, ¿qué eso de la postverdad?, “la postverdad es un término que no acepto. Yo a eso le llamo una mentira tras otra. Se empeñan en ponerle post a todo, post modernidad, post verdad. ¡Yo soy anti post! (I am against post!) ¿Sabes cuál es la palabra signo de nuestra modernidad? Desempleo (Joblessness). Ahí tienes esa globalización financiera que penetra sin permiso y el falso mito de que la inmigración es la que genera los problemas”.

Camina despacio. Todavía hoy, dice, no se ha hecho a los zapatos. Cuando lo veo pienso en la colecta que se hizo en su poblado para que tuviera sus primeros calcetines y zapatos. Eran de uso obligatorio en la High School.

Gugui, ¿qué significa tu nombre en gikuyu?

“Caminar”.


Sigue aquí la conferencia:


Libros publicados en castellano y catalán:

Desplazar el centro, Rayo Verde Editorial.
Desplaçar el centre. La lluita per les llibertats culturals, Raig Verd Editorial.
Sueños en tiempos de guerra, Rayo Verde Editorial.
Somnis en temps de guerra, Raig Verd Editorial.
Descolonitzar la ment, Raig Verd Editorial.
Descolonizar la mente, Debolsillo, Penguin Random House.
El diablo en la cruz, Debolsillo, Penguin Random House.
Un grano de trigo, Debolsillo, Penguin Random House.

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

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