Jordi Nopca | Foto: Santi Cogolludo

Nopca: «Hacer un Salinger es lo peor que te puede pasar»

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Jordi Nopca | Foto: Santi Cogolludo
Jordi Nopca | Foto: Santi Cogolludo

Vente a casa (Libros del Asteroide) es una invitación explícita y sincera, que le valió a su autor, el periodista Jordi Nopca, el Premio Documenta 2014 en su versión en catalán (Puja a casa, L’Altra Editorial). Diez relatos (y no son diez por casualidad) cargados de una ironía ya característica después de su debut con la novela El talent (LaBreu edicions), en los que el autor dibuja la radiografía de la Barcelona actual, desplegando su particular imaginario de personajes cercanos enfrentados a problemas reales, bajo una mirada desacomplejada. Para hablar precisamente de su mirada, de literatura y también de obsesiones variadas, nos encontramos en el Ateneu Barcelonés.

Más allá de lo expositivo, ¿significa algo para ti la etiqueta de escritor joven o generación literaria?
Más bien poco. Tengo 32 años y se me podría considerar joven, pero para mí el cierre personal de la juventud fue a los 25, cuando escribí El talent. En esa época mi tiempo se empezó a romper, no iba siempre hacia adelante, el presente cada vez tiene más momentos de pasado y así el futuro se hace más corto. Cuanto a lo de generación, más allá de que soy de una generación caracterizada por ser sumisa, lo cual he comentado alguna vez, la verdad es que me cuesta ver a la gente en parcelas numerosas. Quizá cuando tenía veinte años, tenía más conciencia de ser de los que tienen veinte pero ahora lo tengo todo muy mezclado. A veces puedo tener veinte años, no muchas, eh? (ríe) y otras veces puedo tener setenta.

Tu trabajo diario como periodista está muy ligado a la literatura: escribes crítica, entrevistas a autores. No debe ser fácil que no interfiera en tu propia obra de ficción.
Intento separar mucho las dos caras, dividirme. Cuando estoy ejerciendo de periodista estoy muy pendiente del periodismo y cuando escribo ficción intento no pensar en que soy periodista. En este sentido, para distanciarme, en Vente a casa hay muchas menos referencias literarias, las que hay tienen una justificación funcional dentro de la narración y la verdad es que me lo paso muy bien buscándolas. Pero claro, en la redacción del periódico paso entre 10 y 12 horas diarias.

Libros del Asteroide
Libros del Asteroide

Entonces lo difícil es encontrar tiempo, ¿cuánto te ha llevado escribir Vente a casa?
Han sido cinco años, que es bastante tiempo para todo el mundo, supongo. Pero siempre escribo varias cosas a la vez, lo cual implica que vas acabando más o menos. Además, a mí me cuesta especialmente acabar los relatos. Encontrar esa especie de conjunción que hace que todo encaje. Que no tiene por qué ser la última frase, sino que puede estar en la página 5 o en la página 8 y ese detalle clave llega hasta el final.

Y, ¿cómo los inicias? ¿De qué parten los relatos?
Todo lo que escribo parte de una experiencia o de una observación mínima que se queda dentro y de repente vuelve a mi cabeza cuando ya ha pasado mucho tiempo. Y entonces me obsesiona. Intento recordar los detalles y empiezo a investigar, a tomar notas, definir los personajes. Es una manera de trabajar terrible porque puedes estar seis meses escribiendo algo y que te falle por todos lados.

Todos tus personajes viven en la ciudad pero también comparten algo en esencia, quizá son eso que a veces han llamado hombres pequeños.
Cuando escribo me cuesta pensar en héroes, en gente grande. Es que no se ven muchos héroes por la calle, en el sentido clásico. Todos somos pequeños y héroes también, pero sobre todo pequeños. Yo no tengo un Eneas, ni siquiera un caballo de Troya, como mucho tengo una playa y a Tiresias diciendo tonterías. Pero no tengo armada ni Ulises. Para mí el tiempo de la épica ha acabado y es verdad que mis personajes están bastante faltos de heroicidad pero pelean también sus batallas, quizá mínimas, pero nadie se rinde nunca del todo.

Y tampoco son siempre víctimas de algo.
Claro, son muy ambivalentes. Quiero decir que no son ni buenos ni malos, pero tampoco son solo grises, porque el gris también es una porquería, es la ceniza que tiras al suelo.

Es verdad que todos intentan rebelarse a su modo pero algunos lo llevan lejos, como en Navaja suiza.
En este relato hay una venganza muy orquestada que nace de una insatisfacción laboral y de pareja. Cuando el protagonista está bien en lo laboral y ve que puede progresar, se da cuenta de que su matrimonio es un engaño. Este personaje comete un acto de inconformismo, y también de incorrección total, que tiene que ver con los dedos y los anillos…

También aparece un anillo en otro relato, Anillo de compromiso.
Es un símbolo que aparece de manera recurrente. No es que tenga la idea fija de hablar de anillos pero ha ido apareciendo. Con los años me he dado cuenta de que tengo mucha fijación por los dedos y por los dientes.

Eso es muy curioso… ¿Sabes el por qué?
De hecho, sí… De pequeño tuve problemas dentales, llevaba aparato y me dolía mucho. Lo pasé mal, y eso ha hecho que siempre me hayan obsesionado los dientes, no los míos ni los de los demás, sino como concepto.

¿Como símbolo de dolor?
Sí, siempre que aparecen los dientes, para mí es mala señal. Pero tengo que intentar superarlo de algún modo, no puede ser que vayan pasando los años y siga obsesionado con los dientes (ríe).

¿Y lo de los dedos?
El dedo como elemento con el que tocas al otro pero también a ti mismo. En el relato Anillo de compromiso el personaje va a comprar un anillo, de compromiso claro, y lo pierde. Perderlo es como perder las manos del otro, porque el otro se acaba yendo. No deja de ser un hecho muy simbólico. Perder un anillo es un mal presagio, el signo de que algo no funciona. La relación de pareja del personaje, en este caso.

¿Has perdido algún anillo?
Perdí el de la comunión. Y encima fue el día de la comunión de mi hermana, lo cual tiene mucho significado, porque ese era su día y terminó siendo el mío porque había perdido el anillo, pero fue totalmente involuntario. Lo buscamos por todas partes, nunca apareció.

Entonces los anillos también tienen una connotación negativa.
Sí, y me parece que psicoanalíticamente esto no debe ser nada bueno… (ríe).

L'Altra Editorial
L’Altra Editorial

Sí da la sensación de que tanto en los cuentos como en la novela hay mucho de lo que te obsesiona o te perturba en cierta medida.
Por eso creo que escribir es como una patología pero intento darle una explicación más intelectual porque en el fondo hay unos temas que preocupan, sean más o menos directos o puedan afectar a más o menos gente. Aunque vengan de algo muy mínimo, como un sueño. El Talent parte de un sueño en que visitaba Lisboa, pero yo nunca he estado, y habían unos personajes con una maquinita que probaban con la gente. Después el argumento de la novela se convirtió en que en 2008 hubo la amenaza, por parte de un gran grupo editorial, de acabar controlando todo el sector. Y unos pequeños desertores o héroes plantaban cara con una estrategia ingeniosa y absurda a partir de una maquinita que habían robado en Berlín y que iban a probar en Lisboa. Pero la cosa es que si le cuento a cualquier persona que esto es el argumento de mi próxima novela, el 99% me diría que no la escribiera.

Dicho así, tienes razón, mejor no contar nada…
Es que las obsesiones, si las cuentas, siempre se desmontan. Son como un castillo de naipes. Por eso soy secretista, sé que no puedo decirle nada ni a la persona con quien duermo, por lo menos hasta que llegue al final del proceso.

Este proceso, supongo, también ha ido cambiando a lo largo del tiempo.
Creo que con el tiempo me he vuelto más metódico y he ganado algo de seguridad estructural. Pero a más seguridad, los personajes me piden cosas más difíciles y yo solo me complico la vida. Pruebo otras maneras de contar, como en Vente a casa, que los relatos casi nunca son lineales.

En todos los cuentos de Vente a casa siempre aparece la ironía en los momentos más trágicos. Como si hubiera un cierto pudor ante el drama.
Es más un mirar el mundo. Cuando nos sentimos desgraciados tendemos a pensarnos en el centro de algo, algo oscuro. La ironía o el humor son grandes desactivadores del desastre. Hay dos sitios donde el humor está casi prohibido: en los tanatorios y en los hospitales. Y aunque yo no lo he practicado, he observado humor. Creo que son mecanismos de reacción.

Pero sí lo practicas en tus relatos.
Necesito no perder la esperanza porque cuando escribo estoy más desprotegido. En la vida real no me pasa tanto, soy más desconfiado. Mis personajes suelen estar desprotegidos también y de repente reciben un golpe y después otro. A veces en el mundo laboral, a veces en su relación de pareja, a veces son los vecinos. Como en el relato en que los vecinos están esperando el momento adecuado para robártelo todo. Si todo esto no lo trato con humor al final voy a acabar fatal (ríe).

Si los quisieras salvar a todos quizá habría otro desastre, pero literario.
Sí, también (ríe). Son personajes con dignidad, no podría tratarlos cruelmente de manera injustificada pero tiene que haber un conflicto. Y además, como autor tienes que mantenerte fiel, no a un pueblo sino a un personaje –esto ha sido divertido, es una intracita de Espriu, nunca lo había dicho (ríe)-. Tienes que mantenerte fiel a los personajes pero estos te van poniendo trampas o por la situación, de repente, aparece otro.

Como el inoportuno Ramón, ex de la protagonista de No te vayas.
Ese es un momento que siempre me gusta recordar. La escena en que Toni y Míriam están en casa tomándose una cerveza. Yo allí me lo estaba pasando muy bien porque estaban escuchando las Spice Girls, Carla Bruni, Bruce Springsteen, que todos, de una manera u otra, son objeto de mi amor más absoluto o de mi odio más… vivo (ríe). Iba escribiendo y pensaba “ya está, ahora se besan”.

Pero de repente suena el timbre.
Exacto. Y era Ramón, pero de verdad, fue algo totalmente involuntario. No sabía que Ramón estaba abajo ni que llamaría. Después el relato está encaminado de una manera que sí puede hacerlo prever, pero en el momento yo no sabía que iba a pasar eso y me quedé helado. Pensaba que había destrozado el relato y estuve tres o cuatro días sin escribir, pero cuando seguí la escena empezó a cuadrar todo.

He leído en una entrevista que te consideras un escritor más dolorido que al principio. De hecho, en El talent había una especie de alegría ingenua. Si sus protagonistas fueran personajes de Vente a casa, ¿habrían cerrado la editorial?
Creo que sí, pobres. Pero El talent tampoco tiene un final cerrado… lo digo por esa alegría que comentas. En las entrevistas a propósito de la novela yo siempre decía que habían hecho una lectura muy optimista pero en realidad no lo era tanto. Ahora en los relatos todo es un poco más oscuro, es cierto, pero me gusta pensar que hay muchos detalles que pueden hacer ver al lector que no todo está perdido, que hay salvación.

En el relato La pantera de Oklahoma es la ficción en sí misma la que salva la situación. ¿Crees que la ficción nos salva de algo?
Probablemente, sí. Como autor te salva porque quizá en tu vida hay algo que no va bien, no me refiero a que tu vida vaya mal, pero quizá hay algunos desajustes que no sé si son importantes o no, pero que te llevan a investigar aquellas tramas. Creo que sí te salva porque a medida que investigas en otro mundo, el de la escritura, tú mismo te vas curando. Pero tampoco es que su finalidad sea terapéutica.

¿Algo así como autoconocimiento?
Si escribo sobre la familia, por ejemplo, escribo sobre lo que me produce un cierto desasosiego del núcleo familiar. Yo no puedo decidir lo que es bueno o lo que no, solo puedo exponer una pequeña parte de la relación o de las tensiones que se pueden dar entre diversas generaciones dentro de la familia, pero no puedo llegar a una resolución. Yo no puedo hacer autoayuda. No tengo una solución final.

LaBreu Edicions
LaBreu Edicions

Y traducido a la obra literaria, ¿esto te puede llevar a los finales abiertos?
La verdad es que lo de los finales me preocupa especialmente. Yo intento leer un relato cada día, de los autores que me gustan y de los que no. Desde la Petrushevskaia que me gusta mucho, o Carver que también y Monzó, la Rodoreda del principio –la del final no me gusta tanto-, pero también me da pena que su obra quedara tan disminuida por las circunstancias vitales e históricas. Me gustan autores muy diversos y veo sus textos como ejemplos de maneras de escribir, estructuras…

De todas estas lecturas, ¿has sacado alguna conclusión?
Nunca tengo la sensación de llegar a grandes conclusiones o que ellos lo hicieran. Quizá la única a la que he llegado es que en la narración breve el final tiene menos importancia de lo que nos han hecho creer… Espera, que antes me he dejado a Calders, me acaba de venir a la cabeza.

De acuerdo, apuntamos también a Calders.
Es que Calders era muy bueno y con los años ha ido ganando. Si hace treinta años hubieras preguntado a alguien “Calders o Rodoreda” te habría dicho seguro que Rodoreda. Porque Calders era ligero, humorístico, fantástico, como mucho decían que era el precursor del realismo mágico. Un García Márquez avant la lettre, pero lo decían como de pasada. Con el tiempo te das cuenta de que Calders estaba desengañado, incluso el los primeros cuentos, pero continuó escribiendo y lo hizo hasta el final.

Otros desertaron de la narrativa breve, como Monzó.
A Monzó lo he apreciado mucho a lo largo de los años. Creo que para una generación de lectores fue muy importante. Era subversivo pero también divertido y a veces trágico, pero de golpe desapareció. De golpe quiere decir hace ocho o diez años

Lo dices con un poco de tristeza.
Creo que es lo más triste que le puede pasar a un escritor. Hacer de Salinger. Un Salinger es lo peor que te puede pasar.

Pobre Salinger, esto sí que no me lo esperaba.
Nueve cuentos de Salinger me gusta mucho. Pero cuando di por terminado Vente a casa me salían también nueve, y por manía a no acabar como él, en un callejón sin salida, hice que fueran diez.

¿Y escribiste otro nuevo?
No, ya lo tenía escrito pero inacabado. Cuando empecé a montar el libro todavía quedaban tres o cuatro meses para decidir si me presentaba a un premio o lo enviaba a alguna editorial. Qué hacer con el libro me ponía muy nervioso e iba dejando pasar el tiempo. Seguía con nueve y releía a Salinger y me decía “no puedes dejarlo en nueve porque será una maldición. Tienes que huir de las maldiciones”.

No te hacía supersticioso.
No lo soy… casi nunca. Pero con esto de los cuentos de Salinger, sí. Hay cosas que son como tu talón de Aquiles, un punto débil que te puede hacer caer, y de estas intento alejarme lo más posible.

Tampoco Salinger se quedó en esos nueve cuentos…
Escribió más, sí. Creo que unos 22. Los publicó en New Yorker y hay un pdf por ahí con cuentos suyos. No tenemos que ceñirnos a estos nueve relatos, pero a mi me parecía que si lo cerraba con nueve estaba llamando al mal tiempo. Y aquí fue donde entró Las vecinas, que era un relato que llevaba mucho escribiendo, tres años, y no podía acabarlo.

En ese momento sí lo acabaste…
Y es curioso porque además lo terminé gracias a Un buen día para los peces plátano, el primer cuento del volumen de Salinger, que me dio la idea de que tenía que matar a un personaje.

El bueno de Salinger te echó una mano para no sufrir precisamente su efecto. No quiero llamar al mal tiempo, pero, ¿qué pasaría si dejaras de escribir?
No… ¡eso es imposible! Puedo dejar de publicar, pero no dejar de escribir.

Olga Jornet

Olga Jornet (Girona, 1977) es profesora de los cursos de Narrativa y de Cuento en la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonès, y coordinadora de 'Revista de Letras'.

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